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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de América del Norte (9 page)

BOOK: La formación de América del Norte
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Por ello, envió una expedición bajo el mando de Giovanni da Verrazano, un navegante italiano
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, con instrucciones de buscar un paso por el Noroeste.

En enero de 1524 Verrazano navegó hacia el Oeste y el 1 de marzo desembarcó en la costa oriental del continente norteamericano en el cabo Fear (en lo que hoy es Carolina del Norte). No tenía sentido seguir la costa hacia el Sur porque allí estaban los españoles, con quienes no quería enfrentarse. Además, la costa del sur era conocida y se sabía que era sólida. Si había un paso por el Noroeste tenía que estar más al Norte.

Así, navegó hacia el Norte, explorando la costa, y el 17 de abril entró en lo que hoy se llama la bahía de Nueva York, pasando por el angosto estrecho que hay entre Brooklyn y Staten Island, donde ahora se encuentra el Puente de Verrazano.

Verrazano concluyó que la bahía no era la abertura del paso por el Noroeste y continuó rastreando la costa hacia el Norte. También juzgó inútil la bahía de Narragansett. Finalmente, llegó a Terranova y, habiéndose quedado sin provisiones, retornó a Francia, donde desembarcó el 8 de Julio, después de una ausencia de medio año.

El resultado del viaje de Verrazano era desalentador. La costa oriental de América del Norte parecía compacta a todo lo largo del camino hasta lo que hoy se llama Nueva Escocia. Si el paso del Noroeste existía, debía estar al norte de esta península.

Francisco I no pudo informarse enseguida de los detalles del viaje de Verrazano. En 1525 fue derrotado por España y tomado prisionero. Fue liberado al año siguiente, sólo después de hacer humillantes concesiones, y luego tuvo que librar otra guerra para tratar de recuperarse de sus pérdidas, pero no lo consiguió.

Sólo diez años más tarde Francisco I halló tiempo para pensar nuevamente en el paso por el Noroeste. Esta vez envió en la misión a un navegante francés, Jacques Cartier, para investigar qué había al norte de Nueva Escocia.

Cartier, con dos barcos y 61 hombres, abandonó Francia el 20 de abril de 1534 y llegó a Terranova, el 10 de mayo. Para entonces Terranova era bien conocida por todas las naciones europeas, aunque no había sido colonizada por ninguna de ellas. En verdad, la costa continental situada al oeste de Terranova tenía, sorprendentemente, un nombre portugués. Al parecer, un navegante portugués, Gaspar Corterreal, había navegado a lo largo de esa parte de la costa en 1501, había recogido a un grupo de hombres de las tribus y se los había llevado como esclavos. Llamó a la costa «Terra del Laboratore» (Tierra de los Esclavos), y desde entonces ha sido llamada el Labrador.

Pero Cartier hizo algo que ningún navegante europeo había hecho antes (excepto, quizá, los nórdicos). Navegó por el angosto estrecho de Belle Isle, de sólo 16 kilómetros de ancho en su parte más estrecha, que separa Terranova del Labrador. Hecho esto, puso proa al Sur y navegó a lo largo de la hasta entonces inexplorada costa occidental de Terranova. El 10 de agosto de 1534 penetró en el gran brazo de mar que se halla al oeste de Terranova. Puesto que ese es el día dedicado a San Lorenzo, dicho brazo de mar fue llamado en su honor golfo de San Lorenzo.

Cartier tomó posesión en nombre de Francia de los territorios que tocó. Trató de descubrir cuál era el nombre del territorio interrogando a los indios locales, pues pensó, lleno de excitación, que ese gran brazo de mar podía ser el comienzo del estrecho que lo llevase al océano Pacífico. Pero los indios creyeron que les preguntaba qué eran ciertas pequeñas construcciones, ya que parecía señalarlas. Así, le transmitieron la palabra que usaban para «cabañas», que era algo similar a «cañada». Como resultado de ello, Cartier llamó a la región Canadá.

Cartier retornó a Francia con algunos indios cautivos y con las noticias de su descubrimiento de ese promisorio brazo de mar. Luego hizo otros dos viajes a la región, uno en 1535 y el segundo en 1541. En ambos navegó aguas arriba del río hoy llamado San Lorenzo hasta una colina a la que llamó «Mont Real» (Monte Real), cerca de la cual se fundaría más tarde la ciudad de Montreal.

Quedó claro para él que el San Lorenzo era un río, y no un estrecho, y que sólo podía conducir al interior del vasto continente y no al Pacífico. Evidentemente, si el paso del Noroeste existía, debía estar tan al Norte que debía pasar por mares polares bloqueados por los hielos. Francisco I, desalentado, perdió interés.

Pero algunos franceses siguieron interesados en el Nuevo Mundo por razones que no tenían nada que ver con el paso del Noroeste o la riqueza de las Indias. Había nuevas razones para abandonar Europa en busca de una costa lejana, pues Europa se había convertido en un campo de batalla religioso.

