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Authors: Edward Rosset

Tags: #Aventuras, Histórico

Los navegantes (5 page)

BOOK: Los navegantes
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»En diciembre de 1511, una tormenta hizo que las naves se separaran.

Abreu llegó a las islas de Banda, cargó el barco de clavo y regresó a Malaca.

»La nave de Serrao se incendió y embarrancó en una isla desierta. Sin embargo, tuvieron suerte, pues un junco chino se aproximó al ver la nave y sus hombres desembarcaron para examinarla de cerca. Serrao y los suyos se escondieron y cayeron sobre ellos apoderándose después del junco.

»Navegaron hasta la isla de Amboina, cuyo rajá estaba empeñado en una guerra civil. Pidió auxilio a Serrao y éste le ayudó gustoso, y le ofreció la victoria.

Al difundirse la noticia, el sultán de Ternate le envió una delegación en ruego de ayuda. También accedió el portugués, y en un solo encuentro triunfador hizo que las diferencias entre Almanzor, el reyezuelo de Tidor, y Boleyse, que era el de Ternate, hicieran un pacto, casando a este último con la hija menor de Almanzor.

Serrao se convirtió en el gran visir de Ternate y verdadero dueño de las Molucas.

»En sus cartas a Magallanes, como habéis podido escuchar a éste, le insta para que vaya a compartir con él las dulzuras de aquellas tierras que tenían tanto de Arcadia como de Jauja.

»Parece ser que a Magallanes no le entusiasmó la idea de aquel ocio, pero sí le indujo a buscar un camino para llegar a aquellas tierras por el oeste en vez de seguir la ruta del este.

»También se sabe que Magallanes consagró su tiempo a barrer la piratería de aquellos mares, pero un día desapareció con su barco en una exploración no autorizada. ¿Por dónde navegó?... Se ignora. Se rumoreó que había ido a buscar una isla en la que decían que había oro en la arena de sus playas. Lo cierto es que su viaje se consideró un acto de insubordinación, por lo que fue destituido de su cargo y en enero de 1513 salió para la India, donde recibió órdenes de regresar a Portugal.

»Cuando el rey don Manuel envió a Marruecos sus tropas para luchar contra el bereber Muley Zeyam, allá fue Magallanes a luchar en vanguardia. En la lucha recibió una lanzada en la rodilla que dejó su pierna maltrecha con una cojera.

»Como ya no podía tomar parte en los combates, se le nombró
cuadrileiro das presas
, es decir, estaba encargado del cuidado y vigilancia de los prisioneros y el botín capturado. Algunos envidiosos y aspirantes al cargo, le acusaron de entregar a los moros cuatrocientos caballos a cambio de una fuerte suma de dinero. Su orgullo le llevó a realizar dos actos que le fueron extremadamente perjudiciales: responder displicente y despreciativo a los cargos que se formulaban contra él y, todavía algo peor, abandonar Marruecos sin permiso y presentarse en Lisboa para solicitar una real audiencia, no para dar explicaciones sobre su conducta, sino para pedir el castigo de los acusadores.

»El rey, informado de lo que había ocurrido, le ordenó volver inmediatamente a Marruecos.

»Al cabo de algún tiempo se licenció y volvió a Portugal. De nuevo solicitó una audiencia. Don Manuel le recibió todavía más fríamente. Después de enumerar Magallanes todos los servicios prestados, solicitó una pensión.

»Parece ser que el rey se lo negó. Magallanes le pidió a continuación que le pusiera al mando de una carabela, para marchar a las Molucas, o si no, que le permitiera ir en un barco particular. Don Manuel le negó ambas peticiones; dijo claramente que no tenía ocupación alguna para él.

»Dolido, Magallanes solicitó permiso para ofrecer sus servicios a otro monarca. Don Manuel, con un gesto de desprecio, dijo que hiciera lo que le viniera en gana, y dio por terminada la audiencia.

El joven monarca Carlos I escuchaba atentamente las palabras del obispo.

—Así que el rey portugués despreció a un hombre que había dado años de su vida por su patria...

Fonseca asintió.

—Magallanes es un hombre honesto. Después se demostró que las acusaciones contra él eran infundadas. Sin embargo, esto no influyó en la decisión del rey portugués.

El rey se arrellanó en su trono.

—Continuad, por favor. Encuentro esta historia interesantísima.

—Pues bien, se dice que durante alguna de las largas esperas que Magallanes se vio obligado a guardar para poder entrevistarse con don Manuel, se encontró casualmente con el piloto Juan de Silva, que seguramente sería quien le mostró, burlando las medidas de seguridad, la maravillosa sala de cartografía de palacio. Debió de ser entonces cuando contempló el globo terráqueo que celosamente se guardaba allí, y que había realizado, por encargo de la Corona, el afamado cosmógrafo Martín Behaim. En la esfera aparecía dibujado, con gran claridad, un pequeño estrecho que dividía el nuevo continente por su parte meridional y que comunicaba el Atlántico con el gran mar del Sur. Ese dibujo y el estrecho sin nombre que contempló en el globo terráqueo le impresionaron vivamente.

