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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de América del Norte (5 page)

BOOK: La formación de América del Norte
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Además, la costa africana se había vuelto útil por sí misma. A medida que aumentó la fertilidad, los portugueses la hallaron poblada por una población nativa dispuesta a trocar oro y marfil por artículos que podían ofrecer los marinos portugueses.

La población nativa, en efecto, podía ofrecerse a sí misma. Las tribus africanas luchaban entre sí, y los prisioneros de guerra por lo común eran esclavizados. Los jefes de las tribus no veían nada malo en vender estos esclavos a los portugueses, y éstos no veían nada malo en comprarlos. Los nativos eran de piel oscura, por lo que eran considerados como monos y, por lo tanto, semi-animales y naturalmente adaptados a la esclavitud. Más aun, eran paganos, y los hombres que los compraban podían decirse a sí mismos que los convertirían al cristianismo y que la salvación de sus almas compensaba con creces la esclavitud de sus cuerpos.

El príncipe Enrique trató de detener este tráfico de cuerpos humanos, pero fracasó, y de este modo comenzó la horrible era de la esclavización de los negros por naciones cristianas. Iba a continuar durante cuatro siglos (los Estados Unidos serían los últimos en abandonarla) y dejó una herencia que ha alterado al mundo, y particularmente a los Estados Unidos, hasta hoy.

En 1455 Alvise da Cadamosto, un navegante veneciano que trabajaba para el príncipe Enrique, exploró el río Gambia, a 240 kilómetros al sur de cabo Verde. También descubrió las islas de cabo Verde, un grupo de catorce islas situadas a unos 450 kilómetros al oeste de cabo Verde que desde entonces han pertenecido a Portugal (Hasta 1975).

En 1460 Pedro de Sintra exploró la costa a lo largo de 1.300 kilómetros al sur de cabo Verde, y en toda esa extensión la costa seguía inclinándose hacia el Sudeste. No había ninguna razón para dudar de que la costa seguiría esa dirección y que los barcos que siguieran avanzando se acercarían cada vez más a las Indias. Cuando Enrique el Navegante murió, el 13 de noviembre de 1460, debió morir con el reconfortante pensamiento de que el proyecto en el que había trabajado durante tanto tiempo estaba a punto de realizarse.

Pero, ¡ay!, no fue así. En términos de kilómetros, la más larga extensión recorrida por los barcos del príncipe Enrique sólo era la quinta parte del camino hacia la meta, y las dificultades aún estaban por delante.

No parecía así al principio. Faltaba la estimulante personalidad de Enrique, pero el éxito comercial siguió alentando a los portugueses a avanzar. En 1470 los portugueses llegaron a una parte de la costa donde el comercio del oro era particularmente lucrativo, por lo que la región fue llamada la «Costa de Oro», nombre que iba a conservar durante casi cinco siglos. Más aun, a la sazón la costa africana ya no apuntaba al Sudeste, sino que había cambiado de dirección de tal modo que los navegantes avanzaban directamente al Este. Se dirigían derechamente a las Indias.

Con gran excitación, los navegantes competían en sus esfuerzos y, en 1472, Fernando Po descubrió la isla que lleva su nombre. Para entonces los navegantes habían alcanzado la costa africana hasta un punto que se hallaba a 2.900 kilómetros más al Este que el punto más occidental de África, el cabo Verde. Estaban a 2.100 kilómetros más al Este que Portugal. Seguramente sólo era cuestión de seguir navegando hacia el Este para llegar a las Indias.

Pero entonces se produjo un descubrimiento desgarrador. En la isla de Fernando Po la costa africana, inesperadamente, giró hacia el Sur de nuevo, hacia el Sur…, hacia el Sur… No mostró ningún signo de desviarse otra vez hacia el Este.

Durante un tiempo los portugueses se desalentaron y el intento de llegar a las Indias languideció. Parecía haber un consuelo en el hecho de que la costa africana, hasta donde había sido explorada, era lucrativa. ¿Para qué buscar más allá?

Pero luego, en 1481, llegó al trono portugués Juan II, bisnieto de Juan I y sobrino nieto de Enrique el Navegante. Era un rey enérgico, al que muchos consideran el más grande de la historia de Portugal, y reasumió la labor del príncipe Enrique. Urgió a los navegantes, de manera contundente, a seguir adelante; y si la costa seguía orientada hacia el Sur continuar hasta el punto en que el Continente diera un giro; pues debía haber un giro (él estaba seguro).

En 1482 Diogo Cão condujo una expedición que lo llevó a mil seiscientos kilómetros al sur de Fernando Po, hasta la desembocadura del río Congo, y luego mil kilómetros más allá. En 1486 llegó a la región de África que hoy es llamada Angola una gran parte del África sudoccidental que todavía hoy es una colonia portuguesa (Se independizó en 1975).

Pero la costa aún seguía hacia el Sur, siempre hacia el Sur.

Juan II no cedió. En 1487 organizó una expedición que intentaría llegar a las Indias por el Mediterráneo y el mar Rojo. Tal vez no fuese una ruta comercial práctica, pero la información que brindaría podía ser valiosa.

