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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de América del Norte (29 page)

BOOK: La formación de América del Norte
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Braddock rechazó ese plan. La batalla habría de darse a su manera, es decir, a la manera europea, que era para él la única apropiada.

Pero, mientras tanto, los franceses, a diferencia de los británicos, no estaban a ciegas. Sus eficientes exploradores indios les habían llevado todas las noticias que necesitaban sobre el avance británico. Los franceses de Fort Duquesne sabían exactamente cuántas eran las tropas británicas que se les enfrentaban, y su primer impulso fue efectuar una prudente retirada ante fuerzas enemigas superiores en número. Pero cierto capitán De Beaujeu tuvo una idea diferente. Le pareció, por los informes, que Braddock realmente no comprendía la situación, de modo que pidió permiso para realizar un ataque de hostigamiento, antes de que los franceses se retirasen en orden, para ver qué ocurría.

De Beaujeu obtuvo el permiso. Sólo tenía 200 franceses a su mando, pero pronunció un discurso sumamente efectivo que puso a varios cientos de indios de su lado.

El 9 de julio las fuerzas de De Beaujeu, que sólo sumaban menos de la mitad del total de las tropas enemigas, se desplazaron ruidosamente por el bosque hacia los hombres de Braddock. Tan pronto como avistaron a las fuerzas francesas, los británicos empezaron a disparar; pero los franceses y los indios desaparecieron de su vista y empezaron a matar uno a uno a los soldados regulares británicos, con sus brillantes uniformes rojos.

Los soldados británicos, con el instinto natural de hombres cuerdos, trataron de hacer lo mismo; pero Braddock estaba en el campo de batalla, maldiciendo y usando su espada para obligar a sus soldados regulares a que formasen una línea, avanzasen y disparasen en los bosques de Pensilvania como si estuvieran en un campo de batalla neerlandés.

Los británicos lograron infligir algunas bajas a sus enemigos, matando a De Beaujeu, entre otros, pero en definitiva fueron barridos por un enemigo al que no podían ver y a cuyo ataque no podían responder eficazmente. En tres horas de lucha casi dos tercios de los soldados británicos fueron muertos o heridos: 877, incluyendo 63 de los 86 oficiales. Las pérdidas de la otra parte fueron sólo 60, y de éstos sólo 16 eran franceses.

Braddock actuó con indefectible valentía e indefectible estupidez. Estuvo en todas partes, exponiéndose temerariamente: cuatro caballos murieron bajo él a tiros; poco después de comprender que las líneas británicas estaban completamente rotas y ya no eran una fuerza de combate efectiva, él mismo fue malherido. Acababa de ordenar la retirada, finalmente, y los soldados británicos estaban huyendo. Nadie acudía a ayudarlo a salir del campo de batalla, hasta que un oficial británico y dos virginianos se hicieron cargo de él.

Washington fue el único de los ayudantes de campo de Braddock que quedó con vida. Se había expuesto con tanto coraje como Braddock. Dos caballos fueron muertos bajo él y cuatro balas pasaron por sus ropas sin tocarlo. Increíblemente, combatió durante todo el holocausto sin recibir un arañazo.

Y ahora asumió el mando. La mayoría de los virginianos habían muerto, pero los pocos que quedaron se ocultaron tras los árboles. Gracias a su fuego pudieron abandonar el campo los pocos británicos que quedaban. Una vez que se alejaron, estuvieron a salvo, pues los franceses eran demasiado pocos para arriesgarse a iniciar una persecución, y los indios sólo querían saquear el campamento y recoger el cuero cabelludo de los muertos y moribundos.

Braddock fue transportado por las tropas en retirada. Permanecía silencioso; sólo ocasionalmente susurraba: «¿Quién lo habría pensado?» Murió el 13 de julio, con Washington a su lado, y fue enterrado en el lugar. El ejército en retirada caminó sobre su sepultura para ocultar su ubicación, llegó a Fort Cumberland y finalmente halló refugio en Filadelfía.

Esa desastrosa batalla es llamada casi invariablemente «la derrota de Braddock», aunque sus nombres más formales son «la batalla del Monongahela» o «la batalla de las Soledades». En este caso el instinto popular ha acertado, pues la derrota era de Braddock, totalmente suya.

Y su resultado inmediato fue abrir toda la frontera a los ataques franceses e indios y sumergir a los colonos en un nuevo lodazal de inseguridad. Desde el punto de vista de la historia militar, representa el momento más bajo de la situación colonial.

Mas para Washington la batalla no fue una derrota. Fue el héroe de la ocasión. Durante el mes posterior a la batalla fue hecho comandante en jefe de todas las fuerzas de Virginia, aunque sólo tenía veintitrés años. Pero le sirvió de poco. Los restos de las fuerzas británicas no le reconocían ninguna autoridad sobre ellos. Con sólo un grado colonial descubrió que no era nada a ojos británicos.

