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Authors: Julian Barnes

Tags: #Humor, Referencia, Relato

El loro de Flaubert (16 page)

BOOK: El loro de Flaubert
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Epaminondas era un general tebano, de quien se decía que era la prueba viviente de todas las virtudes; hizo carrera como autor de carnicerías llevadas a cabo sin olvido de los principios, y fundó la ciudad de Megalopolis. Cuando estaba agonizando, uno de los presentes se lamentó de que no dejase descendencía. «Dejo dos hijos —contestó él—, Leuctra y Mantinea», el nombre de los lugares en donde obtuvo sus victorias más famosas. Flaubert hubiese podido hacer una afirmación semejante —«Dejó dos hijos, Bouvard y Pécuchet»— porque su única descendiente, la sobrina que se convirtió en su hija, se había ido hacia una madurez desaprobadora. Para ella, y para su esposo, él se había convertido en «el consumidor».

Gustave enseñó literatura a Caroline. Cito las palabras de ella misma: «él decía que ningún libro que esté bien escrito puede ser peligroso». Desplacémonos unos setenta años aproximadamente, para entrar en otra familia de otra región francesa. Esta vez nos encontramos con un muchacho libresco, una madre, y una amiga de la madre que se llama Mme. Picard. El muchacho escribió posteriormente en sus memorias, cito otra vez: «Mme. Picard opinaba que hay que permitirles a los chicos que lo lean todo. "Ningún libro bien escrito puede ser peligroso."» El muchacho, consciente de la opinión que con tanta frecuencia expresaba Mme. Picard, explota deliberadamente su presencia y le pide permiso a su madre para leer una novela especialmente famosa. «Pero, si mi hijito lee libros como ése a esta edad —dice la madre—, ¿qué hará cuando sea mayor?» «¡Los viviré!», contesta el muchacho. Fue una de las contestaciones más ingeniosas de su infancia; los mayores la repitieron una y otra vez en las conversaciones familiares, y gracias a ella conquistó —según se nos permite deducir— el derecho a leer aquella novela. El muchacho era Jean-P.aul Sartre. EI libro era
Madame Bovary
.

¿Progresa el mundo? ¿O simplemente va y vuelve, como un transbordador? A una hora de la costa inglesa, el cielo despejado desaparece. Las nubes y la lluvia te acompañan de regreso a tu tierra. A medida que el tiempo va cambiando, el barco empieza a cabecear, y las mesas del bar reanudan su conversación metálica. Ratarratarratarrafa, fatafatafafafata. Llamada y respuesta, llamada y respuesta. Ahora me suena lo mismo que las últimas etapas de una vida matrimonial: dos partes separadas, atornilladas a sus respectivos fragmentos del piso, parlotean de forma rutinaria mientras comienza a llover. Mi esposa… No; no es el momento. Todavía no.

Durante sus investigaciones geológicas, Pécuchet hace una especulación sobre qué podría ocurrir en caso de que se produjera un terremoto debajo del Canal de la Mancha. Las aguas, deduce, se precipitarían hacia el Atlántico; las costas de Francia e Inglaterra se tambalearían, se inclinarían y chocarían la una contra la otra; el Canal dejaría de existir. Al oír las predicciones de su amigo, Bouvard huye aterrado. En mi opinión no es necesario que seamos tan pesimistas.

Espero que no se olvide el queso, ¿eh? No deje que le crezca una planta química en la nevera. No le he preguntado si estaba usted casado. Le felicito, o no, según el caso.

Me parece que esta vez pasaré por el sector rojo. Siento necesidad de compañía. El reverendo Musgrave opinaba que los
douaniers
franceses se comportaban como caballeros, mientras que los ingleses eran unos rufianes. Pero yo les encuentro muy simpáticos a todos, si sabes tratarles de la manera adecuada.

