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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Cronicas del castillo de Brass (37 page)

BOOK: Cronicas del castillo de Brass
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—No conocía esta variedad —dijo.

—Os devolverá las energías —dijo el capitán, sirviéndose también una copa—. Y no os sentará mal, os lo aseguro.

—Corren rumores a bordo, señor, de que el barco se dirige a Tanelorn.

—Muchos de los que navegan con nosotros ansían ver Tanelorn —dijo el capitán, volviéndose a Hawkmoon.

Por un momento, éste pensó que no le miraba a los ojos, sino que escrutaba su alma. Cruzó el camarote en dirección a una portilla y contempló la blanca neblina remolineante. Daba la impresión de que las subidas y bajadas del barco se habían hecho más pronunciadas.

—Vuestra respuesta es críptica —dijo Hawkmoon—. Esperaba de vos un mayor grado de sinceridad.

—Soy lo más sincero posible, Hawkmoon, podéis estar seguro.

—Seguro de… —empezó Hawkmoon, pero luego calló.

—Lo sé —dijo el capitán—. Mis aseveraciones son de poca utilidad a una mente atormentada como la vuestra, pero creo que mi barco os acercará a Tanelorn y a vuestros hijos.

—¿Sabéis que estoy buscando a mis hijos?

—Sí. Sé que sois víctima de los desajustes producidos por la Conjunción del Millón de Esferas.

—¿Podéis aclararme ese problema, señor?

—Ya sabéis que existen muchos mundos relacionados con el vuestro, pero separados por barreras que escapan a vuestra percepción. Sabéis que sus historias suelen ser similares, que los seres denominados, a veces, Señores del Caos y Señores de la Ley luchan sin tregua por la conquista de esos mundos, y que ciertos hombres y mujeres están marcados por un destino que les implican en esas guerras.

—¿Estáis hablando del Campeón Eterno?

—De él y de aquellos que comparten su destino.

—¿Jhary-a-Conel?

—Es uno de sus nombres. Y Yisselda es otro nombre. También tienen muchos duplicados.

—¿Y la Balanza Cósmica?

—Poco se sabe de la Balanza Cósmica y del Bastón Rúnico.

—¿Servís a alguno de los dos?

—No creo.

—Eso me consuela, al menos —dijo Hawkmoon, devolviendo la copa vacía al arcón—. Estoy cansado de hablar sobre grandes destinos.

—Sólo pienso hablar del muy práctico tema de la supervivencia. Mi barco siempre ha navegado entre los mundos, acaso patrullando las fronteras más débiles. Mi piloto y yo desconocemos otra vida. En eso os envidio, señor Campeón; envidio vuestras numerosas experiencias.

—Estoy dispuesto a intercambiar nuestros destinos, capitán, si os apetece.

El anciano lanzó una silenciosa carcajada.

—Creo que es imposible.

—¿Mi estancia en vuestro barco está relacionada con la Conjunción de Millón de Esferas?

—Por completo. Como ya sabéis, se trata de una acontecimiento muy poco frecuente. Esta vez, los Señores de la Ley y del Caos, así como sus diversos secuaces, luchan con especial ferocidad para asegurarse el control de los mundos, una vez concluya la conjunción. Os han involucrado en todas vuestras manifestaciones, porque sois importante para ellos, no lo dudéis. Como Corum, les habéis creado un problema muy especial.

—¿Corum y yo somos el mismo, pues?

—Diferentes manifestaciones del mismo héroe, arrebatado de diferentes mundos en épocas diferentes. Un asunto peligroso; por lo general, dos aspectos del Campeón que coexisten en el mismo mundo al mismo tiempo constituyen una experiencia alarmante…, y debemos tener en cuenta cuatro aspectos del problema. ¿Aún no os habéis encontrado con Erekose?

—No.

