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Authors: Kate Jacobs

Tags: #Drama

Celebración en el club de los viernes (25 page)

BOOK: Celebración en el club de los viernes
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—Cada vez hay más empresas que se introducen en el campo de lo orgánico —explicó Donny—. Arrendé mis tierras en Estados Unidos.

—Y, a decir verdad, nosotros hemos hecho lo mismo —terció Tom—. Vamos a mantener la casa, pero una empresa se hará cargo de los campos. —Cruzó la mirada con uno de sus primos, que asentía mientras él hablaba—. Francamente, estamos listos para retirarnos. Bess ha seguido mi camino durante mucho tiempo y lo más correcto sería que yo probara el suyo.

—O sea que os mudaréis a Florida o algo así —dijo Dakota, incrédula. Se preguntó por qué todo el mundo parecía tener una cita mágica «cuesta abajo»—. No os iréis a un asilo, ¿verdad? ¿Tú serás el siguiente, papá?

—No somos viejos —explicó Bess—. Simplemente pasamos a una nueva fase. Tal vez compremos un apartamento en alguna parte. O vayamos a hacer un safari fotográfico.

—Lo del safari suena muy chic, querida —comentó la bisabuela. Siempre me gustaron los elefantes del circo.

—¿Un safari? ¿Me estáis tomando el pelo? —insistió Dakota.

—Es una idea, nada más —dijo Bess—. Nunca es tarde. ¿Ahora tienes hueco para ese pastel, Tom?

—Lo tengo —declaró el abuelo de Dakota, y la familia retiró pesadamente los platos sucios de la mesa y ayudó a sacar los excesivos postres. Dakota permaneció pegada a su asiento y observó la procesión de tarta, pastel y tartaletas de la cocina a la mesa, asombrada de que alguien pudiera pensar en comer después de las noticias que acababan de oír.

—Uno de cada, me imagino, ¿verdad? —preguntó la bisabuela, que sirvió un poco de bizcocho al jerez en un cuenco y empezó a pasar las raciones de postre por la mesa—. Al fin y al cabo, es Navidad, ¿no?

James estaba descansando en el sofá de dos plazas, dormitando tras la monumental comida, en tanto que la abuela prestaba mucha atención a la reina en la BBC. El clan familiar se puso cómodo y Bess tejía lentamente su bufanda mientras Tom la miraba admirado. Donny y Dakota, con sendos paños de cocina sobre los hombros, entraron al salón en busca de las últimas tazas de té.

—Fue una comida realmente maravillosa, mamá —dijo Tom dándose unas palmaditas en el estómago—. Hoy te has superado.

—Bueno, tuve ayuda —confesó la anciana.

—Por Dakota —dijo James, que alzó su taza de porcelana.

—Y por Bess —añadió la bisabuela—. Brindemos también por la mamá de Georgia.

—Escuchad, escuchad —terció Tom, y se puso de pie—. Por toda nuestra familia, por todos y cada uno de los que estamos aquí esta noche. Que las bendiciones de las fiestas nos mantengan a salvo y felices durante el próximo año. Y por mi padre, Tom, y por mi hermosa hija Georgia. Con la esperanza de que el pavo sea igual de delicioso en el cielo.

Quince

La bisabuela comentó que había más gentío del que se esperaba, contó cabezas y asintió en señal de admiración. Asistir fue una decisión de último momento, lo debatieron repantingados en los asientos, cuando, sintiéndose llenos y satisfechos, charlaban sobre cualquier cosa, desde el sermón matutino hasta el conjunto que vestía la reina en televisión. Pero entonces la abuela había chasqueado la lengua, se había quitado las zapatillas de punto de colores para dejar al descubierto los calcetines blancos de algodón que llevaba debajo, calentitos y tejidos a mano, y anunció que todos tenían que ponerse las botas. Sería de mala educación perderse el concierto de Navidad en el césped de Trigony House, a las afueras de Thornhill, declaró. Estudiantes de todas las edades y unos cuantos padres con talento habían estado ensayando durante largas horas para presentar su actuación.

Fueron en los dos coches de alquiler; como había vecinos del lugar que habían tenido la misma idea que ellos y habían llegado antes, les tocó aparcar al final del largo camino de entrada y tuvieron que unirse a la procesión de asistentes al concierto que marchaba en dirección a los asientos repartiendo generosamente besos, abrazos y saludos de «¡Feliz Navidad!». Cada pocos segundos había alguien que paraba a la abuela para brindarle sus buenos deseos: desde los hijos de cabello cano de viejas amistades hasta la chica que acudía a limpiar las ventanas dos veces al año.

