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Authors: Edward Rosset

Tags: #Aventuras, Histórico

Los navegantes (4 page)

BOOK: Los navegantes
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Los ojos de Carlos de Gante brillaban a la luz de las lámparas cuando Magallanes terminó su lectura.

—¿Y estáis seguro de que las islas nos pertenecen?

—Lo estoy, majestad.

—¿Y creéis que podríamos llegar a ellas navegando hacia occidente?

—Sí, majestad. Los portugueses van a Malaca siguiendo el largo camino de África, dando la vuelta por el cabo de Buena Esperanza. Nosotros, evidentemente, no podemos usar esa ruta, ni tampoco nos interesa. Podemos acortar el viaje navegando en dirección contraria, bajando por el nuevo continente. En las tierras del sur existe un paso. Dadme barcos y los traeré llenos de especias y oro. Pondré a vuestros pies las riquezas más grandes que monarca alguno haya soñado.

El joven rey miró de reojo a sus consejeros. Sus arcas estaban vacías. El reino estaba cada vez más endeudado... En los ojos de los cuatro hombres que le rodeaban había el mismo brillo de entusiasmo y codicia que en los suyos.

Carlos I señaló el gran globo terráqueo en el que estaba dibujada toda la tierra conocida hasta el momento. Con el Nuevo Continente a medio dibujar. Al sur se estrechaba tal como hacía África. Era muy probable que hubiera un paso por allí, pero no estaba señalizado.

—¿Podéis señalar dónde está ese famoso paso?

Magallanes no dudó ni un solo momento. Puso un dedo al sur de donde terminaban los trazos del lápiz del cartógrafo.

—Aquí —indicó.

El rey asintió pensativo.

—¿Habréis oído hablar, sin duda, de la malograda expedición de Solís?

Magallanes señaló un punto en el mapa donde se veía indicada una enorme bahía.

—Sí, majestad. Fue apresado aquí y devorado por los caníbales delante de sus hombres, que no pudieron hacer nada por él desde las naves.

—Él también quería encontrar el paso.

—Yo sé dónde está, majestad. Lo he visto dibujado en un globo terráqueo en la sala de cartografía del palacio de Lisboa.

—¿Y por quién estaba dibujado el mapa terráqueo? —preguntó el joven monarca.

—Por Martín Behaim.

Carlos I miró a su canciller. Éste asintió con la cabeza confirmando su conocimiento del famoso cartógrafo.

El rey volvió a mirar a Magallanes, que se mantenía respetuosamente en pie ante él.

—Muy bien —dijo el rey—. Os prometo considerar vuestro plan.

Tendréis mi respuesta antes de un mes.

Magallanes vaciló un momento y por fin habló:

—Perdonad, majestad. Pero me he tomado la libertad de traer a mi esclavo malayo, que capturé en la península de Malaca. ¿Quizás os gustaría verlo?

Las pupilas del rey se dilataron.

—¿Un malayo?, ¿de verdad habéis traído un nativo de aquellas tierras?

—Sí, mi señor.

—Hacedlo pasar. Tengo una enorme curiosidad por saber cómo son los seres de esas tierras.

Magallanes se volvió, hizo un gesto y un sirviente condujo a su esclavo, que se arrodilló ante el rey.

Carlos le hizo ponerse en pie y le examinó con una atención que no estaba exenta de admiración. Enrique, como le había bautizado Magallanes, era un hombre alto, de piel morena, de porte atlético, portaba un sencillo pantalón corto a la usanza de su país natal, que dejaba ver los finos y estirados músculos de sus brazos y piernas.

—En verdad, es un hermoso ejemplar, maese Magallanes— dijo el rey con sorpresa—. ¿Y todos tienen este color cobrizo?

—Todos, majestad —respondió el portugués—. Algunas mujeres tienen la tez ligeramente más blanca porque se cuidan de no recibir tanto el sol.

—¿Y son hermosas?

—Mucho, mi señor. Son las criaturas más bellas que se puede uno imaginar.

Y no tienen ningún escrúpulo en ocultar su hermosura.

El joven rey sonrió pícaramente.

—Ahora comprendo vuestro enorme afán de volver...

Magallanes también sonrió.

—Ciertamente, aunque sólo fuera por eso merecería la pena, pero os aseguro —dijo con énfasis— que unas enormes riquezas esperan a vuestros barcos.

—Bien —asintió Carlos de Gante—, os agradezco vuestra visita. Os daremos a conocer nuestra decisión muy pronto.

Cuando Magallanes y Faleiro se hubieron marchado, el joven monarca se levantó del trono y miró a su alrededor. La sala de audiencias era enorme, con grandes muros grises cubiertos con amplios tapices. En todas las columnas había un par de lámparas de aceite encendidas, a pesar de que por los altos ventanales entraba la luz del día difuminada por los cristales multicolores que representaban escenas bíblicas.

El rey se volvió hacia sus consejeros.

—Bien, señores, ¿podéis darme vuestra opinión?

El obispo Fonseca habló el primero.

