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Authors: Muriel Spark

Memento mori (4 page)

BOOK: Memento mori
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Apoyóse en el respaldo de la silla para observar, con su mirada maligna, el efecto de su pregunta, a la cual se apresuró a contestar en términos irreferibles, haciendo exclamar «Dios mío» a la señora Pettigrew, en tanto que con un pañuelo se enjugaba las comisuras de la boca. Mientras, varias señales de agitación se elevaron en las otras mesas, y la camarera más vieja advirtió:

—¡Aquí «no», señores!

El disgusto de Godfrey fue frenado por el temor de que la recepción se interrumpiera bruscamente. En tanto la atención de todos aún estaba concentrada sobre Percy, Godfrey, furtivamente, cogió del piso más alto de una bandeja un par de pastas envueltas en celofán y se las metió en el bolsillo. Miró a su alrededor y quedó convencido de que nadie había sorprendido su gesto.

Janet Sidebottome se inclinó hacia la señora Petigrew.

—¿Qué ha dicho? —preguntó.

—Verá, señora Sidebottome —contestó Pettigrew, en tanto que de soslayo se miraba en un espejo colgado de la pared—, por lo que he podido comprobar, a mi entender hablaba mal de cierto señor.

—¡Pobre Lisa! —exclamó Janet.

Asomaron lágrimas a sus ojos. Besó a los parientes y se fue. El sobrino de Lisa y su mujer se escabulleron, pero antes de haber alcanzado la puerta, fueron reclamados por Tempest, porque el sobrino había olvidado su bufanda. Por último se permitió a la pareja que se fuera. Percy Mannering quedó riendo burlonamente en su silla.

Con gran alivio de Godfrey, la señora Pettigrew le llenó la taza, luego se sirvió otra para sí, pero cuando Percy le tendió la suya, vacilante, ella fingió que no le veía. Percy dijo:

—¡Ja, ja! Ha sido un tanto fuerte para ustedes, señoras, ¿no es verdad?

Alargó el brazo hacia la tetera.

—Confío que no habré sido yo la causa del llanto de la hermana de Lisa —dijo solamente—; sentiría haberla hecho llorar.

La tetera, que pesaba demasiado para sus trémulos dedos, se inclinó, y un mar amarillento, salpicado de hojitas, se deslizó de la levantada tapadera sobre el mantel y sobre los pantalones de Godfrey.

Tempest se levantó, empujando la silla hacia atrás con el aire de quien va a resolver el asunto en serio, y fue, hasta la mesa de la desgracia, seguida por Lettie y por una camarera. Mientras secaban a Godfrey, Lettie cogió al poeta por un brazo y le dijo:

—Le ruego que se vaya.

Tempest ocupada con los pantalones de Godfrey, llamó al marido, que estaba a sus espaldas.

—Ronald, tú que eres un hombre, da una mano a doña Lettie.

—¿Qué dices? ¿Quién? —preguntó Ronald.

—Despabílate, Ronald. ¿Es posible que no veas de qué se trata? Ayuda a doña Lettie a poner al señor Mannering a la puerta.

—¡Oh, mira! —exclamó Ronald—. Alguien ha derramado el té.

Y contempló el empapado mantel.

Percy apartó de su brazo la mano de Lettie y, sonriendo a derecha y a izquierda, se fue, abotonándose el ajado abrigo.

Hicieron sitio a Godfrey y a la señora Pettigrew en la mesa de los Sidebottome.

—Pediremos que traigan otra tetera —dijo Tempest.

Todos emitieron un profundo suspiro. Las camareras remediaron el desastre. En la sala reinaba un tal silencio que todos lo notaron.

Doña Lettie empezó por preguntar a la señora Pettigrew cuáles eran sus proyectos para el futuro. Godfrey deseaba atender a su conversación. No estaba muy seguro de desear tener en casa al ama de llaves de Lisa Brooke, para que cuidase de Charmian. Quizás era demasiado vieja, o acaso exigiría un estipendio demasiado elevado. Tenía el aire de ser una mujer elegante y probablemente de dispendiosas costumbres. Y él no estaba aún muy convencido de que Charmian no tardara en ser internada en una clínica.

