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Authors: Dan Brown

El símbolo perdido (46 page)

BOOK: El símbolo perdido
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Bellamy comprendió que la mujer tenía razón.

—También interceptamos una llamada de Robert Langdon, que se encontraba en el Capitolio, sin saber a qué atenerse al saber que lo habían engañado para que acudiese allí. Me desplacé hasta el edificio del Capitolio inmediatamente y llegué antes que usted porque estaba más cerca. En cuanto a cómo supe que había que comprobar el contenido de la bolsa de Langdon..., al darme cuenta de que él estaba involucrado hice que mis hombres examinaran de nuevo una llamada aparentemente inofensiva de primera hora de la mañana entre Langdon y Peter Solomon, en la que el secuestrador, haciéndose pasar por el ayudante de Solomon, convenció a Langdon para que viniera a dar una charla y de paso trajera un paquetito que Peter le había confiado. Cuando vi que Langdon no me hablaba del paquete que llevaba, pedí que pasaran la bolsa por rayos X.

A Bellamy le costaba ordenar sus ideas. Cierto, todo cuanto decía Sato era verosímil, y sin embargo había algo que no cuadraba.

—Pero... ¿cómo se le pudo pasar por la cabeza que Peter es una amenaza para la seguridad nacional?

—Créame, Peter Solomon es una seria amenaza para la seguridad nacional —aseveró ella—. Y francamente, señor Bellamy, usted también lo es.

El aludido dio un respingo, las esposas rozándole las muñecas.

—¿Cómo dice?

Ella esbozó una sonrisa forzada.

—Ustedes, los masones, practican un juego arriesgado. Guardan un secreto muy, pero que muy peligroso.

«¿Se referirá a los antiguos misterios?»

—Por suerte, siempre se les ha dado bien ocultar sus secretos, pero últimamente, por desgracia, no han sido muy prudentes, y esta noche el más peligroso de sus secretos está a punto de ser revelado al mundo. Y a menos que evitemos que eso suceda, le aseguro que las consecuencias serán catastróficas.

Bellamy la miró perplejo.

—Si no me hubiese atacado, se habría dado cuenta de que usted y yo estamos en el mismo equipo —afirmó ella.

«El mismo equipo.» Las palabras hicieron que en su mente germinara una idea casi imposible de abrigar. «¿Será Sato miembro de la Estrella de Oriente?» La Orden de la Estrella de Oriente, con frecuencia considerada una organización afín a la masonería, abrazaba una filosofía mística similar de benevolencia, sabiduría secreta y apertura espiritual. «¿El mismo equipo? ¡Si estoy esposado! ¡Y ha pinchado el teléfono de Peter!»

—Me ayudará a detener a ese hombre —exigió ella—. Posee la capacidad de provocar un cataclismo del que tal vez no pueda recuperarse este país. —Su rostro era pétreo.

—Entonces, ¿por qué no le sigue la pista a él?

Sato lo miró con incredulidad.

—¿Acaso cree que no lo estoy intentando? La señal que emitía el móvil de Solomon se perdió antes de que pudiéramos localizarlo; su otro número parece ser de un teléfono de usar y tirar, lo que hace que rastrearlo sea prácticamente imposible; la compañía de jets privados nos dijo que el vuelo de Langdon fue reservado por el ayudante de Solomon, utilizando el móvil del propio Solomon y su tarjeta Marquis Jet. No tenemos ninguna pista. Bien es verdad que da igual: aunque averigüemos dónde está exactamente, no puedo arriesgarme a intervenir para intentar cogerlo.

—¿Por qué no?

—Preferiría no responder esa pregunta, se trata de información clasificada —contestó Sato, su paciencia agotándose claramente—. Le estoy pidiendo que confíe en mí.

—Pues lo siento, pero no.

Los ojos de Sato eran fríos como el hielo. De pronto dio media vuelta y gritó:

—¡Hartmann! El maletín, por favor.

Bellamy oyó el siseo de la puerta electrónica y a continuación un agente entró en la Jungla. Llevaba un elegante maletín de titanio, que depositó en el suelo, junto a la directora.

—Déjanos solos —ordenó ella.

Cuando el agente se hubo ido, volvió a oírse el siseo de la puerta y después reinó de nuevo el silencio.

Sato cogió el maletín, lo apoyó en el regazo y lo abrió. Luego miró despacio a Bellamy.

—No quería hacer esto, pero el tiempo se agota y no me deja usted otra elección.

El aludido observó el extraño maletín y sintió que el miedo se apoderaba de él. «¿Irá a torturarme?» Volvió a tirar de las esposas.

—¿Qué hay en el maletín?

Sato esbozó una sonrisa afectada.

—Algo que le hará ver las cosas como yo las veo. Se lo aseguro.

Capítulo 81

El espacio subterráneo donde Mal'akh cultivaba el Arte estaba ingeniosamente oculto. El sótano de su casa, para quienes entraban en él, tenía un aspecto de lo más normal: el típico sitio con su caldera, su caja de fusibles, su leña y sus trastos. Sin embargo, ese sótano visible no era más que una parte del espacio subterráneo. Una porción considerable había sido aislada para llevar a cabo sus prácticas clandestinas.

