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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de América del Norte (24 page)

BOOK: La formación de América del Norte
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En verdad su fama no provenía de sus hazañas de poca monta como pirata, sino del rumor de que había enterrado parte de su botín en el este de Long Island. Esos rumores sobre los escondrijos de su tesoro en la costa perduraron muchos años y mantuvieron fresco su recuerdo.

Un pirata mucho más eficaz fue Bartholomew Roberts, nacido en Gales, y de quien se decía que había tomado más de 400 barcos antes de morir en acción en 1722, a la edad de cuarenta años. Se supone que llevó sus asuntos de manera estrictamente comercial y mantenía a su tripulación severamente en forma. El mismo era abstemio y, si bien permitía a sus hombres beber con moderación, no toleraba el juego ni mujeres a bordo.

Estaba también Edward Teach, que fue corsario (una especie de pirata con apoyo del gobierno) durante la guerra de la reina Ana, en la cual limitó sus depredaciones a los franceses y los españoles. Posteriormente continuó con sus actividades de manera menos discriminada. A causa de su abundante vello facial, que llevaba en largos rizos, se lo llamaba «Barba Negra».

En 1717 capturó un barco mercante francés, lo equipó con cuarenta cañones e hizo de él un formidable buque de guerra. Invernaba en las islas que están frente a la costa de Carolina del Norte y quizá logró allí la inmunidad haciendo que algunos funcionarios coloniales recibiesen parte de sus ganancias.

Fue Virginia la que puso fin a Barba Negra. Su amistad con funcionarios de las Carolinas lo indispuso con la administración de Virginia, proclive a considerar a las Carolinas regiones enemigas, no colonias hermanas. En 1718 Virginia envió barcos bajo el mando del alférez Robert Maynard. Barba Negra fue arrinconado en una de las extensas islas que bordean la costa de Carolina del Norte. En una fiera lucha, con muchas bajas por ambas partes, Maynard logró matar a Barba Negra en combate personal.

La amenaza de los piratas declinó posteriormente, pero el recuerdo de aquellos días ha sido inmortalizado en la obra clásica de Robert Louis Stevenson,
La isla del tesoro
.

Con Georgia hacen trece

La creciente fuerza de las Carolinas y la continua decadencia de España tentaron a los habitantes de Carolina del Sur a avanzar más hacia el Sur, en parte para obtener nuevas tierras y en parte para alejar a los indios. Lo hicieron, con las protestas de España, y en 1727 estalló prácticamente la guerra entre Carolina del Sur y la Florida. Una expedición de carolinos del Sur hizo incursiones hasta cerca de San Agustín y se hizo evidente que España ya no podía retener todo el territorio situado entre San Agustín y Charleston.

Esto significaba que había lugar para otra colonia británica al sur de Carolina del Sur, y esto fue considerado un don del cielo por James Edward Ogiethorpe, un soldado británico y destacado filántropo.

En su juventud, Ogiethorpe había luchado al lado de los austriacos contra los turcos, y luego, en 1722, pasó a actividades pacíficas y entró en el Parlamento. Allí prestó servicios en una comisión que investigaba la situación en las prisiones de Gran Bretaña.

En aquellos días las prisiones eran inimaginablemente horribles. Para empeorar las cosas, era común la prisión por deudas. Puesto que la prisión misma hacía imposible que el prisionero pagase sus deudas, a menudo equivalía a una condena para toda la vida por «crímenes» que, con frecuencia, eran el resultado de algo no más perverso que la miseria y el desamparo.

Ogiethorpe se dolía de esta situación y pensó que si en América podían fundarse colonias como refugio para personas de una particular creencia religiosa, también podían ser un refugio para los pobres e infortunados de cualquier secta.

El 9 de junio de 1732 obtuvo una carta para fundar una colonia semejante en el espacio que ahora parecía disponible al sur de Carolina del Sur. El Gobierno británico se sintió muy feliz de conceder tal carta, pues no veía inconveniente alguno en enviar barcos cargados de deudores y pobres fuera del país y con destino a un lugar donde podían servir para amortiguar los ataques de españoles e indios contra las Carolinas.

A la sazón una nueva dinastía gobernaba Gran Bretaña. La reina Ana había muerto en 1714, poco después de firmarse el Tratado de Utrecht, y no había dejado herederos. El Parlamento rechazó al hijo católico de Jacobo II y eligió a Jorge de Hannover. Era bisnieto de Jacobo I y primo segundo de la reina Ana.

Gobernó con el nombre de Jorge I. Como sólo hablaba alemán y carecía de todo interés en los asuntos británicos, se contentó con reinar sólo nominalmente, dejando toda la conducción del gobierno en manos del primer ministro, con lo cual inició la forma moderna de gobierno de Gran Bretaña en la que el monarca, si bien es querido, no ejerce autoridad.

