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Authors: Mariano Gambín

Tags: #histórico, intriga, policiaco

Ira Dei (9 page)

BOOK: Ira Dei
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Galán le dio unos segundos al hombre, los suficientes para que se tranquilizara, pero no demasiados, ya que parecía a punto de derrumbarse.

—¿Vio usted algo fuera de lo normal antes o después de parar el coche?

—Cuando divisé a la mujer en el suelo, me pareció ver una sombra que se desplazaba rápidamente hacia el arcén. Era del tamaño de un perro grande y se movía a gran velocidad. Fue una décima de segundo; después, mi atención se centró en lo que había en la carretera.

—¿Hacia qué lado se movió?

—A la derecha. Pudo ser una persona, pero parecía moverse a cuatro patas. Se perdió en un instante en la vegetación del arcén.

***

Galán encargó a Morales que continuara con el interrogatorio, dudaba que el tipo supiera algo más. Si hacía falta, ya lo citaría en la comisaría. Avanzó hasta el lugar donde yacía el cadáver.

—Ha llamado la jueza de guardia —avisó Ramos—. Ya está de camino con el forense.

—Bien, gracias, estén preparados para recibirlos —a continuación se dirigió a los compañeros de la Científica—. ¿Han encontrado algo?

—En principio nada, Inspector —contestó Bencomo, el agente de mayor graduación—. No obstante, estamos recogiendo muestras de sangre y cualquier cosa que nos llame la atención. Todo parece provenir de la víctima.

Galán se colocó a la altura del cadáver y miró a la derecha. Su linterna iluminó un inmenso zarzal, que sobrepasaba los tres metros de altura y comenzaba a invadir la calzada. Los del Ayuntamiento hacía meses que no pasaban por allí. El haz de luz se paseó por la maraña de ramas espinosas sin detectar nada especial. Se agachó y le pareció ver un hueco a medio metro del suelo. Al acercarse, vio varias ramas rotas arrastradas hacia adentro. Por allí había pasado un animal, o tal vez una persona a la que no le importara arañarse. El policía dio un rodeo y salió de la carretera. En la parte posterior, comprobó el lugar de salida del túnel que atravesaba el muro espinoso. Estudió el suelo alrededor. Era de hierba y tierra. Amplió la zona con precaución, enfocando con la linterna cada palmo de terreno. Tres metros más adelante encontró un rastro de sangre en la hierba. Observó a su lado huellas de suelas con marcas profundas. A pesar de la oscuridad, era posible seguir su rastro entre los surcos de sembrado de la parcela anexa al camino. Iba a llamar a Ramos, pero en ese momento llegaba el coche de la juez. Mejor que la atendiera su compañero.

Volvió a centrarse en su búsqueda y encontró las huellas. La distancia entre ellas era considerable, y su impresión en la tierra bastante profunda. El agresor había huido a grandes zancadas, lo que evidenciaba que conocía el terreno a pesar de la oscuridad. Se dirigían al norte. Galán recordaba que en esa dirección había un camino vecinal que enlazaba algunas casas con la carretera. Siguió la dirección de las pisadas por el descampado y comprobó que terminaban en un muro bajo de piedra seca que flanqueaba el camino. Lo saltó y volvió a descubrir los pasos. Cesaron diez metros más allá. En su lugar el suelo aparecía removido, aunque se distinguía claramente la impronta de unos neumáticos en la tierra, como si el automóvil al que pertenecían hubiera arrancado con un acelerón. De repente, le pareció sentir un movimiento a su izquierda. Sacó su arma y enfocó la linterna hacia el origen del sonido. Una persona se hallaba sentada en el muro opuesto del camino, mirándole fijamente con las manos cruzadas sobre las rodillas. Subió el foco hasta su rostro, imperturbable a pesar del encandilamiento.

—¡Maldita sea, Ariosto! ¡Vaya susto que me ha dado!

—Estaba esperándole, Galán. Ha hecho el mismo camino que yo —Ariosto hablaba reposadamente, como si hubiera pensado con detenimiento lo que decía—. Habrá observado que el fugitivo calza unas botas Camper del número cuarenta y tres, debe medir en torno a un metro setenta, por la amplitud de la zancada; y, por la profundidad de las huellas, no pesará más de setenta kilos. Ha huido, hace ya demasiado tiempo por desgracia, en un automóvil que pierde aceite y que usa unos neumáticos
Firestone Vanhawk
serie 82, propios de furgonetas, bastante usuales, por cierto. Pero lo mejor está allá, en la carretera. Al pasar por el zarzal se ha arañado con las espinas. Si se fija bien, hay un par de ramas con rastro de sangre. ¡Alégrese, amigo mío, al menos tenemos su ADN!