—Se aloja en el camarote de proa, junto con otros ocho guerreros. Sólo esperan a Elric. Nos dirigimos en su busca. Tendremos que sustraerle de lo que sería vuestro pasado, del mismo modo que Corum ha sido sustraído de vuestro futuro, si vivierais en el mismo mundo. ¡Tales son las fuerzas que intervienen, y que nos colocan en peligros monumentales! Rezo para que el resultado valga la pena.

—¿Cuáles son las fuerzas que intervienen?

—Os diré de lo que he contado a los otros dos y lo que diré a Elric. No os puedo decir nada más, así que no me hagáis más preguntas cuando haya terminado. ¿De acuerdo?

—No tengo otro remedio.

—Cuando llegue el momento, os contaré el resto.

—Continuad, señor.

—Nuestro destino es una isla, circunstancia extraña, porque la isla pertenece a estas aguas. Se halla en lo que vos llamáis limbo y, al mismo tiempo, en todos los mundos donde la humanidad lucha. Esa isla, o la ciudad que se alza sobre la isla, ha sido atacada muchas veces, y es codiciada por la Ley y el Caos al mismo tiempo, aunque ninguno ha logrado su control. En otros tiempos, estuvo bajo la protección de unos seres llamados los Señores Grises, pero hace tiempo que desaparecieron. Nadie sabe adónde fueron. Su lugar fue ocupado por enemigos de inmenso poder, seres capaces de destruir todos los mundos para siempre. La conjunción les ha permitido penetrar en nuestro "multiverso". Y, por haber puesto el pie en nuestros dominios, no se irán hasta que hayan matado a todo bicho viviente.

—Deben de ser muy poderosos, y este barco tendrá como misión reunir una banda de guerreros que se alíen con aquellos que combaten al enemigo.

—El barco se dirige a combatir al enemigo, en efecto.

—Todos pereceremos, supongo.

—No. Vos, en ninguna de vuestras encarnaciones, poseéis el poder necesario para destruir al enemigo. Por eso han sido llamados los demás. Más tarde, os daré más detalles. —El capitán hizo una pausa, como si escuchara algo en las olas que rodeaban a la nave—. ¡Ya! Creo que estamos preparados para recibir a nuestro último pasajero. Salid, Hawkmoon. Perdonad mis modales, pero debéis marcharos.

—¿Cuándo sabré más cosas, señor?

—Pronto. —El capitán indicó la puerta, que se había abierto—. Pronto.

Con la mente saturada de la información que el capitán le había proporcionado, Hawkmoon volvió tambaleante hacia la niebla.

Oyó a lo lejos el rugir de las olas, y adivinó que el barco se acercaba a tierra. Por un momento, pensó que iba a quedarse en la cubierta para divisar la tierra, pero algo le impulsó a cambiar de idea y encaminó sus pasos hacia el camarote de popa. Echó un último vistazo a la rígida y misteriosa figura del timonel, que seguía inmóvil ante el timón.

3. La isla de las sombras

—¿Ha esclarecido vuestras dudas el capitán, sir Hawkmoon?

Emshon acarició su reina cuando Hawkmoon entró en la cabina.

—Un poco, aunque también me ha desconcertado más. ¿Por qué se me antoja significativo nuestro número, diez hombres en un camarote?

—¿Acaso no es el máximo de personas que caben en un camarote con comodidad? —preguntó Thereod, que al parecer ganaba la partida.

—Abajo tiene que haber mucho espacio —indicó Corum—. Ése no puede ser el motivo.

—¿Y los dormitorios? —dijo Hawkmoon—. Lleváis en el barco mucho más tiempo que yo. ¿Dónde dormís?

—No dormimos —contestó el barón Gotterin. El gordo señaló con el pulgar al dormido Reingir—. Excepto ése. Y no para de dormir. —Se acarició la grasienta barba—. ¿Quién duerme en el infierno?

—Siempre la misma cantinela desde que subisteis a bordo —protestó John ap-Rhyss—. Un hombre más educado guardaría silencio, o cantaría otra canción.

Gotterin resopló y dio la espalda a su crítico.

El hombre de Yel suspiró y continuó bebiendo.

