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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de América del Norte (6 page)

BOOK: La formación de América del Norte
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En 1474 Enrique IV de Castilla murió sin dejar hijos varones, pero dejó una hija que se casó con Alfonso V de Portugal (padre del futuro Juan II). Castilla tenía que elegir entre dos princesas, cada una de las cuales estaba casada con un rey extranjero. Finalmente, eligió a Isabel, que fue Reina de Castilla como Isabel I.

Más tarde, en 1479 murió Juan II de Aragón, y su hijo subió al trono con el nombre de Fernando II de Aragón. Fernando e Isabel gobernaron unidos las dos naciones, Castilla y Aragón. Por entonces, parecía ser una mera unión de monarcas, mientras las naciones permanecían separadas. Pero resultó que las dos naciones han permanecido unidas desde entonces, de modo que, después del ascenso al trono de Fernando e Isabel, podemos hablar, no de Castilla o Aragón, sino sólo de España.

Con la fundación de España, toda la península Ibérica, excepto Portugal y el reino moro de Granada, estuvo bajo un gobierno unido. España, así aumentada y con la riqueza de dos reinos a su disposición, sencillamente estallaba de ambición y buscaba espacio por donde expandirse aun más.

La víctima obvia era Granada. En 1481, Granada le hizo a España el favor de iniciar una guerra. Durante once años, Fernando e Isabel llevaron una difícil campaña en las montañas meridionales. Granada, debilitada por las disensiones internas, gradualmente perdió terreno. En abril de 1491, la capital fue puesta bajo sitio y, el 2 de enero de 1492, fue tomada. La última parcela de dominio moro en España fue borrada, casi ocho siglos después de que los moros entrasen en la Península
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.

Eliminada Granada, y con toda España llena del espíritu de la victoria y el triunfo, era natural que Fernando e Isabel mirasen a su alrededor en busca de nuevas grandiosas hazañas. A fin de cuentas, mientras España había estado absorbida por problemas internos y por la guerra con Granada, el reino vecino de Portugal, mucho menor que España, había hecho resonar al mundo con sus triunfos africanos y buscado nuevas tierras para adueñarse de ellas. ¿No podía España hacer nada para contrarrestar esto?

Colón quiso aprovechar este nuevo estado de ánimo en España, este espíritu de emulación. Había ido a España ya en 1484, y allí había usado un nuevo argumento. El hecho mismo de que los portugueses hubiesen establecido su completo dominio de la ruta africana hacía aconsejable para España hallar alguna alternativa. La ruta del Oeste no sólo era más práctica que la africana (decía Colón), sino que también ofrecía a España un modo de llegar a las Indias sin tener que competir con Portugal.

Varios españoles escucharon a Colón y se interesaron por sus argumentos. Abogaron a su favor ante Fernando e Isabel y, en 1486, lograron que los reyes recibiesen a Colón. Colón expuso sus argumentos de manera muy impresionante, e Isabel, en particular, se sintió atraída por la idea. Pero la real pareja no pudo por menos de percatarse de que el proyecto era muy arriesgado; que podía perderse el dinero invertido en él; y que todo céntimo que se pudiese recaudar era necesario para la guerra contra Granada.

Fernando e Isabel, pues, contemporizaron al modo habitual de los gobernantes: crearon una comisión para que estudiase las propuestas de Colón. Finalmente, la decisión a la que llegó dicha comisión fue poco entusiasta.

Colón estuvo detrás de los monarcas durante cuatro años, defendiendo su punto de vista. Logró ganar suficientes conversos a sus ideas como para mantener alto su propio espíritu y obtener una poderosa ayuda para mantener interesados a Fernando e Isabel.

En definitiva, lo que disgustaba a los monarcas españoles no era tanto la idea del viaje en sí como las exigencias de Colón de títulos y porcentajes de las ganancias. Colón (que era un hombre muy obstinado) no disminuía sus exigencias, y Fernando (que era un hombre muy tacaño) mantuvo su negativa. Fernando estaba asediando Granada en ese momento, y las Indias distantes no significaban mucho para él.

Finalmente, a comienzos de 1492, Colón renunció. Tenía que hacer su propuesta a otra nación, y se marchó a Francia.

Pero, apenas se marchó, Fernando empezó a reconsiderar la cuestión. La guerra había terminado, Granada había sido tomada y España estaba cubierta de gloria. Quizás era tiempo para otra gran aventura. Los que respaldaban a Colón siguieron insistiendo, y los monarcas finalmente capitularon. Se enviaron mensajeros tras el difícil y exigente soñador, y Colón, que casi había llegado a la frontera, volvió.

Las exigencias de Colón fueron aceptadas en su totalidad, pero el apoyo financiero no sería muy grande. Le dieron tres barcos pequeños, bastante desgastados, con un tonelaje total de apenas 190. La tripulación consistía en gran medida en hombres sacados de las prisiones a condición de que hicieran el viaje. Podían estar contentos de hallarse en libertad, pero esto no significaba que sintiesen entusiasmo por navegar hacia el lejano Oeste. Se ha calculado que el coste total de la expedición pudo estar comprendido entre los 16.000 y los 75.000 dólares, no mucho, ni siquiera para esa época.