—Naturalmente, no se trata de una oferta definitiva —intervino Godfrey.

—Bien, señor Colston, como estaba diciendo, no puedo hacer proyectos hasta que las cosas no estén arregladas —dijo Pettigrew.

—¿Qué cosas?

—Godfrey, por favor —le interrumpió Lettie—. La señora Pettigrew y yo estamos hablando.

Y apoyó con fuerza un codo en la mesa y se volvió hacia la señora Pettigrew impidiendo a su hermano que viese y escuchara.

—¿Cuál es su opinión sobre el servicio? —preguntó Tempest.

Godfrey miró, en torno suyo, a las camareras.

—Muy satisfactoria —contestó—. Esa vieja camarera ha sabido manejar muy bien a Mannering, creo yo.

Tempest cerró los ojos como quien está invocando la bendición celestial.

—Me refiero al rito fúnebre para Lisa, al crematorio.

—¡Ah! —exclamó Godfrey—. Usted tenía que haber indicado el servicio fúnebre. Cuando dijo servicio, yo, naturalmente, pensé…

—¿Qué le ha parecido el servicio de incineración?

—De primera calidad —contestó Godfrey—. He decidido, para cuando llegue mi momento, recurrir también a la cremación. Es el sistema más higiénico. Bajo tierra, los cadáveres contaminan nuestras reservas hidráulicas. Pero usted había debido precisar en el acto que estaba refiriéndose al servicio de cremación.

—A mí me ha parecido algo frío —insistió Tempest—. Me hubiera gustado que el capellán hubiese leído el elogio fúnebre de la pobre Lisa. En la última cremación a la que yo asistí (la de Henry, el pobre hermano de Ronald), leyeron el elogio fúnebre publicado en el «Nottingham Guardian», dedicado por entero a su servicio militar y a su trabajo para la S.S.A.F.A. y la «Road Safety». ¡Fue tan conmovedor! ¿Por qué no lo han hecho también por Lisa? Deberían habernos leído todo lo que han dicho los periódicos a propósito de lo que ella hizo por las artes. Deberían habérnoslo leído.

—Perfectamente de acuerdo —dijo Godfrey—. Era lo menos que el capellán podía hacer. Pero ¿no hizo usted la solicitud formal?

—No. Dejé el encargo a Ronald para que lo organizara todo. Pero si las cosas no las hace uno por sí mismo…

—Se encolerizan siempre cuando entran en juego otros poetas —intervino Ronald.

—Mire, apenas la poesía se pone en marcha, se sienten atacados en lo vivo.

—¿De qué están hablando? —exclamó Tempest—. Todavía hablan de Mannering. De eso están hablando. Pero nosotros no hablábamos de Mannering, Ronald. Mannering ya se ha ido. Ya es harina molida. Habíamos pasado a otro tema.

Mientras se ponían de pie para irse, Godfrey sintió que le tocaban un brazo. Se volvió y vio, detrás de él, a Guy Leet, el busto inclinado sobre bastones y la cara infantil levantada oblicuamente hacia él.

—¿Has tenido ya tu parte en el banquete fúnebre? —preguntó Guy.

—¿Qué? —inquirió Godfrey.

Guy hizo con la cabeza un ademán señalando el bolsillo de Godfrey, hinchados los dos a uno y otro lados—. ¿Te las llevas a casa para Charmian?

—Sí —contestó Godfrey.

—¿Cómo está Charmian?

En parte, Godfrey había recobrado su compostura.

—Está en espléndida forma —contestó—. Siento —añadió— verte tan malparado. Debe ser terrible no poder sostenerse sobre las propias piernas.

Guy lanzó una risita. Se acercó a Godfrey y le susurró dentro del chaleco.

—Pero en el pasado «yo» la he corrido, amigo mío. Por lo menos, «yo» la he corrido.