Creo que nuestro último compañero subirá a bordo dentro de poco —dijo Hawkmoon—. Un tal Elric. ¿Reconocéis el nombre?

—Sí. ¿Vos no?

—Si.

—Elric, Erekose y yo luchamos juntos una vez, en un momento de crisis excepcional. El Bastón Rúnico nos salvó, cuando luchamos en la Torre de Voilodion Chagnasdiak.

—¿Qué sabéis del Bastón Rúnico? ¿Guarda relación con la Balanza Cósmica, de la que tanto he oído hablar últimamente?

—Es posible —dijo Corum—, pero no contéis conmigo para resolver tales misterios, amigo Hawkmoon. Estoy tan desconcertado como vos.

—Ambos parecen tender al equilibrio.

—Muy cierto.

—Sin embargo, aprendí que el equilibrio conserva el poder de los dioses. ¿Por qué luchamos para conservar su poder?

Corum sonrió.

—¿Eso hacemos? —preguntó.

—¿No es verdad?

—Con frecuencia, supongo.

—Sois tan irritante como el capitán —dijo Hawkmoon—. ¿Qué queréis decir?

Corum meneó la cabeza.

—No estoy seguro.

Hawkmoon se dio cuenta de que su estado de ánimo había mejorado ostensiblemente, y así lo expresó.

—Habéis tomado el vino del capitán —indicó Corum—. Creo que es nuestro sostén. Aquí hay más. Os ofrecí el normal, pero si deseáis…

—Ahora no, pero agudiza la mente… Agudiza la mente.

—¿En serio? —dijo Keeth el Apenado desde las sombras—. Temo que enturbia la mía. Estoy confuso.

—Todos estamos confusos —dijo con desdén Chaz de Elaquol—. ¿Quién no lo estaría? —Hizo ademán de sacar su espada, pero volvió a envainarla—. Sólo tengo la cabeza despejada cuando peleo.

—Sospecho que no tardaremos en pelear —dijo Hawkmoon.

Su frase captó el interés de los demás y Hawkmoon repitió lo poco que había dicho el capitán. Los guerreros se sumieron de nuevo en las especulaciones, y hasta el barón Gotterin se animó; no volvió a hablar del infierno ni del castigo.

Hawkmoon se sentía inclinado a evitar la compañía del príncipe Corum, no porque le desagradara el hombre (le caía muy bien), sino porque le inquietaba la idea de compartir el camarote con otra reencarnación de él. Daba la impresión de que el sentimiento era mutuo.

Y así transcurrió el tiempo.

Más tarde, la puerta del camarote se abrió y aparecieron dos hombres altos. Uno era de expresión sombría, ancho de pecho, con muchas cicatrices en la cara que, pese a todo, resultaba extraordinariamente bella. Era difícil calcular su edad, si bien parecía próximo a los cuarenta, y apenas crecían canas en su cabello negro. Sus ojos hundidos delataban inteligencia, así como un pesar secreto. Vestía prendas de cuero grueso, reforzadas en los hombros, codos y muñecas con placas de acero, melladas y arañadas. Reconoció a Corum y le saludó con un movimiento de cabeza, como si ya se conocieran. Su compañero era delgado y guardaba un gran parecido físico con Corum y el capitán. Sus ojos eran escarlatas, ardientes como las brasas de una hoguera sobrenatural y miraban desde un rostro blanco como la cera, exangüe, el rostro de un cadáver. Su largo cabello también era blanco. Iba ataviado con una pesada capa de cuero, y llevaba la capucha echada hacia atrás. Bajo la capa se veía el contorno de una enorme espada. Hawkmoon se preguntó por qué le producía escalofríos ese contorno.

Corum reconoció al albino.

—¡Elric de Melniboné! ¡Mis teorías se confirman cada vez más! —Miró con ansiedad a Hawkmoon, pero éste optó por disimular, sin saber a qué atenerse respecto al espadachín recién llegado—. Mirad Hawkmoon, ésta es la persona de la cual os hablé.

El albino se quedó estupefacto.

