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Authors: Osvaldo Bayer

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Loa Anarquistas Expropiadores (3 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Es que los jueces argentinos son en esa época muy severos con todo aquel que sea anarquista o tan sólo huelguista. A un empleado de Gath y Chaves, por ejemplo, por incitar a la huelga en la puerta del comercio, le dan dos años de prisión. A obreros que golpean a un “carnero”, ocho y diez años. Y nada de mandarlos a un colegio de señoritas: Ushuaia es permanente amenaza por los que se descarrían de las normas que se ha dado la sociedad. Hipólito Irigoyen es el presidente, pero deja en libertad a las instituciones para que se muevan por sus resortes naturales: ya sea el ejército —como en la semana trágica—: la policía en su lucha sin cuartel contra el extremismo político; la justicia con sus fallos ejemplarizadores contra todo lo que huela a subversión, y la Liga Patriótica Argentina —con Manuel Carlés, el almirante Domecq García, y los doctores Mariano Gabastou y Alfredo Grondona, al frente— en su vigilante defensa de la propiedad comportándose como un organismo de seguridad y choque “de facto”.

Por eso, los frustrados asaltantes las van a pasar mal. Más que todo, Babby que ha matado al agente de policía. El Jockey Club se ha apresurado a iniciar una colecta para la familia del “policía muerto por una banda argentina” y el primer día recauda 2.010 pesos ¡de los de 1919!

“La Razón”, que es un vocero inoficial de la Liga Patriótica, pone en duda la versión de Wladimirovich de qué quería el dinero del asaltito para propaganda escrita. Sostiene que se supone que sus propósitos eran adquirir sustancias explosivas para fabricar bombas. “Crítica”, por su parte, los califica de bandoleros tipo Bonnot, recordando a la banda de anarquistas franceses que asaltaban bancos en Francia y Bélgica en los primeros años del siglo.

En primera instancia, el fiscal doctor Costa solicitará la pena de muerte para Babby, 15 años para Germán Boris Wladimirovich y dos años para Chelli.

Luego de largos meses de reclusión en celdas aisladas en la Penitenciaria, el juez Martínez impone 25 años de prisión a Babby, diez a Boris Wladimirovich y uno a Chelli. En la apelación, el fiscal de Cámara solicita meramente la confirmación de la sentencia juez Martínez. Y entonces ocurre lo insólito. Los jueces de la Cámara de apelaciones son más papistas que el propio fiscal e imponen la pena de muerte no sólo a Babby sino también a Wladimirovich.

El fallo fue largamente comentado y discutido. Los diarios anarquistas señalaron que se trataba de una “venganza de clase” de los jueces. En los círculos forenses no se dejaba de mostrar sorpresa por el fallo. Considerábase que el de Babby era justo porque había disparado contra la policía y muerto a uno de ellos. Pero Wladimirovich no había hacho uso de arma ninguna. El juez de primera instancia así lo había comprendido al señalar: “
Los autores deben responder ante la ley por las consecuencias de los hechos realizados por cada uno; por eso, a Boris no puede inculpársele lo acontecido posteriormente que protagonizo Babby —La muerte del agente Santillán y la herida del agente Varela— desde que no fueron concertados ni aquél (
Boris Wladimirovich
) aportó su cooperación
”.

