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Authors: Christopher Priest

Tags: #Ciencia Ficción

Un mundo invertido (9 page)

BOOK: Un mundo invertido
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—No tiene nada de malo —dije—. No tiene la misma forma que yo pensaba.

—Es una esfera.

—No, no lo es. O al menos no parece una esfera.

—¿Entonces?

—No debería decírtelo, de eso estoy seguro.

—No puedes dejarme así.

—No creo que sea importante.

—Yo sí.

—De acuerdo. —De hecho ya había dicho bastante, pero ¿qué podía hacer?—. No puedes verlo bien de día porque es demasiado brillante. Sin embargo, al amanecer y al anochecer hay unos pocos momentos propicios. Creo que tiene una forma discoidal, pero es más que eso, no encuentro las palabras para describirlo. En el centro del disco, arriba y abajo, hay una especie de punta.

—¿Es parte del sol?

—Sí. Como una peonza. Es difícil verla claramente porque incluso en esas ocasiones luce demasiado brillante. La otra noche paseé bajo el cielo despejado. Hay una luna de la misma forma. Tampoco pude verla bien porque estaba en fase.

—¿Estás seguro de eso?

—Te digo lo que he visto.

—No es eso lo que nos enseñaron.

—Lo sé —convine—. Pero así es como es.

No continué hablando. Victoria me formuló otras preguntas que tuve que esquivar amparándome en que no conocía las respuestas. Trató de sonsacarme información referente al trabajo que hacía; conseguí arreglármelas para guardar silencio. En vez de seguir por esa peligrosa senda, le hice preguntas sobre ella. No podría enterrar siempre el tema, pero necesitaba tiempo para pensar. Algo después hicimos el amor y al poco nos quedamos dormidos.

Victoria preparó algo de desayuno a la mañana siguiente. Me dejó desnudo en la habitación, mientras ella llevaba mi uniforme a la lavandería. En su ausencia me lavé, me afeité y esperé su regreso tendido en la cama.

Me coloqué de nuevo el uniforme, ahora fresco y confortable, nada que ver con la recia y maloliente segunda piel en que se había convertido tras mis días de trabajo al aire libre.

Pasamos juntos el resto del día. Victoria me mostró otras partes del interior de la ciudad. Era bastante más compleja de lo que imaginaba. Hasta el momento solo conocía las secciones residenciales y administrativas, sin embargo no eran las únicas. Al principio me pregunté cómo era posible orientarse, hasta que Victoria me mostró los mapas pegados en algunas de las paredes.

Advertí que habían sido alterados muchas veces a lo largo del tiempo. Me llamó la atención uno en particular. Nos encontrábamos en uno de los pisos inferiores y junto a un plano recientemente revisado se ubicaba otro viejo, conservado tras una lámina de plástico transparente. Lo examiné con gran interés, notando que las indicaciones estaban en varios idiomas. Aparte del inglés solo reconocí el francés.

—¿Cuáles son los otros? —le pregunté a Victoria.

—Ese es alemán, y los otros son ruso e italiano. Y esto es chino —dijo señalando unos símbolos de complicada grafía.

Me fijé detenidamente en el plano, comparándolo con el otro más reciente, situado a su lado. La similitud era clara, sin embargo se apreciaba que la ciudad se había sometido a muchos cambios en el intervalo de tiempo transcurrido entre la confección de cada uno de ellos.

—¿Por qué aparecen tantas lenguas?

—Descendemos de un grupo heterogéneo de nacionalidades. Creo que el inglés ha sido la lengua oficial desde hace muchos miles de kilómetros, pero no siempre ha sido así. Mi familia es de ascendencia francesa.

—Sí, lo suponía —dije.

Victoria me enseñó la planta sintética ubicada en aquel mismo nivel. Era allí donde los sustitutos de las proteínas y los otros sucedáneos eran sintetizados a partir de madera u otros productos vegetales. La atmósfera del lugar estaba envuelta en intensos olores. Reparé en que todas las personas que trabajan allí usaban máscaras para cubrirse los rostros. Victoria y yo pasamos rápidamente a la siguiente zona, donde se investigaba para mejorar la textura y el sabor. Me dijo que pronto comenzaría a trabajar en esa sección.

Más tarde, Victoria reiteró sus frustraciones con la vida, tanto presente como futura. Ya estaba preparado para afrontar este tipo de conversaciones y fui capaz de proporcionarle algo de consuelo. Le dije que se fijara en el ejemplo de su madre, en la vida útil y comprometida que había llevado. Le aseguré (usando todas mis dotes de persuasión) que le contaría otras cosas sobre mi vida, y le prometí que, una vez me convirtiera en un miembro de pleno derecho del gremio, haría lo que pudiera para hacer del sistema algo más abierto y liberal. Eso pareció apaciguarla un poco. Pasamos una noche relajada y tranquila.

7

Victoria y yo acordamos que deberíamos casarnos lo antes posible. Me dijo que durante el próximo kilómetro y medio iba a averiguar los trámites necesarios para que, si era posible, nos casáramos durante mi próximo permiso o, como muy tarde, el siguiente. Mientras tanto, debía regresar a mis deberes en el exterior.