12

—¿Dónde está Álvarez? ¿Y Fran Díaz? ¿Es que no hay nadie en la redacción para cubrir un urgente? —Marcos Núñez, el director del
Diario de Tenerife
, se desgañitaba al teléfono—. ¿Quién? ¿No hay nadie más? Vale, vale, envíamela a mi despacho.

Núñez suspiró largamente cuando colgó el teléfono. Se echó atrás en el respaldo de su mullido sillón mientras maldecía por lo bajo. Quedaba apenas hora y media para cerrar la edición y sus mejores periodistas estaban terminando sus artículos. Era su eterna lucha. Siempre les decía que lo hicieran por la tarde, antes de las nueve, así estarían libres para cualquier emergencia. Pero no, siempre los remataban después de las diez, por si acaso hubiera novedades a última hora de la tarde. Se estaba haciendo viejo, pensó, mientras se peinaba con los dedos el pelo entrecano de las sienes. El personal no sigue las consignas del director y cada cual hace la guerra por su cuenta. ¡Qué distinto a la época en que ingresó en el periódico, hace tantos años, cuando todos los periodistas vestían chaqueta y corbata!

La noticia le había llegado unos minutos antes a través del chivatazo de un confidente de la policía local. Era estremecedora. Un asesinato en La Laguna, en el Camino de la Fuente de Cañizares, una vía periférica de la ciudad en la que se localizaban casas de gente importante. Muy cerca de donde vivía el alcalde. Y no tenía a Bencomo ni a Díaz disponibles. Sólo a Sandra Clavijo, una novata. Llevaba seis meses en el periódico y se había ocupado de reportajes sociales, entrevistas a ocupas y desarraigados, cuestionarios en la calle Castillo sobre las ocurrencias del alcalde de Santa Cruz y de su equipo de gobierno, y otras menudencias. No escribía mal la chica, pero Núñez dudaba que estuviera a la altura del asunto. En fin, no había nadie más disponible. Mañana podría destinar a un redactor y a un fotógrafo para profundizar en la noticia. Dos golpes en el cristal de su puerta le hicieron levantar la vista.

—¡Adelante!

—Buenas noches, señor Núñez —la cabeza de Sandra asomó con cierta timidez—, ¿me ha llamado?

—Pasa y siéntate, por favor.

Núñez se incorporó en su silla y apoyó las manos en la gran mesa de su despacho, dándose un aire solemne. Observó por un instante a su empleada.
Bueno
, pensó,
por lo menos es una chica presentable
. Morena, con el pelo cortado por debajo de las orejas, tenía una mirada profunda, inquisitiva, y una sonrisa deliciosa a flor de piel. No muy alta, pero bien proporcionada. Algo le decía que no era de las que se dejaban avasallar con facilidad. Como miles de chicas de su edad, menos de veinticuatro, vestía camiseta ajustada, vaqueros y zapatos planos.

—Estamos cerrando la jornada —prosiguió el director—, y me han pasado una noticia que hay que verificar. Se trata de un atropello en La Laguna, cerca del Camino de San Diego. Lo interesante es que me han soplado que puede haber un asesinato detrás.

—¿Un asesinato? —respondió la reportera con asombro.

—No sé más —Núñez se inclinó sobre la mesa, para dar mayor énfasis a sus palabras—, por eso quiero que subas a La Laguna y des una vuelta por allí. Necesito todo lo que consigas antes de una hora. Llévate la grabadora y una cámara fotográfica, por si acaso.

—¿Algo más, jefe? —Sandra ya se estaba levantando.

—Sí, el inspector de homicidios se llama Antonio Galán, y sus ayudantes son Morales y Ramos. Si están allí puede que sea cierto lo del asesinato. Por cierto, evita a Ramos, que tiene malas pulgas con los periodistas.

Núñez indicó la salida, dando por terminada la conversación.

—¡Vamos, en marcha!

Sandra salió inmediatamente del despacho del director. Bajó una planta por las escaleras, cogió su equipo y salió del edificio del periódico, atravesando la vorágine que envolvía la hora punta del rotativo.

