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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de América del Norte (7 page)

BOOK: La formación de América del Norte
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Dio un rodeo tan amplio, en efecto, que tocó la masa oriental de América del Sur, el 22 de abril. No esperaba hallar un continente tan al Este y supuso que había divisado una isla, quizá la legendaria Hy-Brasil. Sea como fuere, las regiones que forman las tierras orientales del continente son llamadas Brasil hasta hoy, y siguieron siendo portuguesas por más de tres siglos.

Como resultado de los viajes de Colón y Cabral, y de otros que siguieron, toda la parte del mundo occidental situado al sur del río Grande (con excepciones poco considerables) es de habla española o portuguesa. Puesto que el español y el portugués pertenecen al grupo de lenguas romanas o latinas, todas las tierras al sur del río Grande aún son llamadas América Latina.

Pero, ¿de dónde proviene el nombre de América? De un navegante italiano llamado Américo Vespucci. En su forma latinizada, el nombre es Americus Vespucius, y en español Américo Vespucio
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Vespucio nació el mismo año que Colón y se hallaba en España cuando éste volvió de su primer viaje. Participó en los preparativos para el segundo y el tercer viaje. A partir de 1497, él mismo efectuó viajes al Oeste y, al parecer, exploró la costa de Sudamérica, primero al servicio de España y luego al de Portugal.

Sus viajes no fueron tan importantes como los de Colón, pero, mientras que Colón se aferró a la idea de que las tierras occidentales formaban parte de las Indias, Vespucio tenía otra opinión. En 1504 Vespucio sostuvo que lo que había en el Oeste era un continente nuevo y hasta entonces desconocido, un «nuevo mundo», como él lo llamó. Más aun, aceptó que la longitud de la circunferencia de la Tierra es de 40.000 kilómetros y fue el primero en sostener que había dos océanos entre Europa y Asia; uno, el Atlántico, conocido, y el otro, un mar desconocido al occidente del nuevo mundo.

Las ideas de Vespucio fueron aceptadas en 1507 por un geógrafo alemán, Martin Waldseemüller. Éste publicó un mapa en el que el nuevo continente aparecía separado, no como parte de Europa, África o Asia. Propuso que se le llamase América en honor a Américo Vespucio, quien si bien no fue su descubridor (tampoco lo fue Colón, a fin de cuentas, como sabemos ahora), sí fue el primero en reconocer la naturaleza del descubrimiento. Waldseemüller incluyó el nombre en su mapa.

Dicho nombre se hizo inmediatamente popular y pronto tuvo un uso universal. Al principio se aplicó exclusivamente a la parte meridional del nuevo mundo, porque la parte septentrional podía estar unida a Asia. (Alaska, la primera región de las Américas descubierta por los indios, fue la última que descubrieron los europeos). Pero más tarde también se comprobó que la parte septentrional estaba separada de Asia. Se convirtió así en América del Norte, mientras que la parte meridional se convirtió, naturalmente, en América del Sur.

La exploración del Nuevo Mundo

Inglaterra hace caso omiso de la línea divisoria

A fines del siglo XV Portugal y España estaban a horcajadas del mundo. Una había bordeado África y la otra había llegado a las tierras occidentales. Cada una reclamaba para sí todo el territorio pagano que había descubierto, y cada una se estableció donde pudo. Cada una trató de obtener toda la riqueza que pudo del mundo no cristiano. Pues bien, ¿llegaría a ser todo el mundo un monopolio ibérico, con España y Portugal dueñas, cada una, de la mitad?

Así parecía al principio, de hecho. Tan pronto como Colón retornó de su primer viaje, los monarcas españoles comprendieron que podía haber problemas con Portugal. Puesto que ambas naciones eran rígidamente católicas, España juzgó que la salida más sencilla era que el Papa legislase en la materia. Fernando e Isabel probablemente pensaron que podían confiar en un resultado favorable, pues el Papa de la época era Alejandro VI, español de nacimiento.

El 4 de mayo de 1493 el Papa trazó una línea desde el Polo Norte hasta el Polo Sur, a unos 160 kilómetros al oeste de las islas de cabo Verde, o sea, aproximadamente, por el meridiano 38° de longitud Oeste. Todas las tierras recientemente descubiertas que estuviesen al oeste de esa línea pertenecerían a España y las situadas al este pertenecerían a Portugal.

Desde nuestro punto de vista moderno, esta «línea demarcatoria» es bastante curiosa. En primer lugar, parecía suponer que los europeos podían dividir el mundo a su gusto, sin ninguna consideración por los no-europeos que viviesen en las diversas regiones, y que el Papa era el señor de la Tierra y podía efectuar tal división.

Además la línea divisoria se trazó solamente por la mitad del mundo, desde el Polo Norte hasta el Polo Sur, a través del océano Atlántico. El Papa parecía olvidar que la Tierra es una esfera. Los españoles podían navegar al Oeste de la línea y se suponía que lo harían, pero navegando muy lejos al Oeste podían llegar a cualquier punto de Oriente, y los portugueses, navegando al Este, podían llegar a cualquier punto del Oeste. La división no era tal división en absoluto.