Nada más salir de las tripas de la ciudad me resultó obvio que los trabajos habían progresado mucho. Los alrededores de la ciudad aparecían libres de cualquier impedimento para el trabajo. No se veía ninguna cabaña cerca ni vehículos cargando sus baterías en los puestos destinados a tal efecto, pues presumiblemente todos estaban usándose en la loma. Una diferencia fundamental era la presencia de cinco cables, los cuales salían del promontorio al norte de la ciudad y recorrían, tendidos en el suelo, el mismo trayecto que las vías hasta perderse de vista en lo alto. Varios hombres de la milicia montaban guardia junto a las vías, paseándose de arriba a abajo.

Me apresuré a ir al encuentro de Malchuskin, pues supuse que estaría bastante ocupado. Al llegar a la cumbre de la loma mis sospechas resultaron ser ciertas; observé desde la distancia una gran actividad concentrada alrededor de la vía interior derecha. Más allá, vi otros equipos trabajando en unas estructuras metálicas, cuya función era imposible de determinar a tal distancia. Descendí a toda prisa.

Tardé más de lo que esperaba en llegar a mi destino, ya que ahora las vías se extendían durante dos kilómetros y medio. El sol pegaba poderosamente desde lo alto, para cuando me uní a Malchuskin y su equipo estaba acalorado por la caminata.

Malchuskin no se entretuvo demasiado en saludarme. Me quité la chaqueta del uniforme y me incorporé al trabajo.

Los equipos trataban de prolongar este tramo de la vía para que tuviera la misma longitud que los otros, el problema es que se toparon con una roca enterrada en el suelo. Eso significaba que los cimientos de cemento no serían necesarios, pero también que la excavación de las zanjas para las traviesas iba a ser muy trabajosa.

Cogí un pico de una camioneta cercana y comencé a trabajar. Pronto, los sofisticados problemas a los que me había enfrentado en la ciudad me parecieron muy remotos. Durante los períodos de descanso Malchuskin me contó que, aparte de este tramo de la vía, casi todo lo demás estaba preparado para la maniobra de remolque. Se habían tendido los cables y los postes estaban excavados. Me llevó al emplazamiento de estos para mostrarme la profundidad a la que habían implantado las vigas. La intención era darle un firme agarre a los cables. Tres de los postes ya se hallaban terminados y sus cables conectados. Estaban concluyendo otro y el quinto estaba siendo erigido en aquellos momentos.

Se advertía un estado general de ansiedad entre los miembros de los gremios presentes en el lugar; le pregunté a Malchuskin el motivo.

—Es el momento —me dijo—. Han pasado veintitrés días desde el anterior remolque, justo lo que hemos tardado en tender este tramo de vías. Tal como están las cosas, si nada se tuerce mañana podremos mover la ciudad. Eso suma un total de veinticuatro días, ¿verdad? Lo máximo que vamos a poder hacer avanzar la ciudad esta vez será unos tres kilómetros, sin embargo, en el tiempo que hemos tardado en hacerlo, el óptimo se ha desplazado cuatro. Por lo tanto, a pesar de todos nuestros esfuerzos estaremos un kilómetro más lejos del óptimo que antes del remolque anterior.

—¿No podemos recuperarlos de algún modo?

—Quizás en el siguiente remolque. Estuve hablando con alguno de los hombres de tracción anoche… creen que la próxima vez podemos plantearnos un avance corto seguido de otros dos largos. Les preocupan estas colinas. —Señaló vagamente al norte.

—¿No podemos rodearlas? —propuse al ver que un poco al noroeste las elevaciones parecían ser algo más bajas.

—Podríamos… pero el camino corto hacia el óptimo es por el norte. Cualquier desvío angular sobre esa ruta solo provoca que las distancias que hay que recorrer se amplíen.

A pesar de no haber entendido todo lo que me dijo, el sentimiento de urgencia me pareció muy palpable.

—Hay otro asunto —me comentó Malchuskin—. Vamos a deshacernos de este grupo de tucos después de esto. El gremio de los exploradores del futuro ha encontrado un asentamiento mayor allá al norte. Están desesperados por trabajar, así es como me gustan. Mientras más hambrientos están, más duro trabajan… al menos durante un tiempo.

Las labores continuaron. Aquella jornada Malchuskin y los demás capataces del gremio de los constructores de vías regalaron a los jornaleros sus mejores maldiciones y les hicieron trabajar hasta después de que se pusiera el sol. No me dio tiempo a quejarme, los hombres del gremio y yo trabajamos tan duro como ellos. Cuando retorné a la cabaña para pasar la noche estaba exhausto.

