Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción (29 page)

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
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—Muy pronto no vas a tener que ver más a ese viejo.

Pierre había realizado diversas pruebas con las muestras de ADN de varios primates que había obtenido en el zoo. Había determinado no sólo el grado de divergencia genética, sino también las formas concretas en que difería ese segmento clave del cromosoma 13.

Pierre y Shari intentaban ahora diseñar una simulación por ordenador. Combinaron en un todo el conjunto de los datos de que disponían sobre la metilación de la citosina, todas las estructuras que habían detectado en los intrones tanto humanos como no humanos, y todas las ideas de tenían sobre el significado de los sinónimos de los codones.

Se trataba de un gran proyecto, con una gran base de datos. La simulación era con mucho demasiado compleja para ejecutarla en el PC de su laboratorio en un tiempo razonable. Pero el LBNL disponía de un superordenador Cray, un máquina de gran potencia que podía manejar toda esa información en un abrir y cerrar de ojos. Hacía tiempo que Pierre había hecho una petición para disponerde tiempo de CPU en el Cray, e iba avanzando lentamente en la cola. Tenía tiempo asignado dentro de unas dos semanas.

Necesitaron cada uno de los minutos de esos días para tener la simulación lista para ejecutarse pero, si todo funcionaba bien, pronto tendrían las respuestas que habían estado buscando.

Pierre llevaba unos días trabajando en el despacho de su casa. En
esos
días le resultaba francamente desagradable acudir al LBNL, ya que Molly tenía que acompañarle en coche porque la enfermedad de Huntington le hacía del todo imposible conducir. Decidió ir a la sala de estar para volver a llenar el vaso de Pepsi Diet. Recurrir al café para obtener su ración de cafeína resultaba ya incluso peligroso. Casi una vez a la semana vertía la bebida y no tenía intención de escaldarse él mismo.

Pierre hacía bastante ruido al subir por las escaleras, pero el lavaplatos estaba en funcionamiento y generaba suficiente estrépito para ahogar sus ruidos. Al entrar en la sala de estar, vio a Molly sentada con Amanda en el sofá. Molly le decía a Amanda algo que Pierre no logró descifrar, y la niña parecía estar muy concentrada.

Las miró durante un momento... y le gustó comprobar que, al menos hasta cierto punto, los celos que sentía por la mayor proximidad de su esposa con la niña ya habían pasado. Sí, todavía se sentía incómodo al no poder comunicarse con Amanda en la forma en que podía hacerlo antes, pero empezaba a darse cuenta de lo especial que era la relación que se había desarrollado entre Molly y Amanda. La niña parecía del todo satisfecha de esa habilidad que Molly tenía para meterse en la mente de Amanda y oír sus pensamientos. Casi era un alivio para la niña el poder comunicarse sin esfuerzo con otro ser humano. Y los vínculos de Molly con su hija iban incluso mucho más allá de la intimidad habitual entre madre e hija, Molly podía llegar a la misma mente de Amanda.

Pierre seguía pensando la mayor parte de las veces en francés y ya que casi siempre hablaba en inglés, sabía que lo seguía haciendo en cierta forma a nivel inconsciente como una defensa para evitar que Molly le leyera el pensamiento. Pero Amanda había aceptado ese don de Molly desde el principio, y no había levantado ningún tipo de barreras entre ella y su madre: ambas tenían una intimidad que era incluso trascendental... y Pierre se sentía, como mínimo, satisfecho de ello. Molly ya no se sentía torturada por su don, antes al contrario se sentía agradecida por disfrutar de él. Y Pierre sabía que, cuando él hubiera muerto, Molly y Amanda iban a necesitar esa intimidad especial para ayudarse la una a la otra, y enfrentarse de cara a lo que fuera que les tenía reservado el futuro, casi como si fueran una sola persona.

—Vuelve a intentarlo —decía Molly de espaldas a Pierre— Puedes hacerlo.

Pierre entró en la habitación.

—¿Qué conspiración estáis tramando entre las dos? —dijo sin pensarlo demasiado.

Molly le miró, sorprendida.

—Nada —dijo demasiado deprisa—. Nada. —Parecía turbada.

Los ojos castaños de Amanda quedaron muy abiertos por la sorpresa, de la misma forma en que solía hacerlo cuando la pillaban haciendo alguna diablura.

—Te pareces al gato que acaba de tragarse al canario —dijo Pierre a Molly con una divertida sonrisa en el rostro.

Pierre se sentó con el cuerpo doblado encima de la mesa de su despacho. Por fin había tenido acceso a esos seis minutos de tiempo de CPU que había pedido en el superordenador Cray del LBNL, y había ejecutado la simulación que él y Shari habían preparado durante tanto tiempo. Pierre empezó a recorrer las trescientas ochenta y cuatro páginas del listado.

Cuando terminó, se echó atrás en la silla y contempló el techo.

Tenía sentido. Todo encajaba.

Realmente la existencia de los sinónimos de los codones permitía añadir información adicional a la que ya indicaban las A, C, G y T del código genético. Sí, tanto AAA como AAG indicaban la lisina, pero la forma AAA también actuaba como un cero en lo que Shari ya había bautizado, en una nota al margen, como «la función de vigilancia» que gobernaba la corrección o la invocación de la mutación por desplazamiento. Sin embargo, la forma AAG representaba un uno.

