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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de América del Norte (28 page)

BOOK: La formación de América del Norte
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En medio de sus muchas y variadas actividades, Franklin también se había dedicado a la política. En 1748 fue elegido miembro del concejo municipal de Filadelfia; y en 1750 fue elegido para la Asamblea Legislativa de Pensilvania. En 1753 fue nombrado director general de Correos para todas las colonias y pronto convirtió la institución, financieramente deficitaria, del correo en una mina de oro.

Como miembro de la Asamblea de Pensilvania, Franklin fue uno de los cabecillas de los colonos que se oponían a la actitud pasiva de los Penns frente a los nubarrones amenazantes de la guerra. Luchó duramente para persuadir a Pensilvania a que crease una especie de ejército de voluntarios que se auto-mantuviese y no dependiese del dinero de los Penns. Pero en esto fracasó.

Así, él y otros en el Norte contemplaron la situación con creciente aprensión y con un inquietante sentimiento de impotencia.

Y no eran solamente los progresos franceses los que oscurecían las nubes que se cernían sobre el futuro de la colonia. La situación india era igualmente inquietante.

En todas las guerras anteriores con Francia la mayor parte de los daños sufridos por las colonias habían sido obra de los aliados indios de Francia. Que la situación no fuese aun peor se debía enteramente al hecho de que podía contarse con que las intrépidas tribus iroquesas continuasen siendo anti-francesas. Pero, ¿sería siempre así?

En los años transcurridos desde la guerra del rey Jorge habían seguido siendo lealmente pro-británicas, sin duda; pero esto fue el resultado de la labor de un hombre notable llamado William Johnson.

Johnson había nacido en Irlanda en 1715, y había emigrado a América en 1737, en respuesta al llamado de su tío. Este tío, sir Peter Warren, tenía una finca en el interior de Nueva York, sobre la orilla meridional del río Mohawk, a unos 40 kilómetros al oeste de Schenectady. Johnson se estableció allí y, a requerimiento de su tío, se hizo cargo de la administración.

Johnson compró tierras también en el lado septentrional del río y se convirtió en un gran terrateniente. Era territorio iroqués, pero Johnson intentó el novedoso experimento de tratar a los «salvajes» con sincera amistad. Mediaba en las disputas entre indios y colonos, y lo hacía con escrupulosa justicia. Estimuló la educación entre los indios, comerció con ellos honestamente, usó ropas indias, aprendió su lengua y se perfeccionó en el conocimiento y la práctica de sus costumbres. Luego, cuando su esposa europea murió, se casó con una muchacha india.

Como parecía ocurrir siempre, cuando los indios eran tratados con amistad y respeto, respondían del mismo modo. Johnson fue adoptado por la tribu mohawk y hasta recibió un cargo entre ellos. Durante toda su vida fue el hombre mediante el cual los británicos y los colonos trataban con los indios.

Pero Johnson era un solo hombre, y los iroqueses no podían permanecer ciegos a los hechos de la vida. Y era un hecho que los franceses eran mucho más ilustrados que los británicos (pese al excepcional ejemplo de Johnson) en su trato con los indios. La constante expansión de los establecimientos coloniales densos era un peligro mayor para el modo de vida de los indios, para su existencia misma, que la tenue expansión de los comerciantes y los soldados franceses.

Finalmente, a comienzos del decenio de 1750-1759, los franceses llevaron a cabo una política agresiva y triunfal en el territorio de Ohio, y cortejaban a los iroqueses con gran ardor. Los iroqueses no podían por menos de prestar oídos, particularmente puesto que sentían el deseo muy natural de estar de la parte ganadora.

Por primera vez desde el comienzo de las guerras franco-británicas parecía haber un verdadero peligro de que los iroqueses pudiesen marcharse con los franceses. Y si esto ocurría, nada en el mundo podría impedir que Nueva York, y quizá Nueva Inglaterra, fuesen aplastadas. Luego podían caer las otras colonias.

El resultado fue que la Junta Británica de Comercio, muy preocupada, sugirió en 1753 que las colonias negociasen con los iroqueses para satisfacer todas las quejas que los indios pudiesen tener.

Nueva York, al menos, estaba totalmente de acuerdo, pues sobre ella, ciertamente, caería con más mortífera fuerza la hostilidad iroquesa. El gobernador de Nueva York, James DeLancey, envió una invitación a las otras colonias para que se reuniesen en un congreso general con los indios de Albany.

Las colonias que se sintieron directamente amenazadas por los iroqueses respondieron al llamado. Se trataba de Pensilvania, Maryland y las cuatro colonias de Nueva Inglaterra. Estas, junto con Nueva York, fueron las siete colonias representadas en el congreso. Las conversaciones comenzaron oficialmente el 19 de junio de 1754.