—Yo creo que es un proyecto factible. Es más que probable que ese paso exista, y, por ende, se pueda ir a las Molucas por un camino más corto y, además, sin pasar por territorio portugués.

—¿Y son tan ricas como dicen?

—Sin duda, mi señor. Durante cientos de años, grandes caravanas han estado trayendo sedas de China y especias de las Indias para beneficio de los comerciantes genoveses. Cuando Portugal comenzó el comercio por mar, aquéllos trataron por todos los medios de evitarlo, sin conseguirlo. No hay duda de que quien consiga llegar allí por el camino más corto gozará de unas riquezas fabulosas. Y, por supuesto, sólo hay un país en el mundo que lo puede conseguir: España.

Carlos de Gante se acarició su barbilla todavía imberbe. Si pudiera conseguir esas riquezas el mundo podría estar a sus pies. Media Europa era suya por herencias, la otra media caería por la fuerza de las armas...

—Me gustaría saber más acerca de este Magallanes. Parece más convincente que Esteban Gomes. Observo una seguridad mucho mayor en sus palabras... ¿Qué me podéis decir de él?

Fonseca asintió.

—Hemos indagado a fondo y creo que puedo contaros la historia de su vida de cabo a rabo.

El joven se sentó en el trono.

—Os escucho.

El obispo Fonseca dirigió su mirada a uno de los altos ventanales por donde entraba un rayo de sol que incidía directamente en un gran tapiz con el escudo de Castilla.

—Fernando de Magallanes y Sausa nació en 1480, hijo menor de Ruy de Magallanes y de Alda de Mezquita. Tenía dos hermanos mayores, Diego e Isabel.

Ruy de Magallanes era Corregidor de la ciudad de Aveiro.

»Cuando era todavía un niño entró como paje al servicio de la reina, doña Leonor. Ya de joven, frecuentaba las aulas y el trato de los geógrafos eminentes que vivían en Lisboa, secundando los planes de Juan II. Se sabe que, como paje, estudió cartografía y astronomía, además de las enseñanzas normales de música, danza, artes de cetrería y montería, equitación, adiestramiento en el ejercicio de las armas y servicios propios de los pajes tales como mensajero de palacio, etcétera.

»A los veinticinco años se enroló en la expedición de Almeida como simple marinero. Recibió su bautismo de fuego el 2 de febrero de 1506 en combate naval contra una escuadra del hindú rey de Cambay, el rajá de Coa, el zamorín de Calicut y la egipcia comandada por el emir turco Husayn. Se sabe que Magallanes participó en el asalto a la nave capitana defendida por ochocientos mamelucos. Husayn logró huir a duras penas en un bote.

»En esta acción Magallanes fue herido de gravedad y estuvo varios días entre la vida y la muerte.

»Al restablecerse de sus heridas ingresó en un cuerpo de caballería, recién formado por el virrey Almeidas en los territorios portugueses de Coa. Junto a él se encontraba Francisco Serrao, su inseparable amigo.

»Parece ser que por aquella época llegaron de Portugal tres carabelas al mando de Diego Lopes de Sequeira. Éste traía instrucciones del monarca luso.

Tenía que explorar hacia el este en busca de la península de Malaca; sabían que en ella se encontraba el puerto más importante de las Indias, verdadero emporio de las más ricas y variadas mercancías. Debía entrar en él fingiéndose mercader, para, con un golpe audaz, hacerse con la ciudad.

»Almeida le cedió parte de su caballería, y entre sus miembros estaban Magallanes y Serrao. Le dio también una
taforeia
para el transporte de caballos.

»El 1 de septiembre de 1509 entró la armada portuguesa en el fabuloso puerto de Quersoneo Dorado. Eran los primeros bajeles europeos que surcaban aquellas aguas. Según los portugueses, atracaban en aquel puerto más barcos que en ningún otro lugar del mundo.

»El sultán les recibió espléndidamente y Sequeira y sus capitanes, enarbolando el estandarte real, acudieron a palacio a caballo. La ciudad no tenía murallas y dejaba ver lindos jardines y numerosas palmeras, entre las que se perfilaban airosos minaretes y, al fondo, un palacio bellísimo, el del sultán, y una gran mezquita de mármol.

»Sequeira volvió a bordo entusiasmado. El sultán Mohammed les había obsequiado con un espléndido festín y les había hecho numerosos regalos. Les dio a entender que firmaría un tratado con el monarca portugués e incluso le pagaría un tributo anual.

»El general se frotaba las manos, ignorando las aviesas intenciones de Mohammed, quien, conocedor de las andanzas portuguesas por aquellas tierras, pensaba pagarles con la misma moneda de felonía. Prometió proporcionarles tal cantidad de especias que precisarían nuevos barcos para llevar tan fabuloso cargamento.

