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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (30 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—Muy bien —interrumpió Polgara con brusquedad—, ya es suficiente, Garion.

—Tía Pol —exclamó él con un suspiro de alivio.

Ella ya se había vuelto hacia los cuatro médicos que atendían a la menuda reina.

—Gracias por vuestros esfuerzos, caballeros —les dijo—. Si os necesito, os mandaré a buscar.

El tono de despedida que había en su voz era tan categórico que los cuatro salieron sin rechistar.

—Polgara —dijo Ce'Nedra con un débil murmullo desde la cama.

—Sí, cariño —respondió la hechicera mientras cogía una de las pequeñas manos de la joven entre las suyas—. ¿Cómo te encuentras?

—Me duele el pecho y no puedo mantenerme despierta mucho tiempo.

—Te curaremos muy pronto, cariño —la tranquilizó Polgara, y luego miró la cama con aire crítico—. Creo que necesitaré más almohadas, Garion —repuso—. Quiero que la sientes en la cama.

El rey cruzó la salita y se dirigió a la puerta que comunicaba con el pasillo.

—¿Sí, Majestad? —dijo el centinela cuando aquél abrió la puerta.

—¿Quieres traerme una docena de almohadas?

—Por supuesto, Majestad —respondió el centinela, y empezó a caminar hacia el fondo del pasillo.

—Pensándolo mejor, que sean dos docenas —le gritó Garion, y luego volvió al dormitorio.

—Lo digo en serio, Polgara —murmuraba Ce'Nedra con voz débil—. Si en algún momento tienes que elegir entre la vida del bebé y la mía, no lo dudes, salva al bebé.

—Bueno —repuso Polgara con seriedad—, espero que ya te hayas desahogado y dejes de decir estupideces. —Ce'Nedra la miró con asombro—. Los melodramas siempre me han producido náuseas. —La cara de la reina se ruborizó ligeramente— Buena señal —la alentó tía Pol—. Si te ruborizas es porque estás lo bastante bien como para permitirte ciertas trivialidades.

—¿Trivialidades?

—Como sentirte avergonzada al advertir la enorme estupidez que acabas de decir. Tu hijo está bien, Ce'Nedra. De hecho, ahora mismo se encuentra mejor que tú, pues está durmiendo.

La joven abrió mucho los ojos y apoyó las manos sobre el abdomen con un gesto protector.

—¿Puedes verlo? —preguntó, atónita.

—«Verlo» no es la palabra más adecuada, cariño —respondió Polgara mientras mezclaba dos tipos de polvos en un vaso—, pero sé lo que hace y lo que piensa. —Agregó agua al contenido del vaso y observó con ojo crítico cómo burbujeaba y humeaba—. Aquí tienes —le indicó a su paciente pasándole la medicina—, bébelo. —Luego se volvió hacia Garion—. Enciende un fuego, cariño. Después de todo, ya estamos en otoño y Ce'Nedra no debe enfriarse.

Brand y Seda ya habían examinado con cuidado los restos de la asesina, y aquella noche, cuando Garion se unió a ellos, se estaban ocupando de la ropa.

—¿Habéis descubierto algo? —preguntó el rey al entrar en la habitación.

—Sabemos que era alorn —respondió Brand con voz estruendosa—. Tenía unos treinta y cinco años y no trabajaba para vivir, o al menos no desempeñaba una tarea lo bastante dura como para tener callos en las manos.

—Eso no es mucho —dijo Garion.

—Por algo se empieza —replicó Seda mientras estudiaba con interés el dobladillo de un vestido manchado de sangre.

—Todos los indicios acusan al culto del Oso, ¿verdad?

—No necesariamente —repuso el príncipe Kheldar mientras dejaba a un lado el vestido y cogía una enagua de lino—. Cuando intentas ocultar tu identidad, eliges un asesino de otro país, aunque ese tipo de idea podría ser demasiado sofisticada para los miembros del culto del Oso. —De repente, hizo una mueca de concentración—. ¿Dónde he visto este punto antes? —murmuró sin dejar de mirar la prenda interior de la mujer.

—Lo siento muchísimo por Arell —le dijo Garion a Brand—. Todos le teníamos mucho cariño —añadió, aunque era consciente de que tal vez aquél no fuera el comentario más adecuado.

—A ella le hubiese gustado saberlo, Garion —musitó Brand en voz baja—. Quería mucho a Ce'Nedra.

El rey se volvió hacia Seda y sintió que lo embargaba una terrible sensación de impotencia.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó—. Si no podemos descubrir quién está detrás de esto, tal vez vuelvan a intentarlo.

—Eso espero —dijo Seda.

—¿Qué?