—Es como la reina de Thornhill —murmuró Dakota a su tío—. ¿Y si cuando se vaya a ese asilo lo echa de menos?

—El hecho de que te entristezca marcharte no siempre es una razón para quedarte —contestó Donny—. En ocasiones, ir en una nueva dirección, aun cuando no sea lo que tenías planeado en un principio, puede resultar lo mejor.

—Es posible —dijo Dakota, considerando las palabras de su tío. Aflojó el paso para distanciarse de su familia y observó cómo se movían. Bess con sus pasos pequeños, James con su paso brioso, Donny moviendo los brazos con fuerza, Tom con las manos en los bolsillos, la abuela menuda y con su increíble buen porte. Aquí estamos todos, juntos, creando un recuerdo, reconoció. Sabía que llegaría un momento en el que querría evocar aquella imagen en su mente, aquella hilera que formaban sus seres queridos, paseando con gorro y bufanda en un día de Navidad de lo más especial. Nunca se habían reunido todos como ese año y Dakota sabía que era muy poco probable que volvieran a hacerlo. Su anciana bisabuela aún era muy fuerte y no obstante empezaba a relajarse. Posiblemente su padre también querría moverse en nuevas direcciones.

—¿Quién sabe dónde estaremos todos dentro de un año? —susurró para sí, consciente de que no había podido anticipar el desarrollo del año anterior, desde empezar en la escuela de cocina hasta enterarse de que Peri tenía una oferta de trabajo en París.

¿Qué ocurrirá con la tienda? ¿Qué pasará con mi familia? ¿Y conmigo?, pensó Dakota con preocupación. Detestaba no tener ni idea, no tener manera de adivinar el futuro. Que nadie pudiera hacerlo. Sabía que, con demasiada frecuencia, el cambio simplemente se transformaba en pérdida. Y de eso ya había tenido bastante en su vida.

Vio que su padre le ofrecía el brazo a la bisabuela que, sin alterar su paso resuelto, aceptó la ayuda con la cabeza levemente inclinada, sin dejar de mirar dónde ponía los pies, teniendo cuidado con el hielo y la nieve. Dakota vio a Bess y Tom más cariñosos de lo que los había visto jamás; Bess tiró de la manga del abrigo de su esposo, entrelazaron unos cuantos dedos cubiertos por los guantes e intercambiaron una sonrisa íntima. Dakota imaginó que empezaban de nuevo, libres de la tensión de la granja de Pensilvania. Y Donny, entusiasmado con su nueva aventura, mirando a su alrededor para ver a toda la gente de Thornhill que serían sus vecinos y que tal vez, él esperaba que sí, se convirtieran en sus amigos.

Los músicos afinaban los instrumentos y unas chicas con vestidos de tartán repartían los programas con los títulos de las canciones y las letras. Las sillas estaban dispuestas sobre el césped y, al igual que ocurría en los cines, la gente se había acomodado de dos en dos o de cuatro en cuatro, dejando algún que otro asiento libre entre ellos. Había varios asientos vacíos pero no los suficientes para toda la familia, de modo que el grupo se separó.

—Yo iré con Dakota —dijo Bess, que sorprendió a su nieta—. He traído la labor en el bolso. El resto podéis ir más adelante.

—Yo me sentaré con Dakota —terció James—. Me gustaría charlar. Apenas la he visto desde que llegamos.

—No, no —protestó Bess—. Tú la puedes tener siempre. Déjamela un poco más —señaló unos asientos cercanos—. No estaremos lejos.

—Así pues, ¿estás pensando en Harrisburg, abuela? —preguntó Dakota a Bess cuando se sentaban.

—¿Quién dijo nada sobre Harrisburg? —contestó Bess—. No, quiero cambiar. Tal vez Filadelfia. O quizá incluso Los Ángeles.

—No me da que tú seas muy de L. A., abuela —dijo Dakota, mirando con atención a su abuela de cabellos grises con su blusa floreada con volantes y el grueso abrigo negro.

—No sé de dónde quiero ser —dijo Bess—. Pero estará en función de lo que cueste, claro. No vamos a tener un ático en el Ritz, pero nos irá bien. Puede que me busque un trabajito.

—¿A tu edad?

—Tu amiga Anita es casi una década mayor que yo, jovencita —replicó Bess—. Y eso no te parece raro.

—Sí, pero ella es... —Dakota intentó encontrar una palabra que no la ofendiera.

—Sea lo que sea, yo puedo ser lo mismo —afirmó Bess, enfurruñada—. No quieres que tu bisabuela se vaya pero a mí ya quieres retirarme.

—No —repuso Dakota, abriendo el programa—. En realidad, me gusta estar contigo, abuela. Es extraño, pero a veces me recuerdas a mi madre. Ella también podía llegar a ser muy impaciente.