»Poco después conoció a Ruy Faleiro, cuya corpulencia iba en consonancia con su agresividad. El tal Faleiro, unos días antes, se había presentado a las oposiciones de cosmógrafo del Estado, y, a pesar de sus brillantes ejercicios, no ganó la plaza. El tribunal, injustamente, había votado como ganador a un científico que, por supuesto, no tenía la categoría de Faleiro. Así que ambos, Magallanes y Faleiro, se encontraban en la misma situación, el porvenir en Portugal se había cerrado para ellos; de común acuerdo decidieron trasladarse a Oporto y desde allí planear su huida clandestina a España.

»Fernando Magallanes empezó a hacer memoria de gente que pudiese ayudarles en Sevilla, sede de la Casa de la Contratación. Recordó dos nombres: uno, Juan Serrano, un portugués que trabajaba en la casa de Sevilla, y otro, un personaje influyente, un tío de su amigo Duarte Barbosa, naturalizado español y jefe del alcázar sevillano.

»En aquellos días, como llovido del cielo, fue a visitar a Magallanes su amigo Duarte Barbosa. Como resultado de este encuentro, Barbosa se comprometió a organizarles la huida y preparar su estancia en Sevilla.

»En septiembre de 1517 llegaban a Sevilla los dos portugueses, y con ellos dos compatriotas y afamados pilotos, Vasco Gómez Gallego y Juan Rodríguez de Mafra. Don Diego Barbosa los recibió con cariño y los hospedó en su lujosa mansión. Su sobrino le había informado del ambicioso proyecto de llegar a las Molucas por el oeste. Ahora tenían ante ellos un camino lleno de dificultades. Entre el grupo de españoles que don Diego presentó, destacaba Cristóbal de Haro. Como bien sabéis, Haro procede de una familia judía de prestamistas y realiza trabajos al servicio de la empresa bancaria de los Fugger.

»Y volviendo a la casa de los Barbosa... Don Diego tenía una hija, Beatriz, y a los pocos meses nació entre Fernando Magallanes y Beatriz un romance que terminó en feliz matrimonio. Según mis informaciones, ambos son auténticamente felices.

»Aquel fue el tiempo en que murió vuestro abuelo, Fernando el Católico, y quedaba como regente el cardenal Cisneros, en espera de vuestra llegada.

»Mientras tanto, la amistad que Magallanes entabló con Juan de Aranda, funcionario de la Casa de la Contratación, propició que me lo presentara y me pusiera al tanto de sus planes y sus proyectos.

»Aunque Magallanes y Aranda se llevaron bien desde el primer día, no ocurrió así con Faleiro, cuyo carácter desconfiado hacía que creyera que le estaban engañando. Por fin, Magallanes pudo convencer a Faleiro, y ambos emprendieron el camino a Valladolid.

»Allí se enteraron, por Cristóbal de Haro, de que otro portugués, Esteban Gomes, ya había presentado un plan de exploración. Sin embargo, Aranda y Haro consideraron el proyecto de Magallanes más convincente, y así me lo hicieron saber. Y una vez que tuve conocimiento completo del proyecto, se lo di a conocer al canciller Sauvage.

El canciller Sauvage, que había escuchado en silencio el relato del obispo, asintió.

—Efectivamente —intervino el tesorero del reino—. Cuando hube conocido bien a fondo el proyecto, hablamos con Adriano de Utrecht, ya continuación redacté el informe que os entregué.

El joven rey se irguió en el trono y miró a sus consejeros.

—Entonces, ¿estáis convencidos de que las Molucas están en nuestra parte del mundo y no lesionarán los intereses de Portugal?

Adriano de Utrecht, que no había hablado todavía, asintió.

—Así es, mi señor. No parece haber duda de que las islas pertenecen al reino de España, y que si se consigue llegar a ellas viajando hacia el oeste, las riquezas que se pueden conseguir allí son fabulosas.

—Muy bien —dijo el joven rey—. Habrá que preparar una capitulación.

El canciller Sauvage sacó un pliego de entre su ropaje.

—Me he permitido hacer unas anotaciones, mi señor. Quizá podríamos redactar algo en estas líneas.

La Corona concede permiso a Magallanes y Faleiro para realizar un viaje a las Molucas siguiendo una ruta que ellos señalen en la costa del Nuevo Continente. En caso de

incumplimiento, la Corona queda en libertad para elegir a la persona que estime oportuna. Debe quedar muy claro que tienen que respetar la demarcación de Portugal.

Durante diez años Magallanes y Faleiro se reservarán el derecho a todos los viajes que se realicen siguiendo esa ruta.

Se les concederá la veinteava parte de los productos

líquidos de las tierras e islas descubiertas, y además, los títulos de adelantados y gobernadores. Estos títulos serán no sólo para ellos, sino para sus herederos.

Al regreso de la armada, y liquidados todos los gastos, el rey hará merced a los navegantes del quinto de los beneficios obtenidos con las especias que traigan.