Cuando regresaban a casa, Godfrey tiró las pastas por la ventanilla del coche. ¿Por qué, pues, «uno» se mete en el bolsillo estas malditas cosas? «Uno» no tiene necesidad de hacerlo. Puede comprarlas en todas las pastelerías de Londres, y no por eso quedarse sin dinero, pensó. «¿Por qué lo hace "uno"? No tiene sentido.»

—He ido a los funerales de Lisa Brooke —dijo a Charmian cuando entró en casa—. Mejor dicho, he asistido a su cremación.

Charmian recordaba a Lisa Brooke. Tenía motivos para recordarla.

—Personalmente —dijo—, tengo mis razones para creer que alguna vez Lisa fue un tanto malévola con respecto a mí, pero también tenía su lado bueno. Era generosa, cuando establecía relación con la persona adecuada, pero…

—Fue Guy Leet —la interrumpió Godfrey—. Está casi acabado. Va doblado en dos, apoyado en sus bastones.

—¡Pensar que era un hombre tan linteligente! —comentó Charmian.

—¿Inteligente? —preguntó Godfrey.

Al ver la cara de su marido, Charmian se echó a reír con una carcajada estridente y nasal.

—He decidido hacerme incinerar cuando llegue mi día —continuó Godfrey—. Es el sistema más higiénico. Los cementerios sólo sirven para contaminar nuestras reservas hidráulicas. Es mejor la cremación.

—Estoy de acuerdo —contestó Charmian, adormilada.

—No, tú «no» estás de acuerdo conmigo —dijo el marido—. A los católicos no se les permite hacerse incinerar.

—Sí, claro. Creo que tienes razón, Eric.

—Yo no soy Eric —replicó Godfrey—. Pero tú no estás convencida de que yo tenga razón. Pregunta a la señora Anthony. También ella te dirá que los católicos son contrarios a la cremación.

Abrió la puerta y, a grandes voces, llamó a la señora Anthony. Ésta entró lanzando un gran suspiro.

—Señora Anthony, usted es católica, ¿verdad?

—Sí, naturalmente, pero ahora tengo algo en el hornillo.

—¿Usted cree en la incineración?

—Verá usted, no me seduce mucho la idea de que me despachen con tanta prisa y con tanta furia. Parece que sea como si…

—No importa ahora lo que le seduzca a usted. Ahora se trata de lo que su Iglesia le prohibe que haga. Su Iglesia dice que no debe hacerse quemar, ése es el caso.

—Verá usted, señor Colston, tal como le decía, no me seduce la idea de…

—No le seduce la idea… No se trata de si le gusta o no. No tiene elección en eso, ¿comprende?

—Bueno…, a mí me gusta siempre asistir a unos buenos funerales, me ayuda siempre…

—Para su Iglesia, el hecho de que usted no se haga quemar es una cuestión de disciplina —insistió él—. Ustedes, las mujeres, no conocen siquiera la parte normativa de su propia religión.

—Lo comprendo, señor Colston. Tengo algunas cosas en el hornillo…

—«Yo» creo en la cremación, pero tú no… Charmian, tú «desapruebas» la cremación, ¿comprendes?

—Está bien, Godfrey.

—Y usted también, señora Anthony.

—De acuerdo, señor Colston.

—Es cosa de principios —insistió Godfrey.

—Eso es —sentenció Anthony, y desapareció.

Godfrey se escanció un abundante whisky con soda. De un cajón cogió una caja de cerillas y una hoja de afeitar y con mucho cuidado se puso a cortar a lo largo cada cerilla a fin de lograr dos cajitas de una. Y mientras trabajaba, sorbía su whisky con satisfacción.

