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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Cronicas del castillo de Brass (39 page)

BOOK: Cronicas del castillo de Brass
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—Es posible que estas sombras sean arrojadas por objetos que existen en otra dimensión de la Tierra dijo el príncipe de la Túnica Escarlata—. Si todas las dimensiones se encuentran aquí, como alguien ha sugerido, ésa podría ser una explicación verosímil. No es el ejemplo más extraño que he presenciado de una conjunción semejante.

Un negro llamado Otto Blendker, que tenía en la cara una cicatriz en forma de V, acarició el cinto de la espada que cruzaba su pecho y rezongó.

—¿Verosímil? ¡Ojalá no me dé nadie una explicación improbable!

—He presenciado peculiaridades similares en las cavernas más profundas de mi país dijo Thereod de las Cavernas—, pero nada tan inmenso. Según me dijeron, las dimensiones se encuentran allí. Por lo tanto, Corum tiene razón.

Pasó la larga y esbelta espada sobre su espalda. No volvió a dirigir la palabra al grupo, pero trabó conversación con el diminuto Emshon de Ariso que, como de costumbre, protestaba por algo.

Hawkmoon aún sopesaba la posibilidad de que el capitán les hubiera engañado. No tenían ninguna prueba de que el ciego albergara buenas intenciones hacia ellos. Por lo que Hawkmoon sabía, el capitán tenía proyectos para los mundos y los estaba utilizando contra sus compañeros. No dijo nada a los demás, que parecían dispuestos a obedecer la voluntad del capitán sin hacer preguntas.

Una vez más, Hawkmoon echó un vistazo a la espada que sobresalía bajo la capa de Eric y se preguntó por qué le inquietaba tanto. Se sumió en sus pensamientos, procurando mirar lo menos posible el paisaje que le rodeaba, y revivió los acontecimientos que le habían traído hasta aquí. La voz de Corum le sacó de sus meditaciones.

—Tal vez esto sea Tanelorn, o mejor dicho, todas las versiones que han existido de Tanelorn. Porque Tanelorn adopta muchas formas, y cada forma depende de los deseos de aquellos que más anhelan encontrarla.

Hawkmoon contempló la ciudad. Era un conglomerado caótico de ruinas, que desplegaba todos los estilos arquitectónicos posibles, como si un dios hubiera recogido muestras de edificios de todos los mundos del multiverso y los hubiera dejado allí a su capricho. Todos estaban en ruinas. Se extendían hasta el horizonte, torres inclinadas, minaretes destrozados, castillos derrumbados, y todos arrojaban sombras. Además, había otras sombras de origen ignoto. Sombras de edificios que sus ojos no veían.

Hawkmoon se quedó sobrecogido.

—Ésta no es la Tanelorn que esperaba encontrar —dijo.

—Ni yo.

Erekose habló en un tono similar al de Hawkmoon.

—Quizá no sea Tanelorn.

Elric se detuvo en seco y sus ojos escarlatas escrutaron las ruinas.

—Quizá no lo sea.

—O tal vez se trate de un cementerio —Corum frunció el ceño—. Un cementerio que contenga todas las versiones olvidadas de esta extraña ciudad.

Hawkmoon siguió caminando hasta llegar a las ruinas y los demás le siguieron. Deambularon entre las piedras rotas, inspeccionando las tallas y las estatuas caídas. Hawkmoon oyó que Erekose hablaba en voz baja con Elric.

—¿Habéis observado que ahora las sombras representan algo? —preguntó Erekose.

Hawkmoon escuchó la respuesta de Elric.

—Examinando las ruinas es posible deducir el aspecto que tenían los edificios cuando estaban en pie. Las sombras son las sombras de aquellos edificios, antes de que se desmoronaran.

Hawkmoon comprobó que Elric tenía razón. Era un ciudad encantada por sí misma.

—Eso es —dijo Erekose.

Hawkmoon se volvió.

—Se nos prometió Tanelorn, no un cadáver.

—Es posible —respondió Corum con aire pensativo—, pero no nos apresuremos a extraer conclusiones, Hawkmoon.