En tiempo de Colón toda Europa occidental reconocía al Papa romano como cabeza de la Iglesia y aceptaba su autoridad. Pero en 1517 un monje alemán, Martín Lutero, empezó a cuestionar tal autoridad y, en un lapso sorprendentemente corto, grandes partes de Alemania y Holanda, toda Escandinavia y la mayor parte de Inglaterra, se separaron de la Iglesia y sus habitantes se convirtieron en «protestantes» de una u otra clase.

Pero no se llegó a eso sin mucha controversia y, luego, la guerra. Alrededor de 1546 empezaron una serie de conflictos religiosos en Europa que proseguirían con creciente encono durante un siglo.

En Francia los protestantes eran llamados «hugonotes». Sólo eran una minoría de la población, aunque una minoría militante, y hubo una fricción cada vez mayor entre ellos y la mayoría católica. El más influyente de los jefes hugonotes era el almirante Gaspard de Coligny, a quien se le ocurrió que los hugonotes podían hallar un nuevo hogar en el cual poder efectuar el culto que deseaban.

Así, Coligny fue el primero en pensar en las Américas como un refugio, un lugar donde los colonos podían construir un hogar nuevo y mejor, un lugar donde escapar de las injusticias de Europa, y no ya un lugar donde buscar riquezas.

El joven rey francés Carlos IX (un hijo de Francisco I) le concedió el permiso para establecer colonias en las Américas. El rey sólo tenía diez años de edad a la sazón, pero su madre, Catalina de Medicis, que era quien realmente gobernaba, tenía sus propias razones para estar de acuerdo. Si los hugonotes querían marcharse, que se fueran, tanto mejor; ella no cedía nada, pues las Américas eran, teóricamente, territorio español.

Dos barcos cargados de hugonotes, bajo la conducción de Jean Ribaut, zarparon el 18 de febrero de 1562, y el 1 de mayo desembarcaron en el norte de la Florida. Se dirigieron hacia el Norte y finalmente llegaron a la costa de lo que es ahora Carolina del Sur. Fundaron una colonia que llamaron Port Royal. (Ese sitio está ahora ocupado por una ciudad que lleva el mismo nombre). A la región circundante la llamaron «Carolana», según la versión latina (Carolus) del nombre del rey francés Carlos.

Ribaut dejó a treinta hombres y volvió a Francia. Pero los colonos pronto empezaron a sentir una creciente nostalgia, encallados como estaban en el quinto infierno. Construyeron barcos y trataron de volver a Francia. Seguramente hubieran perecido de no haber sido hallados por un barco inglés que los llevó a Inglaterra.

Para entonces las fricciones entre hugonotes y católicos habían desembocado en una guerra civil, la primera de ocho que iban a extenderse a lo largo de un período de treinta y seis años. Los hugonotes consideraron más deseable que nunca establecer una colonia en América.

En 1564 hicieron un segundo y más elaborado intento 300 colonos que zarparon para América al mando de un lugarteniente de Ribaut. Esta vez los colonos desembarcaron en el río de San Juan, en la Florida septentrional. A unos kilómetros aguas arriba del río fundaron una colonia que llamaron Fort Caroline, nuevamente por el nombre del rey. Estaban en territorio español, por supuesto; pero a la sazón España no había creado asentamientos en la Península, y los colonos se sintieron seguros. En 1565 llegó el mismo Ribaut con nuevos colonos y las cosas parecieron marchar bastante bien para los hugonotes.

Pero los españoles estaban furiosos. Que fueran franceses era bastante malo para España, que estaba librando una prolongada guerra con Francia por entonces, pero que fuesen franceses protestantes era mucho peor. España era el país más fanáticamente católico de Europa, y tener protestantes viviendo en territorio que los españoles reclamaban como propios era intolerable.

Carlos I de España abdicó en 1556 y pasó a gobernar su hijo con el nombre de Felipe II. Este se consideraba el jefe de las fuerzas del catolicismo en Europa, y emprendió la acción. Designó a Pedro Menéndez de Ávila gobernador de la Florida y le dio instrucciones específicas para que barriese a la colonia de hugonotes.

Menéndez zarpó hacia la Florida y, a fines de agosto de 1565, fundó San Agustín, un poblado situado sobre la costa, a unos sesenta y cinco kilómetros al sur de la colonia de los hugonotes. El sitio ha permanecido ocupado desde entonces, de modo que fue la primera ciudad creada por europeos en el territorio de los Estados Unidos continentales. (San Juan, en Puerto Rico, donde ondea la bandera norteamericana, es más antiguo, pues fue fundado en 1510).

Menéndez llevó sus barcos hacia el Norte contra los hugonotes. Fingiendo una acción naval para mantener a los barcos de Ribaut en el mar, Menéndez envió a tierra un contingente contra la colonia hugonote. Los españoles la tomaron y mataron a todos los franceses que encontraron, proclamando que lo hacían no porque fuesen franceses, sino porque eran protestantes. Más tarde los barcos de Ribaut fueron dañados por una tormenta, y el mismo Ribaut fue capturado por los españoles y muerto.

