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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Histórico

Psicokillers (21 page)

BOOK: Psicokillers
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En efecto, el derramamiento sanguíneo es la chispa detonante para que el psicópata consiga que su miembro viril salga de su hastío habitual. Por lo general los asesinos sexuales, dada su limitada condición fisiológica, ni siquiera consiguen penetrar a sus víctimas, casi siempre se masturban ante ellas esparciendo el semen por el cuerpo sin vida. Es como si intentaran dejar un particular sello de dominación sobre la persona masacrada.

El psicópata refuerza sus convicciones mutilando y comiendo a su presa, de esa manera se olvida por un momento de su problema. La impotencia, que no anula el deseo sexual sino que impide su realización, es un estado potencialmente peligroso y, no nos engañemos, amigos, ninguna fantasía sexual se puede comparar a la excitante vida real. Por tanto el psicópata sexual no se conforma con sus sueños lascivos y tiene una agobiante necesidad de experimentar por sí mismo todo aquello que imagina. Matar es para él motivo de liberación y apaciguamiento de su perturbada mente, pero este estado dura poco y el psicópata necesita volver a empezar su macabro ritual una y otra vez.

Andrei Romanovich nació en 1936 en una pequeña aldea de Ucrania. Por entonces la situación en la Unión Soviética era dramática, el dictador comunista Stalin llevaba a cabo una cruel purga entre los oficiales del ejército rojo. Miles de ellos fueron asesinados mientras el país se sumergía en un periodo de hambrunas y calamidades, los muertos se contaban por millones en las calles de pueblos y ciudades. Con frecuencia la falta de alimentos empujaba a la enloquecida población a realizar prácticas antropofágicas con sus vecinos más débiles. Y es que el asunto llegó a tal extremo que muchos rusos no se conformaron con ingerir cuerpos muertos y directamente asesinaron a hombres, mujeres y niños que proporcionaban carne en mejor estado. Estos actos de brutalidad humana también llegaron a la aldea donde nació el futuro Chikatilo. Según se cuenta, un primo y un hermano suyo fueron asesinados para ser devorados posteriormente por los hambrientos aldeanos. Esta historia marcó profundamente a la familia Romanovich. Sin embargo, lo que terminó por hundirla fue la entrada de la URSS en la Segunda Guerra Mundial cuando fue atacada por el ejército alemán en 1941. Por entonces Andrei apenas contaba cinco años de edad, pero siempre recordó la imagen de su padre marchando al frente de combate. Esa estampa orgullosa se trastocó seriamente cuando a la aldea llegó la noticia de que el soldado Romanovich había sido capturado por el enemigo. Como sabemos, Stalin tachó de traidores a todos aquellos militares que cobardemente se rindieron a los nazis sin haber luchado hasta morir.

Debido a esta paranoica forma de entender la guerra, millones de rusos tuvieron que soportar con humillante vergüenza el regreso a casa una vez finalizado el conflicto. El padre de Andrei fue uno de ellos, y con la etiqueta de cobarde y traidor tuvo que sumir desde entonces una gris existencia.

Andrei crecía muy pendiente de los acontecimientos familiares, la pérdida temprana de su hermano y la depresión de su padre comenzaron a perturbarlo. Su inteligencia no era excesiva y el miedo a la burla por parte de sus compañeros escolares lo obsesionaba. Por eso no es de extrañar que ocultara algunos problemas que iba teniendo; por ejemplo, se estuvo orinando en la cama hasta los doce años. También se sabe que tuvo una miopía tremenda que le impedía ver normalmente; aun así, ocultó el hecho a fin de que sus amigos no le insultasen por llevar gafas. En ese sentido, no confesó esta anomalía visual hasta los treinta años.

Pravda, diario oficial del partido comunista soviético que Andrei leía con avidez como una manera de afirmarse ante los demás, pensando que tal vez al demostrar su exacerbado sentimiento político sería respetado.

Andrei se aferró al comunismo como medida de autodefensa, leía con fanática avidez
Pravda
, el diario oficial del partido comunista soviético. Era su particular manera de afirmación ante los demás, demostrándoles su exacerbado sentimiento político, sin duda sería respetado y lo dejarían en paz.