8

GUIA FERROVIARIA
DE FLAUBERT

1. La casa de Croisset —un edificio alargado, blanco, del siglo XVIII, a orillas del Sena— era perfecta para Flaubert. Estaba aislada, peno cerca de Rouen y por lo tanto también de Paris. Era lo suficientemente grande como para permitirle tener un estudio con cinco ventanas; pero también lo suficientemente pequeña como para que pudiera rechazar las visitas sin parecer descortés. También le proporcionaba, si quería, una panorámica secreta de la vida que pasa: desde la terraza podía dirigir sus prismáticos de ópera hacia los vapores de recreo que llevaban a los excursionistas dominicales hasta La Bouille. Los excursionistas, por su parte, acabaron por acostumbrarse a
cet original de Monsieur Flaubert
, y se sentían decepcionados si no le divisaban, vestido con su camisa nubia y su gorro de seda, observándoles a ellos con la mirada del novelista.

Caroline ha descrito los tranquilos atardeceres de su infancia en Croisset. Una curiosa combinación: la niña, el tío, la abuela; un único representante de cada generación, como una de esas casas estrechas, embutidas entre otras dos mayores, con una sola habitación en cada piso. (Los franceses llaman a esas casas
un bâton de perroquet
, una percha de loro.) Los tres, recordó Caroline posteriormente, se sentaban a menudo en la balaustrada del pequeño pabellón y contemplaban la confiada llegada de la noche. En la orilla de enfrente discernían a duras penas la silueta de un caballo que arrastraba un barco con gran esfuerzo; de más cerca les llegaba el chapoteo de los pescadores de anguilas entrando en el río para comenzar su trabajo.

¿Por qué el doctor Flaubert vendió sus propiedades de Déville para comprarse esta casa? Dice la tradición que lo hizo para brindarle un refugio a su hijo inválido, que había padecido su primer ataque de epilepsia. Pero de todos modos hubiese vendido la propiedad que tenía en Déville. Estaban ampliando el ferrocarril que unía París con Rouen hasta Le Havre, y la línea férrea tenía que pasar justo por las tierras del doctor Flaubert; parte de la finca iba a ser expropiada. Se podría decir que Gustave fue guiado hacia su retiro creador de Croisset por la epilepsia. También se podría decir que lo que le condujo hasta allí fue el ferrocarril.

2. Gustave pertenecía a la primera generación ferroviaria francesa; y detestaba ese invento. Para empezar, era un medio odioso de transporte. «Me fastidia tanto ir en tren que al cabo de cinco minutos ya empiezo a aullar de aburrimiento. Todo el vagón cree que es algún perro olvidado; en absoluto, ¡son los suspiros de M. Flaubert!» En segundo lugar, provocó la aparición de un nuevo personaje en las sobremesas: el pesado de los ferrocarriles. La conversación sobre este tema le producía a Flaubert un
colique des wagons
; en junio de 1843 declaró que los ferrocarriles eran el tema de conversación más aburrido de todos, con la sola excepción de Mme. Lafargue (que se había envenenado con arsénico) y la muerte del Duque de Orleans (que murió en su coche un año antes). Louise Colet, que en su poema La Paysanne buscaba la modernidad a cualquier precio, permitió que Jean, el soldado que regresa de la guerra y va a buscar a su Jeanneton, se fijase en el humo de un tren que avanza por el horizonte. Flaubert tachó el verso: «A Jean le importan un rábano esa clase de cosas —gruñó—, lo mismo que a mí.»

Pero no solamente odiaba el ferrocarril como tal, sino también el hecho de que permitiese a la gente hacerse la ilusión de que existe el progreso. ¿Qué sentido tienen los avances científicos si no hay un avance moral? El ferrocarril sólo iba a servir para que la gente viajara más, para que conociera a otra gente, y para que fuera conjuntamente estúpida. En una de sus primeras cartas, escrita a los quince años, hace una lista de las desgracias de la civilización moderna: «Ferrocarriles, venenos, clisobombas, tartas
à la crème
, la realeza y la guillotina.» Dos años después, en su redacción sobre Rabelais, ya se ha alterado la lista de enemigos; han variado todos, excepto el primero: «Ferrocarriles, fábricas, químicos y matemáticos.» No cambió jamás.

