Read Osada Online

Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Osada (26 page)

BOOK: Osada
11.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Ella lo miró en silencio durante un rato largo.

—¿Le estás preguntando a una política lo que hará en el futuro? Sí. ¿Me crees?

—No lo sé.

—Bien. Todavía me quedan algunas cosas que enseñarte sobre política. Las necesitarás cuando vuelvas a casa. —Se levantó y extendió el brazo hacia él—. Venga, vamos a comer algo. Hagamos propaganda. Juntos. Que la flota sepa que su héroe está contento.

Geary se levantó también, pero todavía se sentía cansado.

—Supongo que puedo aparentar estar contento durante un par de horas.

—Lo harás bien. —Volvió a sonreír, aunque esta vez de modo distinto—. Y cuando volvamos aquí, nos ocuparemos de estar todavía más contentos.

Pese a lo excitante de aquellas palabras, Geary habría deseado saber lo que pensaba realmente.

—No ha sido fácil decidir cuál será el curso de nuestras acciones —les dijo Geary a las imágenes de los capitanes de la flota que se encontraban en la sala de conferencias. La tensión reinante era como la que tenía lugar antes de un combate. Los oponentes más claros, como el capitán Casia, la capitana Midea o la comandante Yin estaban preparados para intervenir si Geary sugería algo que no fuese suficientemente agresivo.

Los que estaban de su parte, como el capitán Duellos, Tulev o Crésida, estaban claramente preocupados por si Geary proponía algo para tranquilizar a la flota, lo cual podía ser también peligroso. Había hablado con todos, uno a uno, antes de la reunión, intentando asegurarse de que supiesen que lo había pensado con detenimiento. Esperaba haberlos convencido.

A su lado, físicamente, estaba la capitana Desjani, con su atención centrada en los enemigos de Geary, como si fuese su guardaespaldas. Al fondo de la mesa, donde estaban situados los comandantes de las naves de la República Callas, estaba también virtualmente la copresidenta Rione. Había preferido aquello a ir en persona para asegurarse de que las naves de la república supiesen que todavía seguía con ellos. Geary se preguntaba cuánto se habría guardado en la discusión que habían mantenido, y si lo apoyaría, se quedaría en silencio o sacaría algo contundente en contra de su plan en cuanto el debate comenzase.

Entonces apareció el visor estelar.

—Estoy seguro de que ya están al tanto de nuestras opciones. T’negu, aunque parece atractiva, es una trampa segura.

—Hemos llegado fácilmente hasta aquí avanzando en línea recta hacia el espacio de la Alianza —le interrumpió el capitán Casia.

—Y por eso los síndicos podrían ver incluso con los ojos cerrados cuál es nuestro patrón de avance —respondió Duellos—. T’negu es el lugar perfecto para llenarlo de minas.

—Eso mismo pienso yo —concordó Geary, a la vez que clavaba sus ojos en Casia antes de volver a hablar—. Las demás estrellas presentan otros problemas, con varios niveles de peligro. Después de pensarlo mucho y de consultarlo con los demás, he llegado a la conclusión de que el mejor objetivo es Lakota.

La capitana Midea iba a empezar a hablar, pero se quedó cortada, como si las palabras de Geary la dejasen muda.

—¿Lakota? —dijo finalmente.

—Sí. —Aunque al final no sorprendiese a los síndicos, no se podía decir lo mismo de Midea. Aquello era reconfortante, puesto que quería decir que los espías de sus oponentes en la flota no habían descubierto sus planes—. Habrá una flotilla síndica para proteger la puerta hipernética del sistema. No obstante, seguramente pensarán que las posibilidades de que vayamos allí son tan remotas que será demasiado débil como para hacernos frente.

—¿Usaremos la puerta? —preguntó alguien, vacilante.

—Sí, si es posible —respondió con voz tranquila. No podía permitirse falsas esperanzas en lo concerniente a aquello—. Sin embargo, sabemos que los síndicos están dispuestos a destruir sus puertas para evitar que las usemos, y la flotilla que pueda haber en Lakota seguro que ha recibido esas órdenes. Si tenemos suerte, podríamos cogerla mal situada, y ser capaces de llegar a la puerta antes de que lo hagan ellos. Pero es bastante complicado, la verdad. Si los síndicos la atacan primero... —Dejó la frase sin acabar para que cada oficial hiciese memoria sobre lo que había pasado con la puerta hipernética de Sancere.

—Podríamos cargar directamente hacia la puerta. Intentar detenerlos —dijo la comandante Yin.

—Personalmente —comentó el capitán del
Arrojado
—, prefiero no volver a estar cerca de una puerta hipernética cuando explote.

—Yo tampoco —dijo el capitán del
Diamante
—. Si la
Orión
quiere encargarse, yo encantado.

La comandante Yin lanzó una mirada fulminante a ambos oficiales, pero aparentemente tuvo suficiente cabeza como para darse cuenta de que seguir discutiendo con ellos podría dejarla todavía más en ridículo.