En el servicio militar soportó cientos de comentarios y bromas a cargo de sus compañeros de milicia. El tema siempre era el mismo: Andrei no conseguía el favor sexual de ninguna chica, todos se mofaron de él argumentando que su retraso mental iba en consonancia con su impotencia. En una ocasión Andrei abrazó a una presunta novia, el muchacho lo hizo con tal fuerza que llegó a incomodar a la joven, esta temerosa por lo que se veía venir, se zafó e intentó huir. El leve forcejeo provocó una eyaculación en Andrei el cual salió corriendo con evidentes muestras de sonrojo. Había sido su primera experiencia sexual.

Una vez hubo abandonado el ejército se empeñó en conseguir los estudios necesarios para poder trabajar como funcionario del Estado. Mientras tanto su hermana arregló para él un matrimonio de conveniencia con Fayina, hija de un modesto minero y no muy guapa la verdad. No obstante, serviría, según la hermana, como magnífica ama de casa. El enlace se celebró en 1963 y Andrei tuvo su primera erección de casado a la semana de su boda. Fayina contaría años más tarde que tan solo hizo el amor con su marido dos veces a lo largo de su vida marital, justo el mismo número de hijos que había tenido.

Antigua foto familiar de Chikatilo y Fayina junto al mayor de sus dos hijos.

En 1971, con su recién estrenado diploma de maestro, consiguió un trabajo en un internado para niños. Fue imposible que Andrei consiguiera llevar con un mínimo orden las pautas educacionales de las clases que le iban asignando, siempre estuvo con niños y niñas de corta edad, y es aquí donde afloran al parecer los primeros brotes psicópatas en la personalidad de Chikatilo.

En mayo de 1973, según confesión posterior, agredió sexualmente a una niña mientras jugaba en una piscina pública. También en este periodo visitaba a escondidas los dormitorios donde vivían las niñas internas. La visión de estas en ropas menores lo excitaba de tal manera que llegaba a masturbarse con la mano metida en el bolsillo. Finalmente, llegó lo inevitable y Andrei decidió dar un paso más en su comportamiento enfermo. Había surgido en él la necesidad de matar, era un depredador dispuesto a satisfacer sin tapujos sus deseos más perversos.

En el año 1978 se hizo con una desvencijada cabaña en las afueras de Rostov, ciudad en la que vivía ahora como inspector de abastecimientos. Esta localidad de un millón de habitantes era centro de atracción para multitud de personas marginales que buscaban una oportunidad en aquel lugar industrial bañado por el río Don y muy cerca del mar de Azov. En consecuencia un enclave estratégico del sur de Rusia y casi fronterizo con Ucrania.

Andrei estaba prosperando, incluso la administración le había cedido un automóvil para sus recorridos laborales en un radio de cientos de kilómetros. Sin embargo, la mejora social y económica no alivió la enferma condición de un hombre cada vez más obsesionado con el sexo y los niños.

El 22 de diciembre de 1978 Andrei Romanovich cometió su primer asesinato reconocido. Se llamaba Lena Zakotnova, una niña de apenas nueve años a la que condujo engañada a la chavola con la promesa de ofrecerla unos bocadillos. Una vez en el interior de la casucha, desvistió con ferocidad a la pequeña que trató de resistirse sin resultado, todo empeoró cuando en el forcejeo Romanovich ocasionó una herida a su víctima por la que empezó a brotar la sangre. Fue entonces cuando Chikatilo sintió como el frenesí se apoderaba de su cerebro, sin más asió un enorme cuchillo con el que asestó treinta puñaladas al cuerpo de la pequeña hasta obtener el orgasmo. Todo había sucedido en pocos segundos, y los ojos de este especimen brillaron como nunca lo habían hecho. La bestia había derrotado al hombre y ya nada lo podría frenar en su éxtasis de locura y maldad.

Con sigilo sacó el cuerpo de Lena de la cabaña arrojándolo al río Don, dos días más tarde fue encontrado por la policía que comenzó las investigaciones rastreando las riberas hasta llegar a la cabaña de Romanovich. Una vez allí comprobaron como todavía quedaba un pequeño rastro de sangre. Sin embargo, Andrei no presentaba el perfil de un presunto infanticida, y la fortuna se alió momentáneamente con él cuando a los pocos días se apresó en la zona a otro psicópata sexual llamado Alexander Kravchenko, quien sería ejecutado por este crimen y por otros en 1981.

