Read El loro de Flaubert Online

Authors: Julian Barnes

Tags: #Humor, Referencia, Relato

El loro de Flaubert (14 page)

BOOK: El loro de Flaubert
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Musgrave también estuvo en la feria de Guibray, y allí, entre otros monstruos, se exhibía al Muchacho Más Gordo de Francia: Aimable Jouvin, nacido el año 1840 en Herblay, y que ahora contaba catorce años, entrada un cuarto de céntimo. ¿Era muy gordo el muchacho gordo? Nuestro ilustrador ambulante no entró, por desgracia, a verle y a registrar con su lápiz el fenómeno; pero esperó a que volviera a salir un soldado francés de caballería que pagó su cuarto de céntimo, entró en la tienda, y salió «pronunciando una curiosa fraseología normanda». Aunque Musgrave no se decidió a preguntarle al soldado qué había visto, le dio la sensación de que «Aimable no estaba tan gordo como lo que este visitante había imaginado».

En Caen Musgrave fue a ver una regata y se mezcló con los siete mil espectadores del muelle. La mayoría de ellos eran hombres, y casi todos esos hombres eran campesinos que se habían puesto su mejor blusón azul. El efecto del conjunto era un azul ultramar claro pero muy luminoso. Era un color especial, muy exacto; Musgrave sólo lo había visto una vez antes de aquel día, en un departamento del Banco de Inglaterra en el que incineraban los billetes que habían sido retirados de circulación. Lo primero que hacían era preparar esos billetes con un agente colorante que estaba hecho de cobalto, sílex, sal y potasio: al prender fuego a los billetes, las cenizas adquieren ese extraordinario matiz que Musgrave vio en el muelle de Caen. El color de Francia.

A medida que seguía viajando, este color y otros emparentados con él, aunque no tan puros, comenzaron a emerger por todas partes. Los blusones y calzas de los hombres eran azules; tres cuartas partes de los vestidos de las mujeres también eran azules; y azules eran los carros, los carteles con el nombre de los pueblos, los aperos de labranza, las carretillas y las tinas para el agua de lluvia. En muchas ciudades, las casas exhibían ese azul cerúleo, tanto por fuera como por dentro. Musgrave se vio impulsado a comentarle a un francés que conoció que «Hay en este país más azul que en ninguna de las regiones del mundo que conozco».

Miramos al sol a través de un cristal ahumado; debemos mirar hacia el pasado a través de cristales de colores.

Gracias.
Santé
. Supongo que se habrá comprado el queso. ¿No le importa que le dé un consejo? Cómaselo. No lo meta en una bolsa de plástico ni lo guarde en la nevera para ofrecérselo más adelante a las visitas; antes de que se haya dado usted cuenta, se habrá hinchado hasta triplicar su volumen inicial, y olerá como una fábrica de productos químicos. Cuando abra la bolsa será como meter las narices en un matrimonio que no funciona.

«Dar al público detalles sobre mí mismo es una tentacicn burguesa a la que siempre me he resistido» (1879). Sin embargo, allá va. Ya sabe usted mi nombre, claro: Geoffrey Braithwaite. No se olvide de la 1, o me convertirá en un tendero de París. Nada, nada, no es más que un chiste mío. Mire. ¿Recuerda esos anuncios de «contactos» que publican revistas del tipo del
New Statesman
? Me parece que el mío podría decir más o menos una cosa así:

Médico viudo, de sesenta y pico años, hijos ya mayores, activo, alegre aunque con tendencia a la melancolía, amable, no fuma, especialista aficionado en Flaubert, le gusta la lectura, la comida, los viajes a lugares conocidos, las películas antiguas, tiene amigos pero busca…