Junto con los veinticinco delegados coloniales estaban presentes ciento cincuenta iroqueses. Fueron febrilmente halagados con promesas y presentes, y fueron despedidos con muchas sonrisas y una inflada oratoria. A este respecto, el Congreso de Albany, como fue llamado, tuvo un éxito completo, pues los iroqueses no se pasaron al bando de los franceses.

Luego el congreso hizo recomendaciones para la designación de funcionarios regulares que tratasen con los indios y condujesen la colonización al Oeste. William Johnson, que estuvo en el Congreso de Albany, fue nombrado «superintendente ante los indios», una especie de embajador oficial ante los iroqueses y sus aliados indios. Ocupó ese puesto hasta su muerte, y mientras vivió los problemas con los indios fueron mínimos.

Pero si bien quedaban resueltas las cuestiones con los indios en la medida de lo posible, algunos delegados sentían preocupación. ¿Qué pasaba con los franceses? La expedición de Washington, por entonces en marcha, había registrado una victoria inicial de muy pequeñas proporciones, pero no parecía probable que lograse mucho más.

Benjamín Franklin fue delegado al Congreso de Albany; su opinión era que las colonias no podían defenderse eficientemente si permanecían separadas y, en verdad, hasta hostiles unas a otras a menudo. En el anterior mes de marzo había concebido un esquema de unificación colonial, y ahora lo propuso al Congreso, el 24 de junio. Logró persuadir al Congreso a que lo adoptara; se aprobó una moción el 10 de julio (una semana después de la rendición de Washington en Fort Necessity); y el plan fue luego sometido a las colonias y a Gran Bretaña.

La propuesta de Franklin era que las colonias fuesen gobernadas por un gobernador general nombrado y pagado por la corona británica. Debía tener vastos poderes, pero no sería un autócrata. Con él gobernaría un «gran concejo» de 48 miembros, al que todas las colonias enviarían delegados. El número de delegados variaría de dos, para algunas colonias, hasta siete, para otras, siendo el número proporcional, aproximadamente, a la población. (Más tarde, Franklin planeó que el número de delegados fuese proporcional a la contribución financiera de cada colonia. Esto, en teoría, estimularía a cada colonia a competir con las otras en generosidad de apoyo financiero a la confederación).

El gran concejo se reuniría anualmente y abordaría esencialmente los problemas que las colonias tenían en común, dejando los asuntos internos de cada colonia bajo su propio control. Así, el gran concejo consideraría los tratados con los indios, la expansión a territorios que no estuviesen claramente dentro de ninguna colonia y cuestiones militares, como fortificaciones, ejércitos, armadas e impuestos de guerra.

La propuesta, de hecho firmada el 4 de julio (¡justamente!), adquiere importancia considerada retrospectivamente, pero halló una fría desaprobación por todas partes. El Gobierno británico pensó que había concedido demasiado poder a las colonias, y esto no le agradaba para nada. Las colonias juzgaron que habían otorgado demasiado poder a la Corona y aquellos que no expresaron abiertamente su desaprobación, sencillamente ignoraron el plan. Ninguna colonia estaba dispuesta a ceder ninguno de sus derechos para el bien común, aunque había comenzado otra guerra con Francia en América del Norte.

La derrota de Braddock

El Gobierno británico, aunque no se hallaba suficientemente impresionado por la crisis como para correr en apoyo del plan de Franklin de unión colonial, después de la derrota de Washington reconoció la necesidad de hacer algo. Decidió enviar soldados regulares a Norteamérica, aunque todavía estaba oficialmente en paz con Francia.

Por ello dos regimientos adecuadamente pertrechados y financiados fueron enviados a Virginia para que allí se hiciesen cargo de la situación. A su mando estaba el general Edward Braddock, quien había combatido en los Países Bajos durante la guerra de Sucesión de Austria. El 20 de febrero de 1755 Braddock y sus hombres llegaron a Virginia

Sin duda los británicos pensaban que, con semejante fuerza en Virginia, no habría problema alguno en disciplinar a los colonos, usándolos como fuerzas auxiliares, y luego derrotar a unos pocos franceses y sus aliados bárbaros.

Esto quizá habría sido posible, pero conspiraba contra esta posibilidad el mismo carácter de Braddock. Su experiencia derivaba totalmente de la guerra europea, que, por aquel entonces, se libraba con maniobras de plaza de armas según la llamada «táctica lineal». Una línea de soldados marchaba al campo de batalla donde formaban líneas de tres en fondo. Juntos, hombro con hombro, levantaban sus mosquetes al unísono y disparaban al mismo tiempo al recibir la orden. Era como un coro militar, donde no había cabida para la iniciativa individual.

Este modo de combate era impuesto por la naturaleza de las armas. El mosquete era un arma muy imprecisa, tanto que los soldados no eran entrenados en el tiro de precisión, pues tal cosa no era posible. Para que el fuego de mosquetes surtiera efecto debía ser disparado en cantidad y al unísono, de modo que, por mera probabilidad estadística, pudieran lograrse cierto número de aciertos.