Pero no debemos ser demasiado críticos con la real pareja. El riesgo era grande y pocos podían pensar, honestamente, que volverían a ver a Colón, sus barcos y su tripulación. Era una inversión muy incierta; pero se supone que Isabel era tan entusiasta del viaje que llegó a decir que empeñaría sus joyas, si era necesario, para proporcionar el dinero a Colón. (Pero no tuvo que hacerlo; el dinero fue reunido por otros medios).

El más grande de los viajes

El 3 de agosto de 1492, Colón, con una tripulación total de 90 hombres en sus tres barcos, zarpó de Palos, un puerto del sur de España, a 50 kilómetros al este de la frontera con Portugal.

Quienes observaron a los barcos perderse en el horizonte sudoccidental probablemente no se percataron de que estaban presenciando el comienzo del más grande viaje marino de todos los tiempos. Quizá Colón, pese a todo su fervor, tampoco se dio cuenta claramente de ello. Pero el hecho es que, como resultado de ese viaje que se iniciaba, Europa se vería obligada a salir de su concha para siempre.

El viaje llevó nuevos horizontes, un nuevo mundo y una nueva tierra a la conciencia de Europa, una nueva visión, nuevas esperanzas y nuevas hazañas. Después de ese viaje, los barcos europeos estarían familiarizados con todos los océanos, y los hombres y mujeres europeos explorarían todos los continentes y todas las islas.

El resultado es que muchos historiadores, en busca de una fecha que pudiera usarse convenientemente para dividir la Edad Media de los Tiempos Modernos, eligieron el año de 1492, y el viaje de Colón que se inició el 3 de agosto de ese año representó para ellos uno de los grandes hitos de la historia humana.

Colón navegó hacia las Islas Canarias, las únicas islas atlánticas en poder de España, y el 6 de septiembre de 1492 zarpó hacia lo desconocido. Fue una sagaz medida de su parte, pues había navegado hacia el Sur lo suficiente como para aprovechar los vientos alisios, que lo empujaron hacia el Oeste. (Los navegantes portugueses que habían tratado de avanzar hacia el Oeste en la latitud más septentrional de las Azores tuvieron en sus rostros los vientos prevalecientes del Oeste).

Durante siete semanas, los barcos de Colón navegaron continuamente hacia el Oeste. Sorprendentemente, fue una travesía totalmente tranquila, la más tranquila que se haya registrado. No hubo una sola tormenta en todas esas semanas, lo cual fue afortunado, en verdad, pues muy probablemente las tres carracas de Colón se habrían hundido en una verdadera tormenta.

Pero durante esas siete semanas no se vio más que mar, sin ningún signo de siquiera la más pequeña isla. Los kilómetros recorridos eran más de los previstos por Colón, y aunque llevaba un diario de a bordo falso que hacía aparecer la distancia menor de lo que realmente era, la tripulación se puso cada vez más nerviosa y rebelde. Sólo la indomable voluntad de Colón mantuvo los barcos navegando hacia el Oeste.

Finalmente, el 12 de octubre de 1492, se avistó tierra. No eran las Indias, por supuesto. Ni siquiera era el continente americano. Sólo era una pequeña isla, pero que estaba a más de tres mil kilómetros al oeste de las Azores. Ningún europeo (dejando de lado los viajes olvidados de fenicios y nórdicos) se había aventurado antes tan al Oeste.

Era una isla habitada, y Colón, que estaba firmemente convencido de que había llegado a las Indias, llamó a los habitantes «indios», por esta razón. Este grotesco nombre erróneo ha persistido hasta hoy
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.

El nombre indio de la isla en la que Colón había desembarcado se llamaba «Guanahani», o al menos así era como los españoles pronunciaban y escribían su nombre. Pero Colón aplicó de inmediato la idea europea de que ningún no-europeo tenía derechos que fuera menester considerar. Tranquilamente tomó posesión de la isla en nombre de España y la llamó San Salvador.

Más tarde ese nombre cayó en desuso y, sorprendentemente, se olvidó la identidad de la isla. Nadie sabe con certeza cuál fue la tierra que primero pisó Colón. Sin embargo, en nuestros días, San Salvador es identificada generalmente con la isla de Watling, nombre derivado del pirata inglés John Watling.

Esa isla, que forma parte de las Bahamas, se encuentra bien al este de ese grupo de islas, lo que hace razonable suponer que allí se produjo el primer desembarco de Colón.

De igual modo, a causa de la certidumbre de Colón de que las islas que descubrió en primer lugar formaban parte de las Indias, las islas situadas frente a la costa americana son llamadas hasta hoy «West Indias» («Indias Occidentales», nombre inglés de las Antillas). Las islas situadas frente a la costa sudoriental de Asia, que merecen mucho más ese nombre, deben distinguirse de ellas llamándolas «Indias Orientales», que constituyen la moderna nación de Indonesia.

