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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Histórico

Psicokillers (15 page)

BOOK: Psicokillers
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Durante esos años estalló la Primera Guerra Mundial, las actividades de Kürten se calmaron bastante, limitándose a sus habituales delitos y algunas agresiones sexuales por las que seguía visitando la cárcel.

Con cuarenta años su vida dio un giro inesperado, hasta entonces había mezclado su oficio de delincuente con trabajos esporádicos en fábricas donde tuvo una militancia política muy agitada, pero al cumplir esa edad decidió empezar una nueva vida, se casó con una mujer de buena familia, consiguió trabajo como camionero y cambió su aspecto con ropa de buena calidad y exquisitos cuidados en su cabello y rostro. En ese sentido, utilizaba brillantina y polvos de maquillaje que le daban una imagen de ciudadano pulcro con aspiraciones a
gentleman
de la época. Sin embargo, su lado perverso seguía latiendo con fuerza en su interior, el vampiro estaba a punto de aflorar nuevamente y Kürten no podía resistirse.

En la década de los años 20, el monstruo volvió a actuar, sus crímenes afectaban no solo a niñas, sino también a hombres y mujeres. Los métodos eran por supuesto sanguinarios, cortes, cuchilladas, martillazos y fuego, sobre todo fuego, dado que el psicópata también generó su gusto por la piromanía. En algunos de sus asesinatos provocaba pequeños fuegos que, al parecer, estimulaban, más si cabe, su apetito sexual. Una de sus víctimas la pequeña Rosa Ohlijer de apenas ocho años de edad fue apuñalada trece veces con unas tijeras y tras beber su sangre, roció su cuerpo con gasolina prendiéndolo mientras el vampiro se retorcía de placer.

A la par que Kürten cometía sus aberraciones intentaba mantener esa vida ordenada de la que hacía gala, sus vecinos siempre dijeron que era un ciudadano modélico, su mujer nunca sospechó nada hasta el final, pero todo lo que estaba ocurriendo en Düsseldorf era demasiado grave como para que el autor de tanta barbarie escapara limpio y sin pagar por sus fechorías.

«Utilizaba brillantina y polvos de maquillaje que le daban una imagen de ciudadano pulcro con aspiraciones a
gentleman
de la época. Sin embargo, su lado perverso seguía latiendo con fuerza en su interior; el vampiro estaba a punto de aflorar nuevamente y Kürten no podía resistirse».

En 1929 el vampiro de Dusseldorf alcanzó la cresta de su maldad. Kürten con los ojos bañados por la sangre de sus víctimas dejó de reprimirse y se lanzó a las calles dispuesto a matar con frenesí. En ese año masacró a cinco personas, incluidas dos niñas de catorce y cinco años. La pequeña población alemana estaba horrorizada, la policía organizaba redadas y buscaba la complicidad de las bandas de delincuentes, todos querían capturar al monstruo, pero este parecía esfumarse cuál fantasma entre las brumas. Cualquier sombra desataba el nerviosismo de la gente. Nadie quería caminar solo por las calles de Dusseldorf, las autoridades ofrecían cuantiosas recompensas, sin embargo, el vampiro no daba señales de vida. Finalmente, Peter Kürten cometió un inesperado error cuando en 1930 dejó escapar con vida a su última víctima María Budlick, una trabajadora doméstica a la que mediante engaño condujo a un bosquecillo con la intención de violarla y asesinarla. Una vez allí, le agarró el cuello con fuerza y apretó dispuesto a tener una nueva experiencia placentera, María, con asombrosa frialdad, no se resistió aguantando la opresión sobre su garganta. Peter, confiado por el evidente poder que ejercía sobre su presa, tuvo su habitual eyaculación precoz y cesó el estrangulamiento justo cuando la infortunada estaba a punto de expirar. La descarga seminal era la forma que tenía aquel canalla de concluir sus rituales; una vez conseguido el orgasmo no tenía sentido continuar, dado que el vampiro había perdido toda su estimulación; dicen que se alejaba de sus víctimas arrastrando los pies y exclamando: ¡Así es el amor!