Ya ve cuál es el problema.
Pero busca
… ¿Es cierto que busco? ¿Y qué busco? ¿Una divorciada o viuda cuarentona para un matrimonio en el que encuentre compañía hasta el día del infarto? No. ¿Una dama madura con la que dar paseos por el campo y cenar de vez en cuando? No. ¿Una pareja bisexual para unos cuantos
ménages à trois
? Desde luego que no. Tengo por costumbre leer esta clase de anuncios que aparecen en las páginas finales de las revistas, pero nunca me han entrado ganas de contestar. Y acabo de comprender el motivo. Porque no me los creo. Ninguno. No es que mientan —en realidad, estos anuncios tratan de ser profundamente sinceros—, pero no dicen la verdad. La columna distorsiona la forma que adoptan los anunciantes para hacer su descripción de sí mismos. Nadie diría de sí mismo que es un hombre activo, no fumador, con tendencia a la melancolía, si todo eso no fuese estimulado, y hasta exigido, por la forma. Dos conclusiones: la primera, que no hay modo de definirse a uno mismo de modo directo, mirándose sencillamente al espejo; y la segunda, que Flaubert, como siempre, tenía razón. El estilo es una cosa que surge del tema. Por muchos esfuerzos que hagan, esos anunciantes se ven derrotados siempre por la forma; se ven forzados —incluso en el momento en que mayor necesidad tienen de ser sinceramente personales— a introducirse en una no deseada impersonalidad.

Ahora, por fin, ya se puede ver el color de mis ojos. ¿Verdad que no es tan complicado como el de los ojos de Emma Bovary? Pero, ¿sirven de algo? Podrían confundir. No es timidez, simplemente un deseo por mi parte de ser útil. ¿Y de qué color eran los ojos de Flaubert? No, usted no lo sabe: por la sencilla razón de que he suprimido ese dato hace unas cuantas páginas. No quería que se sintiera tentado a adoptar conclusiones que quizá fuesen precipitadas. Ya ve lo mucho que cuido de usted. ¿No le gusta? Ya sé que no le gusta. Muy bien. Pues, según Du Camp, Gustave, el jefe de tribu gala, el gigante de metro ochenta que tenía voz de trompeta, tenía unos ojos «grandes, tan verdes como el mar».

El otro día estaba leyendo a Mauriac: las
Mémoires intérieurs
, escritas justo al final de su vida. Es el momento en el que se amantonan hasta enquistarse las últimas píldoras de vanidad, el momento en el que el yo empieza a murmurar patéticamente «Acordaos de mí, acordaos de mí…»; es el momento en el que se escriben las autobiografías, en el que se llevan a cabo los últimos actos jactanciosos, y se ponen por escrito los recuerdos que ningún otro cerebro conserva, creyendo, equivocadamente, que poseen algún valor.

Sin embargo, eso es precisamente lo que Mauriac se niega a hacer. Escribe sus
Mémoires
, pero no son sus memorias. Nos ahorra en esas páginas los juegos infantiles, esa primera criada en el desván húmedo, el tío astuto que tiene un montón de anécdotas que contar, todo eso. Mauriac prefiere hablarnos de los libros que ha leído, de los pintores que le han gustado, de las obras de teatro que ha visto representar. Se encuentra a sí mismo mirando la obra de los demás. Define su propia fe como una apasionada ira contra Gide el luciferino. Leer sus «memorias» es como encontrarse en un tren a un hombre que te dice: «No me mire a mí, sería engañoso. Si quiere saber cómo soy, espere a que entremos en un túnel, y entonces estudie mi reflejo en el cristal.» Esperas, miras, y sorprendes una cara proyectada sobre un deslizante fondo de muros hollinosos, cables, repentinos fragmentos enladrillados. La forma transparente parpadea y brinca, alejándose siempre unos cuantos palmos. Acabas por acostumbrarte a su existencia, te mueves con sus movimientos; y aunque sabes que su presencia es condicional, tienes la sensación de que es permanente. Luego se oye desde más adelante un aullido, un estruendo y un estallido de luz; la cara ha desaparecido para siempre.