En cambio, la Cámara saca a relucir el siguiente argumento: “
El tribunal señala que los acusados formaron complot, asociación criminal castigada por el art. 25 del Código penal. A Boris Matrichenko
,
no participó en el asesinato del agente Santillán, le corresponde la misma responsabilidad porque la ley considera que hay solidaridad absoluta en los delitos de los complotados, tanto que llega al extremo de equipar los cómplices a los autores.
” Agrega: “
respecto al hecho de haber sido menos la pena pedida por el fiscal manifiesta la Cámara que es prerrogativa suya aplicar la ley según corresponda, tanto en el caso de que el acusador recurra como en el caso de que el fiscal desista, pues ninguno de ellos puede limitar las facultades del tribunal
”. Suscriben el fallo Ricardo Seeber, Daniel J Frías, Sotero F Vázquez, Octavio González Raura y Francisco Ramos Mejía. Sólo los camaristas Eduardo Newton y Jorge H Frías disienten del fallo y votan por la confirmación de la sentencia de primera instancia. Esto último salva a Babby y a Boris de ser ajusticiados, ya que la Cámara tendrá que decir: “
En vista de no poder imponer la pena de muerte a los reos en virtud del artículo 11 del código de procedimientos criminal que exige la unanimidad del Tribunal para hacerlo, condena a Babby y A Boris Wladimirovich
a la pena de presidio perpetuo

Cuando le fue comunicada la pena a Boris, éste, sin la menor afección señaló: “La vida de un propagandista de ideas como yo está expuesto a estas contingencias. Lo mismo hoy que mañana. Ya sé que no veré el triunfo de mis ideas pero otros vendrán detrás más pronto o más tarde”

Pero en la vida del ex profesor de Biología de Zurich ya no habrá. Meses después será conducido engrillado y esposado con un contingente de presos comunes a la lejana Ushuaia. Si alguna vez corrió peligro de ser enviado a Siberia, es posible que nunca soñó en que iba a parar con sus huesos a una región de igual desolación y a un penal de un país tan distante.

Allá su salud, ya quebrantada, se resintió rápidamente. Los que lo conocieron en el penal señalaron que siguió haciendo profesión de sus ideas entre los presidiarios. Su fin se acercaba apresurado por la mala alimentación, el frío y las palizas que era el pan diario de aquello oscuros años del penal. Pero antes de morir iba a protagonizar un hecho que otra vez llevaría su extraña figura (“La Razón” lo calificará de “curiosa, siniestra, novelesca silueta”) a las páginas de los diarios: será el cerebro pensante de la venganza de los anarquistas contra el miembro de la Liga Patriótica, Pérez Millán, asesino de Kurt Wilckens, en la sangrienta secuencia que se sucedió luego de los fusilamientos en la Patagonia
[1]
.

Wilckens, en un atentado, había muerto al teniente coronel Varela, acusado por los anarquistas de haber fusilado a 1.500 obreros y peones en la patagonia. Encarcelado, Wilckens fue a su vez muerto mientras dormía en su celda por el nacionalista Pérez Millán, amigo del doctor Carlés, presidente de la liga Patriótica Argentina. Pérez Millán fue hecho pasa por loco y enviado al manicomio de la calle Vieytes para protegerlo y al mismo tiempo zafarlo de la pena que le correspondía por su crimen. Boris Wladimirovich había quedado impresionado por la muerte de Wilckens y enterado de que a Pérez Millán lo habían internado por insano en Vieytes, comenzó a simular un desequilibrio nervioso y la más completa locura después en el penal de Ushuaia. Sabía que a los locos de remate, de Ushuaia, los trasladaban a las celdas para delincuentes existentes en el manicomio de Vieytes. Tanto hizo hasta que fue trasladado. El único inconveniente que encontró es que, una vez allí fue llevado a un pabellón distinto Pérez Millán, quien tenia trato preferencial en una salita especial. Pero, consiguió un revolver que le hicieron llegar los anarquistas porteños, Boris se lo entrego a Lucich, un internado que tenía entrada libre a todas las dependencias. Boris, con su poder de convención, convenció a Lucich de que tenía que vengar a Wilckens matando a Pérez Millán. Así lo hizo Lucich. Para los anarquistas este venganza era una cuestión de honor, de ahí que —aquéllos que conocían bien la intervención de Boris en la muerte de Pérez Millán— consideraron al ex noble ruso con una aureola de héroe del movimiento.

