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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (2 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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El otro asaltante, que ha bajado del auto, vuelve al mismo al ver que la cosa se pone fea y le grita al que acaba de arrancar el maletín a Perrazo que suba en seguida al vehículo. Pero éste no lo oye; está tan nervioso que huye a pie mientras sigue tirando a cualquier lado.

Uno de los balazos va a dar en el pecho del guarda del tranvía 87 quien cae (pero no le pasó nada; luego, el gallego contará a los cronistas que lo que le salvó la vida fue el hecho de haberse puesto dos camisetas gruesas de frisa ya que el balazo luego de rebotar en el suelo le atravesó la chaquetilla, la primera camiseta y no tuvo fuerza ya para perforar la segunda). Otro de los balazos del enloquecido asaltante hiere en un pie a uno de los agentes.

El de los ojos negros penetrantes y el chofer del misterioso automóvil han huido ante la imposibilidad de recoger a su compañero, quien perseguido por el otro agente toma por la calle Lemos, dobla por Leones y va hacia el norte por esa calle que es de tierra y oscura como boca de lobo. De allí desemboca en la calle Fraga pero, decididamente tiene mala suerte. En el número 225 de esa calle viven dos agentes de policía, quien al oír los tiros han salido a la calle con sus respectivas armas. Al ver venir al asaltante —que ya ha arrojado el maletín en cualquier parte— se parapetan detrás de los árboles y le hacen fuego graneado. El asunto ya se pone serio: una de las balas le rompe el brazo izquierdo al asaltante, quien enfurecido, va a buscar detrás del árbol donde se esconde al vigilante y le descerraja un mortal tiro en el pecho. Es el último tiro porque ya no le quedaban más balas y se mete en un corralón de carbonería. El carbonero, curioso, había salido al portón a mirar y recibe un balazo en un ojo que dispara uno de los agentes perseguidores.

El asaltante, sin balas y malherido se refugia detrás de unas macetas con malvones y helechos y allí caerá exhausto y será prendido por sus perseguidores.

Todo había terminado mal. Un verdadero “zafarrancho”. Un agente muerto, el carbonero y el asaltante heridos graves —éste último por la pérdida de sangre—, y el matrimonio Perazzo y un vigilante heridos leves. Total, para nada.

¿Quiénes eran los asaltantes? Ahí vendrá la sorpresa para la policía en la investigación. Investigación que será lenta y complicada a pesar del celo que se pone, principalmente porque ha sido muerto uno de los suyos.

El desconocido es curado un poco y llevado al interrogatorio que no debe ser muy liviano por cierto. Es alto, corpulento, de cutis blanco, pelo corto entre rubio y castaño, cara de eslavo. Viste ropas aseadas, aunque humildes. Tiene documentos a nombre de Juan Konovezuk, nacido en la Besarabia rusa, el 27 de enero de 1883. Pero luego es identificado con su verdadero nombre; se trata de Andrés Babby, ruso blanco aunque de nacionalidad austriaca por haber nacido en la Bukovina, en la frontera entre los dos imperios. Tiene 30 años de edad. Hace seis meses que reside en la Argentina. Es tenedor de libros.

Después de horas y horas de interrogatorio, lo único que la policía ha sacado es una historia fantástica. Babby relata que estando en un banco de plaza, sin trabajo, se le aproximo un individuo conocido como “José, el alemán”, de grandes bigotazos y de temible aspecto quien lo invitó a comer y luego le ofreció ganarse unos buenos pesos haciendo un “trabajo fácil”. Tenía que seguir a un matrimonio en el tranvía y, al descender, debía arrancarle un maletín al hombre. Babby declara que no se atrevió a contradecirlo por el aspecto amenazador del proponente y que, ya en el tranvía, vio que “José, el alemán” lo seguía en un automóvil desde donde le lanzaba furiosas miradas para obligarlo a cometer el delito. Ninguna otra referencia dice poder dar Babby sobre el misterioso “José, el alemán”.

El asaltito y el desarrollo de la pesquisa es la lectura obligada de los lectores porteños. Los diarios traen largas crónicas sobres las declaraciones de Babby y hacen conjeturas sobre “José, el alemán”. Hasta se van creando una psicosis y todos creen conocer a un personaje con esas temibles características. Llegan por eso a la policía decenas de denuncias, principalmente de prostitutas y dueños de cafés.

La policía —que no está muy convencida del relato de Babby— hace averiguaciones en todos los restaurantes alemanes. Pero tanto los propietarios como los mozos se ven en figurillas para responder porque la verdad es que entre su clientela germana hay muchos señores bigototes a lo Kaiser (aunque Guillermo II ya había perdido la guerra y el trono) y conspicuo aspecto.

Pero en ayuda de la policía llega un anónimo que da la clave: Andrés Babby vivía en una pieza de Corrientes 1970. Allí el encargado da una serie de datos precisos: sí señor, allí vive una persona de ese apellido en una habitación que comparte con el profesor Germán Boris Wladimirovich. La policía pide hablar con el citado profesor. No, imposible, el profesor se ha ausentado desde el 19 de este mes. Salió con valijas.