Jorge I murió en 1727 y fue sucedido por su hijo, Jorge II, también de formación principalmente alemana y contento de que gobernase el primer ministro. Fue Jorge II quien otorgó la carta a Ogiethorpe y, en su honor, la nueva colonia fue llamada Georgia.

En enero de 1733 Ogiethorpe y un grupo de 120 colonos desembarcaron en Charleston y luego se trasladaron al Sur, hasta la desembocadura del río Savannah, que constituía el límite meridional de Carolina del Sur. Allí, en la orilla meridional, fundó Savannah, el 12 de febrero.

Ogiethorpe hizo todo lo posible por establecer principios humanitarios en la colonia. Trató de impedir la formación de grandes propiedades, prohibió la venta de bebidas fuertes y la importación de esclavos negros. Pero, con el tiempo, estas reglas se relajaron y Georgia adoptó el tipo de cultura de las otras colonias sureñas. En 1755, cuando el número de colonos blancos de Georgia sólo era aún de 2.000, ya había 1.000 esclavos negros.

En 1733, pues, la lista de las colonias, tal como se da comúnmente, llegó al número de trece. De Norte a Sur, eran las siguientes: New Hamshire, Massachussets, Rhode Island, Connecticut, Nueva York, Nueva Jersey, Pensilvania, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia.

De ellas, seis tenían los límites que ahora les asignamos: Massachussets (excluyendo sus colonias de Maine), Connecticut, Rhode Island, Nueva Jersey, Delaware y Maryland. Las siete restantes (más la parte correspondiente a Maine de Massachussets) aún estaban expandiéndose.

Las trece colonias estaban avanzando en muchos aspectos. La actitud ante la religión se liberalizaba constantemente. En 1696, por ejemplo, Carolina del Sur estableció formalmente la libertad de culto para todos los protestantes. En 1709 los cuáqueros pudieron crear un templo en Boston, donde medio siglo antes se había ahorcado a cuáqueros sólo por ser cuáqueros.

Pero la tolerancia todavía no se extendía, oficialmente al menos, a los católicos. Hasta Maryland, que en sus comienzos había sido una colonia patrocinada por católicos, dejó de ser católica en tiempos de Cromwell. En 1704 de hecho se prohibió el culto público a los católicos. Después de la caída de Jacobo II, en 1688, se había quitado el control de la colonia a los Baltimore católicos, y sólo les fue devuelto en 1715, cuando uno de ellos se hizo protestante.

Sin embargo, no hubo una persecución activa de católicos (ni de judíos tampoco).

Siguieron dándose pasos vacilantes hacia el fin de la esclavitud, al menos en el Norte. En la ciudad de Nueva York, el 12 de abril de 1712 se produjo una revuelta de esclavos que fue rápidamente aplastada; veinte negros fueron muertos o ejecutados. Por inútil que fuese la revuelta mostró que ser amo de esclavos tenía sus problemas. Por ello, el 7 de junio de 1712 Pensilvania (con su herencia cuáquera) aprobó una ley prohibiendo nuevas importaciones de esclavos negros. La diferencia de actitud hacia la esclavitud entre el Norte y el Sur aumentó un poco más.

La liberalización de las cuestiones sociales y el aumento de las libertades civiles continuaron en otra dirección. Los colonos, con su tradición de autogobierno inglés, se preocuparon intensamente por conservar en su nueva tierra todos sus derechos de ingleses libres (aun aquellos que no eran de origen inglés). Esto implicaba el privilegio de expresarse libremente, oralmente o por escrito.

El 24 de abril de 1704 comenzó la publicación del
Boston Newsletter
. Fue el primer periódico publicado regularmente en América. Pronto le siguieron otros, y no pasó mucho tiempo antes de que éstos comenzasen a publicar críticas al gobierno colonial.

Fue en Nueva York donde la cuestión alcanzó su mayor agudeza. Involucró a un periodista de origen alemán, John Peter Zenger, que había llegado a Nueva York en 1710.

En las primeras décadas del Siglo XVIII la
New York Gazette
era el principal periódico de la colonia y estaba controlado por el gobernador, William Cosby, y sus funcionarios.

El 5 de noviembre de 1733 Zenger empezó a publicar el
New York Weekly Journal,
que estaba en desacuerdo con la versión oficial de las noticias, denunciaba la hipocresía y la corrupción (según su juicio), y no vaciló en atacar al mismo Cosby en términos virulentos. En 1734 una elección de concejales dio una mayoría contraria a Cosby.

Cosby, furioso, estaba seguro de que los editoriales de Zenger eran los causantes de esa situación y lo hizo arrestar por difamación el 17 de noviembre de 1734.

Tenía que haber un juicio por jurados, naturalmente, pero Cosby persiguió a los abogados que trataron de defender a Zenger e insistió, además, en que sólo los jueces podían decidir si había habido difamación y en que la difamación era algo ofensivo, fuese verdadera o no. La tarea del jurado era solamente decidir si la difamación realmente se había publicado. (Todo esto significaba que Zenger no podía ser considerado inocente).