No tardó mucho en darse cuenta de que se encontraba ante una gran oportunidad profesional. Intentó tranquilizarse, mientras arrancaba el motor de su automóvil. ¡Una primicia en exclusiva! Iba a aprovecharla al máximo, se dijo, tal vez no se presentara una situación así en años, y era su puerta de escape de las crónicas sociales.

Afortunadamente, a esa hora ya no tuvo que sufrir el caótico tráfico de entrada y salida de Santa Cruz. Subió la autopista en diez minutos, los que le permitía su Mazda 2 en cuarta y forzando. Tardó otros diez por la Vía de Ronda y la Carretera de Tejina en dirección a La Laguna. Giró a la derecha por el Camino de Pozo Cabildo, y aparcó en las inmediaciones del estadio de La Manzanilla. A partir de allí iría caminando.

El Camino de la Fuente Cañizares estaba oscuro, como siempre. La temperatura era bastante más baja que en Santa Cruz y se arrepintió de no haber cogido algo de abrigo. Unos doscientos metros más adelante, el tráfico estaba cortado por un coche policial. Dos agentes desviaban a cualquier automóvil que se acercara. No obstante, Sandra estaba decidida a traspasar el primer obstáculo. Caminó con fingida seguridad, bordeando el coche patrulla.

—Lo siento señorita, no se puede pasar. —El policía, un tipo joven con cara amable, se cruzó en su camino.

—¡Oh, no me diga eso, agente! Mi abuela vive sola, cinco casas más allá y me está esperando para cenar —la mentira era tan descabellada que pareció creíble. Sandra exhibió un termo de café que llevaba siempre en su coche—, ¡Es muy cerca de aquí, en el número cincuenta y tres, y se va a preocupar si no aparezco! ¡Por favor!

La cara suplicante de Sandra enterneció al policía, deseoso de desembarazarse del problema que aquella chica le estaba creando. A su espalda se aproximaban dos automóviles que había que desviar.

—De acuerdo, pase y vaya rápido. No se le ocurra detenerse.

Sandra dio efusivamente las gracias y continuó, a paso rápido, por la carretera. A poca distancia, la deslumbraron los faros giratorios de varios coches patrulla de la Policía Nacional. Se acercó despacio, intentando vislumbrar la escena en la penumbra. Más de quince personas se afanaban a la luz de los faros. Al fondo destacaba un todo terreno con las puertas abiertas. Nadie parecía estar pendiente de ella. Unos cuantos pasos más y adelantó al primer coche patrulla. Un policía nacional de uniforme se percató entonces de su presencia.

—Perdone señorita, no puede estar aquí.

—¡Oh, agente! —Sandra cambió de registro—, necesito hablar con el Inspector Morales, soy de la oficina del Fiscal. Es muy importante y sólo será un segundo.

—¿Morales?…— el policía dudó apenas un segundo—, sí, un momento. Ahora le aviso. Espere aquí por favor.

¡Bien! Morales estaba allí. Por lo tanto, había un homicidio y no un simple atropello. Sandra sintió como los latidos de su corazón se aceleraban, intentando improvisar lo que le diría al policía. Un minuto más tarde apareció un hombre de más de cincuenta años, cargado de hombros, pelo entrecano, cejas pobladas y cara enrojecida. Llevaba varios botones de la camisa abierta, lo que dejaba ver tres cadenas de plata.

—¿Preguntaba por mí?

—¿Es usted el famoso inspector Morales? —Sandra aparentó un interés desusado por su interlocutor.

—Es usted muy amable, soy Morales, pero se equivoca, de momento sólo soy subinspector —el policía se subió el cinturón, ufano. Lo hacía siempre que se ponía nervioso—. ¿En qué puedo servirle? Es que estamos con un asunto urgente entre manos —Sandra notó que, por un momento, el policía se había sentido halagado. Había que profundizar por ahí.

—Verá, he venido a visitar a una amiga en aquella casa de allí —señaló con la mano a un lugar indeterminado en la lejanía—, y al llegar la hora de volver a casa les he visto, y supuse que querrían ustedes preguntar al vecindario, por lo que me he acercado para colaborar. Le he reconocido, aunque es más alto y atractivo que en la tele.

—Ejem, gracias —a pesar de que no le gustaba verse en la televisión, Morales sabía que su imagen había aparecido a veces, su familia se lo había dicho. El policía comenzó a tomar interés por la chica—. ¿Ha oído o visto algo fuera de lo común en la última hora?

—Me pareció ver pasar una persona con prisa, hará unos diez minutos.

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