—Yo diría que el centro está allí, delante de nosotros —indicó John ap-Rhyss—. ¿Creéis que será el mejor lugar para buscar a nuestros enemigos?

Los otros convinieron en ello y se desviaron un poco de su ruta para encaminarse a una zona despejada, donde se veía un edificio de contorno nítido, mientras los demás eran poco definidos. Sus colores eran más brillantes. Planos de metal curvado surgían en todos los ángulos, conectados mediante tubos que podían ser de cristal, y que brillaban y vibraban.

—Más que un edificio parece una máquina.

La curiosidad de Hawkmoon había aumentado.

—Y un instrumento musical más que una máquina.

El único ojo de Corum contemplaba el edificio con cierta admiración.

Los cuatro héroes se detuvieron y sus hombres les imitaron.

—Ha de ser la morada de los hechiceros —dijo Emshon de Ariso—. No tienen mal gusto, ¿verdad? Fijaos bien: en realidad son dos edificios idénticos, conectados por tubos.

—Una casa para el hermano y otra para la hermana —comentó Reingir la Roca.

Eructó y compuso una expresión contrita.

—Dos edificios —repitió Erekose—. No estábamos preparados para esto. ¿Nos dividimos y atacamos a los dos?

Elric meneó la cabeza.

—Creo que deberíamos entrar juntos en uno, para no disminuir nuestro potencial ofensivo.

—Estoy de acuerdo —dijo Hawkmoon, sin saber por qué era tan reacio a seguir a Elric al interior del edificio.

—Bien, pongámonos en marcha dijo el barón Gotterin—. Entremos en el infierno, si es que no hemos entrado ya.

Corum lanzó al barón una mirada irónica.

—¡Os veo muy decidido a demostrar vuestra teoría!

Hawkmoon volvió a tomar la iniciativa y se encaminó hacia lo que supuso la puerta de entrada al edificio más próximo, un hendidura oscura y simétrica. Mientras los veinte guerreros se acercaban, dispuestos a repeler cualquier ataque, dio la impresión de que el resplandor del edificio aumentaba, de que latía rítmicamente, de que emitía unos peculiares susurros casi inaudibles. Acostumbrado a las hechicerías del Imperio Oscuro, Hawkmoon no perdió su miedo al edificio y se rezagó, dejando que Elric pasara adelante, seguido de sus cuatro acompañantes. Hawkmoon y sus hombres fueron los siguientes en atravesar el negro portal. Se encontraron en un pasillo que se curvaba bruscamente casi desde la entrada, un pasillo húmedo que hizo brotar sudor de sus rostros. Se detuvieron e intercambiaron miradas. Reanudaron su avance, decididos a enfrentarse con quien fuera.

Habían recorrido un tramo del pasillo, cuando de repente las paredes y el suelo se pusieron a temblar con tal violencia que Hown Encantaserpientes cayó al suelo y blasfemó, mientras los demás apenas conseguían mantener el equilibrio. Al mismo tiempo, una poderosa y lejana voz retumbó, en tono quejumbroso y ofendido.

—¿Quién? ¿Quién? ¿Quién?

Hawkmoon, con inusitado humor, pensó que era la voz de un gigantesco búho enloquecido.

—¿Quién? ¿Quién? ¿Quién me invade?

Hown, ayudado por los demás, se puso en pie. Continuaron cuando los movimientos del pasillo remitieron, mientras la voz continuaba murmurando, distraída, como para sí.

—¿Qué me ataca? ¿Qué?

No había explicación para el fenómeno. Todos estaban desconcertados. No dijeron nada, y permitieron que Elric les guiara hasta una sala bastante grande.

El aire de la sala era todavía más caliente y dificultaba la respiración. Un fluido viscoso caía del techo y resbalaba por las paredes. Hawkmoon experimentó náuseas y un fuerte deseo de dar media vuelta. Entonces, Ashnar el Lince chilló y señaló a los animales que surgían de las paredes y se arrastraban hacia ellos con las fauces abiertas. Eran cosas semejantes a serpientes. Hawkmoon sintió un nudo en la garganta.