—¿Me conocéis, señor?

Corum sonrió.

—Me habéis reconocido, Elric. ¡Es preciso! En la Torre de Voilodion Ghagnasdiak… Con Erekose, aunque era un Erekose diferente.

—No tengo ni idea de semejante torre, no recuerdo ningún nombre parecido a ése, y ésta es la primera vez que veo a Erekose. —Elric miró a su acompañante, Erekose, como si suplicara su ayuda—. Me conocéis y conocéis mi nombre, pero yo no os conozco. Todo esto me resulta desconcertante, señor.

El otro habló por primera vez. Su voz era profunda, vibrante y melancólica.

—Yo tampoco conocía al príncipe Corum —dijo Erekose—, aunque insista en que luchamos juntos. En cualquier caso, me siento inclinado a creerle. El tiempo no transcurre de la misma forma en los diferentes planos. Es posible que el príncipe Corum exista en lo que nosotros denominamos futuro.

Hawkmoon descubrió que su cerebro se negaba a escuchar más. Anhelaba la relativa sencillez de su mundo.

—Pensaba que aquí encontraría cierto alivio a estas paradojas —dijo. Se frotó los ojos y la frente, y acarició un momento la cicatriz que le había dejado la Joya Negra—. Por lo visto, no hay escapatoria en el momento actual de la historia de los planos. Todo fluye, y hasta nuestras identidades pueden alterarse en cualquier momento.

Corum insistió en dirigirse a Elric.

—Éramos Tres. ¿No lo recordáis, Elric? Los Tres Que Son Uno.

Elric no sabía de qué hablaba Corum.

—Bien. —Corum se encogió de hombros—. Ahora somos Cuatro. ¿Dijo algo el capitán acerca de una isla que vamos a invadir?

—En efecto. —El recién llegado miró sus rostros uno a uno—. ¿Sabéis cuáles son nuestros enemigos?

Hawkmoon ya tenía en gran aprecio al albino.

—Sabemos lo mismo que vos, Elric. Yo busco un lugar llamado Tanelorn y a dos niños. Tal vez busque también el Bastón Rúnico. No estoy muy seguro.

—Una vez lo encontramos —dijo Corum, ansioso de despertar los recuerdos de Elric—. Nosotros tres. En la Torre de Voilodion Ghagnasdiak. Nos fue de considerable ayuda.

Hawkmoon se preguntó si Corum estaba loco.

—A mí tampoco me iría mal —dijo—. Le serví en una ocasión. Le dediqué un gran esfuerzo.

Miró a Elric, porque el rostro blanco le resultaba más familiar a cada momento. Comprendió que no temía a Elric. Era la espada que el albino llevaba; eso era lo que Hawkmoon temía.

—Como ya os he dicho, Elric, tenemos mucho en común. —Erekose intentó aliviar la tensión que flotaba en el ambiente—. Quizá compartimos los mismos amos, por ejemplo.

Elric se encogió de hombros con arrogancia.

—Yo no sirvo a otro amo que a mí.

Hawkmoon sonrió. Los otros dos también sonrieron.

—Uno es proclive a olvidar avatares como éstos, al igual que se olvida un sueño —murmuró Erekose.

—Esto es un sueño —respondió Hawkmoon con gran convicción—. Últimamente, he tenido muchos sueños parecidos.

—Toda la existencia es como un sueño —intervino Corum, actuando de mediador.

Elric hizo un ademán de desdén que Hawkmoon consideró algo irritante.

—Sueño o realidad, la experiencia es la misma, ¿no?

—Muy cierto —sonrió Erekose.

—En mi mundo —terció Hawkmoon—, sabíamos diferenciar muy bien sueño de realidad. ¿No es cierto que estas vaguedades inducen en nosotros una forma peculiar de letargia mental?

—¿Nos podemos permitir pensar? —preguntó Erekose, casi con violencia—. ¿Podemos permitirnos esos análisis tan minuciosos? ¿Podéis vos, sir Hawkmoon?

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