—Si pudiéramos coger a alguien vivo, ahorraríamos mucho tiempo. Los muertos sólo ofrecen una información limitada.

—Ojalá hubiésemos sido más drásticos con el culto del Oso en Thull Mardu —observó Brand.

—Yo no me aferraría tanto a la idea de que el culto es el responsable —observó Seda—. Hay otras posibilidades.

—¿Quién más podría querer hacer daño a Ce'Nedra? —inquinó Garion.

—Tal vez el ataque no estuviera dirigido a Ce'Nedra —dijo el príncipe mientras se repantigaba en una silla con expresión ceñuda.

—¿Qué?

—Es muy posible que pretendieran matar al bebé. Mucha gente preferiría que no hubiera un heredero en el trono de Riva-Puño de Hierro.

—¿Quién?

—Los primeros que me vienen a la mente son los grolims —respondió Seda—. También podrían ser nyissanos... o incluso algún tolnedrano. Quiero mantenerme abierto a todas las posibilidades hasta que encuentre algunos indicios más. —Cogió la enagua manchada—. Empezaré con esto. Mañana por la mañana, llevaré esta prenda a la ciudad y se la mostraré a todos los sastres y costureras que pueda encontrar. Es probable que el tejido o la curiosa costura del dobladillo nos digan algo. Si consigo que alguien lo identifique, tendré en qué basarme para empezar a trabajar.

Brand miró con aire pensativo el cuerpo inerte, cubierto por mantas, de la mujer que había intentado asesinar a Ce'Nedra.

—Debe de haber entrado a la Ciudadela por una de las puertas —murmuró—. Eso significa que tiene que haber pasado junto a un centinela y haberle dado alguna excusa para entrar. Reuniré a todos los hombres que hayan estado de guardia durante la última semana y los traeré aquí para que echen un vistazo a la mujer. Cuando sepamos exactamente cuándo entró, intentaremos averiguar de dónde vino. Me gustaría descubrir en qué barco llegó hasta aquí y hablar con el capitán.

—¿Y yo qué puedo hacer? —se apresuró a preguntar Garion.

—Creo que deberías estar siempre cerca de la habitación de Ce'Nedra —sugirió Seda—. Cada vez que Polgara salga con cualquier motivo, tú debes ocupar su lugar. Podría haber otro atentado y todos estaremos más tranquilos si la reina está bien vigilada.

Ce'Nedra pasó una noche relajada bajo la atenta mirada de tía Pol y, al día siguiente, comenzó a respirar con mayor facilidad. Sin embargo, la joven no dejaba de quejarse con amargura por las medicinas que estaba obligada a tomar y Polgara la escuchaba con aparente interés.

—Sí, cariño —asintió la hechicera con dulzura—. Y ahora bébetelo todo.

—¿Es imprescindible que tenga un sabor tan horrible? —preguntó Ce'Nedra, temblorosa.

—Por supuesto que sí. Si las medicinas tuvieran buen sabor, los enfermos sentirían la tentación de prolongar sus dolencias para seguir disfrutando de ellas. Cuanto peor sepan, antes te curarán.

Seda regresó a última hora de la tarde con expresión de disgusto.

—No sabía que existieran tantas formas de coser dos trozos de tela —gruñó.

—Por lo que veo, no has tenido suerte —dijo Garion.

—En realidad no —respondió el príncipe mientras se dejaba caer en una silla. Sin embargo, he logrado recoger todo tipo de opiniones expertas.

—¿Ah sí?

—Un sastre estaba dispuesto a apostar su reputación a que este tipo de punto se usa exclusivamente en Nyissa; una costurera me dijo de forma confidencial que se trataba de una pieza de ropa procedente de Ulgo; y un mentecato afirmó que el propietario de esta prenda era un marinero, pues este punto es el que se usa siempre para coser las velas rasgadas.

—¿De qué hablas, Seda? —preguntó con curiosidad Polgara, que pasaba por la salita de camino a la habitación de Ce'Nedra.

—He estado buscando a alguien que identificara los puntos de este dobladillo —dijo con tono de disgusto mientras agitaba la enagua manchada de sangre.

—A ver; déjame verla. —Seda le pasó la prenda en silencio—. Procede del norte de Drasnia —afirmó ella—. De algún lugar cercano a Rheon.

—¿Estás segura? —inquirió Kheldar poniéndose de pie de inmediato.

Ella asintió con un gesto.

—Ese tipo de punto se inventó hace siglos..., cuando la ropa interior se confeccionaba con piel de renos.

—Esto es exasperante —dijo Seda.

—¿A qué te refieres?

