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Authors: Pablo Tusset

Tags: #Ciencia Ficción, Humor

Oxford 7 (16 page)

BOOK: Oxford 7
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«Furia y heteroagresividad indiscriminada.»

«Sadismo.»

Y concluye:

«En lo posible dentro del marco legal, se recomienda detención y aislamiento en institución sanitaria de alta seguridad. Probabilidad de reinserción no significativa. La actividad antisocial continuará siendo elevada mientras se mantengan los niveles de andrógenos, DHA y melatonina. Se desaconseja taxativamente la administración de tratamientos hormonales de retraso del envejecimiento».

El cigarrillo de Deckard se ha consumido solo. Se levanta en busca de otro y vuelve al escritorio.

Ahora usa su clave de acceso para buscar en la red de la Interpol información sobre antecedentes biográficos y evolución del sujeto en los últimos diez años. Hay un extenso archivo en vídeo que resume la actividad delictiva, actualizado hasta hace apenas una semana.

Justo al terminar de visionar el contenido entero empieza a sonar en el salón una pieza de Ravel.

Pavana para una princesa muerta
.

A Emily Deckard le parece una coincidencia de mal agüero. Quizá cuando pueda ver la luz de Sun le parecerá que no es para tanto. Cuando vuelva a calzarse sus zapatos de tacón, a vestir su traje azul marino y a dar órdenes que nadie se atreverá a discutir.

Quizá entonces volverá a parecerle que la sensación de peligro que ahora siente sólo era parte de una pesadilla nocturna.

El trayecto entre el astropuerto de Castelldefels y el complejo de Can Barça, construido al sur del antiguo municipio de Sant Boi, resulta inesperadamente corto. El conductor de la limusina ha prendido una banderita azulgrana en el pequeño mástil izquierdo del morro y otra rojigualda cuatribarrada en el derecho. Los dos monodeslizadores de escolta policial, con las luces de emergencia encendidas, han recibido instrucciones de saltarse los límites de velocidad en caso necesario. Son exactamente las doce menos tres minutos hora local cuando el vehículo y su escolta se detienen bruscamente a la entrada del más alto de los cinco rascacielos de oficinas y gobierno del
Futbol Club Barcelona
. El último piso aloja el despacho dual de presidente del club y de la Generalitat de Cataluña, dominando la masa imponente del Nou Camp Nou. El estadio es el tercero más grande de todo Earth. Se eleva veintisiete plantas con la forma del escudo del equipo a la orilla misma del río Llobregat, recientemente gelatinizado para contener sus efluvios mefíticos.

Rick es el primero en apearse de la limusina. Mantiene la portezuela abierta y apremia a los chicos para que salgan. Los cuatro, apresurados pero muy serios, se recomponen nerviosamente las ropas bajo la marquesina azulgrana que cubre la acera.

La pantomima dura hasta que los dos policías de la escolta saludan marcialmente en señal de despedida y arrancan sobre el vial de deslizamiento precediendo a la limusina.

Cuando se han alejado lo bastante, Rick se quita la barretina, Marcuse las gafas de esquí y BB deja de sostener el ramo de flores como si fuera un bebé y deja que le quede colgando cabeza abajo.


Pocopucha bananishka
—dice Mam'zelle, mirándolos muy seria.

A BB se le escapa una sonora bocanada de aire por la nariz y la boca y todos explotan en un ataque de risa. Tardan un poco en poder hablar.

—¿Habéis visto cómo corría el gordito del traje gris? —dice BB—. ¿Quién demonios era?

—El director del astropuerto. Lástima que os habéis perdido los diálogos —dice Rick, abanicándose con la barretina.

—¿Qué demonios le ha dicho para que se pusiera así de nervioso?

—Tendrías que ser por lo menos siciliana para entenderlo —dice Rick.

El ataque de risa se les pasa cuando las dos vigilantes de la entrada al edificio se plantan ante la marquesina con las manos a la espalda. Pero no se les pasa el buen humor. Todavía comentando los avatares del paso por la zona VIP del astropuerto, cruzan la avenida Josep Guardiola hacia la zona comercial. Los chicos están muy excitados por la constante sucesión de estímulos. Marcuse respira hondo y da saltitos para probar el efecto de la gravedad natural. BB le da patadas en el trasero, todavía metida en su papel de fichaje futbolístico de relumbrón.

Frente al complejo deportivo se alinean multitud de tiendas de souvenirs, alternadas con máquinas expendedoras de comida y salas de realidad virtual especializadas en deportes. Todo, incluido los cristales tintados de los rascacielos y los baldosines de las aceras, contiene los colores azul, granate, rojo y amarillo. El abigarramiento de banderas, camisetas, toallas, bufandas y demás telas que ondean al sol a la puerta de las tiendas parecen promover un clima festivo que queda desmentido por la escasez de transeúntes. No hay partido programado para hoy. En toda la larga línea peatonal, sólo un pequeño grupo de turistas con sus gafas fotográficas caminan tras su guía que da explicaciones. En los escaparates hay gorras, muñequeras, calcetines, corbatas, pijamas, baberos, peúcos, carteras, llaveros, toda clase de juguetes, objetos de baño, menaje de cocina, material escolar, relojes, joyas, productos para mascotas y predictores de embarazo con los distintivos del equipo y el escudo de la Generalitat.