3. «Hay una cosa superior a todas las demás, el Arte. Un libro de poesía vale mucho más que un ferrocarril.»

Cuaderno íntimo, 1840

4. La función del ferrocarril en las relaciones de Flaubert con Louise Colet ha sido, en mi opinión, subestimada. Considérese la mecánica de esas relaciones. Ella vivía en París; él, en Croisset; él no quería ir a la capital, ella tenía prohibido ir a visitarle al campo. De modo que se encontraban aproximadamente a mitad de camino, en Mantes, en donde el Hôtel du Gran Cerf les permitía vivir una o dos noches de pintorescos éxtasis y falsas promesas. Posteriormente se desarrollaba el siguiente ciclo: Louise daba por supuesto que la siguiente cita sería muy pronto; Gustave iba aplazándola; Louise suplicaba, se ponía furiosa, amenazaba; Gustave cedía a su pesar y aceptaba que hubiese un nuevo encuentro. Este duraba lo suficiente para saciar los deseos de él y atizar las expectativas de ella. Y así es como corrían esta carrera refunfuñante de tres piernas. ¿Reflexionó alguna vez Gustave sobre el destino que corrió un anterior visitante de esa misma ciudad? Fue durante la conquista de Mantes cuando Guillermo el Conquistador se cayó del caballo y se produjo la herida de la que más tarde moriría en Rouen.

El ferrocarril de París a Rouen —construido por los ingleses— fue inaugurado el 9 de mayo de 1843, apenas tres años antes de que Gustave y Louise se conociesen. El viaje a Mantes, tanto para el uno como para el otro, se acortó de un día a un par de horas. No es difícil imaginar lo que hubiera supuesto ese desplazamiento sin el ferrocarril. Habrían tenido que viajar en diligencia o vapor fluvial; al volver a verse se hubiesen sentido cansados y hasta quizá irritables. La fatiga afecta al deseo. Pero ante las dificultades, también hubiesen esperado más del encuentro: más desde el punto de vista del tiempo —un día adicional, por ejemplo— y más desde el de los vínculos sentimentales. Esto no es más que una teoría mía, naturalmente. Pero si en nuestro siglo el teléfono ha hecho que el adulterio sea a la vez más simple y más complicado (resulta más fácil concertar una cita, pero también lo es comprobar si alguien está donde se supone que debería estar), el efecto que tuvo el ferrocarril en el siglo pasado fue similar. (¿Hay alguien que haya Ilevado a cabo un estudio comparativo de la difusión de los ferrocarriles y la difusión del adulterio? Me resulta fácil imaginar a los curas de pueblo pronunciando sermones en contra de ese invento del diablo, y siendo objeto de burla por este motivo; pero si hicíeron lo que supongo, no iban descaminados.) El ferrocarril le permitió a Gustave que esos desplazamientos le valieran la pena: podía ir a Mantes y regresar a Croisset sin grandes dificultades; y las quejas de Louise quizá le parecieron un precio razonable a cambio de un placer tan accesible. El ferrocarril permitió que también para Louise valieran la pena esos desplazamientos: Gustave no estaba nunca muy lejos, por severo que fuese el tono de sus cartas; seguramente la próxima vez diría que ya podían volver a reunirse, que sólo les separaban dos horas. Y el ferrocarril también hizo que todo esto valiera la pena para nosotros, pues ahora podemos leer las cartas que fueron el resultado de esta prolongada oscilación erótica.

5. a) Septiembre de 1846: el primer encuentro en Mantes. El único problema era la madre de Gustave. Aún no había sido oficialmente informada de la existencia de Louise. Efectivamente, Louise Colet se vio obligada a remitir toda su correspondencia a Gustave vía Maxime du Camp, que luego remitía de nuevo las cartas dentro de otro sobre. ¿Cómo iba a reaccionar Mme. Flaubert ante las repentinas ausencias de Gustave? ¿Qué podía contarle él? Una mentira, naturalmente: «
une petite histoire que ma mère a crue
», se jactó él, como un orgulloso crío de seis años, y se fue a Mantes.