El juicio se llevó a cabo en agosto de 1735 y Zenger, ciertamente, habría sido condenado de no ser por la repentina aparición del anciano Andrew Hamilton, un abogado de Filadelfia que era el jurista más respetado de América.

En una alocución emocionante y fogosa, Hamilton sostuvo que la verdad, por ofensiva que fuese, no es difamación; que el jurado debía decidir si algo era difamatorio o verdadero; y que la libertad de publicar la verdad, por ofensiva que fuese, formaba parte del derecho de los ingleses. El jurado y también la opinión pública apoyaron vigorosamente a Hamilton.

La decisión, que consistió en absolver a Zenger, no puso fin a los intentos de los gobernadores coloniales de controlar la prensa, pero aumentó mucho las dificultades de hacerlo. Los periódicos se multiplicaron en las colonias, y hasta en Virginia, donde antaño Berkeley se había jactado de que no tenía ninguna imprenta, se creó su primer periódico, la
Virginia Gazette
, el 6 de agosto de 1736.

La crítica de los funcionarios del gobierno siguió vigorosamente (y a veces hasta malintencionadamente), y se produjo un constante traspaso de poder del Ejecutivo, fuese un propietario o un gobernador real, hacia las legislaturas popularmente elegidas. (Pero claro que las legislaturas eran elegidas por un electorado limitado, pues en todas las colonias sólo podían votar los hombres de determinada cantidad de propiedad).

Los adelantos de las colonias también plantearon a Gran Bretaña ciertos problemas económicos. A medida que los caminos mejoraron y los colonos pudieron viajar más libremente, el comercio intercolonial adquirió creciente importancia. Se hizo posible que los hombres de una colonia comprasen artículos en otra colonia, y no en Inglaterra. Esto no fue bien visto por la metrópoli.

En 1699, por ejemplo, aprobó el Acta de la Lana, que prohibía a una colonia embarcar lana o productos de lana hacia otra. Las colonias que tenían lana para vender no podían venderla a otra colonia ni a Inglaterra, sino que debía usarla internamente. En cambio, las colonias que necesitaban lana tenían que comprarla a Inglaterra. Este fue otro ejemplo del intento de Inglaterra de obtener un beneficio para sus manufacturas a expensas de los colonos.

Lo que pareció aun más injusto fue que Gran Bretaña, una generación más tarde, trató de sacar dinero de las trece colonias en beneficio de otras colonias.

Como verá el lector, las trece colonias no eran todas las que había. Hablamos de trece porque fueron esas trece las que, más tarde, conquistaron su independencia de Gran Bretaña. Pero, en realidad, quien hubiese contado las colonias británicas en América del Norte en 1733 (después de la fundación de Georgia) habría hallado más de trece.

Con Nueva Escocia eran catorce, y con Terranova, quince. Sin duda, los habitantes de Nueva Escocia eran en su mayoría franceses, y los de Terranova eran en gran medida inexistentes, y Gran Bretaña no tenía ninguna razón para favorecerlos.

Pero en el Sur había otras dos colonias. Eran las islas antillanas de Jamaica (arrebatada a España en 1655) y Barbados, que había sido colonizada aun antes. Eran mucho más rentables y mucho menos molestas que las colonias de tierra firme y eran consideradas mucho más favorablemente por la corona británica.

Jamaica era casi tan grande como Conneticut en superficie y en 1733 tenía una población de más de 50.000 habitantes, casi el doble que Connecticut. Barbados, de sólo la mitad de la superficie que la actual ciudad de Nueva York, tenía una población de 75.000 personas. (Claro que la mayor parte de la población de estas islas eran esclavos negros; no más de 15.000 habitantes de ambas islas eran blancos).

Estas islas británicas eran productoras de azúcar y sus grandes exportaciones rentables eran la melaza y el ron. Por estos productos los colonos de tierra firme, particularmente los de Nueva Inglaterra, podían cambiar los suyos. Obtenido el ron, iban a África y lo cambiaban por esclavos negros, a quienes vendían en América. En cada paso de este comercio llamado triangular, que había comenzado tan tempranamente como 1698, los comerciantes emprendedores podían obtener un buen beneficio.

Cuando las islas francesas y neerlandesas de las Antillas aumentaron su producción de azúcar y ofrecieron precios más baratos que los de las islas británicas, los colonos de tierra firme acudieron gozosamente adonde se les brindaba mayores ganancias. Las islas británicas sufrieron una seria depresión y empezaron a presionar sobre el gobierno de la metrópoli, el cual respondió positivamente. El 17 de mayo de 1733 Gran Bretaña aprobó el Acta de la Melaza, que imponía aranceles aduaneros enormes al azúcar y el ron no británicos. En efecto, esto significó que los colonos se verían obligados a comerciar con las islas británicas a precios más elevados, de modo que sus beneficios irían a parar a los bolsillos de los propietarios de plantaciones de las islas.

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