Pero los españoles y los portugueses probablemente se dieron cuenta de esto y dejaron las cosas como estaban, planeando usar esto unos contra otros en un momento apropiado. Pero Portugal se mostró descontento con la línea divisoria del Papa, pensando que no tenía espacio suficiente en su ruta alrededor de África. Para aprovechar los vientos deseaba poder describir una gran curva y no quería que España le reprochase constantemente que estaba transgrediendo los límites.

Por ello, el 7 de junio de 1494 las dos naciones firmaron un tratado en Tordesillas (ciudad de España central situada a 100 kilómetros al este de Portugal). El principio de la línea divisoria fue mantenido, pero fue desplazada 1.100 kilómetros más al Oeste, al meridiano de 46° de longitud Oeste.

Lo que ninguna de las naciones sabía era que la nueva línea pasaba por las tierras orientales de Sudamérica (¿o Portugal lo sospechaba, gracias a algunas de sus exploraciones poco conocidas?). Así, cuando Cabral llegó a esa región estaba del lado portugués de la línea. Como resultado de ello, fue Portugal la que colonizó Brasil, y esta nación, la más grande de las naciones latinoamericanas, ahora habla portugués, mientras que las restantes hablan español.

Pero si España y Portugal pensaban realmente que podían dividirse entre ellas el mundo no cristiano, eran bastante ingenuas. Las otras naciones marítimas de Europa no lo permitirían. Consideremos a Inglaterra, por ejemplo… Durante el siglo XV Inglaterra había pasado por el trauma de una guerra con Francia, en la que al principio Inglaterra pareció obtener el triunfo, pero que finalmente perdió. Fue acompañada y sucedida por la experiencia aun peor de una serie de guerras civiles.

Finalmente, en 1485, en la batalla de Bosworth, las guerras civiles terminaron con la derrota del rey Ricardo III y el ascenso al trono de su sobrino tercero Enrique Tudor, que reinó como Enrique VII.

Enrique VII fue un rey capaz, aunque antipático, que gobernó firme y austeramente. Dio a Inglaterra un período de paz, que necesitaba mucho, y llenó sus arcas (aunque no sin pesados impuestos). Estaba interesado en volcar las energías inglesas en aventuras exteriores, aunque sólo fuese para que olvidara las pasiones partidistas de la guerra civil, pero no deseaba dilapidar su tesoro en el proceso. Por ello, no quería seguir el curso obvio de iniciar una guerra extranjera popular pero costosa.

¿Y por qué no dirigir el interés nacional hacia las exploraciones? Esto mantendría a los ingleses con pensamientos ajenos a los problemas internos y, si podían llegar a las Indias, el resultado podía ser muy provechoso. En 1488, mientras Cristóbal Colón trataba de persuadir a Fernando e Isabel a que respaldasen su aventura en el Oeste, el hermano del navegante, Bartolomé Colón, se hallaba en Inglaterra tratando de vender la idea a Enrique VII.

Tampoco fue Colón el único hombre que tenía esa idea en Inglaterra. Había otro navegante italiano en el país llamado Giovanni Caboto, pero que nos es más conocido por la versión españolizada de su nombre, Juan Caboto. (En los países de habla inglesa se lo conoce como John Cabot).

Caboto nació por la misma época que Cristóbal Colón y, quizá, como Colón, en Génova. Pero se trasladó a Venecia y se convirtió en ciudadano de esta ciudad en 1476. Viajó por el Este musulmán y estaba familiarizado con los relatos de Marco Polo. Como Colón, también especuló sobre la posibilidad de una ruta occidental hacia las Indias. Pero Caboto pensaba que el lugar lógico para buscar apoyo era Inglaterra, no Portugal o España.

Primero, porque, de todas las naciones de Europa, Inglaterra era la que se hallaba más lejos de la ruta comercial del Este y, por tanto, debía pagar los precios más elevados por las especias y otros productos orientales deseables. En segundo lugar, Caboto tenía la idea de que la costa oriental de Asia avanzaba hacia el Noreste (como en realidad ocurre), de modo que la distancia desde Inglaterra hasta Asia por el Oeste sería más corta que la de España. Además, también en el norte de Europa abundaban los cuentos sobre tierras occidentales. Los irlandeses, los galeses y, por supuesto, los escandinavos, todos hablaban de ellas.

Caboto llegó a Inglaterra en algún momento del decenio 1480-1489 y se estableció en Bristol, el mayor puerto de la costa occidental del país. Allí obtuvo considerable apoyo local para su idea de una aventura en el Oeste, pues, si la idea tenía éxito, Bristol se hubiera convertido en el centro principal del comercio con las Indias y enriquecido rápidamente. Caboto, como Bartolomé Colón, bombardeó al rey con peticiones de apoyo.