La habitación es allanada. La señota Perazzo reconoce a Boris Wladimirovich como el hombre que la miraba con sus penetrantes ojos negros a través de la vidriera, el mismo que bajó del automóvil cuando Babby quitó el maletín de la mano de su esposo.

Ya está la pista. La policía intuye que el cerebro de todo esto ha sido Boris Wladimirovich. Y actúa rápidamente. Averigua por las amistades y da con los hermanos Caplán, que no tiene empacho en decir que lo conocen, que Wladimirovich al igual que Babby son anarquistas, y que el primero es muy amigo de un empleado del observatorio astronómico de La Plata, lugar adonde va porque es muy aficionado a la cosmografía.

Buen hallazgo en el observatorio: allí están dos valijas de Boris Wladimirovich, llenas de publicaciones anarquistas, libros, cartas y escritos. El empleado amigo de Boris, que no sospecha en qué cosas puede andar metido su amigo indica a la policía que no sabe dónde puede encontrase, pero bien lo puede saber Juan Matrichenko, un ucraniano que vive en Berisso. Los empelados de investigaciones buscan a Matrichenko y le señalan su preocupación por el paradero del buscado porque —dicen— temen que haya sido raptado. El ingenuo y preocupado Matrichenko los consuela rápidamente: no él lo ha recomendado a un amigo en San Ignacio, en Misiones. El que puede saber bien qué día salió es el chofer Luís Chelli, porque Wladimirovich usa siempre sus servicios.

Dos pájaros de un tiro. Mientras se allana el domicilio del chofer, se telegrafía a la policía de Posadas.

A Chelli le encuentran material anarquista en su habitación y es reconocido por los Perazzo como el que manejaba el coche que intervino en el asaltito. Todo aclarado.

Pero faltaba el plato fuerte en este primer episodio del anarquismo expropiador: la personalidad del principal protagonista del episodio.

En San Ignacio, Misiones, detiene a Wladimirovich. A los policías les parece extraño que ese hombre pueda ser un delincuente. Tiene la presencia de un universitario, de un intelectual. Maneras afables, mirada inteligente, rostro trabajado por algo que pareciera un íntimo sufrimiento. Allá en Posadas causa tanta sensación la captura que el propio gobernador de Misiones, doctor Barreiro, se hace llevar hasta la comisaría y conserva durante horas enteras con el anarquista. Y cuando llega la comisión policial de Buenos Aires al mando del comisario Foppiano el mismo gobernador decide acompañarla a llevar el proceso a la capital en el largo viaje en tren.

Antes de partir, las autoridades policiales y provinciales se hacen sacar una fotografía para la posteridad. Todos sentados, en estirada actitud, y Boris Wladimirovich detrás de ellos, parado. El preso, de nietzscheano aspecto, aparece cavilando, ajeno a todo ese despliegue, mientras los importantes funcionarios miran, tensos, el aparto fotográfico.

Mientras tanto, la policía ha averiguado bien la identidad de Wladimirovich. Es ruso, de 43 años de edad, viudo, de profesión escritor. “La prensa” informa a sus lectores más detalladamente: “Boris Wladimirovich presenta interesantes características. Es médico, biólogo, pintor y ha tenido figuración entre los elementos avanzados de Rusia. Está prontuariado en la policía como montenegrino y dibujante, pero es ruso, perteneciente a una familia de la nobleza”. Boris, a los veinte años contrajo enlace con una obrera revolucionaria y por esta causa renunció a su abolengo. Se sabe que ha sido un hombre de fortuna y la dilapidó por sus ideales.

Es médico y biólogo pero salvo el desempeño temporario de una cátedra en Zurich, suiza, nunca ejerció su profesión. El doctor Barreiro le ha escuchado en el viaje algunas disertaciones científicas que le han llamado mucho la atención.

Boris ha sido socialdemócrata ruso y participó como delegado de esa nacionalidad en el congreso socialista de Ginebra, en 1904, donde tuvo su primera disidencia con Lenin. De éste último dice que es un hombre inteligente, pero de Trotzki prefiere no hablar.

La policía sigue averiguando: Boris es autor de muchas publicaciones, entre ellas, tres libros de sociología. Habla a la perfección el alemán, francés y ruso y la mayoría de los idiomas y dialectos usuales en su madre patria. En castellano se expresa relativamente bien. Tiene un “hobby” artístico: la pintura, y antes de su fuga dejó en Buenos Aires 24 telas, entre ellas un autorretrato. Últimamente había dado conferencias libertarias en Berisso, Zárate y la Capital.

¿Pero por qué este hombre, miembro activo del movimiento revolucionario europeo, vino a dar a la Argentina?

