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Authors: Anthony Berkeley

Tags: #Policiaco

El caso de los bombones envenenados (28 page)

BOOK: El caso de los bombones envenenados
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—Mr. Chitterwick, ¿alguien de nosotros conoce a esta mujer? —preguntó Mrs. Fielder-Flemming inesperadamente.

Mr. Chitterwick evidenció una actitud más desconcertada que nunca.

—Sí…, es decir, ustedes deben recordar que fue ella quien colocó los libros de Miss Dammers en las habitaciones de Sir Eustace.

—Tendré que cuidarme más de mis amigas en el futuro —dijo Miss Dammers sarcásticamente.

—Una ex amante de Sir Eustace, ¿eh? —murmuró Roger, recorriendo mentalmente los nombres que podía recordar de aquella lista interminable.

—Efectivamente. Tuvo una gran habilidad al ocultar esta relación; tan bien lo hizo, que no creo que nadie lo sospechase.

—¿Y aparentemente no se conocían entre sí? —insistió Mrs. Fielder-Flemming—. ¿Nunca fueron vistos juntos?

—Sí, en un momento fueron vistos juntos en todas partes —dijo Mr. Chitterwick, mirando a todos como si se sintiese acorralado—. Y con mucha frecuencia. Luego, según parece, decidieron que era mejor fingir una ruptura y… encontrarse secretamente.

—¿No es hora ya de que nos dé el nombre de la asesina? —preguntó Sir Charles con voz sonora, adoptando su mejor actitud de magistrado.

Mr. Chitterwick buscó desesperadamente una salida.

—Es extraño lo que sucede. Los asesinos rara vez se conforman con dejar las cosas como están —dijo en tono agitado—. Éste es un hecho muy frecuente. Estoy seguro de que nunca habría llegado a descubrir la verdad si la asesina hubiese dejado las cosas como estaban, de acuerdo con el admirable plan. Pero cuando trató de atribuir la culpa a otra persona, malogró el éxito de su plan. Verdaderamente, con la inteligencia que demostró en todo momento, tendría que haberse mantenido por encima de esos recursos. ¿Por qué no aceptar un fracaso parcial? ¿Por qué tentar a la suerte? Era inevitable que surgiesen dificultades; inevitable.

Mr. Chitterwick estaba en el colmo de la confusión. Sumamente nervioso, hojeaba sus apuntes y se movía continuamente en su asiento. Las miradas que lanzaba a todos los presentes eran conmovedoras. Pero el objeto de su ruego silencioso seguía siendo un misterio.

—Esto es muy difícil. No sé qué hacer. Es mejor que aclare los puntos que restan, de modo que a continuación me referiré a la coartada.

»En mi opinión, la coartada fue resultado de un impulso posterior. La calle Southampton se halla equidistante del Cecil y del Savoy, ¿no es verdad? Yo estoy enterado de que la mujer de quien hablo tenía una amiga, una mujer desprovista de prejuicios. Esta mujer sale continuamente en viajes de exploración, generalmente sola. Nunca permanece en Londres más de una o dos noches, y yo diría que es el tipo de mujer que rara vez lee un periódico. Si lo hace, no creo que divulgue ninguna sospecha que le despierte su lectura, especialmente cuando la sospecha se refiere a una de sus amigas.

»He establecido que inmediatamente antes del crimen esta mujer, cuyo nombre es Jane Harding, permaneció dos noches en el Hotel Savoy y luego partió con destino al África, la mañana en que fueron entregados los bombones. De allí se dirigiría a América del Sur, y en este momento no tengo la menor idea de su paradero. Tampoco la tiene nadie. Pero se sabe que había llegado a Londres desde París, donde había permanecido una semana.

»La asesina sabía probablemente de este viaje a Londres, de modo que salió apresuradamente para París. Debo señalar que en este punto estoy haciendo simples suposiciones. Fue muy sencillo pedir a esta señora que despachase el paquete en Londres, ya que el franqueo desde Francia era mucho mayor, así como asegurarse de que fuese entregado en la mañana de la cita de Mrs. Bendix, pretextando que era un regalo de cumpleaños y que…, que… debía ser despachado en forma de que llegase a destino aquel día.

Mr. Chitterwick pasó su pañuelo por la frente y miró a Roger con expresión patética. Éste se limitó a mirarle a su vez con gran consternación.

—¡Esto es tan…, tan… difícil! En fin…, creo haber probado a entera satisfacción de ustedes que…

Miss Dammers se había puesto de pie y estaba recogiendo tranquilamente su cartera y sus pieles.

—Lo lamento, pero tengo un compromiso. ¿Puedo retirarme, señor presidente?

—Desde luego —dijo Roger sorprendido.

Cuando llegó a la puerta, Miss Dammers se volvió.

—Siento no poder quedarme a oír el resto de su exposición, Mr. Chitterwick. Pero, antes de retirarme, debo decirle que dudo de que usted pueda probar nada.

Dicho esto, salió de la habitación.

—Tiene razón —dijo Mr. Chitterwick, mirándola con expresión petrificada—. Estoy seguro de que no puedo probar nada. Y a pesar de ello, no hay la menor duda, la más mínima duda.

—¿No querrá usted decir que…? —exclamó Mrs. Fielder-Flemming con voz súbitamente estridente.

Mr. Bradley fue el primero en recobrarse.

—De modo que, después de todo, teníamos un criminólogo práctico entre nosotros —dijo con voz lánguida, pero sin rastros de su acento de Oxford—. Qué interesante, ¿no?

Una vez más reinó el silencio en el Círculo.

—Y ahora —preguntó el presidente—, ¿qué diablos haremos?

Nadie supo decirlo.

FIN

ANTHONY BERKELEY era el seudónimo de Anthony Berkeley Cox (AB Cox), quien también escribió como Francis Iles y A. Monmouth Platts. Nacido en Watford, Inglaterra, el 5 de julio de 1893, Cox fue educado inicialmente en Sherbourne School antes de asistir a la University College London.

Su primera novela,
El misterio de Layton Court,
fue publicado de forma anónima en 1925 por Herbert Jenkins. En él se produjo el debut de su personaje más importante, Roger Sheringham, un detective aficionado. Su segundo personaje, Ambrosio Chitterwick, aparece en sólo tres novelas.

Con Sheringham, creó un personaje que no sólo era poco refinado, sino a menudo descaradamente ofensivo. El paso del tiempo, sin embargo, fue suavizándolo, y acabó siendo en un personaje más equilibrado y agradable. La obra clave de Sheringham es
El caso de los bombones envenenados,
que también cuenta con Chitterwick, y se ha convertido en un clásico del género.

Sin duda, Berkeley escribió su mejor novela como Francis Iles y fue la primera de un total de tres bajo ese nombre.
Premeditación y alevosía,
publicada en 1931, es una obra maestra de la edad de oro de la literatura criminal, con la que Berkeley sería considerado personalidad destacada en el género.

Berkeley fue sin duda una figura clave en el desarrollo de la novela negra, y como tal, sigue siendo de gran interés e importancia en la actualidad.

Notas

[1]
El autor hace un juego de palabras alrededor de la expresión
all and sundry
(todos y de toda laya), reemplazando
sundry
por
hungry
(hambriento).
(N. de la T.)

[2]
En francés en el texto original.
(N. de la T.)

[3]
En francés en el texto original.
(N. de la T.)

[4]
Famoso caso criminal norteamericano.
(N. de la T.)

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