El rey se compromete a armar cinco naves, abastecidas de artillería, armamento y municiones, además de

provisiones para dos años.

La tripulación total se compondrá de doscientas

cincuenta personas, y con los expedicionarios marcharán, designados por el mismo rey, factor, tesorero, contador y escribanos para dar fe y tomar cuenta de todo.

Carlos I se levantó.

—Me parece perfecto, señores. Hágase como decís. Cuando esté preparada la capitulación, la firmaré para que se cumpla lo antes posible.

La capitulación acordada en Valladolid fue firmada por don Carlos el 22 de marzo de 1518 y diligenciada por su secretario, Francisco de los Cobos.

Queremos, es nuestra merced y voluntad, acatando los

gastos y trabajos que en dicho viaje se vos ofrecen, de vos merced, y por la presente vos la hacemos, que de todo lo que de la vuelta que de esta primera armada, e por esta vez, se hubiere interés limpio para Nos de las cosas que de allá trajerais, hayáis y llevéis el quinto, sacados todos los costos que en la dicha armada se hicieran... E por que lo susodicho mejor lo podáis hacer y haya en ello el recaudo que conviene, digo que Yo vos mandaré armar cinco navíos, los dos de ciento treinta toneladas cada uno, y otros dos, noventa, y otro de sesenta toneles, bastecidos de gente e mantenimientos e artillería, conviene a saber, que vayan los dichos navíos bastecidos por dos años,

e que vayan en ellos doscientas cincuenta personas para el gobierno de ellos entre maestres e marineros e grumetes, e toda la otra gente necesaria, conforme al memorial que está fecho para ellos, e así lo mandaremos poner

luego en obra a los nuestros oficiales que residen en la ciudad de Sevilla, en la Casa de Contratación de las Indias.

Para mejor control y para tener los libros de contaduría al día, y levantar acta notarial de cuanto ocurriese en el viaje, se nombraron también: veedor, tesorero, contador y varios escribanos.

El cargo de veedor recayó sobre Juan de Cartagena.

La célula expedida por la reina doña Juana y su hijo don Carlos en favor de Juan de Cartagena decía:

y que use dicho oficio conforme a la instrucción que se le dio firmada por el Rey: debiendo presentar los rescates y presas que por la armada fuesen hechos, tanto en la mar como en tierra, todo conforme a la capitulación concluida con Fernando de Magallanes y Rui Faleiro, y que antes de partir la armada tome cuenta de todo lo que en ella fuera, señalándose por vía de salario 70.000 maravedíes desde el día que partiese la armada hasta su regreso a España.

CAPÍTULO III

EL EMBAJADOR PORTUGUÉS

El embajador portugués en España, Álvaro da Costa, engreído y fatuo, era de corta estatura y metido en carnes. Una negra perilla, cuidadosamente recortada, enmarcaba una fácil y aduladora sonrisa, que, como buen diplomático, tenía a flor de labios casi continuamente. Ésta, sin embargo, contrastaba con la frialdad de unos ojos que se clavaban como los de una serpiente en busca de su presa. Vestía finísimas sedas y carísimo terciopelo que indicaban bien a las claras la opulencia en que vivía la corte portuguesa.

Da Costa paseaba inquieto por la antecámara del palacio real en Valladolid. De su entrevista con el joven rey dependía en gran parte el que Portugal siguiera gozando de la exclusividad del comercio de las especias. Si jugaba bien sus bazas, su país podría seguir disfrutando durante muchos años de una riqueza inconmensurable, de la cual él recibía un buen pellizco sin riesgo alguno.

Se repitió a sí mismo, por enésima vez, lo que tenía pensado decir al joven monarca. También repasó en su mente la entrevista con el rey Manuel de Portugal.

—Quiero que os entrevistéis con esos dos traidores y les convenzáis para que vuelvan a Portugal —le había dicho el rey en tono alterado en cuanto entró en su despacho—. No me importa lo que prometáis o cómo lo consigáis, pero quiero resultados. Esa expedición alas Molucas no debe salir nunca, o debe retrasarse por lo menos un año.

Da Costa no había podido evitar el pensar lo fácil que hubiera sido para el rey haberle concedido una pequeña pensión a Magallanes cuando se la pidió.

¡Cuántos problemas habría evitado a Portugal! Sin embargo, se guardó muy mucho de echar en cara al monarca lo mezquino que había sido al actuar de una manera tan injusta y malévola.

—Me entrevistaré con él, mi señor —dijo haciendo una sumisa inclinación de cabeza—. Os aseguro que haré todo lo que esté en mi mano para que esa expedición no salga de Sevilla.

Don Manuel se había levantado y paseado nervioso e inquieto por el despacho.

—Sería una hecatombe —masculló entre dientes más para sí que para su embajador, mientras medía la habitación a grandes zancadas—. Voy a dictar una orden prohibiendo a los marinos portugueses entrar al servicio del extranjero; será considerado como alta traición. Confiscaremos los bienes del contraventor y será desterrado a la colonia penitenciaria de la isla de Santa Elena.

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