—Así que esto es Barcelona —dice Mam'zelle.

—Sólo el barrio de Sant Boi —dice Rick—. Si nos aproximamos al centro dominan los souvenirs de Gaudí.

—¿Quién es Gaudí? —pregunta Marcuse.

—Un pastelero famoso. Por cierto: ¿no tenéis hambre? Ya no llego a tiempo de almorzar en casa...

Basta caminar hasta la siguiente esquina siguiendo la avenida para que desaparezca la parafernalia de banderas y empiece el verdadero barrio de Sant Boi, anexionado a la ciudad de Barcelona a finales de los cincuenta. Aloja a los hijos de la pequeña burguesía que dejaron de poder pagar los precios de Les Corts, encarecida por los jubilados ingleses y norteamericanos que se instalaron allí desde mediados de los treinta, sin duda atraídos por la ausencia de inmigrantes extra occidentales y la seguridad policial que inspiraba la comisaría local.

Los cuatro siguen de un humor exultante cuando entran en una franquicia de Bulli & Friends en cuya fachada hay una enorme foto de Ferran Adrià sosteniendo una alcachofa con aire shakespeariano.

—¿Quién es ése? —pregunta Marcuse.

—Un genio del márquetin.

Como los chicos no entienden lo que dice la carta en catalán, es Rick el que pide la degustación de butifarras al hidrógeno líquido acompañadas de
pa amb tomaquet
regurgitado. El contraste entre la textura cristalizada de las salchichas y la papilla templada en que la untan les resulta a los chicos plenamente satisfactoria. En especial después de rociar el resultado con un poco de aerosol de
all i oli
.

—Bueno, no voy a negaros que lo he pasado bien —dice Rick—. Es verdad que transportar tabaco es más rentable, pero hacía tiempo que no me reía tanto. Por cierto, ya sé que el trato era sin preguntas, pero cómo pensáis volver a Oxford 7...

Los chicos se miran entre sí. Contesta BB:

—Nuestro contacto en Barcelona se hará cargo.

Rick moja una butifarra cristalizada en su cuenco de pan con tomate:

—Y quién es ese contacto tan importante, si no es mucha curiosidad.

—Un tal Francisco —dice BB.

Rick muerde un pedazo de butifarra y mastica un poco:

—Ah, un tal Francisco... —dice—. Bueno, Barcelona no es precisamente Méjico DF, pero creo que necesitaréis algo más que un nombre de pila como ese para dar con él...

—Le llaman Francisco Asís —dice BB—. Según Palaiopoulos es fácil encontrarlo en un lugar llamado Ramblas.

Rick deja de masticar el pedazo que ha mordido. Lo traga casi entero:

—¿Palaiopoulos os ha enviado a Barcelona en busca de Francisco Asís?

—¿Usted también lo conoce? —pregunta Mam' zelle.

Rick no contesta a la pregunta:

—¿Es que se ha vuelto loco? —dice, alternando la mirada entre los tres.

Marcuse detecta un nivel de alarma en la voz de Rick que no le había escuchado hasta ahora. Además conoce bien el informe pericial de Deckard.

—¿Cree que hay algún peligro? —pregunta.

—¿Que si hay algún peligro?, ese individuo tiene en jaque al ayuntamiento desde hace diez años, ni los cuerpos especiales de la policía local se atreven a meterse en sus dominios...

—Bueno, Barcelona tampoco parece un lugar especialmente peligroso —dice Mam'zelle.

—No sabes lo que dices: éste es un barrio periférico acomodado. Barcelona es como una manzana podrida, blaugrana por fuera y con el corazón devorado por los gusanos. No podéis ir a las Ramblas, hace años que nadie en su sano juicio atraviesa el perímetro de la Plaza Cataluña...

—¿Francisco de Asís no era el nombre de un santo, el de los pájaros y la pobreza? —dice Marcuse.

—Francisco A-Sis: antisistema... Le va el papel de heresiarca y el rollo de los antiguos fraticelli, pero tiene de santo lo que yo de casteller de Vilafranca...

Sólo Rick y Marcuse han dejado de comer. Las chicas siguen mojando butifarra en sus cuencos.

—Nosotros también somos antisistema —dice BB—. Ese Francisco Asís debe de ser de los nuestros.

—Escucha: yo he sido estudiante contestatario, ¿de acuerdo?, y a mis 91 años todavía no hay día en el que no haga algo ilegal. Pero vivir siempre al margen de cualquier orden convencional te retrotrae directamente al estado salvaje...

—Ése es un discurso ultraconservador —dice BB—. Estamos acostumbrados a ese tipo de admoniciones reaccionarias en defensa del sistema.