Los nuevos malos tratos recibidos a raíz de su actuación en el episodio Pérez Millán, le llevaron rápidamente a la muerte. Boris, en los últimos años de su vida estuvo paralítico de sus dos miembros inferiores, debiendo arrastrarse por el suelo para poder moverse en la celda: un personaje de Dostoiewski con un final dostoievskiano. Parece calcado de “humillado y ofendidos” o de “La casa de los muertos”. Pero sigamos con la crónica de los anarquistas expropiadores.

Este primer e insólito asaltito con fines políticos sirvió para el comienzo de una larga polémica que iba a desarrollarse durante toda la época en que el anarquismo tuvo una activa en nuestro país: ¿debía apoyarse a quienes recurrían a la “expropiación” o al delito para sostener el movimiento ideológico? ¿O había que rechazarlos porque desprestigiaban la lucha libertaria? Los hombres de la línea intelectual (principalmente en “La protesta”) y del anarcosindicalismo (en la FORA del IX congreso) estarán rigorosamente en contra de la delincuencia política así como también contra la violencia en lo que atañe al empleo de bombas y atentados personales. Mientras que los grupos de acción, partidarios de la denominada acción directa (cuyo vocero será a partir de 1921 el periódico “La Antorcha”) y los gremios autónomos apoyarán moralmente todo acto que vaya contra “los burgueses” por más delictivo que sea. Por otra parte, ya a partir del 21 y 22 los pocos anarquistas que habían apoyado a la Revolución bolchevique se habían decepcionada suficientemente de ella. Los asesinatos en masa de los partidarios de la bandera negra por parte de los comisarios de la bandera roja en la nueva Republica Socialista, levantada sobre las ruinas del imperio zarista, las deportaciones y las prisiones para los ideólogos anarquistas llegados a Moscú desde todas partes del mundo, habían volcado a la inmensa columna proletaria ácrata y a sus pensadores en contra de Lenin y sus hombres.

En nuestro país, todas las publicaciones anarquistas auténticas volcaban sus páginas tanta a atacar al régimen capitalista como el régimen comunista: son exactamente dos dictaduras iguales —decían— sólo diferenciadas por la clase que predomina, pero que suprime la libertad del pueblo. El único contacto que existía en Buenos Aires entre comunistas y anarquistas estaba dado en el Comité Antifascista Italiano, integrado por exiliados peninsulares de todas las tendencias. Allí estaban liberales, socialistas, anarquistas y comunistas que organizaban actos conjuntos en los que hablaba un orador de cada tendencia. Pero aun esto originó graves disidencias entre los anarquistas italianos por cuanto muchos sostenían que no podían compartir tribunas con los verdugos de sus compañeros de ideas en Rusia.

Y precisamente los anarquistas italianos que más se opondrán a la colaboración con los comunistas en el Comité Antifascista serán las dos figuras más preponderantes del anarquismo expropiador en la Argentina: Miguel Arcángel Roscigna y Severino di Gioavanni.

Los comunistas, por su parte, desde su periódico “El internacional” atacarán todo acto de violencia con bombas o todo asaltito o robo realizado por los anarquistas del grupo “expropiador”.

El 2 de mayo de 1921 tuvo lugar un asaltito a la Aduana de la Capital. Los delincuentes se llevaron una suma muy importante para aquel tiempo: 620.000 pesos. Pero el asunto se descubrió rápidamente por una torpeza del chofer Modesto Armeñanzas y todos los asaltantes —menos tres— cayeron en poder de la policía. En este asaltito fue muerte un empleado aduanero. De los once implicados, tres eran realmente delincuentes profesionales y los demás, obreros que hacían sus primeras armas en el delito. Contra lo que sostuvieron algunos diarios, ninguno de ellos era anarquista, aunque el asaltito sirvió para reiniciar la polémica entre los anarquistas mismos acerca de si era o no positivo cualquier clase de delito contra la “burguesía”

Rodolfo González Pacheco saldrá a la palestra en “La Antorcha” pocos días después para decir en un editorial llamado “Ladrones”, lo siguiente: “desde que se comprobó que la propiedad es un robo, no hay más ladrones a aquí que los propietario”. Lo único que está por verse es que si los que les roban a ellos no son de la misma data, de una auténtica moral ladrona. Apropiadora.