—Yo soy muy paciente cuando es necesario —declaró Bess, y empezó a sonar la melodía de
Noche de paz—
. Me he pasado la vida como un ratón de campo cuando quería ser uno de ciudad. Y ahora puedo hacer lo que quiera.

—Y ¿qué es exactamente? —preguntó Dakota.

Bess se inclinó hacia ella con aire cómplice y le dijo:

—Lamentablemente, no lo he resuelto todavía.

Por la intensa mirada que le estaba dirigiendo su padre, Dakota supo que quería que volviera con él en el coche a casa de la bisabuela.

—¡Eh, papá! —le dijo—, ¿Qué te parece si voy contigo?

—Fantástico —contestó él con una sonrisa de alivio—. Así podremos hablar.

—¿Sobre mí? —Dakota se deslizó hasta el asiento del acompañante, en el lado izquierdo del automóvil.

—Claro —dijo su padre—, ¿Qué pasa?

—Nada —repuso Dakota, juguetona—. Tú primero. ¿Qué tal tu nueva amiga? ¿La señorita Stonehouse?

—Sandra, sí. Está muy bien, es muy agradable —respondió él—. Apuesto a que fue lo que pensaste cuando te entrevistaste con ella.

—Me dio un poco de miedo, la verdad —dijo Dakota—. Pero cuando os vi besándoos digamos que esa impresión desapareció.

—Voy a llamarla esta noche, para desearle feliz Navidad —continuó diciendo James—. Se ha ido a casa de sus padres.

—Es todo un detalle, papá —comentó Dakota en un tono ligeramente burlón—. Quizá te estés soltando con esto de las relaciones. Al fin. No hará falta que te largues durante doce años ni nada parecido.

A James no pareció hacerle gracia.

—No puedo deshacer el pasado —dijo—. Dakota, esta es la realidad. Tu madre era una cosa. Esto es otra. No son lo mismo; no pueden compararse. Pero es genuino. Tengo verdaderos sentimientos por Sandra y necesito que tú lo aceptes.

—Algunas cosas son difíciles de aceptar, papá —Dakota miraba por la ventanilla mientras el coche avanzaba por la carretera, y deseaba estar ahí fuera con las ovejas en los prados. O fregando platos con la bisabuela. O tejiendo con Bess. O jugando al Scrabble con Tom y Donny. En cualquier otra parte menos allí.

—Estamos dando un paso —se aventuró a decir James—. Un gran paso.

—¡No te referirás a vosotros dos! —exclamó Dakota, y James pasó de largo el camino de entrada a la casita de la bisabuela. No había duda de que aquel paseo en coche iba a ser largo—. Deja que lo adivine. Vamos a tener una boda triple y también me toca ser la dama de honor de dicho espectáculo.

—Noooo
—dijo James, alargando la palabra—. Creía que te alegrabas por Anita. Por Catherine.

—Y me alegro —afirmó Dakota—. Me alegro mucho, muchísimo. Lo que pasa es que es como si ¡paf!, ocurriera todo al mismo tiempo. Las bodas y los matrimonios, el regreso de Roberto, que fue claramente incómodo. Los viejos amores están mejor en el pasado, papá.

James enarcó las cejas mientras su hija seguía despotricando. Optaría por suponer que él era la excepción a la regla.

—Y luego la cosa se convierte en comer el pavo y en una feliz y última Navidad porque la abuela se deshace de la granja. —Se dio la vuelta en el asiento para ver mejor a su padre—. La bisabuela cree que irse a un asilo no es más que ser capitana del equipo de petanca y no tiene ni idea de lo horrible que va a ser para ella. Donny es un... un... ¿cómo se dice? ¿Un inmigrante retornado? ¿Y eso no es una locura? ¿Quién demonios hace eso?

—Tu madre quería hacerlo —dijo James—. Tenía toda esa fantasía de criar sus propias ovejas para los «Jerséis Walker».

—Pero en lugar de eso se murió —gritó Dakota—. Murió y dejó que lo resolviera yo todo. Lo que pasa es que todo sigue siendo una puñetera chifladura. ¿Por qué no hay nada que pueda quedarse donde está bien? —Tomó aire.

—Bien ¿para quién? —preguntó James en voz muy baja.

—¡Bien para mí! ¡Para mí! ¡Para mí! —chilló Dakota—. Ya están pasando bastantes cosas en mi vida. Tengo la sensación de que mis agarraderos se están resquebrajando. Como si anduviera corriendo por ahí con los brazos extendidos para recoger todo lo que se está cayendo, pero no puedo.

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