Desde luego la templanza de María salvo su vida; ya había ocurrido en otras ocasiones, que se sepa por las investigaciones no menos de siete personas lograron escapar a los ataques de Peter Kürten, pero nunca supieron ofrecer la información precisa para que la policía se pusiera sobre la pista del asesino. En cambio María ofreció detalles muy certeros sobre el aspecto y morfología del vampiro. Al poco aparecía en la prensa un retrato robot del hombre más buscado de Alemania.

Con nerviosismo, Kürten contempló su imagen en los periódicos, se sintió acorralado y un profundo malestar se adueñó de su alma. A pesar de todo, intentó jugar una última baza, recordando la cuantiosa suma que la policía ofrecía por su cabeza, quiso redimirse ante su mujer explicándole todo lo sucedido. Se lo contó con una tranquilidad pasmosa, como si lo ocurrido no tuviera la mayor importancia.

La esposa escuchó las explicaciones de aquel individuo al que no podía reconocer. La primera reacción fue la de desplomarse desmayada; cuando despertó se encontró a su hasta entonces ejemplar esposo mirándola fijamente y dispuesto a proponerla un trato, nada menos que fuese ella la que lo entregase a la policía a fin de cobrar la suculenta recompensa. En esta ocasión la aún temblorosa mujer escuchó con más atención y aceptó lo propuesto por Kürten.

El 24 de mayo de 1931 el vampiro de Düsseldorf se entregaba sin oposición a los sorprendidos agentes policiales, vestía su mejor traje, su pelo iba impecablemente colocado por enormes dosis de brillantina, la cara convenientemente empolvaba mostraba un gesto altivo, sus ojos miraron con desdén a los captores y caminó de forma galante hacia la comisaría donde confesó con detalles espeluznantes todos sus crímenes.

El juicio fue rápido, los psiquiatras trabajaron a conciencia sin que pudieran diagnosticar ningún tipo de enajenación, es decir, Peter Kürten era un psicópata que había actuado siempre consciente de lo que hacía y, lo que es peor, sin arrepentimiento alguno. Cabe mencionar que en esos días envío cartas a los familiares de sus víctimas en las que se justificaba diciendo que para él la sangre era tan necesaria como para otros el alcohol.

Tras arduas jornadas en las que Peter Kürten disfrutó relatando con minuciosidad todas las atrocidades cometidas por él, el jurado se reunió para deliberar. Al cabo de hora y media de discusiones lo encontró culpable de nueve asesinatos y otros siete intentos frustrados de homicidio, además de otras casi ochenta agresiones sexuales. La sentencia no pudo ser más explícita, siendo condenado a morir guillotinado. Kürten ni siquiera se inmutó al oír la sentencia, no apeló y esperó pacientemente la consumación de la pena capital.

El 2 de julio de 1931 mientras caminaba hacia el cadalso solicitaba una última voluntad que estremeció a todos aquellos que la escucharon. La petición era consecuente con su negra vida, nada menos que poder escuchar su propio flujo sanguíneo cuando su cuerpo fuera decapitado por el acero. Nunca sabremos si este último deseo se pudo cumplir, lo único cierto es que Peter Kürten será a estas alturas un magnífico lugarteniente de Satanás, eso si las llamas del infierno no le ocasionan grandes orgasmos. En 1932 Fritz Lang dirigió su célebre película
M, el Vampiro
, basada en los horrores del vampiro de Düsseldorf.

Albert H. Fish

Estados Unidos de América, (1870 - 1936)

Albert H. Fish

Estados Unidos de América, (1870 - 1936)

EL OGRO DE NUEVA YORK

Número de víctimas: 15 - 400. Fue imposible precisar el número exacto.

Extracto de la confesión:
“Grace se sentó en mi regazo y me besó. Entonces decidí comérmela… Que dulce y tierno era su culito asado al horno con zanahorias, cebollas y tocino… Tardé nueve días en comerme todo su cuerpo”
.