»Durante los días siguientes, los portugueses no podían dar crédito a sus ojos al ver a los mercaderes chinos vender sus finas porcelanas a precios irrisorios, las vistosas lacas, las ricas y bordadas sedas; los indios ofrecían preciosas telas de brillante colorido, pesados colmillos de elefantes y mil productos más; los joyeros exhibían sus perlas de Ormuz, sus rubíes de Ceilán entre pequeños montones de turquesas, brillantes y zafiros; y en los bazares se encontraba desde la hoja damasquinada árabe, al sándalo de Timor, y del clavo de las Molucas a la figurilla tallada de Siam. Todo a precios increíbles, entre sonrisas y gestos de amistad. Las mujeres prodigaban sus atenciones a los europeos, y los hombres se desvivían por mostrarse serviciales.

»Los temores de algunos desconfiados parecían injustificados, sobre todo, cuando un día aparecieron en la playa unas carretas esperando a que los portugueses enviasen sus botes para cargar las mercancías.

»El astuto Mohammed tenía preparado su plan. Una numerosa flota de sampanes se ocultaba en una cala cercana esperando una señal. Del interior habían llegado guerreros y elefantes. Toda la ciudad estaba sobre aviso.

Esperaban a que los portugueses estuviesen entregados a la tarea del embarque para caer sobre ellos.

»Casi la totalidad de la dotación estaba en tierra. Algunos oficiales trataban del negocio de las piedras. El cuadro era de una completa normalidad.

Sin embargo, un tal García de Sousa, que era de naturaleza desconfiada, empezó a comprobar que había demasiados sampanes acercándose cautelosamente a las carabelas. Envió a Magallanes, en el único esquife que no había ido a tierra, a informar al capitán, que se hallaba jugando al ajedrez con un alto jefe malayo.

»Magallanes se le acercó despacio y sin dar muestras de alarma, comunicó en portugués lo que estaba ocurriendo como si lo que decía careciera de importancia. El general escuchó sin hacer ningún gesto ni aspaviento, y sin levantar la vista del tablero. Llamó al contramaestre para que pusiera en guardia a la tripulación, y avisara a las demás carabelas. Todo sin dejar de jugar al ajedrez, como si se tratara de órdenes rutinarias.

»En un momento dado, cuando vio que uno de ellos echaba mano al puñal, dio un salto y le atravesó con su espada. Con la misma celeridad mataron al resto de los malayos. Pronto levaron anclas y largaron velas. La artillería llevó el pánico y la muerte a los sampanes.

»Sin embargo, los portugueses que estaban en tierra corrieron peor suerte, fueron acuchillados o cogidos prisioneros.

»Magallanes observó cómo su camarada Serrao era atacado en el muelle por un grupo de malayos. Sin vacilar, saltó al esquife y con dos compañeros bogó a tierra. Cayeron sobre los que cercaban a Serrao y consiguieron rescatarlo y llevarlo a bordo.

»Serrao embarcó en la
taforeia
, la cual por ser tan lenta, fue alcanzada por un gran junco; los portugueses rechazaron a sus adversarios, pero éstos llegaron en mayor número.

»Magallanes vio a su amigo en peligro por segunda vez, y una vez más se lanzó en su ayuda junto con otros cuatro compañeros. Lanzaron el esquife al agua y rindieron a sus adversarios.

»De vuelta en Cochín, a Magallanes y a Serrao se les nombró capitanes por su gran bravura.

»Se sabe que ambos tomaron parte, en enero de 1510 en el desembarco de Calicut y el asalto del palacio del zamorín. Magallanes resultó gravemente herido en esta operación militar.

»Todavía convaleciente, y de regreso a la patria, el buque embarrancó en un bajo de Padua. Como no había botes para todos, el capitán decidió que embarcaran solamente los hidalgos con la promesa de enviar socorro a los demás náufragos.

»Magallanes rehusó partir con ellos y se quedó con los marineros. Éstos, indignados por la acción del capitán, estuvieron a punto de asesinarlo. Sólo Magallanes pudo contenerlos y apaciguar los ánimos.

»El islote estaba desprovisto de vegetación y deshabitado. El sol quemaba sus cuerpos. En el naufragio Magallanes había perdido todo lo que poseía.

Pasaron tres semanas antes de que una carabela cruzara cerca de la isla y se aproximara a los desventurados.

»De vuelta en Cochín se enfrentó con el gobernador Albuquerque, quien, en sus cartas al rey Manuel, dejó entrever que Magallanes estaba a sueldo de la corona española.

»Magallanes trabó amistad por aquel entonces con Duarte Barbosa, que tampoco profesaba afecto alguno por Albuquerque. Con Barbosa fue a la conquista de Coa, y más tarde a la de Malaca, el 1 de julio de 1511.

»Durante veinticuatro días lucharon ambos bandos encarnizadamente en las calles de la ciudad. Por fin, los portugueses consiguieron la victoria. En sus manos cayó el más rico botín que pudiera soñarse, pero Magallanes sólo consiguió el esclavo que habéis visto, al que le puso de nombre Enrique de Malaca.

»Albuquerque tenía una sed insaciable de poder y planeó apoderarse de las islas del Moluco, que tenían fama de ser el paraíso de las especias. Con tal propósito, organizó una armada a fin de adueñarse de todas las islas y conseguir el monopolio especiero mundial. Iban capitaneadas por Antonio d'Abreu, Simón Alfonso, y Francisco Serrao.

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