—No tienes ni idea —dice Rick—. ¿Crees que un antisistema aquí es lo mismo que en una estación universitaria privada? No sois más que unos niñatos privilegiados que se preparan para formar parte de la élite política de la Unión Occidental. Comparar a uno de esos energúmenos con un estudiante rebelde de Oxford 7 es como comparar a un cromañón con Baudelaire... Y ese Francisco es el jefe de los cromañones en esta ciudad.

Mam'zelle ha empezado a masticar más lento. BB sin embargo sigue comiendo con apetito:

—Me las he visto antes con tipos rudos —dice—. Además, traemos algo que le interesará.

—Tipos rudos... —dice Rick—: ¿habéis visto alguna vez una película plana de zombis?, ¿habéis visto cómo le sacan el hígado a la gente sin molestarse en matarla antes? Pues eso os dará una idea de lo que os podéis encontrar en las Ramblas. Y vosotros representáis precisamente lo que más odian esos zombis.

Marcuse está verdaderamente impresionado.

—¿Y la policía no les dispara multas? —dice.

Rick suelta una carcajada falsa:

—No me estáis escuchando: son ordas primitivas, inmunes a la represión fiscal. Han nacido y crecido en la calle, en edificios ocupados..., son
outsiders
de tercera o cuarta generación.

—¿Quiere decir que llegan..., ya sabe: a la violencia física?

—No entienden otra cosa que no sea la violencia física... Se chutan adrenalina y cuando están lo bastante enloquecidos pueden hacer cualquier cosa... Hace un par de semanas ensartaron a un turista despistado en la fuente de Canaletas. Por la mañana tuvieron que ir los bomberos a retirar el cadáver... Aparte de lo habitual tenía los dedos comidos a mordiscos... ¿Te haces idea de qué clase de violencia física pueden llegar a practicar?

Ya ni siquiera BB sigue comiendo butifarra.

—Está exagerando —dice— Si son tan salvajes ¿cómo se las apaña ese Francisco para estar al mando?

Rick se limpia las manos con una servilleta y se echa atrás en el asiento:

—Hasta los zombis le tienen miedo a alguien —dice—. Además tiene los contactos para conseguir adrenalina... ¿Os acordáis de la historia de los tres policías secuestrados? Éste era uno de los que quería divertirse torturándolos. En aquel tiempo todavía no era Francisco Asís pero ya apuntaba maneras, y desde entonces no ha hecho más que empeorar. Si ese viejo loco de Palaiopoulos estuviera al día de lo que pasa en esta ciudad no se le hubiera ocurrido enviaros en su busca.

Se hace un silencio largo. Marcuse mira a las chicas:

—¿Y no podríamos ponernos en contacto con él por intercomunicación? —dice.

—Nada de intercomunicación: tenemos que ir allí en persona —dice BB—. Tú incluido.

Rick saca la cartera para pagar:

—De acuerdo, os diré una cosa. No puedo ataros a la silla, así que si de verdad pensáis ir a las Ramblas y meteros en la guarida de ese mandril no es necesario que me paguéis el viaje a Earth. Podéis decirle a Palaiopoulos que anule el ingreso en mi cuenta.

—¿Por qué? —dice Mam'zelle.

Rick pasa la tarjeta de Solar MetLife por el lector de la mesa.

—Porque me gusta dormir tranquilo —dice.

A las nueve de la mañana en convención de Oxford 7 están convocados en la sala de juntas tres de los miembros del rectorado.

Deckard, contra su costumbre, se ha aplicado maquillaje de cobertura para disimular las ojeras. Cuando llega a la sala de juntas ya esperan el ingeniero legal del consejo de administración en Londres, el jefe de seguridad y el tesorero. Este último trae los datos de multas disparadas y tramitadas correctamente durante el enfrentamiento ocurrido en el transcurso del último ocaso.

El monto total de las sanciones impuestas asciende a casi un millón y medio de eurodólares. El tesorero ha elaborado los datos de la policía para confeccionar unos cuantos ratios. La media de sanción por alumno asistente a la concentración es de 243 eurodólares, aunque la desviación típica es muy alta. En el screener de pared se proyecta un gráfico con el importe de las multas en abscisas y los alumnos en ordenadas. El tesorero habla de distribución exponencial, de varianza de efectos mixtos y de pruebas de significación. Ni el ingeniero en leyes ni el jefe de seguridad están en condiciones de seguir la argumentación matemática, y Deckard, también contra su costumbre, parece ausente, como si todo aquello le resultara mucho menos interesante que sus propios barruntos.

Sólo cuando el tesorero aborda las conclusiones, todos los presentes entienden que hay un problema. Al parecer unos pocos alumnos, seguramente los más agresivos, han recibido multas por un valor tan alto que difícilmente podrán satisfacer los importes. En concreto, un tal Günter Practis, del Hounting Dogs College, acumula 51.890 eurodólares, lo cual significa que ha recibido él solito más de cinco mil multas, nada menos.

—Ese chico llegará lejos —dice el ingeniero legal sonriendo con sólo media boca. Su acento es británico, su corbata tiene estrellas doradas y su sombra de ojos es verde pistacho.

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