—¿Cuántos síndicos podría haber en Lakota? —preguntó el capitán del
Vengativo
—. Les hemos hecho bastante daño en los últimos combates, y hemos destrozado las naves que estaban construyendo en Sancere, además de los astilleros. Si tenemos en cuenta la situación del grupo que nos estaba esperando en Ixion, deben de estar bastante desesperados.

El capitán Tulev respondió con voz sombría.

—Recuerde las bajas que sufrimos en el sistema nativo síndico. Lo único que hemos hecho destrozando sus naves desde esa vez es equilibrar lo que perdimos en aquella emboscada.

Se hizo un silencio sepulcral en la mesa. Nadie negó lo que Tulev acababa de decir.

—Pero las naves de combate síndicas que acabamos de destruir estaban compuestas por tripulaciones extremadamente inexpertas —afirmó el comandante Neeson, al mando de la
Implacable
—. Ni siquiera deberían haberles encargado una misión de combate.

—Eso es verdad. —El capitán Duellos se mostró de acuerdo—. El capitán Geary y yo hemos hablado sobre el tema, y creemos que los síndicos pensaron que era improbable que fuésemos a Ixion, por lo que enviaron sus naves más preparadas a otros sistemas estelares.

—Entonces quiere decir que andan escasos de naves —respondió Neeson.

—Andan escasos porque tienen que mantener su superioridad numérica en más de un lugar, ya que no saben adónde vamos a ir exactamente —comentó Duellos—. Y está claro que cada vez les cuesta más.

—Y con suerte —añadió Geary— eso afectará al número de enemigos que nos encontremos en Lakota.

—¿Ha hablado de esto con la senadora Rione? —preguntó la capitana Midea.

Geary la miró con indiferencia, mientras pensaba que cada vez se parecía más a un líder síndico.

—Capitana Midea, el tratamiento adecuado es copresidenta de la República Callas, aunque también sea miembro del senado de la Alianza. Y sí, lo he hablado con ella.

—¿Entonces lo de ir a Lakota es decisión suya?

Gran parte de los oficiales que había en la mesa se enderezó al escuchar aquello. Sabía que, en algún momento de la reunión, Rione le pondría pegas al plan, y ahora tenía la ocasión perfecta para hacerlo.

—Como ya he dicho en otras ocasiones, la copresidenta Rione no toma decisiones sobre los movimientos de la flota —afirmó Geary con tranquilidad.

Rione tomó la palabra, con tono neutral.

—Como miembro del senado de la Alianza, no tengo autoridad sobre el mando de esta flota, capitana Midea. ¿Está al tanto de eso?

La capitana Midea se puso roja.

—Si al final la «copresidenta» Rione tiene una gran influencia sobre las decisiones que toma la persona al mando de la flota, es lo mismo.

Rione sonrió ligeramente.

—Le puedo jurar por el honor de mis antepasados que el capitán Geary rara vez sigue mis consejos relacionados con los movimientos de la flota.

—El honor de una política... —masculló alguien.

Algunos de los oficiales al mando de las naves de la República Callas, aunque no todos, fruncieron el ceño. Otros reaccionaron ante aquella falta de respeto con leves sonrisas. La mayoría mantuvo una expresión impasible.

Geary era consciente de que en ese instante era bastante fácil averiguar lo que sentía.

—¿Sirve mi honor para satisfacer a los que ponen en duda lo que ha dicho la copresidenta Rione? —dijo, amenazante. Rione no había utilizado la situación para expresar abiertamente sus dudas sobre la decisión de Geary, lo cual hizo que se sintiese liberado y agradecido.

La única respuesta que obtuvo fue el silencio, hasta que el capitán Mosko tomó la palabra y dijo, con cierta torpeza:

—Teniendo en cuenta las circunstancias de su relación, esperábamos que saliese en su defensa, capitán Geary. Es algo que todo oficial honorable debería hacer.

—La copresidenta Rione no le da órdenes, y si lo hiciese, él no haría caso —dijo la capitana Desjani en tono claro y neutral—. Es lo que he podido observar directamente desde el puente del
Intrépido
. Lo juro por mi honor, y confío en que nadie crea que la copresidenta y yo tenemos una relación que me obligue a defenderla.

—Lógicamente, se siente obligada a apoyar al capitán Geary —dijo Midea, con un tono que dejaba entrever claramente que las obligaciones que Desjani tenía con Geary iban más allá de lo profesional.

Desjani miró con severidad a su colega.

—Capitana Midea, defenderé a cualquier oficial que pueda derrotar a nuestros enemigos, sobre todo si es tan eficiente como el capitán Geary. Es él quien está al mando de la flota, y es una persona honorable. Mis enemigos son los síndicos, y cualquiera que los ayude.

Durante el silencio que sucedió a aquellas palabras casi se podía tocar la tensión reinante. Fue el capitán Casia quien lo rompió, aunque aparentemente algo reacio a apoyar las inadecuadas palabras de Midea.

—La discusión y el debate entre oficiales al mando siempre han sido aceptados en la flota. No hay razón para acusar a nadie de traición.