La zona de trabajo privada de Mal'akh se componía de una serie de pequeñas estancias, cada una de las cuales servía a un propósito concreto. La única entrada era una empinada rampa a la que se accedía secretamente por el salón, con lo cual era prácticamente imposible descubrir dicho espacio.

Esa noche, mientras bajaba por la rampa, los sigilos y símbolos tatuados en su carne parecieron cobrar vida con el brillo cerúleo de la iluminación especial del sótano. En su avance hacia la bruma azulada, pasó por delante de varias puertas cerradas y fue directo a la habitación de mayor tamaño, situada al fondo del pasillo.

El «sanctasanctórum», como gustaba llamarlo Mal'akh, era un cuadrado perfecto de doce pies por doce.
2
«Doce son los signos del zodíaco; doce, las horas del día; doce, las puertas del cielo.» En el centro del cuarto había una mesa de piedra, un cuadrado de siete pies por siete.
3
«Siete son los sellos del Apocalipsis; siete, los escalones del Templo.» Centrada sobre la mesa pendía una fuente luminosa cuidadosamente calibrada que emitía una gama de colores predeterminados, cuyo ciclo se completaba cada seis horas de conformidad con la sagrada tabla de horas planetarias. «Yanor es azul; Nasnia, roja; Salam, blanca.»

Ahora era la hora de Cáerra, lo que significaba que la luz de la habitación había pasado a ser de un tenue púrpura. Ataviado únicamente con un taparrabos de seda que le cubría las nalgas y el castrado órgano sexual, Mal'akh comenzó sus preparativos.

Mezcló con cuidado las sustancias químicas de la sufumigación que más tarde encendería para santificar el aire. Acto seguido dobló la túnica de seda virgen que vestiría después en lugar del taparrabos y, por último, purificó un recipiente de agua para el ungimiento de su ofrenda. Cuando hubo terminado, lo colocó todo en una mesita auxiliar.

Luego se acercó a una estantería y echó mano de un pequeño estuche de marfil, que llevó hasta la mesita y depositó junto a las demás cosas. Aunque todavía no estaba preparado para utilizarlo, no pudo resistirse a abrir la tapa y admirar su tesoro.

«El cuchillo.»

Dentro de la caja de marfil, sobre un lecho de terciopelo negro, brillaba el cuchillo ritual que Mal'akh había estado reservando para esa noche. Lo había adquirido el año anterior en el mercado negro de antigüedades de Oriente Próximo por 1,6 millones de dólares.

«El cuchillo más famoso de la historia.»

Increíblemente antiguo y dado por perdido, el precioso utensilio tenía la hoja de hierro y el mango de asta. A lo largo de los siglos había estado en poder de un sinfín de individuos poderosos, aunque en décadas recientes había desaparecido, cayendo en el olvido de una colección privada secreta. A Mal'akh le había costado lo suyo conseguirlo. Sospechaba que el cuchillo no había derramado sangre en décadas..., posiblemente en siglos. Esa noche la hoja saborearía de nuevo el poder del sacrificio para el que había sido afilada.

Sacó el cuchillo con delicadeza de su mullida cama y limpió reverentemente la hoja con una seda humedecida en agua purificada. Su técnica había mejorado sobremanera desde que realizó los primeros experimentos rudimentarios en Nueva York. El oscuro Arte que practicaba Mal'akh era conocido por muchos nombres en muchas lenguas, pero, se le diera el nombre que se le diese, era una ciencia exacta. En su día, esa tecnología primitiva había sido la llave que abría los portales del poder, pero había sido desterrada hacía tiempo, relegada a las sombras del ocultismo y la magia. A los pocos que todavía practicaban ese Arte se les tenía por dementes, pero Mal'akh sabía que la realidad era otra. «Esto no es para los que tienen las facultades mermadas.» El oscuro Arte antiguo, al igual que la ciencia moderna, era una disciplina que requería fórmulas precisas, ingredientes concretos y un sentido de la oportunidad escrupuloso.

Ese Arte no era la impotente magia negra del presente, a menudo practicada con desgana por almas curiosas. Ese Arte, al igual que la física nuclear, poseía el potencial de desatar un enorme poder. Las advertencias eran serias: «El practicante inexperto corre el riesgo de ser golpeado por el reflujo y aplastado.»

Mal'akh terminó de admirar el sagrado cuchillo y centró su atención en una solitaria lámina de grueso pergamino que descansaba en la mesa que tenía delante. Lo había elaborado él mismo con la piel de un cordero. Siguiendo el protocolo, el animal era puro, todavía no había alcanzado la madurez sexual. Junto al papel había una péñola que había hecho a partir de la pluma de un cuervo, un platillo de plata y tres velas de trémula llama dispuestas en torno a un cuenco de latón macizo. El cuenco contenía unos dos centímetros de denso líquido carmesí.

