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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (26 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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El escándalo gana la calle. Al ministro de Guerra se lo llama “Palomárquez”. En el teatro San Martín —que estaba situado en Esmeralda 255— se estrena la revista “Se alborotó… El Palomar”. Sobre este terreno dice el circunspecto crítico teatral de “La Prensa”: “la novedad glosa en forma humorística o satírica el negociado de la venta del terreno en El Palomar, que es de conocimiento público. Se inicia con cantable también con alusiones al mismo motivo, que se complementa con un discreto número coreográfico. Luego, otro Sketch, de formas irreverentes, con algunas ilusiones de relativo gusto. Sigue otro pasillo cómico que reproduce, en caricatura, sesiones de una Cámara de Diputados y que, también, se refiere a dicho negociado. Sobre el mismo tema va el cuadro final. Carmen Lamas, Alberto Anchart, Carlos Morganti, Vicente Climent y demás intérpretes fueron, con justicia, aplaudidos por el público”.

La situación política se pone tensa. Hay quienes interpretan que todo es una maniobra política de los conservadores para desprestigiar a Ortiz. Otros son menos generales en sus apreciaciones y se quedan en lo anecdótico. Señalan, por ejemplo, que es una venganza del senador Alfredo Palacios contra el diputado Guillot porque éste en una oportunidad le ganó de mano en un “affaire” amoroso. Otros manifiestan que los hilos los manejan sutilmente el general Justo y el ex gobernador Fresco, quien no le perdona a Ortiz haberle intervenido su providencia. Los hechos se precipitan. Mientras tanto también pesa en el ambiente lo que ocurre en el viejo Continente. Aquí, los nacionalistas que defienden el Eje luchan a calle abierta contra los de Acción Argentina. Y precisamente, los nacionalistas, que apoyan a Castillo, tratan de exagerar la trascendencia del negociado para voltear a Ortiz, que es sostenido por todas las fuerzas que apoyan a los aliados.

En su editorial del 22 de agosto, el diario “La Prensa” hace referencia a la situación institucional. En la misma exige la renuncia del gabinete, ya que “por enfermedad del Presidente de la Nación que lo mantiene alejado de su despacho desde hace dos meses, se ha creado una situación diremos no difícil pero sí complicada debido a que el reemplazante constitucional, el vice, está gobernando con ministros en cuya designación, verosímilmente, no intervino”.

Un día después se produce una noticia sensacional. Los titulares de los diarios lo expresan con letras de cuerpo “catástrofe”: “Como consecuencia de la reciente sanción del Senado sobre el negociado de El Palomar renunció el presidente de la República”.

El texto de la renuncia es dramático: “El H. Senado de la Nación me ha implicado —sin nombrarme— en su pronunciamiento sobre la investigación realizada con motivo de la compra por el estado de las tierras de El Palomar. Mi investidura resulta así salpicada en el negociado promovido por un grupo de ciudadanos inescrupulosos, algunos de los cuales son o han sido miembros de ese Parlamento, elevado jerarquía que pusieron al servicio de sus propósitos inconfesables. Nadie —que no sea un malvado— podría insinuar siquiera que yo haya encubierto o facilitado la venalidad en ningún momento de mi larga vida política y de funcionario, concepto en que incluyo al señor ministro de Guerra, el dignísimo general don Carlos D. Márquez”.

“protesto y no acepto —sigue Ortiz— la intención de vincularme a esta menguada confabulación de intereses —que repudio y condeno—, en la que se ha puesto al Poder Ejecutivo como cabeza de proceso, rompiendo el equilibrio que debe existir entre los dos poderes como condición necesaria para la permanencia de nuestra organización institucional. No se ha excluido la posibilidad de tan irritante equívoco y es por ello que envío a vuestra honorabilidad mi renuncia de presidente de la Nación Argentina, a cuya alta magistratura fui elevado el 20 de febrero de 1938 por la voluntad soberana del pueblo de la República”.

“El escándalo de las tierras de El Palomar —prosigue Ortiz— ha sido puesto enfrente de nuestro sistema democrático como si fuera una consecuencia necesaria del mismo, relación que se establece para conmoverlo. El afán de lucro deshonesto es resultante de la imperfección humana y no consecuencia de ningún orden institucional. Se ha querido establecer la verdad y eso es necesario y plausible, pero es sugerente que no se haya profundizado más la investigación a fin de poner en descubierto las raíces mismas del negociado, que apuntan en las entrelineas del proceso”.