Pero eso era sólo la punta del iceberg. Había cuatro codones válidos que llevaban a la prolina: CGA, CCC, CCG y CCT. En este caso, la última letra indicaba, en base dieciséis, el orden de magnitud del desplazamiento del cursor de corte, el cursor que indicaba la posición donde se añadiría o eliminaría un nucleótido en la cadena del ADN para formar un desplazamiento. La forma CCT movía el cursor dieciséis nucleótidos; la forma CCC lo movía 16
2
, es decir 256 nucleótidos; la forma CCA 16
3
, o sea 4.096 nucleótidos; y la forma CCG lo movía 16
4
, es decir 65.536 nucleótidos.

Otros sinónimos realizaban funciones diferentes: tanto la GAA como la GAG formaban la glutamina, pero también servían para indicarla dirección del movimiento del cursor de corte. La GAG lo movía hacia la «izquierda» (en la dirección que iba desde los tres átomos de carbono de la cadena secundaria de la glutamina hacia los cinco átomos de carbono de la desoxirribosa) y la GAA lo movía hacia la «derecha» (desde los cinco carbonos de la desoxirribosa hacia los tres carbonos de la cadena secundaria). Además, la TTT que codifica la fenilalanina indicaba también la inserción de un nucleótido, mientras que su sinónimo, TTC, era la instrucción para eliminar un nucleótido. Y los cuatro codones de la treonina —ACA, ACC, ACG y ACT— indicaban con la última letra cuál sería el nucleótido a insertar en la posición del cursor de corte.

La codificación basada en los sinónimos movía el cursor, pero el momento exacto en que el desplazamiento se hacía realidad estaba gobernado por algunas de las aparentemente repetidas y tartamudeantes secuencias del ADN basura. A la pequeña escala de un individuo, ya había quedado demostrado que el número de repeticiones de la CAG indicaba la edad en la cual los síntomas de la enfermedad de Huntington empezarían a manifestarse, y tal y como Pierre se lo había contado a Molly, el número de repeticiones variaba de generación en generación en un fenómeno etiquetado como «anticipación» —un nombre irónicamente profético dado lo que el modelo de Pierre y Shari demostraba.

Además, la simulación informática sugería prometedoras líneas de investigación sobre cómo manipular los temporizadores genéticos, una investigación que podía suponer al final la cura de la enfermedad de Huntington y sus achaques. Era cierto que un descubrimiento como aquél no era fácil que se obtuviera pronto, pero, haciendo una estimación, era posible pensar que en una década sería posible controlar alguno de esos temporizadores genéticos aberrantes. Había cerrado el ciclo: al decidir no investigar la enfermedad de Huntington, en realidad Pierre podía haber obtenido el descubrimiento que, a la postre, conduciría a obtener una cura para esa enfermedad.

Si eso hubiera sido todo lo que su trabajo sugería, podía sentirse satisfecho desde el punto de vista intelectual, pero seguía estando profundamente triste, agobiado por la cruel ironía: después de todo, cualquier cosa que no fuera una cura inmediata llegaría demasiado tarde para Pierre Jacques Tardivel.

Pero Pierre no sintió tristeza. Antes al contrario, se alegró por el hecho de que los temporizadores genéticos apuntaban a algo que estaba más allá de sus problemas personales, más allá de los problemas —que sin embargo eran muy reales y muy patéticos— de ese uno de cada diez mil personas que sufrían la enfermedad de Huntington. Los temporizadores indicaban una verdad, una revelación fundamental que afectaba a cada uno de los cinco mil millones de seres humanos vivos, a cada uno de los miles de millones que habían existido antes, y a cada uno de los innumerables trillones de seres humanos que todavía tenían que nacer.

Según indicaba la simulación, los temporizadores del ADN, incrementándose generación tras generación a través del fenómeno de la anticipación genética, desaparecerían del conjunto de la población casi de forma simultánea. Los multirregionalistas estaban más cerca de la verdad de lo que habían imaginado: la investigación de Pierre demostraba que los pasos evolutivos pre-programados podían darse a través de vastos grupos de seres al mismo tiempo.

Pierre recordó una cita que era, por supuesto, de un galardonado con el premio Nobel. El filósofo francés Henri Bergson había escrito en una obra de 1907,
Evolución creativa
, que «el presente no contiene otra cosa que el pasado, y todo lo que se encuentra en el efecto ya se encontraba en la causa». El ADN basura
era
un lenguaje: el lenguaje en el cual su diseñador había escrito el plan maestro de la vida. El corazón de Pierre se aceleró por la excitación y la adrenalina le hacía hervir la sangre. Esa noche, cuando por fin pudo conciliar el sueño, soñó con la mano de Dios.

Molly empujó la puerta del despacho y entró sin pedir permiso.

—Doctor Klimus, yo...

—Molly, estoy muy ocupado...

—¿Demasiado ocupado para hablar de Myra Tottenham?