—¡Atacad! —gritó la voz—. ¡Destruid eso! ¡Destruidlo!

El tono de la orden era terrible, irracional.

Los guerreros se dividieron instintivamente en cuatro grupos y se aprestaron a defenderse.

Las bestias, en lugar de dientes auténticos, tenían afilados salientes óseos en la boca, como cuchillos gemelos, y producían un horroroso sonido metálico mientras arrastraban sus cuerpos deformes y repugnantes sobre el suelo viscoso.

Elric fue el primero en desenvainar la espada y Hawkmoon se distrajo un momento cuando vio alzarse sobre la cabeza del albino su enorme espada negra. Habría jurado que la espada gemía, que poseía vida propia. Olvidó eso y hundió la espada en las bestias que reptaban a su alrededor. Su carne se abría con nauseabunda facilidad y desprendía un hedor insoportable. La atmósfera se enardeció más y el fluido de las paredes adquirió una textura más viscosa.

—¡Abríos camino entre ellas! —gritó Elric—. ¡Dirigíos hacia aquella abertura!

Hawkmoon vio la puerta y comprendió que el plan de Elric era el mejor, dadas las circunstancias. Avanzó, seguido de sus hombres, destruyendo de paso a numerosas bestias. Como resultado, el hedor aumentó y Hawkmoon experimentó náuseas.

—¡Es fácil dar buena cuenta de estos bichos, pero cada uno que matamos disminuye nuestra posibilidad de sobrevivir! —exclamó Hown Encantaserpientes.

—Nuestros enemigos han sido astutos, sin duda —respondió Elric.

Elric fue el primero en llegar a la puerta e indicó con un gesto que le siguieran.

Los demás le alcanzaron. Las bestias se mostraron reacias a seguirles. El aire era más respirable. Hawkmoon se apoyó contra la pared del pasillo y escuchó la conversación que sostenían los demás, pero carecía de fuerzas para intervenir.

—¡Atacad! ¡Atacad! —ordenó la voz, pero no fue obedecida.

—Este castillo no me gusta nada. —Brut de Lashmar señaló un desgarrón de su capa—. Lo controla una poderosa brujería.

—Ya lo sabíamos —dijo Ashnar el Lince.

Sus ojos de bárbaro escudriñaban el terreno.

Otto Blendker, otro hombre de Elric, se secó el sudor que cubría su negra frente.

—Estos hechiceros son unos cobardes. No dan la cara. —Casi gritaba—. ¿Acaso es su aspecto tan detestable que temen nuestras miradas?

Hawkmoon comprendió que Blendker estaba hablando por si los dos hechiceros, Agak y Gagak, le escuchaban, con el fin de avergonzarles y obligarles a salir. Sin embargo, no obtuvo respuesta. Se internaron por una serie de pasillos, que cambiaban de dimensiones con frecuencia y, en ocasiones, eran casi infranqueables. La luz también era inconstante y avanzaban a menudo en una oscuridad total. Tuvieron que cogerse de la mano para no separarse.

—El pasillo no para de ascender —murmuró Hawkmoon a John ap-Rhyss, que caminaba a su lado—. Debemos estar cerca de la azotea del edificio.

Ap-Rhyss no contestó. Apretaba los dientes como si intentara disimular su miedo.

—El capitán dijo que los hechiceros tal vez cambiarían de forma —explicó Emshon de Ariso—. Deben de cambiar con frecuencia, porque estos pasillos no están destinados a seres de ningún tamaño en concreto.

—Me muero de ganas por enfrentarme a esos ladinos —dijo Elric desde la vanguardia.

—Decían que aquí había tesoros —rezongó Ashnar el Lince—. Pensé que valía la pena jugarse el pellejo por un buen botín, pero no hay nada de valor. —Tocó la pared—. Ni piedra, ni ladrillo. ¿De qué están hechas estas paredes, Elric?

Hawkmoon se había preguntado lo mismo y aguardó la contestación del albino, pero éste meneó la cabeza.

—Eso también me tiene perplejo, Ashnar.