En el imaginero popular infantil subyacen muchos de los temores que durante milenios han acompañado la evolución humana. En ese panteón de seres mitológicos uno de los que más terror despierta ante los pequeños es sin duda el ogro, una bestia gigante de aspecto antropomorfo cuya alimentación pasa por devorar carne humana, preferentemente, de niñas y niños.

El ogro encarna en su lado oscuro lo peor de nuestra especie: maldad, brutalidad, aniquilamiento y destrucción. Para un tierno infante no hay nada peor que ser cazado por un gigantesco ogro, el cual olfatea campos, pueblos y ciudades buscando la víctima más propicia. Cuando la detecta, muy poco queda por hacer, de nada sirve resistirse; arañar, golpear, patalear solo justifican un mayor ensañamiento por parte del siniestro espécimen que arremete contra su presa con la violencia de un depredador despedazando su cuerpo hasta quedar reducido a minúsculos trozos. Una vez concluida la primera fase comienza el festín para esta criatura del averno, es entonces cuando engulle la pieza como si de un delicado manjar se tratase, de esa manera, se nutre el mal, siempre a costa de la inocencia y pureza que representan los niños.

La joven Grace Budd fue una de las víctimas de este psicópata. De ella llegó a decir: «Qué dulce y tierno era su culito asado al horno con zanahorias, cebollas y tocino… Tardé nueve días en comerme todo su cuerpo».

Esta situación reflejada en las páginas de un cuento ha servido para asustar a los pequeños de varias generaciones. Por desgracia, el folklore tradicional no se quedó solo en relatos que pusieran los pelos de punta a nuestros hijos, ya que la vida real es a veces mucho más terrible que los cuentos.

Conociendo el comportamiento de algunos psicópatas sexuales podemos llegar a la sorprendente conclusión de que algo de verdad existió en esas fantásticas historias de ogros come niños. Las creencias populares son más sabias de lo que podamos imaginar, supongo que si en verdad ocurrieron en el pasado escenas parecidas a lo descrito en las narraciones ancestrales, algún espíritu desencarnado perteneciente a esos seres malvados sobrevivió a los siglos apropiándose de cuerpos humanos con la intención de reanudar sus carnicerías infantiles.

Existen casos como el de Albert H. Fish que nos incitan a pensar que esto de los ogros es más real de lo que parece. Su asombrosa biografía desconcertó a insignes especialistas muy acostumbrados a investigar las más horribles situaciones. Lo de Fish superaba cualquier previsión.

Todos coincidieron en afirmar que el ogro de Nueva York era un psicótico, aún a sabiendas que cuando realizó sus horribles crímenes estaba cuerdo y muy consciente de sus actos.

Albert Fish nació en Washington DC en 1870; muy pronto descubrió como brotaba en él una gran inclinación por las prácticas sadomasoquistas, disfrutaba haciéndose daño pero también obtenía un inmenso placer cuando ese daño se lo ocasionaba a los demás. Como es habitual en los psicópatas, sus primeras víctimas fueron animales domésticos a los que cortaba con total frialdad cabeza y miembros en particulares fiestas sangrientas.

A los cinco años falleció su padre dejando a la familia desprovista de ingresos económicos, lo que supuso la reclusión de Albert en un orfanato y no, precisamente, de los más refinados. En el centro el niño incrementó su gusto por el dolor con las feroces palizas que recibía de sus cuidadores, además generó en su interior una extraña sensación de culpa tras conocer algunas prácticas sexuales realizadas por sus compañeros de más edad. Al cabo de algunos años de internamiento Fish obtuvo la ansiada libertad, aunque bien es cierto que le sirvió de muy poco.

Con veinte años se le pudo ver trabajando en la prostitución homosexual de la ciudad de Washington. En ese tiempo violó a un niño y, posiblemente cometió su primer asesinato, mientras realizaba pequeños actos delictivos como estafas, falsificación de cheques, exhibicionismo o la publicación de cartas obscenas, asuntos por los que fue detenido en ocho ocasiones.

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