Este es el párrafo fundamental de la renuncia de Ortiz. Habla de que “no se ha profundizado la investigación a fin de poner en descubierto las raíces mismas del negociado”. ¿Qué quería decir Ortiz? El propio presidente de la Nación denuncia que la investigación no se había realizado a fondo, que había alguien detrás de todo esto. Y, en efecto, Ortiz siempre estuvo convencido de una confabulación y que todo el negociado había sido motivado por el general Agustín P. Justo. En la asamblea legislativa que dos días después rechazó la renuncia de Ortiz, el Senador Suárez lago recoge el guante que le había tirado el presidente de la Nación y aclara un poco el ministerio de las palabras de éste en su renuncia. Es esa secesión, relata Suárez Lago lo siguiente: “Después de un mes de trabajo y aunque no poseíamos, todavía, prueba concreta alguna que individualizara nombres y fijara responsabilidades personales, teníamos, sin embrago, el juicio conjunto sobre el asunto que estábamos estudiando. Yo había percibido su sentido grave. Me apersoné al presidente del Senado, doctor Robustiano Patrón Costas. Lo informé de mis impresiones, de la convicción moral que iba formando, y le pedí que gestionara una entrevista en el domicilio particular del presidente, doctor Roberto M. Ortiz. El doctor Patrón Costas me dijo dos días después que teníamos fijada audiencia en la residencia presidencial. Concurrimos juntos. Expuse allí al señor presidente todo lo que, preveía ya entonces, como consecuencias gravísimas de la investigación, claro que, todavía, sin perfeccionar mi impresión en el detalle de las responsabilidades administrativas y personales. Le dije: señor presidente, me habría resultado inexcusable no traerle a usted este informe; informe que, naturalmente, en ningún caso podía significar subordinación de mi conducta ni de mi criterio a una norma que no fuera dictada exclusivamente por mi propio albedrío y conciencia. El Dr. Ortiz coincidió explícitamente, calurosamente, con los propósitos de la comisión de ir hasta los últimos extremos en su función investigadora, y me dijo: ¡deben ir ustedes hasta el fondo, caiga quien caiga!”.

“Esta conversación —continúo diciendo Suárez Lago— se ha realizado como digo en presencia del doctor Robustiano Patrón Costas. Es más: el primer magistrado me prometió colaboración, a cuyo efecto ofreció enviarme una cantidad de antecedentes que, me dijo, había reunido él mismo, hacía algún tiempo, cuando —enterado del rumor y reiterando de que el asunto de venta de tierras de El Palomar había significado un negocio escandaloso— él dispuso una investigación dentro de lo que ya estaba permitido en su órbita ejecutiva. Estos antecedentes —me reiteró— voy a hacerlos llegar a usted. Me señalo en particular, además, el nombre de un ex empleado de una gran repartición pública que, según la información que tenía, había participado con comisión con una utilidad grande en el negociado. Le dije: “presidente, la comisión conoce el antecedente que implica a ese ex empleado, y ya se ha dispuesto citarlo a su seno”. El señor presidente creía que atrás de dicho empleado se escondía alguien, como auténtico beneficiario de la participación que dicho individuo aparecía percibiendo.. Y poco después vuelve a recalcar Suárez Lago: “recuerden los señores legisladores el detalle que acabo de dar: el presidente de la Nación creía que atrás del empleado estaba oculto un embaucador ex funcionario, quien realmente habría recibido el beneficio deshonroso, y no el empleado que cobró”.

Pero la investigación, en este aspecto, no pudo llegar a buen término, tal cual lo quería Ortiz. Porque Ortiz sospechaba del general Justo. “el ex funcionario encumbrado” era nada menos que el ingeniero Domingo Selva, ex presidente de Obras Sanitarias de la Nación, y el empleado a quien se le comprobó haber recibido dinero del negociado de El Palomar era Franklin Fernández Lusbín, ex secretario privado de Selva. Ortiz tenía comisión que el general Justo y el ingeniero Selva eran muy amigos. Fernández Lusbín fue nombre a quien manejó Baldassarre Torres (o Selva, esto no está comprobado) para obtener por medio de dinero el voto de los diputados implicados. Para abundar en más detalles diremos que la ambición del general Justo era llegar a la segunda presidencia. Por eso, cuando llegó en 1937 la hora de designar un sucesor, Justo promovió a Ortiz, sabiendo, quizás, que éste padecía una enfermedad incurable que lo llevaría a la tumba, y como vicepresidente a Miguel Ángel Cárcamo. Pero finalmente, Justo no pudo imponer la candidatura de Cárcamo a la vicepresidencia. Los conservadores lo impusieron a Ramón S. Castillo.

Pero volvamos al 22 de agosto de 1940, jueves. La gran ciudad daba entretenimiento para todos los gustos. Mientras en la avenida Mayo se armaban grescas ante las pizarras de los diarios, el gran público de la avenida Corrientes, se mantenía indiferente ante los acontecimientos políticos. En el gran Rex, el maestro Leopoldo Stokowsky daba su último concierto con gran orquesta All American Youht. En el cine Monumental, gran acontecimiento de la cinematografía local: “Flecha de Oro”, con Pepe Arias. En el teatro París —Suipacha 193— Luís Arata estrenaba “El sol de los viejos”, de Arniches y Escobar. En el cine Suipacha “llega a su novena y última semana triunfal” “Rebeca, una mujer inolvidable”, con Lawrence Oliver y Joan Fontaine.

Hacia frío en Buenos Aires. De ahí los grandes avisos de La Piedad ofreciendo “sobretodos de pura lana forro de rayón con un retazo para gorra al precio de 17,50 pesos”. Y ese día, gran oferta para las amas de casas: las Grandes Despensas Argentinas ofrecen el kilo de azúcar a sólo 0,32.