Washington enfermó de la frustración. Los médicos le prescribieron que se marchase a su casa y no tomara más parte en la guerra. Al no poder conseguir un nombramiento real, finalmente renunció al ejército por segunda vez (con el rango sin valor de general de brigada).

En 1758 fue elegido para la Cámara de los Burgesses y pasó de la carrera militar a la carrera política, aunque en política fue mudo y pasó la mayor parte de su tiempo viviendo como un acomodado plantador de Virginia. Pero en lo sucesivo conservó un intenso y firme disgusto hacia los británicos, lo cual iba a resultar de suprema importancia en años futuros.

La decisión final

El Lago Champlain

En los meses posteriores a la derrota de Braddock el gobernador Shirley, de Massachusetts, el organizador de la campaña de Louisbourg de una década antes, fue nombrado comandante en jefe de las fuerzas británicas en América del Norte. Su hijo había muerto en el horrible combate del río Monongahela y estaba ansioso de devolver el golpe.

Los colonos tenían un puesto en el lago Ontario, al menos; era Fort Oswego. El plan de Shirley era dirigirse hacia el Oeste a lo largo de la costa de este lago y luego hacia el Norte siguiendo la costa del lago Champlain.

Intentó conducir un ataque contra Fort Niágara, entre los lagos Ontario y Erie, pero el mal tiempo y los informes de la llegada de refuerzos franceses lo obligaron a retroceder. No quiso arriesgarse a otra derrota de la magnitud de la de Braddock.

Se planteó otro ataque contra Crown Point, que estaba cerca del extremo meridional del lago Champlain (lago que estaba firmemente en manos de los franceses en aquellos días) y que se hallaba a sólo 130 kilómetros al norte de Albany. Esta parte del plan fue encomendada a William Johnson, el supervisor de los indios, quien fue nombrado general para esta ocasión. Johnson tenía unos 3.400 colonos e iroqueses bajo su mando, en representación de Nueva York; y seis mil hombres de Nueva Inglaterra (principalmente de la colonia del gobernador Shirley, Massachusetts) se unieron a él.

Hacia fines de agosto de 1755, los hombres de Johnson avanzaron hacia el extremo meridional de lo que los franceses llamaban
Lac Saint Sacrement
, a 65 kilómetros al sur del objetivo, Crown Point. El
Lac Saint Sacrement
era la parte sudoccidental del lago Champlain, y Johnson, para simbolizar el dominio británico sobre él, lo rebautizó con el nombre de lago George, en homenaje al rey Jorge II. Ha conservado este nombre desde entonces.

Los franceses no optaron por esperar pasivamente. Bajo el mando del general Ludwig August Dieskau, un soldado alemán que combatía al servicio de Francia, avanzaron hacia el Sur. Las noticias del avance francés llegaron a Johnson, quien envió un contingente de mil hombres, al mando del coronel Ephraim Williams, a interceptarlos. No fue suficiente. Los colonos lucharon bien, pero fueron rechazados y Williams fue muerto. (Hizo un testamento por el cual dejaba dinero para fundar un colegio en el oeste de Massachusetts, que existe todavía hoy con el nombre de Williams College).

Cuando el destacamento en huida llegó al campamento de Johnson, éste ordenó apresuradamente erigir una barrera de árboles talados. Los franceses atacaron muy confiadamente, pero se invirtió la situación del Monongahela. Ahora fueron los colonos quienes se hallaban cubiertos y disparaban con seguridad, mientras que los franceses se hallaban en campo abierto. Fueron rechazados, y Dieskau fue herido y tomado prisionero. La batalla del lago George fue considerada una gran victoria por británicos y colonos, que la necesitaban mucho. El Parlamento, agradecido, hizo
baronet
a Johnson y le otorgó un premio de 5.000 libras.

Pero la victoria no fue aprovechada, y terminó en la nada. Lamentablemente, Johnson, que había sido todo honestidad y decencia en el trato con los indios, ahora mostró mezquindad de espíritu. Había sido herido en el curso de la batalla del lago George, y el general Phineas Lyman, de Connecticut, había asumido el mando. Fue Lyman quien obtuvo la victoria en la batalla y quien fue aclamado por los soldados, entre quienes era muy popular.

Johnson, en un arranque de celos, no mencionó a Lyman para nada en su informe sobre la batalla. Cuando Lyman supervisó la construcción de un fuerte en el Hudson superior, Johnson hizo cambiar su nombre, de Fort Lyman (como era llamado originalmente) a Fort Edward, por el príncipe Eduardo, nieto de Jorge II. A un fuerte que Johnson había construido en el lugar de la batalla, lo llamó Fort William Henry, en honor a otro nieto del rey.

Aun peor que la fricción entre Johnson y Lyman era el hecho de que Nueva York y Massachusetts, cuyos hombres habían combatido y ganado la batalla juntos, se hallaban prácticamente en guerra. Había una disputa por límites entre ellas, y Nueva York no estaba tan ansiosa como Massachusetts de adoptar una actitud demasiado agresiva contra los franceses (con quienes muchos importantes hombres de negocios de Nueva York realizaban un lucrativo comercio).