Malchuskin se fue temprano a la mañana siguiente, dejándome encargado de llevar a Rafael y al resto de los jornaleros al lugar de las obras lo antes posible. Al llegar le vi junto a otros tres miembros de los constructores de vías discutiendo con los hombres encargados de la tarea de preparar los cables. Puse a Rafael y sus hombres a trabajar en el tramo, preguntándome sobre qué trataría la disputa. Al poco, Malchuskin se acercó a nosotros y se puso manos a la obra de inmediato, su mal humor quedaba patente en el modo en que le gritaba las órdenes a Rafael.

Pasado un largo rato, en un descanso, le pregunté acerca de la discusión.

—Son los hombres de tracción —me dijo—. Quieren comenzar ya con el remolque, antes de terminar la vía.

—¿Pueden hacer tal cosa?

—Sí… piensan que la ciudad tardará un tiempo en remontar la loma y que podremos terminar mientras eso sucede. No vamos a permitirlo.

—¿Por qué no? Parece una idea razonable.

—Porque eso implica trabajar bajo los cables. Los cables sufren demasiada tensión, sobre todo cuando la ciudad es remolcada por una pendiente como la de la loma. Nunca has visto un cable romperse, ¿verdad? —Era una pregunta retórica, hasta entonces ni siquiera sabía para qué servían los cables—. Pueden partirte en dos antes de que oigas el chasquido —concluyó amargamente.

—¿A qué acuerdo se ha llegado entonces?

—Nos queda una hora para terminar, entonces comenzarán a remolcar.

Quedaban tres tramos de vía por tender, así que les dimos a los hombres unos pocos minutos de descanso antes de comenzar de nuevo la labor. Avanzamos con rapidez, no en vano había cuatro miembros del gremio con sus respectivos equipos concentrados en finalizar una sola zona. Con todo, tardamos más de una hora en completar el tramo.

Sin ocultar su satisfacción, Malchuskin les comunicó a los hombres de tracción que todo estaba listo. Recogimos nuestras herramientas y las transportamos a un lado.

—¿Ahora qué? —le pregunté a Malchuskin.

—A esperar. Me voy a la ciudad a descansar. Mañana comenzaremos de nuevo.

—¿Qué hago yo?

—Si estuviera en tu lugar echaría un vistazo. Será interesante. En cualquier caso, debemos pagarles a estos hombres. Mandaré luego para acá a un hombre del gremio de los trocadores. Mantenlos aquí hasta que llegue. Yo volveré por la mañana.

—De acuerdo —convine—. ¿Algo que añadir?

—En realidad no. Mientras se lleva a cabo la maniobra de remolque los hombres al cargo son los de tracción, así que si te ordenan que saltes, salta. Es posible que necesiten retocar algo en las vías, debes andar pendiente. En cualquier caso creo que están bien, ya las hemos comprobado.

Le vi alejarse hacia su cabaña. Parecía muy cansado. La mano de obra retornó a sus propias viviendas y entonces quedé a mis anchas. El comentario de Malchuskin sobre los cables rotos no se me quitaba de la cabeza. Dos hombres de tracción revisaban por última vez, o eso creí yo, las conexiones en los lugares clave.

Un grupo de hombres, dispuestos en dos filas, surgió de la loma avanzando hacia nosotros. No era posible saber quiénes eran desde esa distancia, no obstante, advertí que cada cien metros aproximadamente iban abandonando la formación de uno en uno para tomar posiciones en cada puesto clave a los lados de la vía. Cuando se acercaron más comprobé que eran hombres de la milicia, armados con ballestas. Cuando llegaron a los postes solo quedaban ocho, los cuales adoptaron una formación defensiva a su alrededor. Pasados unos minutos, uno de los milicianos se acercó a mí.

—¿Quién eres tú?

—Aprendiz Helward Mann.

—¿Qué estás haciendo?

—Se me ha ordenado observar el remolque.

—De acuerdo. Mantén las distancias. ¿Cuántos tucos hay aquí?

—No estoy seguro, unos sesenta, creo.

—¿Han estado trabajando en las vías?

—Sí.

Sonrió.

—Están demasiado cansados para causar ningún daño. Está bien. Si causan algún problema házmelo saber.

Se dio la vuelta y se reunió con los hombres de la milicia. Yo no tenía claro qué clase de problemas podrían generar, lo que estaba claro es que los milicianos exhibían una actitud curiosa hacia ellos. Solo se me ocurría la posibilidad de que los tucos hubieran ocasionado problemas en el pasado, daños en las vías o en los cables quizá. No obstante, me costaba imaginar a cualquiera de los hombres que trabajaron con nosotros presentando ninguna amenaza.

Me pareció también que los milicianos rondaban peligrosamente cerca de los cables, algo que parecía no importarles. Marchaban pacientemente hacia delante y hacia atrás, en los límites del tramo que tenían asignado.

Los dos hombres de tracción, situados en los emplazamientos, se parapetaban tras escudos metálicos, justo detrás de los postes. Uno de ellos sostenía una gran bandera roja y miraba a la loma a través de unos binoculares. Allí, junto a los cinco vagones de remolque, divisé a otro hombre. Toda la atención parecía estar centrada en él, así que le observé con curiosidad. A pesar de la distancia, creí advertir que nos daba la espalda.

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