Pero en las altas esferas, el horno no está para bollos. Al saber la decisión de Ortiz concurren todos sus ministros a la residencia presidencial de la calle Suipacha. Además del gabinete, están allí el director del Banco Hipotecario Nacional, escribano Alfonso Romanelli; el rector de la Universidad, doctor Vicente Gallo; el director general de Correos y Telégrafos, Adrián C. Escobar; el director general de Ferrocarriles del Estado, ingeniero Pablo Nougués; el concejal Reinaldo Elena y el presidente del Banco de la Nación, Jorge Santamarina.

La admisión se anunció después de la visita del vicepresidente. Oficial fue dada a conocer por el ministro de Interior, doctor Diógenes Tabeada, en su despacho. Hasta tanto la Cámara de Diputados no debata el problema de las tierras, los ministros continuarán en sus carteras. Se le da licencia al ministro de Guerra, general Márquez, haciéndose cargo de ese misterio el almirante León Scasso.

Se produce una fisura en el ejército. El general Ramón Molina envía una carta al senador Palacios felicitándolo por su investigación y llevando un violento ataque al general Márquez. Otro general, Juan Bautista Molina, se dirige al senado señalando: “no puedo ocultar que he sido ingratamente sorprendido por la actitud del señor ministro de Guerra, quien, lejos de hacer su defensa frente a la acusación que pesa sobre él, se ha preocupado en atacar injustamente a sus camaradas ausentes”. Y luego rebate uno a uno los argumentos del general Márquez expuestos ante el senado. La reacción de Márquez es inmediata. Se ordena arresto a los dos agentes.

La policía mantiene guardias reforzadas en todos lo lugares claves de la ciudad. La situación puede desembocar en cualquier cosa. Al caer la tarde se organiza una manifestación que llega a la residencia de Ortiz. Entre los manifestantes que iban dando vítores a la democracia y al doctor Ortiz, avanzan los dirigentes radicales Aníbal Arbeletche, Julián Sancerni, Oscar Rosito, Camilo Stanchina, Francisco Turano, etc. Los oradores se trepanan la verja y desde allí hablan Emilio Ravignani, Emir Marcador y Mario Posse, que termina su encendida arenga con esta frase: “Morir antes que se quiebre la democracia”.

Así termina la jornada del jueves. Mientras, el Sanado remite los antecedentes de la investigación a la justicia. Se anuncia que el procurador fiscal promoverá ante el juzgado federal del doctor Jantus las acciones pertinentes.

Amanece el viernes 23 de agosto de 1940. El escándalo llegará este día a su punto culminante. Se suicida uno de los acusados: el brillante diputado nacional Víctor Juan Guillor, que une a su personalidad de legislador dotes poco comunes de escritor y periodista. Ha sido acusado de haber recibido una suma irrisoria en el negociado: 15.000 pesos junco con Bertotto. Es decir, apenas 7.500 pesos… Pero la verdad es otra y bastante desgraciada. Hay una mujer de por medio, la misteriosa “Ana Gómez”, que ha cobrado 35.000 títulos del negociado. ¿Quién es Ana Gómez? Los allegados a Guillot guardan reservas. Por ahí alguno hace resbalar una confidencia. Dice que es la bella hija del ex diputado Ferraroti. Algunos atan cabos. Y recuerdan que Ferraroti refugió en su casa a Guillot en el año 30 ante las persecuciones de Uriburu. Los que creen saber más dicen en voz baja que hay dos hijos de ese amor apasionado y que Guillot siempre ocultó la verdad a su familia… “Guillot se sentía viejo —tenía 51 años— y su sola entrada era la dieta”, dice un periodista a manera de explicación. “Él no quiso nada del negociado, pero votó a favor del proyecto porque sabía que “Ana Gómez” iba a recibir una suma que la ayudaría a educar a sus hijos”.

Se conoce una gestión personal del senador Tamborín para salvar a su amigo Guillot. Concurre a la casa de palacios y le pode que en lo posible no lo haga figurar a Guillor en el dictamen. Pero Palacios se mantiene inconmovible. Luego acusarán de vengarse de Guillot por un episodio amoroso.

La misma gestión hace el diputado conservador mendocino Godoy —uno de los principales implicados— ante su amigo Suárez Lago, el implacable senador acusador. Pero la entrevista termina con este dialogo.

—Gilberto. ¿Qué podes hacer por mí? Vos que sos mi amigo… ¡No me podes dejar en la estacada!

—Mirá, Gregorio —le responde Suárez Lago—, lo único que podría hacer por vos en este momento sería morirme.

El suicidio de Guillot conmueve a toda la opinión pública. El episodio de El Palomar tiene ahora el tinte sentimental que le faltaba al porteño. Pero a su delito, el porteño admirará esos días a Guillot comparándolo con otros políticos flojos. “Se portó como un macho, supo ser hombre ante su amor y no vendió su secreto”, dirá un orador juvenil en un acto radical en su homenaje.

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