Bien, ya sabe que tengo los ojos castaños; use el dato como guste. Un metro ochenta y dos; pelo gris; buena salud. Pero ¿qué es lo que puede interesarle de mí? Sólo lo que sé, lo que creo, lo que puedo decir. De mi carácter no hay casi nada que importe. No, eso no es cierto. Soy un hombre honesto; será mejor que le dé este dato. Pretendo decir la verdad, pero supongo que las equivocaciones son inevitables. Y si las cometo, como mínimo estaré bien acompañado.
The Times
, en su columna necrológica del 10 de mayo de 1880 afirma que Flaubert escribió una vez un libro titulado
Bouvard et Pecuchet
, y que «al principio adoptó la profesión de su padre, la de cirujano». Mi
Encyclopaedia Britannica
, undécima edición (dicen que es la mejor), insinúa que el personaje de Charles Bovary es un retrato del padre del novelista. El autor de este artículo, un tal «E.G.» resulta haber sido Edmund Gosse. Cuando me enteré de esto no pude evitar que me saliera un leve bufido. Desde mi encuentro con Ed Winterton siento muy poco interés por «Mr» Gosse.

Soy honesto, soy de fiar. Cuando trabajaba de médico jamás até a ninguno de mis pacientes, una afirmación mucho más jactanciosa de lo que nadie podría imaginar. La gente confiaba mí; bueno, como mínimo, seguía viniendo a mi consulta. Y sabía tratar a los que estaban a punto de morirse. Nunca me emborraché; en fin, nunca me emborraché más de la cuenta; nunca di recetas a los enfermos imaginarios; nunca intenté seducir a las señoras en mi consulta. Parezco un santo. Pero no lo soy.

No, no maté a mi esposa. Hubiese tenido que imaginar que le ocurriría pensarlo. Primero el lector averigua que mi esposa ha muerto; luego, al cabo de un rato, digo que jamás maté a ninguno de mis pacientes. Ajá… Entonces, ¿a quién mató usted? Es una pregunta que me parece lógica. Nada más fácil que provocar especulaciones. Había un hombre que se llamaba Leroux que afirmó maliciosamente que Flaubert se había suicidado; y no logró más que hacerle perder el tiempo a un montón de gente. Luego daré más detalles sobre él. Pero todo coincide en subrayar lo que estoy pretendiendo decir: ¿cuáles son los conocimientos útiles? ¿Cuáles son los conocimientos verdaderos? Una de dos, o tengo que darle al lector tantísima información sobre mí mismo que al final no le quede más remedio que admitir que son tan nulas las probabilidades de que yo matara a mi esposa como las de que Flaubert se suicidara; o bien debo limitarme a decir: eso es todo; con eso basta. Ya está.
J'y suis, j’y reste
.

Quizá podría hacer como Mauriac. Contar que me harté de Wells, de Huxley y de Shaw; decir que prefiero leer a George Eliot, y hasta a Thackeray, que a Dickens; que me gustan Orwell, Hardy y Housman, y que no me gusta la tribu de Aude Spenner-I.sherwood (predicar el socialismo como si se tratase de un efecto secundario de la reforma de la ley sobre homosexualidad); que me reservo Virginia Woolf para cuando ya me haya muerto. ¿Y los más jóvenes? ¿Los escritores actuales? Bueno, todos ellos parecen capaces de hacer muy bien hecha una cosa u otra, pero no hay ninguno que se haya dado cuenta de que la literatura exige hacer bien varias cosas al mismo tiempo. Poder extenderme considerablemente sobre estas cuestiones; me resultaría muy agradable decir lo que pienso y aliviar a Monsieur Geoffrey Braithwaite por medio de esas explicaciones. Pero, ¿qué importancia tiene el susodicho caballero?

Prefiero otra clase de juegos. Un italiano escribió no sé cuándo que el crítico desea secretamente matar al escritor. ¿Es verdad? Hasta cierto punto. Todos odiamos los huevos de oro. Otra vez los jodidos huevos de oro, se le oye murmurar al crítico cuando el buen novelista publica, una vez más, otra buena novela; ¿no hemos tenido ya más tortillas de la cuenta este año?