“Declaramos que no tenemos prejuicios respecto de unos ni de otros. Sobre todo, que un prejuicio de esta clase ampararía, más aún de lo que ya están, a los ladronazos clásicos. Porque estos gritan ¡ladrones!, de la misma forma como gritan ¡Patria y Orden!, sólo fin de esconder, tras ese estruendo verbal, el producto de sus grandes robos. Es lo mismo que el salteador de caminos que te descerraja un tiro para asustarte y que una vez asustado, re desvalija.

“No, no, no. Vamos a casos concretos, a realidades. ¿Cuál es el fin del que roba…?” Acaparar. O, cuanto menos, sacarle el cuerpo al trabajo y la esclavitud que es su derivado inmediato. Para librarse de ser esclavo se juegan la libertad. La pierden, generalmente, puesto que en ese jueguito los burgueses son nuestros consumados, y además son ellos los que tienen el naipe y tallan. Y si gana un ladrón chico surge rico, propietario, es decir, llega a ser ladrón grande.

“Pero, a pesar de todo esto, y aunque todos son ladrones, estamos más con los ilegales que con los otros. Con los ladroncitos que con los ladronazos. Con los asaltantes de la Aduana que con Irigoyen y sus ministros. Valga ejemplo”

Lo que lleva a la formación del grupo anarquista expropiador o delincuente en la Argentina es la necesidad de formar cuadros dentro de esa ideología para su autodefensa. No sólo es el ejército quien reprime las actividades anarquistas (semana trágica, huelga agraria de la Patagonia, huelgas portuarias en 1921, etc.) y la policía (volcada en gran parte a combatir las tareas de agitación, detener a cabecillas, vigilar y disolver mítines, quebrar huelgas), sino y por sobre todo, la acción en todo el país de la Liga Patriótica Argentina comandada por Carlés. No hay semana en la que no se produzca, por esos años, un hecho de sangre protagonizado por obreros de ideología anarquista e integrantes de la organización en defensa de la propiedad organizados bajo el rótulo de la Liga Patriótica.

No sólo en la Capital tiene fuerza la Liga Patriótica, sino también en el interior donde los propietarios de tierras y sus hijos se arman de legión —bajo los auspicios de Carlés— y hacen ejercitaciones militares para defenderse de los peones agrícolas que están en constate agitación. Los choques eran inevitables y uno de ellos, ocurrido el 1º de mayo de 1921, fue una verdadera tragedia. Ocurrió en Gualeguaychú. En ese día la Liga Patriótica realizaba un gran acto —en oposición al que los obreros hacían en festejo del Día del Trabajo— con gran desfile de gauchos a caballo, de colegios religiosos de la zona, banderas argentinas de 50 metros de largo, señoritas que arrojaban flores al paso de la juventud de choque de la Liga, etc. El momento culminante fue cuando Carlés llegó en su levita negra y su sombrero hongo en un biplano directamente de Buenos Aires.

Terminando el acto de reafirmación patriótica y de los derechos de propiedad, la caballería gauchesca al comando del estanciero Francisco Morrogh Bernard se dirigió hacia la reunión obrera que se llevaba a cabo en la plaza de Gualeguaychú y que esta presidida por una bandera roja y otra negra. Ver esas banderas y sentir la santa indignación patria en sus pechos fue todo uno en los hombres de Carlés. Y arremetieron contra la endeble tribuna proletaria y sus tres mil asistentes. Fue una carnicera. En un principio se habló de 5 obreros muertos y 33 heridos graves. Los diarios anarquistas triplicaron las cifras, los diarios serios las disminuyeron.

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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