IV

La razón por la cual la familia de Lisa Brooke había organizado aquella recepción fúnebre en un salón de té y no en el estudio de la difunta —un pequeño edificio de ladrillos en Hampstead— era ésta: el ama de llaves, Pettigrew, residía aún en él. Mientras, la familia se había enterado de que Lisa había dejado la mayor parte de su fortuna a la señora Pettigrew, a quien hacía mucho tiempo, ellos consideraban un elemento nefasto en la vida de su allegada. Se habían afeccionado a esta intuición como a menudo acontece a la gente que, oscuramente, acaba por tener razón, aunque las sospechas que la condenen a sus conclusiones sean erróneas. Cualquiera que fuese la influencia ejercida por el ama de llaves, a la cual sospechaban que Lisa había estado sometida, los parientes confiaban que podrían impugnar el testamento, bajo pretexto de que, cuando Lisa lo redactó, no estaba en plena posesión de sus facultades mentales y probablemente había obrado bajo la ilegal influencia de la señora Pettigrew.

La propia forma del testamento —argumentaban—. probaba que cuando Lisa lo había redactado, no disfrutaba de un equilibrio mental perfecto. El testamento no había sido extendido en primera copia por un notario.

Era una simple hoja de papel convalidada con el testimonio de la sirvienta a horas y por su hija. Y todo eso se remontaba a un año antes de la muerte de Lisa. La fortuna en su totalidad había sido dejada «a mi marido, caso de que me sobreviviere, y después de él, a mi ama de llaves, Mabel Pettigrew». Pero —así lo creían por lo menos los parientes— Lisa no tenía ningún marido viviente. El viejo Brooke había muerto hacía ya tiempo y, por añadidura, Lisa se había divorciado de él durante la primera Guerra Mundial. Que la difunta fuese un tanto disipada, concluían, lo demostraba el simple hecho de la mención del marido. E insistían en que aquel pedazo de papel no podía ser considerado válido. Pero cuando los abogados no encontraron nada que pudiera invalidarlo, se alarmaron: Mabel Pettigrew, sin duda alguna, era la única beneficiaría.

Tempest Sidebottome estaba furiosa.

—Ronald y Janet —decía— deberían ser los herederos por derecho. Nos opondremos. Lisa jamás habría mencionado a su marido, de haber tenido el cerebro en su sitio. Está bien claro que la señora Pettigrew influyó a Lisa.

—Lisa soltaba con mucha facilidad algunas tonterías —hizo notar Ronald Sidebottome.

—Tú has nacido con el sentido de la obstrucción —contestó Tempest.

Así, por el momento, consideraron medida de prudencia evitar el umbral del Harmony Studio, y también prudente invitar al té a la señora Pettigrew.

Doña Lettie estaba contándoselo todo a la señorita Taylor, la cual había visto muchas cosas durante su dilatado servicio en casa de Charmian. Sin darse cuenta, doña Lettie en los últimos meses, se había habituado a hacer confidencias a la señorita Taylor. Muchas amigas de Lettie, que conocían su mundo y el pasado que encerraba, habían perdido la memoria o la vida, o sido internadas en clínicas particulares, en el campo. Era cómodo contar en Londres con la señorita Taylor y poder discutir con ella de los asuntos.

—¿Lo ve, señorita Taylor? —decía doña Lettie—. Nunca pudieron sufrir a la señora Pettigrew. Por otra parte, Pettigrew es una mujer extraordinaria. Yo confiaba que la persuadiría para que cuidara de Charmian; pero, naturalmente, con la perspectiva del dinero de Lisa, no desea continuar trabajando. Lógicamente, debe de haber pasado los setenta años, aunque ella dice… Bien, ya lo comprende usted, con el dinero de Lisa…

—Mabel Pettigrew no es la persona adecuada para Charmian —interrumpió la señorita Taylor.

—Bien, con franqueza, yo creo que Charmian tiene necesidad de una mano un poco dura, caso de que decidamos continuar teniéndola en casa. De lo contrario, debería ir a una clínica. Ella no puede imaginar siquiera cómo irrita al pobre Godfrey. Con todo, trata de hacerlo lo mejor que puede. —Lettie bajó la voz—. Y luego, señorita Taylor, está la cuestión del excusado. No podemos pretender que la señora Anthony la acompañe siempre. Por eso cada mañana le toca a Godfrey ocuparse de los orinales. No está acostumbrado a esta clase de cosas, Taylor.

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