Así terminaron los intentos de los hugonotes de fundar una colonia en los Estados Unidos; la primera prueba de América como refugio religioso fue un fracaso. Su único resultado fue empujar a España a establecerse firmemente en la Florida y fortalecer el dominio español sobre el continente.

El botín inglés

Pero España estaba extendiéndose demasiado. Puso a sus hombres y sus barcos en los océanos del mundo para constituir un enorme imperio que no sólo incluía a las Américas, sino también varias regiones de Europa y del Lejano Oriente. Siguió librando constantes guerras en todas partes, en un esfuerzo dirigido a aplastar el protestantismo, y fue llevada a la bancarrota.

Sin duda, mucha riqueza aparente, en forma de oro y plata, llegó a España de las minas de las Américas, pero esto sirvió de poco. Los metales que afluyeron a Europa sólo consiguieron elevar los precios, y el rey español, Felipe II, descubrió que cuanto más oro tenía, tanto más oro costaba todo.

Más aun, España no desarrolló la agricultura y la industria al ritmo de otras naciones de Europa. El resultado fue que el oro de América tenía que ser cambiado por los artículos que otras naciones podían suministrar a España; las naciones con barcos e industria se hicieron ricas.

Entre las naciones cada vez más prósperas en el siglo XVI se contaba Inglaterra. Alrededor de 1530 Enrique VIII de Inglaterra había roto con Roma, y en su reinado, como en el de su hijo Eduardo VI, quien le sucedió en 1547, Inglaterra se hizo oficialmente protestante.

Eduardo VI murió en 1553 y le sucedió su media hermana católica María I. Esta se casó con Felipe II, y por un momento pareció que Inglaterra volvería a ser católica. Pero en 1558 María murió sin dejar hijos; la sucedió su media hermana protestante Isabel I. Inglaterra fue protestante para siempre.

Durante el largo reinado de Isabel hubo una creciente hostilidad contra España, pues Felipe II ansiaba librarse de Isabel por cualquier medio y colocar a su prima (otra María) en el trono. María era Reina de Escocia y católica. Había sido expulsada de su propio país por la nobleza protestante hostil y había buscado refugio en Inglaterra. Isabel la mantuvo en prisión, pero aun así era el centro de las conspiraciones antiprotestantes.

Isabel era una reina cautelosa que, al igual que su abuelo Enrique VII, no gustaba de gastar dinero o hacer la guerra, por lo que se abstuvo de tomar medidas concretas y bélicas contra España, por muy claras que fuesen la enemistad y las intrigas españolas. Por otro lado, no hizo nada para impedir que navegantes ingleses se enriqueciesen a expensas de España mediante acciones que equivalían a la piratería, prácticamente. Isabel siempre sostuvo ante los españoles que ella no era responsable de las acciones de sus marinos, pero los honró, los hizo caballeros y (lo más importante para ella) compartió sus botines y se deleitó en los pinchazos con que ellos desangraban y debilitaban al Imperio español.

Uno de esos navegantes fue John Hawkins. Su padre había estado en el comercio de esclavos, y él mismo siguió esa práctica. Obtenía esclavos negros en el África occidental por prácticamente nada y los llevaba a las Antillas, donde los vendía por grandes cantidades de mercancías útiles, como azúcar. Era una empresa muy provechosa, y tanto los portugueses en África como los españoles en las Antillas estaban furiosos, no por la inmoralidad de ese tráfico de seres humanos, sino porque deseaban los beneficios para ellos.

Hawkins encolerizó aun más a los españoles cuando, en 1565, donó suministros a los colonos hugonotes de Fort Caroline.

En 1567 Hawkins preparó seis barcos para hacer otra expedición comercial a las Antillas. Esta vez fue con él un pariente distante, Francis Drake, quien tenía alrededor de veinticinco años por entonces. Hawkins recogió sus esclavos, los vendió muy provechosamente y el Joven Drake se enriqueció. Luego, cuando Hawkins navegaba de vuelta hacia Inglaterra, en el verano de 1568, fue cogido por una tormenta.

Los seis barcos lograron llegar a un puerto español de la costa de México (la moderna Veracruz). Se permitió a los barcos ingleses entrar y efectuar reparaciones, principalmente porque los españoles del lugar no tenían barcos con los cuales arriesgarse a emprender una acción hostil.

Pero mientras los barcos ingleses estaban en el puerto llegaron de España trece grandes barcos bien armados. A bordo de ellos estaba el nuevo gobernador de México (o Nueva España, como se lo llamaba). Los ingleses podían haber impedido a los españoles entrar en el puerto, pues podían controlar el paso con sus cañones. Pero no estaban ansiosos de combatir. Todo lo que querían era terminar sus reparaciones y volver seguramente a su país con su carga de riqueza. De modo que Hawkins parlamentó con los españoles de los barcos y les ofreció permitirles entrar si los españoles, a su vez, le permitían salir cuando las reparaciones estuviesen terminadas.

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