Poco a poco se irán sabiendo más detalles. La muerte de su esposa y el tremendo fracaso de la revolución Rusa de 1905 inciden en su ánimo. Su carácter de por sí melancólico, comienza a encontrar consuelo en el Vodka, bebida a la que se aficiona luego de sufrir un colapso cardiaco. Dona su casa en Ginebra a sus compañeros de ideas y de allí se va a París donde decide hacer un largo viaje para descansar y levantar su espíritu. Un amigo tiene un hermano que posee una estancia en la provincia de Santa Fe, en la Argentina, y le recomienda que viaje allí. Wladimirovich llega en 1909 a nuestro país, donde se víncula con los círculos de obreros de nacionalidad rusa. Luego de descansar un tiempo en la estancia santafesina se va al Chaco donde vivió cuatro años y medio. Vive del poco dinero que le queda y se dedica al estudio de esa región recorriendo el Chaco desde el Paraná hasta Santiago del Estero y explora preferentemente el Estero Patiño. Vive frugalmente aunque su afición a la bebida blanca sigue en aumento. En Tucumán le llega la noticia del estallido de la guerra mundial. Entonces regresa a Buenos Aires. Dirá “La Razón”: “en Buenos Aires será recibido con los brazos abiertos por los elementos avanzados que no podían olvidar a pesar de su larga ausencia, su actuación libertaria con respecto a su país de origen, que lo presentaba rodeado de una aureola de apóstol más luminosa aun después de sus ostracismos. Y volvió a su tarea de propagandista dado conferencias, persuadiendo, predicando en los centros ya fueran numerosas o reducidas asambleas, no importaba. Al estallar los disturbios de 1919, Boris fue la Chacarita para organizar allí un comité revolucionario de ideas, se entiende, con una base seria, pero se encontró con un montón de gente que no obedecía a plan alguno y que demostraba una absoluta incapacidad para ello, que se limitaba a disparar aturdidamente sus armas en todas direcciones. Su desaliente fue enorme”

Después de la semana trágica, Boris está obsesionado por la amenaza de los muchachos de Carlés de matar a “todos los rusos”. “La caza de ruso” fue expresión popular entre los jóvenes de la alta y media burguesía porteña que se alistaron en la guardia Cívica y en la Liga Patriótica Argentina, en la sangrienta semana de enero, y se realizaron inicuos y criminales atentados contra los barrios de israelitas porque en General, en la Argentina, al judío se lo llamaba “ruso”. Algunos exaltados creyendo estar iluminados por mandato divino hasta propusieron una “degollina de rusos”.

Boris ha meditado largamente y él se cree en el deber de esclarecer a sus connacionales que viven en la Argentina. Esclarecerlo además en lo que significa la Revolución de Octubre. Que él cree que llevará a la libertad integral del hombre. Y por eso lo obsesiona tener un periódico. Para él es fundamental contar con un periódico porque como dirá semanas después (cuando le levanten la incomunicación) a los periodistas “lo que viene de Rusia a la Argentina es la hez del pueblo, sobre todo hebreos, que forman en conjunto una masa incoherente, incapaz de formar un plan serio de carácter revolucionario y mucho menos, llevar a la realidad una gran teoría”.

Pero para poder publicar un periódico hacen falta fondos. Hay dos posibilidades: contar con los centavitos de los obreros rusos y algún intelectual que deje de comer dos o tres días para ayudar a pagar la impresión del primer número, o si no, ir a lo grande. Y Boris, por su origen, está acostumbrado a no andarse con pequeñeces o mezquindades. Por ejemplo, él que sólo vive de alguno de sus cuadros que puede vender o de alguna clase de enseñanza de idiomas, cuando tiene dinero se va almorzar al restaurante alemán Marina-Keller, de la calle 25 de mayo, donde se siente en típico ambiente europeo y, además, hay vodka ruso legítimo. Por eso, cuando piensa en su plan del periódico considera que es necesario contar con fondos reales. Y comienza a madurar un plan. Para ellos conversa con el “negro” Chelli. Este es un chofer anarquista que varias veces lo ha llevado a su habitación cuando el vodka le hacía perder el sentido de orientación. Chelli es hombre de acción que ha actuado con él en la semana huelguística de enero. De allí nace el plan, porque el chofer es quien tiene el dato de los Perrazo.

Wladimirovich contará también con Babby, su compañero de pieza. Un anarquista que lo admira y lo tiene como su maestro. Es capaz de dar la cabeza por Boris.

Cuando llega la comisión policial de Posadas, Wladimirovich se declara culpable, de instigador del asaltito y de único responsable. Cuando le carean con Babby, le dirá a su compañero de aventuras que se olvide de su cuento de “José, el alemán” por cuanto él ya ha reconocido la autoría del hecho.

Involuntariamente, Boris originará un entredicho judicial. En efecto, su figura parece ser tan interesante, que durante su incomunicación es visitado por el ministro del Interior de la Nación y varios legisladores yrigoyenistas que quieren conocerlo de cerca. Y conversan largas horas con el intelectual anarquista. Al salir, el ministro del interior responderá a los periodistas que “El detenido contestó serenamente a las múltiples preguntas que se formularon”. Esto hace hervir de indignaciones al juez interviniente que protesta por la visita del alto funcionario y de los diputados a quienes recuerda que el reo “esta incomunicado” y por tanto, impedido de recibir visitas.

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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