Klimus alzó la mirada. Alguien pasaba por el pasillo.

—Cierre la puerta.

Molly lo hizo y se sentó.

—Shari Cohen y yo hemos estado en Stanford, hemos visto los artículos de Myra. Tienen montones de ellos en el archivo.

Klimus logró componer una débil sonrisa.

—A las universidades les gusta el papel.

—Y tanto. Myra Tottenham trabajaba en la forma deacelerar el secuenciamiento de los nucleótidos cuando murió.

—¿Sí? —dijo Klimus—. Realmente no sé qué tiene que ver todo esto con...

—Tiene muchísima relación con usted, Burian. La técnica de Myra, que utilizaba enzimas de restricción especializados, estaba un montón de años por delante de lo que otros estaban haciendo.

—¿Qué puede saber una psicóloga sobre la investigación entorno al ADN?

—No mucho. Pero Shari me explico que eso que Myra estaba haciendo es muy parecido a lo que hoy llamamos la Técnica de Klimus, la misma técnica por la que le dieron a usted el premio Nobel. También vimos algunos de sus trabajos en Stanford. Usted trabajaba precisamente en la dirección equivocada, intentando utilizar nucleótidos cargados iónicamente como una técnica de clasificación...

—Pudo haber funcionado...

—... pudo haber funcionado en un universo donde el hidrógeno libre no se enlace a todo lo que haya al alcance. Pero era un callejón sin salida, un callejón sin salida que usted nunca abandonó hasta que Myra Tottenham murió.

Hubo una larga, larguísima pausa. Al final Klimus habló.

—Al comité de los premios Nobel no le gusta conceder premios después de la muerte —dijo Klimus, como si eso lo justificara todo.

Molly se cruzó de brazos.

—Quiero que me entregue esos blocs de notas sobre Amanda. Y quiero que me dé su palabra de que nunca intentará verla de nuevo.

—Señora Bond...

—Amanda es mi hija, mía y de Pierre. En todo lo que realmente importa, ésa es la única verdad, toda la verdad. Usted nunca nos molestará otra vez.

—Pero...

—No hay peros que valgan. Déme ahora mismo esos blocs de notas.

—Necesito un poco de tiempo para buscarlos.

—Tiempo para fotocopiarlos, quiere decir. No lo logrará nunca. Voy a acompañarle a cualquier sitio al que vaya a buscarlos, pero no le perderé de vista hasta que los hayamos encontrado y quemado todos.

Klimus siguió sentado y quieto durante varios segundos. El único sonido que se oía era el suave ronroneo de un reloj eléctrico.

—Es usted una bruja inflexible —dijo por fin.

Klimus abrió el cajón inferior izquierdo de la mesa y sacó una docena de blocs de notas encuadernados en espiral.

—No. No lo soy —dijo Molly, cogiendo todos esos blocs—. Sólo soy la madre de mi hija.

Habían pasado cuatro meses. Mientras deambulaba lentamente por el laboratorio, Shari Cohen parecía estar en cualquier otro lugar del mundo. Pierre estaba sentado en un taburete del laboratorio.

—Pierre —dijo Shari—, no... no sé cómo decirte todo esto, pero el resultado de tus últimas pruebas están... —Miró hacia otro lado—. Lo siento Pierre, pero están mal.

Pierre alzó un brazo que no paraba de temblar. —¿Mal?

—Hiciste una chapuza con el fraccionamiento. Me temo que voy a tener que repetirlo todo de nuevo.

Pierre asintió con un gesto de la cabeza.

—Lo siento. Algunas veces me confundo un poco.

Shari también hizo un gesto de asentimiento. El labio superior le temblaba.

—Lo sé. —Estuvo callada durante largo, largo tiempo. Y después dijo—: Pierre, quizá ya ha llegado el día en que tú...

—No —dijo él con tanta firmeza como le fue posible. Mantuvo las temblorosas manos ante sí, como si quisiera apartar las palabras de Shari—. No, no me pidas que deje de venir al laboratorio. —Suspiró profundamente—. Tal vez tengas razón... tal vez ya no pueda hacer cosas complicadas, pero tienes que dejarme que te ayude.

—Puedo seguir adelante con nuestro trabajo —dijo Shari—. Terminaré nuestro artículo. —Le sonrió. Ese artículo iba a ser una bomba— Te recordarán, Pierre, no sólo como a Crick y Watson, sino al mismo nivel de Darwin. El nos contó de donde venimos, y tú nos has dicho a donde vamos.

Shari hizo una pausa, contemplativa. El más reciente descubrimiento de Pierre, posiblemente, aunque era triste decirlo, sería su
último
descubrimiento. Se refería a la secuencia del ADN que aparentemente regulaba el descenso de hueso hioides en la garganta, una secuencia que estaba desplazada en un sentido en Hanna la Desventurada, pero que había sido desplazada en el otro sentido en el
Homo sapiens sapiens.
Pierre también le había enseñado a Shari una muestra de ADN en la que estaba activada esa mutación por desplazamiento que provocaba la telepatía, aunque Shari no sabía de dónde había salido, y sólo creía a medias las afirmaciones de Pierre sobre para qué servía.

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