Bajo la conducción de Pedro da Covilhao, los portugueses pasaron por El Cairo y luego se dirigieron al otro extremo del mar Rojo, Aden. Allí, Covilhao tomó un barco que lo llevó a la India. Después navegó de vuelta hasta la costa oriental de África, que exploró hacia el sur, hasta la desembocadura del río Zambeze. (La región de la costa Sudeste de África, centrada alrededor del Zambeze es hoy llamada Mozambique, y es aún posesión portuguesa; se independizó en 1975)

Covilhao se estableció en Etiopía, pero envió a su país un informe completo. Los cálculos indicaban que el continente africano no podía tener más de 2.400 kilómetros de ancho en los puntos meridionales alcanzados por Cão y Covilhao. El continente tenía casi 6.400 kilómetros de ancho en su extremo septentrional, de modo que parecía estrecharse hasta formar un cabo. Quizá todo lo que se necesitaba era un empujón más.

Ese empujón ya estaba en marcha, pues el mismo año en que partió Covilhao se emprendió otro viaje por mar. Al mando de dos barcos, Bartolomeu Dias zarpó de Lisboa en agosto de 1487. Navegó a lo largo de la costa africana hasta pasar los límites extremos alcanzados por los navegantes que se habían aventurado por el sur antes que él.

Navegó 640 kilómetros más allá del punto más lejano alcanzado por Cão y llegó a un lugar hoy llamado cabo Días. Ahí pasó por una fuerte tempestad que lo obligó a marchar hacia el Sur, lo quisiera o no. Tampoco pudo acercarse a la costa. Fue a donde lo llevó el viento y pudo considerarse afortunado de permanecer a flote.

Cuando pasó la tempestad Dias se encontró en mar abierto, sin divisar tierra por ninguna parte. Supuso que la costa africana estaba al Este, y hacia allí navegó, sin encontrar nada. Luego giró al Norte para rehacer la ruta por la que lo había cogido la tempestad y, el 3 de febrero de 1488, tocó tierra en lo que hoy es llamado Mosselbai. Para su asombro, la costa africana (suponiendo que lo era) corría al Este y al Oeste. En alguna parte debía haber terminado la dirección sur y la costa giró hacia el Este, y la tormenta le había impedido observar el punto del giro.

Empezó a navegar hacia el Este, a lo largo de la costa, y, después de atravesar 400 kilómetros, llegó al Great Fish River (como se lo llama hoy), y allí la costa ascendía claramente hacia el Noreste. Se convenció de que había llegado a las costas orientales de África, finalmente, y pensó que sólo tenía que navegar hacia el Norte y el Este para llegar a la India.

Dias tenía mucha razón, pero su tripulación estaba cansada y en rebeldía. Habían llegado más lejos que nadie anteriormente (si dejamos de lado el legendario viaje de los fenicios de dos mil años antes), y evidentemente habían cruzado el extremo meridional del continente. Eso era suficiente. Querían volver a su hogar, y Dias tuvo que ceder.

Siguieron la costa hacia el Oeste; Dias alcanzó el extremo de la línea este-oeste y halló el punto donde la línea costera gira, bastante abruptamente, de Norte a Sur. Era el punto que no había visto durante la tormenta, por lo que lo llamó el cabo de las Tormentas.

Pero cuando volvió e hizo su informe, Juan II se negó a aceptar ese nombre. El giro en ese punto le daba, finalmente, una buena esperanza de llegar a la India por vía marítima, y lo llamó el cabo de Buena Esperanza, nombre que lleva hasta hoy.

Juan II tenía razón en esto, pero, trágicamente, no vivió para ver el éxito final del gran proyecto suyo y de Enrique. En 1497, el navegante portugués Vasco da Gama completó la vuelta alrededor de África y llegó a la India.

En el viaje se evitó el mundo musulmán. Portugal procedió a crear un gran imperio colonial en África y el Lejano Oriente; otras naciones le siguieron; y Europa se hizo cada vez más rica y poderosa, expandiéndose para poblar continentes hasta entonces desconocidos y dominar a antiguas naciones que no podían competir con el nuevo dinamismo de Europa. Portugal inició el dominio europeo de todo el mundo que duraría cuatro siglos y medio y sólo terminaría en nuestro propio tiempo.

Cristóbal Colón

Pero las consecuencias del viaje de da Gama no nos conciernen inmediatamente en este libro. Las exploraciones portuguesas de la costa de África sólo nos interesan en la medida en que llevaron a intentar cruzar el océano Atlántico hacia el Oeste.

Después de todo, en el decenio de 1480-1489, poco antes del crucial descubrimiento por Dias del extremo meridional de África, Portugal había tratado de bordear África durante más de sesenta años y no lo había conseguido. Y si finalmente tenía éxito, ¿no sería la ruta enormemente larga y dificultosa? ¿No había otra alternativa más simple y más directa?

