Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción (28 page)

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
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—Ven.

—Iré a verles el sábado —dijo Klimus—. Oh, y traeré los instrumentos para tomar una muestra de sangre. Estoy seguro de que no les importará.

—¡Jodido hijo de puta! —dijo Molly.

—Palo y piedra —dijo Klimus encogiéndose de hombros—. Pero yo soy el propietario de los huesos de Amanda.

Molly se levantó con la cara completamente escarlata.

—Vámonos
—dijo Pierre.

Abrió la puerta del despacho de Klimus.

Salieron de la habitación. Pierre dio un portazo al marchar, tomó a Molly de la mano y avanzaron por el pasillo. Se dirigieron al laboratorio de Pierre. Shari no estaba allí, había ido a algún otro lugar.

—Mierda —dijo Molly, rompiendo a llorar—. Mierda, mierda y mierda. —Alzó la mirada hacia Pierre—. Hemos de encontrar alguna forma de librarnos de él. Si alguna vez ha habido un caso de asesinato justificado...

—No digas eso —dijo Pierre.

—¿Por qué no? Sé que estás pensando en lo mismo.

—Encontraremos otra forma —dijo Pierre—. Te lo prometo. Encontraremos otra forma.

Pierre quería a su hija, sobre eso no tenía ninguna duda. Pero bueno, era un científico y no podía dejar de sentirse intrigado por esa herencia tan especial. Sabía que el ADN de la niña sería distinto del de un humano moderno en menos del 1%. Diablos, el ADN de un chimpancé sólo difería del ADN humano en un 1.6% (y los chimpancés y los humanos se habían separado unos seis millones de años atrás) . La diferencias entre Amanda y los otros niños que no habían estado al margen de los últimos sesenta mil años de evolución humana seguramente serían sumamente pequeñas. Sin embargo, algo, algún pequeño cambio genético, había proporcionado a los humanos modernos, menos robustos en el sentido físico, una ventaja sobre los hombres de Neanderthal, y había llevadoala desaparición de estos últimos. El área de sujeción de los músculos pectorales de los hombres de Neanderthal era de un tamaño doble que en el caso de los humanos modernos, los hombres de Neanderthal tenían que haber tenido la apariencia física de un Arnold Schwarzenegger sin tener que cultivar la musculatura. Y, apesar de todo, algo había inclinado la balanza a favor del
Homo sapiens sapiens.

Incluso maldiciendo el indignante experimento de Klimus, Pierre podía llegar a comprender la fascinación por el estudio del ADN de un Neanderthal.

Utilizando enzimas de restricción para romper el ADN de Amanda en trozos manejables, empezó a buscar diferencias, y se sorprendió al encontrar algunas cosas inesperadas. No se encontraban en el ADN que servía para la síntesis de proteínas, sino más bien en varios de los largos trozos de ADN basura.

Intrigado, Pierre decidió hacer una visita al zoo de San Francisco. Estaba seguro de que, halagando a los encargados, podría obtener algunas muestras de tejidos de diversos primates.

Un mes más tarde.

Pierre, exhausto, entró por la puerta posterior e inmediatamente se sintió mejor. La casa que tenían no era cara, y los muebles de IKEA no eran sofisticados. Pero era un lugar confortable... el tipo de vida que nunca había pensado que llegaría a tener. Una esposa, una hija, el olor de la cena que se preparaba en la cocina, juguetes esparcidos por el suelo de la sala de estar, una chimenea.

Molly entró en la sala de estar llevando a Amanda en los brazos.

—¡Mira quién ha llegado! —le dijo a la niña—. ¡Sí! ¡Es papá!... No lo sé. Pregúntaselo a él —Molly miró a su marido—. Quiere saber si te han gustado las galletas que hemos preparado para ti.

Pierre siempre se llevaba una bolsa al trabajo con la comida, era más fácil comer en el mismo laboratorio que recorrer los largos pasillos del Edificio 74 para ir abajo a la cantina.

—Estaban deliciosas —dijo Pierre—. Muchas gracias.

Amanda sonrió.

Molly besó a Pierre, éste se sentó en el sofá, y Molly puso a Amanda en los brazos que ya la esperaban. Pierre levantó a la niña por encima de su cabeza. Amanda hacía ruiditos de alegría.

—¿Cómo está mi niña? —le dijo Pierre—. ¿Cómo está mi niñita?

Molly fue un momento a la cocina para remover el estofado y después volvió con ellos. Pierre sentó a Amanda en su rodilla y la levantó arriba y abajo.

—¿Has sido una buena niña, te has portado bien hoy? —Preguntó Pierre—. ¿No le habrás causado problemas a mamá?

Amanda se revolvía de satisfacción, como si la simple sugerencia de que pudiera ser traviesa le gustara muchísimo.

—La cena estará lista en unos veinte minutos —anunció Molly.

—Gracias —Pierre sonrió—. Siento no haber llegado acasa a tiempo de hacerla. Sé que hoy me tocaba a mí.

—Oh, no te preocupes, querido. Ya sabes que me gusta cocinar.