Esto funcionaba bastante bien cuando el enemigo también formaba una línea y efectuaba movimientos militares parecidos: la parte mejor entrenada en el cumplimiento de las órdenes y más capaz de resistir el fuego enemigo era la que ganaba. Pero, ¿qué ocurría si el enemigo decidía combatir de otro modo?

Braddock no era el hombre apropiado para reconocer que la táctica debía ser modificada para adaptarla a la situación. Era un hombre limitado y estrecho, de sesenta anos de edad, testarudo, sin tacto y con fuertes prejuicios. No tenía una idea muy elevada de los colonos y, lamentablemente, éstos hicieron poco para convencerlo de que estaba equivocado. Mientras Braddock contaba con los colonos para el suministro a sus ejércitos de alimentos y otras necesidades, no halló más que retrasos, ineficiencias y, con demasiada frecuencia, pura y simple deshonestidad por parte de hombres que intentaban sacar provecho y obtener pingües beneficios a costa del desastre general. Sólo Benjamín Franklin proporcionó todo lo que prometió y a tiempo, y Braddock lo proclamó sonoramente el único colono honesto del continente.

Braddock también le tomó simpatía a Washington. Este había renunciado al ejército el otoño anterior por resentimiento contra una orden británica que ponía a todo oficial colonial, por elevado que fuese su rango, bajo el mando de cualquier oficial británico, por bajo que fuese su grado.

Ahora Braddock ofreció amablemente incorporar a Washington a su familia de oficiales como su ayudante de campo con el rango de coronel; y Washington aceptó rápida y agradecidamente, ansioso, como siempre, de acción militar.

El 14 de abril de 1755 Braddock inició conferencias con los gobernadores de seis colonias, y se hicieron elaborados planes de ofensivas bien concertadas contra el enemigo. Pero esos planes eran demasiado complicados para ser puestos en práctica en las distancias y el tipo de región característicos de las colonias. (Braddock de algún modo se convenció a sí mismo de que luchaba en las pequeñas, llanas y cultivadas regiones rurales de Europa). Finalmente, el avance del propio Braddock fue el único esfuerzo militar importante.

Franklin advirtió a Braddock que los aliados indios de los franceses tenían su propio modo de combatir y debía tener cuidado con las emboscadas, así que no podía decirse que el general no tuviese ningún conocimiento previo de lo que podía esperarle. Pero Braddock, con un aire de irritante superioridad, declaró que los indios podían ser capaces de luchar eficazmente contra simples colonos, pero no podrían enfrentarse con soldados regulares británicos.

Washington sugirió a Braddock que aceptase la oferta de tribus amigas y utilizase indios como exploradores y guías. Pero Braddock no tenía el hábito de tratar con los indios ni creía realmente que fueran de alguna utilidad. En definitiva, prácticamente no hubo indios que marchasen con él. Un famoso cazador indio, el capitán Jack, se ofreció como explorador; pero Braddock se negó a aceptarlo a menos que se ajustase a la disciplina militar, a lo que el viejo cazador no accedió.

El ejército formó filas en Cumberland, que por entonces eran las afueras de la civilización, y se dispuso a avanzar ciegamente por las soledades. A principios de junio de 1755, 1.500 soldados británicos y 700 milicianos de Virginia partieron para una marcha de 130 kilómetros hacia el Norte, a Fort Duquesne, que era el primer objetivo de Braddock. Fue una marcha horrible, a través de bosques silvestres y ciénagas; para empeorar las cosas, Braddock quiso viajar con una pesada carga, transportando todos los suministros y equipos que un ejército habría necesitado si marchase por Europa.

Tan lento era el avance que el 18 de Junio Washington, desesperado, sugirió que 1.200 hombres se adelantasen con el equipo ligero, dejando que el resto del ejército avanzase pesadamente con los suministros principales. Esto sólo sirvió para debilitar al ejército, pues dejó a Braddock con sólo la mitad de los soldados, ya que la retaguardia probablemente no llegaría a tiempo para apoyar a la vanguardia en caso de una batalla repentina. Braddock aceptó la sugerencia.

El 8 de julio el contingente de avanzada, conducido por Braddock y que incluía a 450 virginianos mandados por Washington, llegó al río Monongahela, a 13 kilómetros al sur de Fort Duquesne. Allí se detuvo para considerar cuál sería su paso siguiente.

Washington instó ahora a que él y sus virginianos llevasen el ataque inicial, pensando, indudablemente, en que lucharían al estilo fronterizo. Luego, si lograban coger por sorpresa a los franceses y ganaban una ventaja inicial, podía sumarse el peso de los soldados regulares británicos.

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