Pero si no desean la muerte del escritor, muchos críticos querrían al menos ser dictadores de la literatura, regular el pasado, y establecer con serena autoridad la futura dirección del arte. Este mes todo el mundo ha de escribir acerca de tal cosa, el mes siguiente queda prohibido escribir sobre esa otra. Fulano no será reeditado hasta que nosotros lo digamos. Todos los ejemplares de esta novela seductoramente mala deben ser destruidos de inmediato. (¿Cree que bromeo? En marzo de 1983, el periódico
Libération
exigió que la ministra francesa de los Derechos de la Mujer pusiera en el Indice, acusadas de «provocación pública del odio sexista», las siguientes obras: Pantagruel, Jude the Obscure, los poemas de Baudelaire, todo Kafka, The Snow of Kilimanjaro…, y Madame Bovary.) De todos modos, juguemos. Empezaré yo mismo.

1. No volverán a escribirse novelas en las que un grupo de personas, aislado por las circunstancias, regrese a la «condición natural» del hombre, vuelvan a ser criaturas esenciales, pobres, desnudas, armadas de horcas. Lo máximo que se permite escribir es un relato muy breve, el último del género, el tapón de la botella. Yo mismo lo escribiré. Un grupo de viajeros naufraga, o sufre un accidente de aviación, en algún lugar, seguro que será una isla. Uno de ellos, un tipo fuerte, alto, antipático, tiene un arma de fuego. Obliga a todos los demás a vivir en unos pozos de arena cavados por ellos mismos. De vez en cuando saca a uno de sus prisioneros, le mata de un disparo, y se lo come. La carne sabe bien, y el hombre va engordando. Después de haber matado y haberse comido a su último prisionero, empieza a preocuparse porque no sabe qué va a comer a partir de ese momento; pero por fortuna llega un hidroavión y le rescata. Luego cuenta al mundo que él fue el único superviviente del desastre inicial, y que ha sobrevivido comiendo bayas, hojas y raíces. El mundo se queda maravillado ante su magnífico estado de salud, y en los escaparates de las tiendas de comida para vegetarianos colocan carteles con una foto de él. Jamás se llega a averiguar lo que hizo en la isla.

Ya ve lo fácil que es escribir, lo divertido que resulta. Por eso prohibiría este género.

2. No se escribirán más novelas sobre el incesto. No, ni siquiera las de muy mal gusto.

3. No habrá más novelas cuya acción se desarrolle en los mataderos. Admito que, de momento, éste es un género sin importancia; pero me he fijado en que recientemente está aumentando la utilización de los mataderos en los relatos breves. Hay que cortar de raíz esta tendencia.

4. Habrá que establecer una prohibición, durante veinte años, para toda novela que ocurra en Oxford o Cambridge, y una prohibición de diez años para toda la narrativa universitaria de los demás tipos. No se prohibirá la narrativa cuya acción se desarrolle en los institutos de formación profesional (pero no habrá subsidios que la fomenten)? No se prohibirán las novelas cuya acción ocurra en escuelas primarias, pero se prohibirá durante diez años las de las escuelas secundarias. Prohibición parcial para las novelas de maduración (se permitirá una solamente por autor). Prohibición parcial para las novelas escritas en presente histórico (también en este caso, se autorizará una por autor); Habrá una prohibición total para las novelas en las que el principal personaje sea un periodista o un presentador de televisión.

5. Se creará un sistema de contingencia para las novelas cuya acción se desarrolle en Sudamérica. Con esta medida se pretende poner freno a la epidemia de barroquismo de viajes
todo incluido
y de ironía gruesa. Ah, la «propincuidad de la vida barata y los principios caros, de la religión y el bandidaje, del don sorprendente y la crueldad fortuita. Ah, el pájaro daiquiri que incuba sus huevos bajo el ala; ah, el árbol fredona, cuyas raíces crecen en las puntas de sus ramas, y cuyas fibras le permiten jorobado dejar telepáticamente embarazada a la altiva esposa d dueño de la hacienda; ah, el teatro de la ópera completamente invadido por la vegetación selvática. Permítame el lector que dé unos golpecitos a la mesa y que diga «¡El siguiente!» Pa las novelas cuya acción se desarrolle en el Ártico o el Antártico se crearán unas becas de desarrollo.

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