—¿Acaso lo he hecho? —preguntó Desjani.

Geary tomó la palabra durante aquel incómodo silencio.

—Se aceptan tanto el debate abierto como las discusiones, pese a que el curso de las acciones nunca se ha supeditado a ello. Sé que algunos oficiales de esta flota hablan cosas en privado que no están dispuestos a repetir en público. Ya lo he dicho anteriormente, y lo vuelvo a repetir: les animo a que hagan sugerencias y comentarios constructivos, pero también les repito que, como comandante de la flota, soy yo quien tiene el deber y la responsabilidad de decidir y emitir las órdenes.

El capitán Badaya asintió con la cabeza.

—Eso es lo que hemos aprendido a esperar de usted —dijo mientras miraba desdeñosamente a Casia—. Si no tenemos oportunidad de usar la puerta de Lakota, ¿cuál será nuestro siguiente objetivo?

Geary se sintió agradecido por tener de la oportunidad de volver al tema de la operación, en lugar de hablar de relaciones, ya fuesen reales o imaginarias. Señaló el visor.

—Hay un par de opciones interesantes. El rumbo que tomemos dependerá en parte de lo que nos encontremos en Lakota y de los combates que se puedan derivar de ello. —Recorrió la mesa virtual hasta llegar a la capitana Tyrosian y a los demás comandantes de las demás naves auxiliares—. Gracias al extraordinario esfuerzo realizado por la división de naves auxiliares, hemos podido volver a un nivel aceptable de células de combustible y munición, de hecho casi estamos al cien por cien en general. Sin embargo, para conseguirlo hemos usado la mayor parte de las materias primas que conseguimos hasta la fecha. Por lo tanto, tendremos que reabastecer los almacenes de las naves auxiliares. La urgencia dependerá de cuánto combustible y munición tengamos que gastar en Lakota.

—Parece que tenemos que pasarnos el tiempo o bien escoltando o bien reabasteciendo a las auxiliares —refunfuñó el oficial al mando de la
Atrevida
.

—Si no lo hiciésemos —dijo el capitán Duellos con voz jocosa—, estaría en un campo de trabajo síndico ahora mismo, puesto que es difícil luchar sin combustible ni armamento.

El comandante de la
Brazal
asintió con la cabeza.

—Mi nave sufrió un daño considerable en Daiquón. Los ingenieros han trabajado lo indecible para ayudarnos a repararla. Tanto a mí como a mi tripulación nos complace continuar escoltando las naves auxiliares mientras sigamos mejorando hasta estar totalmente operativos.

Varios oficiales miraron a la comandante Yin, y a los oficiales al mando de la
Majestuosa
y la
Guerrera
. Las tres estaban siendo reparadas para subsanar el daño sufrido, y ninguno de sus oficiales había dicho nada en favor de las auxiliares.

—Nosotros también les estamos agradecidos —dijo rápidamente Suram, al mando de la
Guerrera
—. Quizá estemos preparados para Lakota.

El capitán de la
Vengativa
sonrió.

—La Cuarta División no ha sido lo mismo sin ti. —Dejó de sonreír—. Todavía les debemos una a los síndicos por lo de la
Triunfante
. Nos encantaría tener a la
Guerrera
a nuestro lado cuando les obliguemos a pagar por ello con intereses.

Daños. Geary miró a la mesa con el ceño fruncido, intentando recordar los detalles sobre las naves más dañadas. La
Titánica
se había recuperado ya de los problemas que le habían causado las minas, y los trabajos en la
Guerrera
avanzaban a buen ritmo, pero la
Orión
y la
Majestuosa
seguían en mal estado, y algunas de las unidades ligeras estaban trabajando duro para volver a estar en forma. Ojalá dispusiese de dos meses sin síndicos al acecho, y de un sistema estelar rico en recursos... con un astillero accesible... un gran astillero...
por pedir, también podría tener una puerta síndica sin nadie protegiéndola, pero no creo que suceda
.

—La flota reajustará su curso para ir al punto de salto de Lakota. Entraremos en él a una velocidad inferior a la que utilizamos aquí, y esta vez ejecutaremos un giro prefijado a babor en cuanto salgamos, con el fin de evitar los posibles campos de minas síndicos. Debemos estar preparados para otro combate a la salida, aunque espero que no nos encontremos una fuerza de bloqueo como la que nos esperaba aquí.

—En cuanto las autoridades síndicas de este sistema informen sobre lo fácil que nos ha resultado eliminar a los defensores del punto de salto de Daiquón, no creo que el alto mando enemigo repita la misma táctica —observó Tulev.

—Si tenemos suerte, lo harán —respondió Geary. Se dibujaron varias sonrisas—. ¿Alguna pregunta? Bien. Los veré en Lakota.

BOOK: Osada
11.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Safe in His Arms by Claire Thompson
Woman with a Secret by Sophie Hannah
Gallows Hill by Margie Orford
Moranthology by Caitlin Moran
Meet the Gecko by Wendelin van Draanen
Keeper of the Doves by Betsy Byars