Así, Johnson renunció a su cargo, y no se hicieron nuevos avances en la dirección del lago Champlain.

A esta lista de derrotas y victorias inútiles, se añadió ese año una nueva mancha sobre la reputación británica, más al norte, y una mancha de otro género.

Pese a la fundación de Halifax, la posición británica en Nueva Escocia no era segura. Los colonos franceses (los acadios) en modo alguno aceptaban el gobierno británico; todo lo contrario, en verdad. A medida que los franceses obtenían más triunfos en el decenio de 1750-1759, los acadios se volvían cada vez más abierta y agresivamente partidarios de los franceses.

Habiendo fracasado las actitudes suaves, los británicos finalmente pusieron a los acadios en una alternativa dura. El coronel Charles Lawrence, el gobernador de Nueva Escocia, anunció que todos, o bien debían jurar fidelidad a la corona británica (y por ende exponerse a ser acusados de traición por cualquier acción anti-británica), o bien ser deportados.

En general, los acadios se negaron, y entonces Gran Bretaña hizo a los franceses de Nueva Escocia lo que no habían hecho a los neerlandeses de Nueva York. Los expulsaron y los embarcaron. Las deportaciones empezaron el 8 de octubre de 1755, y de seis a ocho mil acadios fueron llevados fuera de Acadia y distribuidos en las otras colonias británicas.

Constituyó un acto de crueldad que no fue olvidado. Noventa años más tarde, el poeta norteamericano Henry Wadsworth Longfellow relataría la historia en su largo poema narrativo «Evangeline». El cuento de cómo dos amantes fueron separados por los británicos el día de su boda y cómo Evangeline finalmente halló a su Gabriel, pero en su lecho de muerte, ha conmovido los corazones de generaciones de escolares y ha puesto a los británicos en el rol de villanos.

En realidad, las cosas no fueron tan malas. Algunos acadios retornaron a Nueva Escocia, juraron fidelidad a Gran Bretaña y recibieron nuevas tierras. Otros llegaron a la sureña Luisiana, todavía francesa por entonces, y todavía están allí. Sus descendientes viven sobre las costas del golfo de los Estados de Luisiana y Alabama, y se llaman a sí mismos «Cajuns» (una corrupción de acadios).

Un resultado a corto plazo de la expulsión de los acadios fue un colérico endurecimiento de la determinación francesa, en Europa y en América del Norte. Louisbourg permaneció en manos francesas, y Francia trató de fortalecerla aun más. Para entonces, si no antes, Gran Bretaña tenía motivos para lamentar la negligencia que había permitido la devolución de la plaza a Francia después de la guerra del rey Jorge.

Y, en 1756, la situación se agravó, cuando estalló la guerra en Europa.

Como resultado de la guerra de Sucesión de Austria (el fin europeo de la guerra del rey Jorge), Prusia, bajo su notable rey Federico II, se había convertido en una gran potencia. Pero Austria no podía perdonar a Prusia las derrotas que Federico le había infligido en la guerra anterior, y finalmente organizó una formidable coalición. Con Francia, Rusia, Suecia y algunos Estados alemanes de su parte, lanzó el ataque contra Prusia.

Sólo Gran Bretaña apoyó a Prusia, y esto principalmente porque no podía permitir que Francia, mediante una victoria, se hiciese más fuerte en Europa. Esto sólo convirtió en oficial la guerra no oficial que se libraba con Francia, no sólo en América del Norte, sino también en la India. Por consiguiente, esta guerra, llamada la guerra de los Siete Años en Europa, fue el primer conflicto de la historia que puede ser calificado de una guerra mundial, ya que involucró la lucha en tres continentes y en los grandes mares.

Louisbourg

El estallido de la guerra en Europa no transformó mágicamente la situación colonial en América del Norte. En realidad, la situación de las colonias empeoró.

El 13 de mayo de 1756, cinco días antes de la declaración de guerra de Gran Bretaña a Francia, un nuevo general llegó a Québec. Era el marqués Louis Joseph de Montcalm, un soldado capaz que había combatido brillantemente en la guerra de Sucesión de Austria. Lamentablemente para Francia, sólo se le dio autoridad sobre las tropas regulares francesas, mientras el marqués de Vaudreuil, el gobernador de Nueva Francia, conservaba su autoridad sobre todo lo demás. Esta autoridad dividida debilitó a las fuerzas francesas, tanto más cuanto que Vaudreuil, un hombre no muy competente, tenía antipatía y envidiaba a Montcalm y por lo común no estaba dispuesto a cooperar con él.

Del lado británico, John Cambell, cuarto Eari de Loudon, fue nombrado comandante en jefe de las tropas coloniales en Norteamérica, en reemplazo de Shirley. Llegó a Nueva York el 22 de julio de 1756, y pronto se mostró incapaz de llevarse bien con los colonos.

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