Colón se apresuró a buscar mejores ejemplos de la riqueza de las Indias (pues San Salvador sólo era tres veces mayor que la isla de Manhattan y no mostraba signos de pertenecer al opulento Este). En busca de las tierras doradas, llegó a Cuba el 28 de octubre. Siguiendo su costa septentrional, pudo ver inmediatamente que se trataba de una tierra de considerables dimensiones y pensó que podía ser la «Cipango» de la que hablaba Marco Polo (la tierra que hoy llamamos Japón). Al este de ella, el 6 de diciembre, llegó a otra isla a la que llamó «La Española», ocupada hoy por las naciones de Haití y la República Dominicana.

Frente a La Española naufragó su barco más grande, la Santa María. Usó la madera del barco para construir un fuerte en la isla, que guarneció con treinta y nueve voluntarios. Este fue el primer intento de colonizar las nuevas tierras del Oeste. Luego, el 3 de enero de 1493, Colón dirigió sus dos barcos restantes hacia el Este y emprendió el viaje de retorno.

Llegó a las costas del continente europeo el 4 de marzo, cerca de Lisboa. Entró al puerto de Lisboa con los indios que había llevado consigo (que eran la prueba viva de que realmente había llegado a nuevas tierras) y fue recibido con todos los honores por Juan II, indudablemente apenado pero con gran espíritu deportivo.

Colón después se dirigió a España y estuvo de regreso en Palos el 13 de marzo de 1493, ocho meses después de partir. Repentinamente, se convirtió en el hombre más famoso del mundo y admirado por el público, tanto como Lindbergh lo sería en nuestra época y por la misma razón: había realizado una hazaña que pocos juzgaban posible, y la había llevado a cabo con gran estilo. Fue estruendosamente aclamado en Sevilla y se le habría brindado un desfile triunfal, si eso hubiera sido posible. A fines de abril, Fernando e Isabel lo recibieron en Barcelona, y lo trataron como a un rey.

Inmediatamente se planeó un segundo viaje, y esta vez no hubo dificultades para hallar hombres y dinero. El 25 de septiembre de 1493, una flota de diecisiete barcos, con unos 1.500 hombres, zarpó de España. Este segundo viaje llevó nuevamente a Colón a las Antillas, donde descubrió Puerto Rico, en noviembre de 1493. Fue la primera vez que los europeos pusieron pie en tierras que hoy están bajo la bandera de los Estados Unidos.

Luego Colón visitó La Española, el 24 de abril de 1494, y halló que el fuerte construido un año antes estaba destruido y los hombres habían desaparecido, presumiblemente muertos por los indios. Se construyó un fuerte más poderoso, y entonces La Española se convirtió en la primera región de tierras occidentales en las que se establecieron en forma permanente hombres de ascendencia europea. Más aun, el destino del primer fuerte de Colón fue utilizado en lo sucesivo para Justificar el duro trato de los indios. Fue un precedente que iba a aplicarse en todas partes; todo intento de los indios de proteger sus propias tierras contra la invasión sería considerado una conducta atroz que merecía la más enérgica y punitiva réplica.

Pero hasta entonces, en los dos viajes de Colón, sólo se habían descubierto islas. Aún no había hecho pie en una costa continental. Esta situación cambió con el tercer viaje, que inició desde España el 30 de mayo de 1498 y en el cual se hizo una inversión considerablemente menor que en el segundo. Esta vez llegó lejos al Sur y descubrió la isla de Trinidad. En verdad, divisó la costa del continente inmediatamente al sur de Trinidad, pero la tomó por otra isla.

El 9 de mayo de 1502 emprendió su cuarto y último viaje, que lo llevó nuevamente a las islas. Después navegó hasta lo que hoy llamamos América Central, el estrecho istmo que une el continente septentrional y el meridional, y recorrió sus costas. Retornó a España el 7 de noviembre de 1504, después de haber sido abandonado en la isla de Jamaica durante más de un año.

Hasta el día de su muerte (ocurrida el 20 de mayo de 1506), Colón estuvo convencido de que había llegado a las Indias.

En cuanto a los portugueses, se recuperaron del malestar que debieron sentir cuando Colón retornó de su primer viaje. A fin de cuentas, en 1497 Vasco da Gama había llegado a la India, la
verdadera
India, y Portugal estaba en camino de construir un imperio en África y Asia. En contraste con esto, los españoles sólo poseían unas pocas islas bárbaras y distantes, y, aunque las llamasen las Indias, no habían aportado ninguna prueba de la riqueza del Lejano Oriente.

De hecho, Portugal tuvo su parte en el mundo occidental. El 5 de marzo de 1500 un navegante portugués, Pedro Álvarez Cabral, zarpó hacia la India. Se le ocurrió que si bordeaba África en una curva mayor que la habitual, podía aprovechar los vientos alisios. Aunque la distancia fuese mayor, podía gozar de mejor tiempo.

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