Pero Mme. Flaubert no se creyó su
petite histoire
. Aquella noche durmió menos que Gustave y Louise. Alguna cosa que la intranquilizó; quizá la reciente cascada de cartas de Maxime du Camp. De modo que a la mañana siguiente se fue a la estación de Rouen, y cuando su hijo, cubierto todavía de una costra de orgullo y lujuria, se apeó del tren, ella estaba esperándole en el andén. «No me dirigió ningún reproche, pero su rostro era el mayor de los reproches posibles.»

Y hablan de la tristeza de la partida; ¿qué me dicen de la culpa de la llegada?

b) Louise, naturalmente, también podía interpretar la escena del andén. Su costumbre de tener estallidos de celos cuando Gustave cenaba con sus amigos llegó a ser famosa. Siempre esperaba encontrarse con una rival; pero no la hubo, a no ser que se cuente como tal a Emma Bovary. En una ocasión, cuenta du Camp, «Flaubert estaba a punto de irse de París de regreso hacia Rouen cuando ella hizo su aparición en la sala de espera de la estación y se entregó a unas escenas tan trágicas que hasta los empleados del ferrocarril se vieron obligados a intervenir. Flaubert se sintió muy disgustado y le pidió clemencia, pero ella no le dio cuartel».

6. No es muy conocido el hecho de que Flaubert viajó en el ferrocarril subterráneo de Londres. Cito a continuación fragmentos de su diario de viaje de 1865:

Lunes 26 de junio
(en el tren procedente de Newhaven). Unas cuantas estaciones insignificantes con algunos carteles, como en las de las afueras de París. Llegada a Victoria.

Lunes 3 de julio
. He comprado una guía de los ferrocarriles.

Viernes 7 de julio
. Ferrocarril subterráneo: Hornsey. Mrs. Farmer… Solicito información en la estación de Charing Cross.

No se digna comparar los ferrocarriles británicos con los franceses. Quizá sea una lástima. Nuestro amigo el reverendo Musgrave, cuando desembarcó doce años antes en Boulogne, se quedó muy impresionado por el sistema francés: «Los dispositivos para la recepción, pesaje, marcaje y pago del transporte de los equipajes eran sencillos y excelentes. La regularidad, la precisión y la puntualidad fueron notables en todos los departamentos. Gracias a la urbanidad y al confort (¡confort en Francia!), todo ha sido sumamente agradable; y todo ello sin el vocerío y la conmoción que caracterizan la estación de Paddington; aparte de que los vagones de segunda clase son casi tan buenos como los nuestros de primera. ¡Inglaterra debería avergonzarse de esta situación!»

7. «FERROCARRILES: Si Napoleón hubiese podido disponer de ellos habría sido invencible. Extasiarse ante el invento y decir: "Caballero, yo, el mismo que ahora le habla a usted, me encontraba esta mañana en X; he salido en el tren de las X; he resuelto allí unos asuntos, etc., y a las X horas ya estaba de regreso."»

Dictionnaire des idées reçues

8. He tomado el tren que sale de Rouen (Rive Droite). Tenía asientos de plástico azul y un aviso en cuatro idiomas aconsejando que nadie se asomara por las ventanillas; el inglés, he podido notar, necesita más palabras que el francés, el alemán y el italiano para transmitir esta advertencia. Me he sentado debajo de una fotografía con marco metálico en la que aparecían, en blanco y negro, unos barcos de pesca de Ile d'Oléron. A mi lado una pareja de ancianos leía en el
Paris-N.ormandie
una noticia sobre un charcutero, que,
fou d'amour
, había asesinado a los siete miembros de su familia. En la ventana me he fijado en una pegatina que hasta ahora no había visto: «
Ne jetez pas l'énergie par les fenétres en les ouvrant en période de chauffage
.» No tire la energía por la ventana. La frase no podría ser menos inglesa en su sintaxis; tiene lógica pero al mismo tiempo suena muy extraña.

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