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Authors: Oliver Sacks

Tags: #Ciencia,Ensayo,otros

Un antropólogo en Marte (27 page)

BOOK: Un antropólogo en Marte
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—¡Sabatoni!

—¡Franco! —Aparece un anciano. («Es mi tío.»)—. Has estado en América. ¿Qué te trae de regreso? He oído que has hecho una exposición en Florencia. —El anciano menciona el secado de castañas. Olvida los detalles, pero Franco no. El anciano señala las cuatro casas que hay después de la suya, tan llenas de vida antaño, ahora vacías—. Cuando yo muera, ésta también estará vacía.

Visitamos a Caterina, la hermana de Franco. Ella y su marido se han retirado a Pontito, y a Franco le preocupa la idea de verla mayor de lo que la recuerda. Caterina nos ofrece una magnífica comida toscana —queso, aceitunas, vino, tomates en conserva de su jardín— y a continuación Franco me lleva a echar un vistazo a la iglesia. Es un hermoso lugar en lo alto de la colina desde el que se divisa el resto del pueblo. En el cementerio, Franco señala las tumbas de su madre, su padre y varios parientes.

—Hay más gente en el camposanto que en el pueblo —dice en voz baja. Franco planea quedarse en Pontito tres semanas más, para hacer algunos esbozos. Dice—: Voy a volver a ahondar en mis raíces. —Pero, cuando le dejo, la imagen final que me queda es la de Franco solo en el cementerio, escrutando la ciudad despoblada, solitario.

Las tres semanas que Franco ha pasado en Pontito parecen haberlo renovado; al menos ha estado incesantemente activo desde su regreso. Su garaje-estudio está rebosante de vida. Hay cuadros por todas partes, viejos y nuevos: los nuevos están basados en esbozos que hizo en marzo, y los viejos, comenzados en 1987, pero que quedaron inacabados a la muerte de Ruth, ahora se completan en un estallido de reciente decisión y energía.

Ver a Franco trabajar de nuevo, ese renovado arrebato de energía colectiva y creativa, suscita otra vez las preguntas que uno se plantea acerca de su singular empresa, el
significado
de Pontito para él. Sus «nuevos» cuadros no son realmente nuevos; puede que añada algo nuevo aquí y allá (una verja, una puerta, quizá un nuevo árbol), pero siguen siendo esencialmente los mismos. Su proyecto, en un sentido fundamental, sigue inmutable. Cuando visité a Franco el verano pasado, vi un par de zapatos de lona colgando del techo de su garaje, con una nota de elaborada caligrafía pegada a ellos, que dice en italiano: «Con estos zapatos, después de treinta y cuatro años, puse pie por primera vez en lo que había sido la tierra prometida.» Ahora que había puesto el pie, había perdido parte de su encanto, de su promesa.

—A veces desearía no haber regresado nunca —dijo cuando me vio mirar los zapatos—. La fantasía, la memoria, eso es lo más hermoso. —Y a continuación añadió, meditabundo—: El arte es como soñar.

Ver la realidad actual de Pontito fue algo muy perturbador para Franco, aunque consiguió recuperarse del descalabro que le provocó. Pero eso intensificó su sensación de que el Pontito actual constituye una amenaza a su propia visión, y le enseñó que debe limitar sus posibles futuras visitas. Ha recibido muchas invitaciones tras sus dos visitas, pero no ha regresado, ni siquiera para la exposición de su propia obra en las calles de Pontito. Otros artistas acuden actualmente en masa a Pontito, aunque para ellos no es más que otra encantadora colina toscana. Franco, huyendo de todo eso, ha regresado a su garaje, al proyecto que le ha consumido durante veintinueve años. Es un proyecto que no tiene fin, que jamás puede concluirse ni completarse, y ahora a veces se tiene la impresión de que pinta en una especie de frenesí, dejando casi sin acabar una tela a fin de pasar a la siguiente. También experimenta con otras formas de representación: maquetas en cartón de Pontito, que moldea con sus largos y ágiles dedos, y cintas de vídeo de sus cuadros (acompañadas de música) para simular un paseo por el pueblo. Está fascinado por la idea de las simulaciones por ordenador de Pontito y por el hecho de que uno pueda ponerse un casco y unos guantes y no sólo verlo, sino también
tocar
su realidad virtual.

Cuando le conocí, a Franco se le anunciaba como «un artista de la memoria», dando a entender su afinidad con Proust, «el poeta de la memoria». Al principio pensé que de hecho había un parecido: los dos hombres, los dos artistas, se retiran del mundo a fin de revivir el universo perdido de su infancia. Pero ahora uno tiene la impresión, más acentuada a cada año que pasa, de que el proyecto de Franco difiere totalmente del de Proust. Proust también estaba obsesionado con el pasado olvidado, perdido, y su búsqueda tenía como fin hallar una puerta que pudiera abrirlo. Cuando lo consiguió, en parte gracias a sus «recuerdos involuntarios», en parte gracias a una enorme labor intelectual, su obra pudo llegar a su conclusión, estuvo completa (de una manera a la vez psicológica y artística).

Pero eso no es posible para Franco, quien en lugar de penetrar en la esencia, el «significado» de Pontito, realiza una inmensa e incluso infinita enumeración de sus aspectos exteriores —sus edificios, sus calles, sus piedras, su topografía—, como si de alguna manera eso pudiera compensar el vacío humano que contienen. Y esto es algo que él sólo sabe a medias, aun cuando en realidad no lo sepa, y en cualquier caso no tiene elección. No tiene tiempo, ni gusto, ni capacidad para la introspección, y puede que sospeche, de hecho, que eso sería fatal para su arte.

Franco intuye que le quedan veinte, treinta años de trabajo por delante, pues los mil y pico cuadros que ha pintado desde 1970 sólo transmiten una parte de la realidad que él pretende representar. Tiene que hacer cuadros, o simulaciones, de todos los detalles, desde todas las perspectivas: del pueblo a lo lejos, a medida que uno llega desde Pistoia, hasta los más sutiles detalles de las piedras surcadas de liquen de la iglesia. Proyecta la construcción de un museo con vistas al pueblo, que albergará un vasto archivo de Pon— tito, su Pontito: los miles de cuadros que ha pintado y los miles más que aún tiene intención de pintar. Será la culminación de la obra de su vida, y la redención de la promesa a su madre: «Lo reconstruiré.»

Los primeros cuadros de Pontito pintados por Franco poco después de su enfermedad, en 1965. Este pertenece a la casa donde nació.

Los primeros cuadros de Pontito pintados por Franco poco después de su enfermedad, en 1965.

Una de las muchas escaleras empinadas y sinuosas de Pontitos.

Aunque muy fiel, el cuadro de Franco, agranda la perspectiva y añade elementos que la foto no puede mostrar.

Visión desde la ventana de la habitación de Franco.

El cuadro, de nuevo muestra perspectivas compuestas.

Dos de los cuadros apocalípticos o de «ciencia ficción» de Franco, que muestran Pontito «conservado durante toda la eternidad en el espacio infinito». Éste muestra lo que él veía desde la ventana de su dormitorio.

Dos de los cuadros apocalípticos o de «ciencia ficción» de Franco, que muestran Pontito «conservado durante toda la eternidad en el espacio infinito». Éste reproduce un fragmento verde dorado del jardín de la iglesia, amenazado por un planeta.

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