Parecía un poco melancólica. Ninguno de los dos sabían lo que harían con Amanda cuando el permiso de dos años de Molly terminara. No podían dejar a una niña muda en una guardería normal, y todavía no habían encontrado una de esas guarderías especiales que les pareciera adecuada. Muy cerca había una para niños sordos, pero no para los que podían oír pero no podían hablar. Molly había hablado incluso de no volver a la universidad, pero ambos sabían que eso no era posible. Estaba en camino de obtener una plaza fija, y necesitaría construirse una carrera sólida para cuando Pierre ya no pudiera estar con ellas.

Pierre alzó de nuevo a Amanda y la sostuvo ante él. Había empezado a hacerle muecas a la niña y ésta reía sin parar. Pero después de un rato empezó a mover las manos de forma agitada, intentando decir algo. Pierre la puso de nuevo en su regazo, para que la niña pudiera mover las manos libremente.
Beber
, dijo Amanda por signos.

Pierre la miró severamente e hizo signos:
¿Qué dices?

Por favor
, respondió la niña por signos.
Beber, por favor.

Molly sonrió.

—Lo iré a buscar. ¿Zumo de manzana?

Amanda asintió con un gesto. Durante un tiempo, Amanda se había resistido a aprender el lenguaje de los signos, parecía algo inútil... hasta que se dio cuenta de que, aunque su madre podía oír lo que pensaba, ni su padre ni todos los demás podían hacerlo.

Molly volvió al cabo de un momento con un pequeño vaso de plástico medio lleno con zumo. Amanda lo tomó con las dos manos y lo vació en un par de sorbos. Devolvió el vaso a su madre.

—Voy a preparar la ensalada —dijo Molly.

—Gracias —dijo Pierre.

Molly le sonrió y se marchó a la cocina. Pierre levantó a Amanda de su regazo y la puso en el sofá, cerca de él. Aunque Amanda nunca había dicho nada en voz alta, sin embargo, según decía Molly, la niña podía articular mentalmente varios centenares de palabras, muchas más de las que ya había aprendido en el lenguaje americano de signos. Pierre sabía que ese lenguaje de signos era un pobre sustituto del lenguaje hablado, e incluso peor que la lectura directa del pensamiento, pero el poder comunicar con la niña era todo un mundo para él. Cuando estaban hablando por signos, era como si la pared entre ambos hubiera desaparecido.

Las manos de Pierre se movían:
¿Qué has hecho hoy?

He jugado
, decían los signos de Amanda.
He visto la tele. He hecho un dibujo.

¿Qué has dibujado?
, preguntó Pierre de nuevo por signos.

Amanda se encogió de hombros.

Pierre no había practicado el lenguaje de los signos tanto como hubiera querido. Creyó que había cometido un error, y decidió repetir la misma pregunta de otra forma:
¿Hiciste un dibujo de qué?

Amanda abrió mucho los ojos.

Pierre miró sus manos... y vio que estaban temblando. Ni se había dado cuenta. Sostuvo la mano derecha con la izquierda para detener el temblor. Volvió a intentar hacer los signos de nuevo, pero no le salían bien. No conseguía abrir correctamente la palma izquierda para decir «dibujo», no podía hacer que el dedo índice de la mano derecha se moviera suavemente a lo largo de los dedos de la mano izquierda para preguntar «qué»...

Amanda arrugó las cejas. Podía ver claramente que Pierre estaba preocupado. Pierre volvió a intentarlo, pero los gestos parecían hechos por una garra, no parecían amistosos. Se dio cuenta de que estaba asustando a la niña, pero, mierda, si tan sólo pudiera
controlar
los dedos, lograría...

Amanda empezó a llorar.

El sábado por la tarde significaba que era la hora de la visita de Klimus. El anciano solía llegar a las tres. No traía ningún regalo para Amanda, nunca lo había hecho, pero, como siempre, sí traía el pequeño bloc de notas en el bolsillo superior de la americana. Se sentaba en el sofá, tomando notas sobre el comportamiento de Amanda y sobre su habilidad para comunicarse con las manos. Durante ese rato, Molly tenía que mantener a la niña lejos de su zona: Amanda había comprendido que, a menos que estuviera cerca de su madre, ésta no podía oír sus pensamientos. Pero todavía no había comprendido que esa habilidad era un secreto y Molly simplemente la mantenía a distancia, esperando que nada en el comportamiento de Amanda le diera una pista a Klimus.

Después de dos horas, Klimus se iba a levantar param archarse, pero Molly se sentó cerca de él en el sofá.

—Por favor, quédese —le dijo.

Klimus pareció sorprendido. Se había acostumbrado a la hostilidad de Pierre y Molly.

—¿Para qué? —preguntó.

—Sólo para charlar —dijo Molly, acercándose aún más al anciano.

—¿Sobre qué?

—Oh, de esto y de aquello. Nada en concreto. En realidad no nos conocemos bien y, bueno, si usted va a ser parte de la familia, pensé que podríamos...

—Estoy muy ocupado —dijo Klimus.