El líquido era sangre de Peter Solomon.

«La sangre es la tinta de la eternidad.»

Mal'akh cogió la péñola, apoyó la mano izquierda en el pergamino y, tras introducir la punta de la pluma en la sangre, trazó con sumo cuidado el contorno de la mano abierta. Cuando hubo finalizado, añadió los cinco símbolos de los antiguos misterios, uno en el extremo de cada uno de los dedos del dibujo.

«La corona... en representación del rey que voy a ser.

»La estrella... en representación del firmamento que ha decretado mi destino.

»El sol... en representación de la iluminación de mi alma.

»La linterna... en representación de la débil luz del entendimiento humano.

»Y la llave... en representación de la pieza que falta, la pieza que por fin conseguiré esta noche.»

Mal'akh completó el dibujo de sangre y sostuvo en alto el pergamino, admirando su obra a la luz de las tres velas. Esperó a que la sangre estuviese seca y a continuación dobló en tres la gruesa piel. Mientras salmodiaba un antiguo conjuro etéreo, hizo que el papel rozara la tercera vela y se prendiese. Después depositó el pergamino en llamas en el platillo de plata y dejó que se consumiera. A medida que lo hacía, el carbono que contenía la piel del animal se fue convirtiendo en un polvo negro. Cuando la llama se extinguió, Mal'akh incorporó las cenizas con delicadeza al cuenco de latón con la sangre y removió la mezcla con la pluma de cuervo.

El líquido se tornó de un carmesí más subido, casi negro.

Sosteniendo el cuenco con ambas manos, Mal'akh lo elevó por encima de su cabeza y dio gracias entonando el
eucharistos
de los antiguos. A continuación vertió con tiento la ennegrecida mezcla en un frasquito de cristal que cerró con un tapón de corcho. Ésa sería la tinta con la que grabaría la carne sin tatuar de su cabeza y completaría su obra maestra.

Capítulo 82

La catedral de Washington es la sexta más grande del mundo y su altura supera la de un rascacielos de treinta pisos. Ornada con más de doscientas vidrieras, un carillón de cincuenta y tres campanas y un órgano con 10.647 tubos, esta obra maestra gótica puede acoger a más de tres mil fieles.

Esa noche, sin embargo, la gran catedral se hallaba desierta.

El reverendo Colin Galloway, deán de la catedral, daba la impresión de llevar vivo desde el principio de los tiempos. Encorvado y marchito, vestía una sencilla sotana negra y avanzaba ciegamente sin decir palabra. Langdon y Katherine lo seguían en silencio por la negrura del pasillo central de la nave, que medía más de cien metros de longitud y presentaba una ligera curvatura a la izquierda para crear una ilusión óptica de suavidad de líneas. Cuando llegaron al gran crucero, el deán los condujo al otro lado del cancel, la simbólica mampara que separaba la zona pública del presbiterio.

Un aroma a incienso flotaba en el aire. El sagrado espacio estaba a oscuras, iluminado únicamente por reflejos de luz indirecta en las bóvedas laminadas. Sobre el coro, ornamentado con varios retablos tallados que representaban escenas bíblicas, pendían banderas de los cincuenta estados. El deán Galloway continuó recorriendo un camino que al parecer conocía de memoria. Por un instante, Langdon pensó que iban directos al altar mayor, donde se hallaban las diez piedras del monte Sinaí, pero el anciano finalmente giró a la izquierda y avanzó a tientas hasta llegar a una puerta oculta discretamente que daba al anejo destinado a administración.

Enfilaron un pasillo corto que desembocaba en un despacho en cuya puerta se veía una placa de latón:

reverendo colin galloway
deán

Galloway abrió y encendió las luces, por lo visto acostumbrado a no saltarse dicha muestra de deferencia hacia sus invitados. Tras hacerlos pasar, cerró la puerta.

El despacho era pequeño pero elegante, con altas estanterías, un escritorio, un gran armario tallado y un cuarto de baño propio. De las paredes colgaban tapices del siglo
xvi
y varios cuadros de temática religiosa. El deán señaló las dos sillas de piel que había delante de la mesa. Langdon se sentó junto a Katherine, agradecido de poder dejar por fin en el suelo, a sus pies, la pesada bolsa.

«Asilo y respuestas», pensó Langdon mientras se arrellanaba en el confortable asiento.

El religioso rodeó la mesa y se acomodó en su silla de respaldo alto. Después, suspirando cansado, levantó la cabeza y les dirigió una mirada inexpresiva con sus nublados ojos. Cuando habló, su voz era inesperadamente clara y firme.

—Soy consciente de que es la primera vez que nos vemos —afirmó—, y sin embargo es como si los conociera a los dos. —Sacó un pañuelo y se limpió la boca—. Profesor Langdon, estoy familiarizado con sus escritos, incluido el ingenioso artículo que redactó sobre el simbolismo de esta catedral. En cuanto a usted, señora Solomon, su hermano, Peter, y yo somos hermanos masones desde hace ya muchos años.

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