Hawkmoon notó que Elric contenía el aliento, vio que alzaba su extraña y pesada espada, y aparecieron nuevos enemigos. Eran bestias de boca roja y pelaje anaranjado. Resbalaba saliva por sus colmillos amarillos. Elric clavó su espada en el estómago de un animal cuando sus garras se abatieron sobre él. Semejaba un gigantesco mandril, y el mandoble no lo había matado.

Otros de los simios se abalanzó sobre Hawkmoon y esquivó con hábiles saltos todos sus golpes. Hawkmoon comprendió que, solo, no tenía ninguna posibilidad de salir bien librado. Vio que Keeth el Apenado, indiferente a su propia seguridad, acudía en su ayuda, con la gran espada en alto y una expresión resignada en su rostro melancólico. El mono desvió su atención hacia el Apenado y se lanzó sobre él con todo el peso de su cuerpo. La espada de Keeth se hundió en su pecho, pero el simio logró clavarle los colmillos y ya surgía sangre de la yugular seccionada.

Hawkmoon clavó la espada bajo las costillas del animal, sabiendo que era demasiado tarde para salvar a Keeth el Apenado, cuyo cuerpo había caído al suelo viscoso. Corum apareció y atacó al ser por el otro lado. La bestia gruñó, se revolvió contra ellos y sus zarpas les buscaron. Sus ojos adquirieron un tinte vidrioso. Se derrumbó sobre el cadáver de Keeth.

Hawkmoon no esperó a que le atacaran, sino que saltó sobre los cadáveres hacia el barón Gotterin, a quien otro simio anaranjado había acorralado. Los colmillos arrancaron su gorda cara del cráneo. Gotterin chilló una vez, casi en son de triunfo, como si hubiera demostrado su teoría. Después, murió. Ashnar el Lince utilizó su espada como un hacha y decapitó al asesino de Gotterin. Estaba de pie sobre el cuerpo de otro mono muerto. Había acabado con dos de los atacantes sin ayuda. Rugía una canción de combate. Estaba loco de alegría.

Hawkmoon sonrió al bárbaro y corrió en ayuda de Corum. Infligió un profundo corte en el cuello del mandril. Un chorro de sangre cegó sus ojos un momento y pensó que estaba perdido, pero el animal había muerto. Corum lo apartó con el pomo de la espada.

Hawkmoon observó que Chaz de Elaquol también estaba muerto, pero que Nikhe el Tránsfuga continuaba con vida, pese a una profunda herida en la cara. Reingir la Roca estaba caído de espaldas con la garganta destrozada, en tanto John ap-Rhyss, Emshon de Ariso y Thereod de las Cavernas habían logrado sobrevivir al combate con heridas de escasa importancia. Los hombres de Erekose habían salido peor librados. El brazo de uno de ellos colgaba de jirones de piel, otro había perdido un ojo y a un tercero le habían cortado una mano. Los demás les atendían lo mejor posible. Brut de Lashmar, Hown Encantaserpientes, Ashnar el Lince y Otto Blendker estaban ilesos.

Ashnar contempló con aire triunfal los cadáveres de dos simios.

—Empiezo a sospechar que vamos a pagar cara esta empresa —dijo. Jadeaba como un sabueso después de rematar una buena cacería—. Cuanto menos tardemos, mejor. ¿Qué opináis, Elric?

—Estoy de acuerdo. —Elric agitó su temible espada y cayeron gotas de sangre—. Vamos.

Sin esperar a los demás, se encaminó hacia la cámara de enfrente, que despedía una peculiar luz rosa. Hawkmoon y los otros le siguieron.

Elric miró al suelo, horrorizado. Se agachó y cogió algo. Hawkmoon notó que algo aferraba sus piernas. El suelo de la cámara estaba cubierto de serpientes (largos y delgados reptiles, del color de la carne y sin ojos) que se enroscaron alrededor de sus tobillos. Hawkmoon utilizó su espada y cortó dos o tres cabezas, pero no sirvió de nada. Sus camaradas supervivientes gritaban de miedo, mientras trataban de liberarse.

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