Chikatilo había salido indemne de su primer crimen, pero el miedo a ser detenido por las autoridades lo calmó durante un tiempo hasta que volvió a sentir la llamada de la muerte el 3 de septiembre de 1981. En esta ocasión la víctima fue una jovencita cuyo nombre era Larisa Tkachenko.

Con la promesa de invitarla a unos refrescos y luego quién sabe, la llevó hacia un paraje boscoso donde la estrangulo y más tarde mutiló salvajemente. Según contó en su confesión posterior, bailó en torno al cadáver de la muchacha una danza guerrera mientras aullaba como un lobo, se sentía un guerrillero de esos de los que tantas historias había escuchado en su niñez y ahora pretendía emular.

Andrei estaba más que trastornado, sin embargo, era capaz de mantener las apariencias de ciudadano ejemplar, buen esposo y amante de sus hijos.

En este libro hemos podido comprobar que esas constantes son habituales en los grandes psychokillers.

En 1982, Chikatilo —ese era su nombre de guerra— ya había matado a treinta personas, lo desconcertante para la policía es que entre las víctimas no existían vínculos directos o indirectos, eran de toda clase y condición: niños, mendigos, prostitutas…, personas que por un motivo u otro cayeron en las garras de este criminal, que cortaba cabezas, amputaba miembros y seccionaba arterias como si de un hábil cirujano se tratase. En sus macabros métodos mantenía pautas determinadas que hacían pensar a los investigadores que se encontraban ante la actuación de un enfermo mental. Por ejemplo, Chikatilo siempre extraía los globos oculares de sus víctimas, seguramente en el deseo de que no lo mirasen mientras él cometía sus atrocidades. También cortaba con precisión los órganos sexuales que ingería para mayor placer. Con sus propias palabras admitió que comenzaba el ritual mordisqueando los pezones de la víctima y acababa cortando la lengua en rebanadas, pero lo que le proporcionaba mayor gozo era extirpar el útero de las mujeres para morderlo: “eran tan hermosos y elásticos”. En el caso de los hombres arrancaba los testículos a dentelladas y masticaba los penes como si se tratase de un perrito caliente. En fin queridos lectores, me están dando ganas de vomitar mientras repaso en lo que consistía el menú gastronómico de este descerebrado.

Pero sigamos con el relato, en 1984 el instituto Serbky de Moscú creó un comité de investigación para que diese con la pista de la Bestia de Rostov. Hasta entonces el único dato disponible era una muestra de semen recogida en el cadáver de una de las víctimas. Según el análisis el esperma pertenecía al grupo sanguíneo AB. Cientos de policías se movilizaron para capturar al enemigo público número uno de la Unión Soviética, el cerco comenzó a estrecharse sobre la ciudad de Rostov.

En esos años se escrutaron las fichas policiales de más de 500.000 ciudadanos rusos que podrían cubrir el perfil diseñado por los especialistas. Según éstos se enfrentaban a un enfermo mental que camuflaba su dolencia bajo el aspecto de un hombre vulgar y corriente, con una familia normal y un trabajo rutinario. Un dato destacaba sobre los otros, y es que el candidato ideal debía por fuerza tener vehículo propio, sus víctimas se habían encontrado diseminadas por un radio de varias decenas de kilómetros en torno a Rostov. Eso daba unos 26.500 sospechosos en la ciudad y alrededores.

En una ocasión Chikatilo fue detenido en el mercado central de Rostov cuando intentaba ligar con algunas jovencitas. Su actitud y nerviosismo llamó la atención de unos agentes policiales que pidieron la documentación del posible sospechoso, también efectuaron un rápido análisis de sangre que dio como resultado que Romanovich tenía como grupo sanguíneo el A. Esto le descartaba como culpable, ya que el semen analizado por las autoridades era AB.

Entonces ¿se habían equivocado en el análisis del esperma? La explicación hoy en día es muy sencilla, y dieron con ella unos científicos japoneses, los cuales muy interesados en el caso de la Bestia habían elaborado un riguroso trabajo en el que se demostraba que en uno de cada diez mil casos el grupo sanguíneo del esperma no coincidía con el de la sangre. Por desgracia, Chikatilo era uno de esos casos excepcionales y estaba libre para seguir dejando su especial rastro de horror.

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