Pero Pierre también se sentó en la silla que estaba frente al sofá.

—He preparado un poco más de café. Sólo será un minuto.

Klimus suspiró y extendió los brazos.

—De acuerdo.

Amanda avanzó poco a poco hasta estar cerca de su madre y empezó a subir a su regazo. Pero Molly la detuvo.

—Ve con papá —le dijo,

Amanda miró hacia Pierre, obviamente pensaba que el regazo que estaba más cerca era tan bueno como el otro, pero después pareció encogerse un poco de hombros y se acercó a Pierre que la levantó hasta su regazo.

—Cuéntenos algo sobre usted —pidió Molly.

—¿Por ejemplo?

—Oh, no lo sé. ¿Qué programas de televisión prefiere?

—El único que veo es
Sesenta minutos.
—Calló durante un momento y, después, como si hiciera un gran esfuerzo, preguntó—: Y, ¿cómo están sus amigos, los Lagerkvist?

—Muy bien —dijo Molly—. Ingrid dice que está pensando en la práctica privada.

—Ah —dijo Klimus—. ¿Se quedaría en Berkeley?

—Si los Lagerkvist tienen algún plan para irse —dijo Molly—, lo guardan en secreto. —Hizo una pausa—. Los secretos siempre son interesantes, ¿no es verdad? —Miró fijamente al anciano—. Quiero decir que todos tenemos secretos. Yo los tengo. Pierre los tiene, incluso la pequeña Amanda los tiene. Estoy segura. Y ¿qué hay de usted, Burian? ¿Cuál es su secreto?

¿Qué pretende esta tía?
, pensó Klimus.

—Ya sabe... algo escondido, algo guardado muy profundamente...

Está loca si cree que voy a hablar de mi vida privada...

—No sé qué espera que le diga, Molly.

—Oh, nada en realidad. Sólo estoy divagando. Sólo intentaba saber qué es lo que hace que un hombre sea como usted. Ya sabe que soy psicóloga. Deberá perdonar el hecho de que esté intrigada por cómo funciona la mente de un genio.

Eso es mejor
, pensó Klimus.
Un poco de respeto.

—Quiero decir —continuó Molly—, la gente normal tiene todo tipo de secretos... asuntos sexuales...

Dios mío, ni siquiera puedo recordar la última vez que hice el amor...

—Secretos financieros... tal vez hacer trampa en una vieja declaración de impuestos...

No más que los demás...

—O secretos relacionados con el trabajo...

El mejor trabajo del mundo: profesor de universidad. Viajes, respeto, dinero suficiente, poder...

—Secretos relacionados con sus investigaciones...

No últimamente...

—Relacionados con viejas investigaciones...

De cualquier forma el premio debería haber sido para mí...

—Relacionados con su premio Nobel, ¿tal vez?

Secretos que Tottenham se llevó a la tumba...

Molly le miró fijamente a los ojos.

—¿Quién es Tottenham?

La piel de pergamino de Klimus se ruborizó un poco.

—¿Tottenham...?

—Sí, ¿quién era ese hombre?

Una mujer.

—¿O esa mujer?

Dios mío, qué...

—No recuerdo a nadie con ese nombre.

Amanda jugaba con los dedos de Pierre. Este habló:

—Tottenham... ¿no será Myra Tottenham?

Molly miró a su esposo.

—¿Sabes quién era?

Pierre frunció el entrecejo, pensando. ¿Dónde había oído ese nombre?

—Una especialista en bioquímica de Stanford, durante los años sesenta. Hace poco, leí un viejo artículo suyo sobre mutaciones sin sentido.

Molly cerró un poco los ojos. Antes, para preparar esta sesión, había consultado la biografía de Klimus en el
Quién es quién.

—¿No estaba usted en Stanford durante los años sesenta? —preguntó—. ¿Qué le ocurrió a Myra Tottenham?

—Oh,
esa
Tottenham —dijo Klimus. Se encogió de hombros— Murió en 1969. Creo. Leucemia.

Esa bruja frígida.

—Myra Tottenham —Molly frunció el entrecejo—. Un nombre muy bonito. ¿Habían trabajado juntos?

Lo habíamos intentado.

—No.

—Es triste cuando alguien muere así.

No para mí.

—La gente muere todos los días, Molly. —Klimus se puso de pie—. Bueno, de verdad tengo que marcharme.

—Pero el café... —dijo Pierre.

—No. No, debo irme. —Se acercó a la puerta principal—. Adiós.

Molly le siguió hasta la puerta. Cuando Klimus se hubo marchado, volvió a la sala de estar y aplaudió. Amanda, todavía en el regazo de su padre, se volvió para mirarla, sorprendida por el sonido.

—¿Y bien? —preguntó Pierre.

—Ya sé que nunca dejarás de interesarte por el hockey —dijo Molly—, pero pescar es mi deporte favorito.

—¿Está muy lejos Stanford? —preguntó Pierre.

—No mucho. Unos sesenta kilómetros —respondió Molly sin darle importancia.

Pierre besó a Amanda en la mejilla y le habló con voz tranquilizadora:

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