Enrique VII vaciló. Se sentía atraído por la idea, pero no por el pensamiento de gastar dinero en ella. Mientras vacilaba, Colón navegaba hacia España y retornaba triunfalmente. Esto convenció a Enrique VII, desde luego; pero, naturalmente, ya no podía contarse con Bartolomé Colón. El rey se dirigió a Caboto, le otorgó el derecho de navegar bajo los auspicios reales, a gobernar las tierras que encontrase (bajo la soberanía del rey inglés) y a obtener los beneficios comerciales que pudiese, siempre que pagase un quinto de ellos a la corona.

El 2 de mayo de 1497 Caboto zarpó de Bristol en un barco, con una tripulación de 18 hombres. El barco bordeó Irlanda y luego puso proa hacia el Oeste. Tocó tierra el 24 de junio, después de cruzar el Atlántico en poco menos de siete semanas, lo que era muy rápido para esa latitud. La distancia que atravesó fue de unos 3.200 kilómetros, considerablemente menor que la recorrida por Colón, de modo que Caboto tenía razón en pensar que la ruta occidental era más corta por el Norte (en kilómetros, si no en semanas).

No se sabe con exactitud dónde desembarcó Caboto por primera vez, pero la mejor conjetura es que fue en, o cerca de, el extremo septentrional de Terranova, muy cerca, en verdad, de donde los nórdicos habían desembarcado unos siglos antes (aunque Caboto no lo sabía, claro está). Durante el mes siguiente recorrió de arriba abajo la costa oriental de la isla y la describió como una «tierra recientemente descubierta» («new-found land», en inglés). Y desde entonces el nombre de la isla en inglés ha sido
Newfoundland
(«Terranova», en español).

Caboto informó de la riqueza pesquera que había frente a las costas de Terranova, y pronto todas las naciones marítimas de Europa enviaron barcos a pescar a lo largo de esas costas. Desde 1500 en adelante los pescadores desembarcaron en sus costas y en las costas de lo que es hoy Nueva Escocia y Maine en el curso de sus actividades pesqueras. Pero durante un siglo no se hizo intento alguno de colonizar ningún punto de esas costas poco hospitalarias.

Cuando Caboto, el 6 de agosto de 1497, retornó a Inglaterra con su informe, Enrique VII le dio diez libras inmediatamente y le concedió una pensión de veinte libras al año. Esta era una suma considerablemente mayor en aquellos días que ahora, pero, aun así, no era exactamente un ejemplo de desbordante generosidad.

Como Colón, Caboto estaba convencido de que había llegado a Asia y, aunque no había hallado ningún signo de la riqueza de las Indias, persuadió a Enrique a que le permitiera realizar un nuevo intento. En 1498 inició el segundo viaje con cinco barcos. Esta vez avistó, al parecer, Groenlandia (ahora vacía de sus colonos nórdicos), pasó al Labrador y navegó hacia el Sur, quizá hasta Nueva Inglaterra.

Si ignoramos los descubrimientos nórdicos, Juan Caboto fue el primer europeo que vio el continente norteamericano, y no sólo las islas situadas frente a sus costas.

Pero nuevamente retornó con las manos vacías y murió antes de que terminara ese año. No había señales del Este opulento en las boscosas costas que visitó.

Enrique VII perdió interés. Si no había signos de que pudiera obtenerse un comercio provechoso de esas aventuras, estaba dispuesto a dirigir su atención a otras cuestiones. Los viajes de Caboto, más tarde, darían a Inglaterra la excusa para reclamar tanto de América del Norte como pudiese retener, pero, por el momento, no hizo nada.

El hijo de Enrique, que reinó con el nombre de Enrique VIII a la muerte del viejo rey, acaecida en 1509, se metió cada vez más en controversias religiosas, y el Nuevo Mundo desapareció de la conciencia inglesa durante casi un siglo.

España se lanza al exterior

España, entre tanto, estaba explorando las costas mucho más hospitalarias del Sur, moviéndose en todas direcciones desde la primera base que Colón había establecido en La Española. En 1508, Juan Ponce de León, que había acompañado a Colón en su segundo viaje, fundó una base permanente en Puerto Rico, la isla situada al este de La Española, y fue nombrado gobernador de ella en 1510. (La segunda ciudad de Puerto Rico se llama Ponce en su honor). Diego de Velásquez, que también había acompañado a Colón en su segundo viaje, inició la toma de posesión de Cuba, la isla situada al oeste de La Española, en 1511, y fundó La Habana en 1515.

En Puerto Rico, Ponce de León oyó rumores acerca de una fuente de la juventud (una fuente que restauraba la juventud cuando se bebían sus aguas o se bañaba uno en ellas) en alguna pequeña isla del Noroeste. Resulta difícil creer que Ponce de León pudiera tomar en serio tal cosa, pero era una época de maravillas y un nuevo mundo podía ser el centro mismo de las maravillas. Además, dejando de lado la juventud, Ponce de León estaba haciendo fortuna en Puerto Rico como tratante de esclavos, y no le disgustaba hallar nuevas tierras cuyos habitantes pudiesen ser esclavizados
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