Es importante recordar que, al margen de las creencias de la gente inculta, todos los europeos instruidos y, ciertamente, todos los navegantes experimentados estaban firmemente convencidos de que la tierra es una esfera. Esto se creía ya en tiempos romanos, y ningún hombre culto dudaba de que, si se navegaba hacia el Oeste lo suficiente desde Europa, se llegaría a las Indias.

Solo se discutía sobre cuánto era «lo suficiente». Si Eratóstenes tenía razón y la Tierra posee una circunferencia de 40.000 kilómetros, los barcos tenían que navegar hacia el Oeste al menos 25.000 kilómetros desde Portugal para llegar a las Indias. Era imposible hacer un viaje ininterrumpido de tal extensión por mar abierto.

Sin duda, podía haber islas a lo largo del camino; y hasta grandes masas de tierra, ricas y deshabitadas, pero los escépticos navegantes portugueses lo dudaban. La circunferencia de la Tierra tal vez fuera menor de 40.000 kilómetros, pero, ¿quién se hubiera arriesgado sobre tal base?

Además, los portugueses habían enviado varias expediciones secretas a sondear un poco el Oeste, para ver si encontraban algo, pero invariablemente esas expediciones encontraron vientos contrarios, pues, en las zonas templadas, los vientos tienden a soplar de Oeste a Este.

Por ello, los portugueses preferían con mucho la ruta africana, por larga y ardua que fuese. Allí, al menos, se podía atracar en la costa a lo largo de todo el camino; podían encontrarse refugios contra las tormentas; y, más aun, se podía obtener oro, marfil, especias y esclavos.

Pero había quienes, de todos modos, soñaban con la ruta del Oeste, y el más importante de ellos fue Cristóbal Colón.

Colón, hijo de un tejedor de lana, nació en Génova (Italia), alrededor de 1451, pero se duda de que se lo pueda considerar verdaderamente como de ascendencia italiana. Parece haber sido de cultura completamente ibérica; sólo hablaba y escribía en español, aun antes de ir a la Península. Se ha especulado sobre la posibilidad de que fuese de una familia judía española que se estableció en Génova poco antes de su nacimiento y que se había convertido al cristianismo. El mismo Colón, por supuesto, era cabalmente católico, en cuanto a religión.

Colón empezó a navegar en su adolescencia, según su propio relato, y, en 1476, participó en una batalla marítima frente a la costa de Portugal. Combatió del lado portugués y, cuando su barco fue incendiado, logró llegar a la costa a nado. Ocurrió que llegó a un punto muy cercano de donde había estado el centro para la navegación creado por el príncipe Enrique.

Pero no necesitó de esa coincidencia para soñar con las Indias. Había pensado en ellas desde hacía varios años y, a su manera de pensar, era la ruta del Oeste la que debía triunfar. Había consultado a un famoso geógrafo italiano de la época, Paolo Toscanelli, quien le había enviado un mapa en el que representaba sus propias teorías. Para Toscanelli, la Tierra sólo tenía una circunferencia de 29.000 kilómetros, y desde las Azores hasta las islas que están frente a la costa oriental de Asia (Toscanelli había aceptado la sobrestimación de Marco Polo del avance hacia el este de Asia) podía haber poco más de 5.000 kilómetros de mar abierto.

Según un relato (no aceptado universalmente), cuando Colón todavía era joven, visitó Islandia. Si fue así, debe de haber oído rumores sobre los viajes nórdicos de cinco siglos antes, y vagos cuentos sobre la tierra occidental de Vinland. Hay más certidumbre de que se estableció por un tiempo en Madeira, alrededor de 1479 ó 1480, y allí oyó relatos sobre grandes trozos de madera y otros materiales a la deriva hacia el Este por el océano, que indicaban la presencia de tierras en algún punto del Oeste, quizá no muy al Oeste.

También, por supuesto, siguió con avidez los informes sobre los viajes portugueses a lo largo de la costa africana, y leyó y releyó los relatos de viajes de Marco Polo.

En 1483 Colón pidió a Juan II de Portugal barcos, hombres y dinero para emprender una expedición al Oeste, en busca de las Indias. Juan II, un hombre audaz y visionario, se sintió tentado. Pero la empresa suponía la inversión de una gran cantidad de dinero, y el viaje era arriesgado, muy arriesgado. Los mismos navegantes de Juan le aseguraron que el plan era descabellado. Con todo, no tomó una decisión hasta 1488, cuando llegaron a Lisboa las noticias del descubrimiento de Bartolomeu Dias. Con el cruce del cabo de Buena Esperanza, Juan II estaba exultante, seguro de que las Indias estaban al alcance de su mano, y abandonó toda idea de viajes al Oeste.

Pero Colón se aferró a su sueño. Si Portugal se negaba a ayudarlo, había otras naciones marítimas que podían hacerlo. En verdad, del otro lado de la frontera de Portugal había una nueva nación a la que se podía instar a aventajar a Portugal.

La nación que lindaba con Portugal era Castilla, pero ésta estaba desapareciendo del mapa. Ocurrió del siguiente modo. En 1469, Isabel, la media hermana de Enrique IV de Castilla, se casó con Fernando, hijo de Juan II de Aragón. Fue un casamiento por amor, que tuvo un éxito completo.

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