—Me paso todo el día recorriendo la ciudad con esta prenda, subiendo y bajando escaleras, entrando y saliendo de todas las sastrerías de Riva, y ahora resulta que tú sabías todo lo que yo pretendía averiguar.

—No es culpa mía, príncipe Kheldar —repuso ella devolviéndole la enagua—. Si todavía no tienes la iniciativa de venir a mí con pequeños problemas como éste, habrá que considerarte un caso perdido.

—Gracias, Polgara —dijo él con frialdad.

—Entonces la asesina era drasniana —sugirió Garion.

—Una drasniana del noroeste —corrigió Seda—. Esos tipos son muy extraños, peores que los habitantes de los pantanos.

—¿Extraños?

—Reservados, silenciosos, poco amistosos; están muy unidos entre sí y tienen un aire de misterio. En el noroeste de Drasnia todo el mundo se comporta como si llevara los secretos de Estado escondidos en la manga.

—¿Y qué motivo tienen para odiar a Ce'Nedra? —preguntó Garion con expresión de perplejidad.

—Yo no estaría tan seguro de que el individuo que está detrás de esto sea drasniano, Garion —observó Seda—. Los que contratan a otros para cometer asesinatos no siempre buscan a gente de su misma región; y aunque el mundo está lleno de asesinos, muy pocos son mujeres. —El príncipe frunció los labios en una mueca de concentración—. De todos modos, haré un viaje a Rheon y echaré un vistazo por allí.

A principios del frío invierno, Polgara anunció que Ce'Nedra se hallaba fuera de peligro.

—Sin embargo, me quedaré —añadió—. Durnik y Misión pueden arreglarse sin mí unos meses más y casi con seguridad tendría que volver tan pronto como llegara. —Garion la miró, asombrado—. ¿No pensarás que voy a permitir que otra persona traiga al mundo al primer hijo de Ce'Nedra?

Poco antes de la celebración del Paso de las Eras, comenzó a nevar mucho y las calles de Riva se volvieron prácticamente intransitables. El humor de Ce'Nedra empeoró de forma notable. La creciente circunferencia de su barriga la había vuelto muy torpe y la profundidad de la nieve en las calles de Riva la confinaba a la Ciudadela. Polgara soportaba con serenidad las rabietas y los ataques de llanto de la menuda reina y su expresión permanecía inmutable incluso durante los peores estallidos de cólera.

—Tú quieres tener el bebé, ¿verdad? —preguntó en una ocasión con tono incisivo.

—Por supuesto que sí —respondió Ce'Nedra, indignada.

—Pues entonces tendrás que pasar por esto. Es la única forma que conozco de llenar el cuarto de los niños.

—No intentes razonar conmigo, Polgara —dijo Ce'Nedra con tono de furia—. En este momento no estoy de humor para ser razonable.

La hechicera la miró con expresión divertida y Ce'Nedra no pudo evitar reírse.

—Me estoy comportando como una tonta, ¿verdad?

—Sí, un poco.

—Es que me siento tan enorme y fea.

—Eso pasará, Ce'Nedra.

—A veces pienso que sería mejor poner huevos, como las gallinas.

—El sistema tradicional me parece mejor, querida. No creo que tuvieras la paciencia de sentarte sobre un nido.

Aquel año, la festividad del Paso de las Eras llegó y acabó pronto. Las celebraciones en la isla fueron alegres, pero discretas. Era como si toda la población de Riva contuviera el aliento, esperando la oportunidad de celebrar un acontecimiento más importante. El invierno siguió su curso, y cada semana caía más nieve sobre la que ya se había acumulado en las calles. Un mes después del Paso de las Eras, se produjo un ligero aumento de las temperaturas, que duró unos dos días, y el penetrante frío volvió otra vez, para convertir los húmedos bancos de nieve en bloques de hielo. Las semanas transcurrían lentamente y todo el mundo esperaba.

—¿Ves eso? —le preguntó Ce'Nedra, enfadada, a Garion una mañana poco después de levantarse.

—¿Qué, cariño?

—¡Eso! —Señaló hacia la ventana con expresión de disgusto—. ¡Está nevando otra vez! —exclamó con tono acusador.

—No es culpa mía —dijo él, a la defensiva.

—Yo no dije que lo fuera —respondió la joven mientras se volvía a mirarlo con ojos furiosos. La complexión menuda de Ce'Nedra hacía que su abultado abdomen pareciera aún más grande y, a veces, daba la impresión de que lo sacaba hacia fuera para hacer sentir culpable a Garion—. Esto es absolutamente insoportable —declaró—. ¿Por qué me trajiste a este país helado... ? —se interrumpió en mitad de la frase, con una expresión extraña en el rostro.

—¿Estás bien, cariño?

—No me llames cariño, Garion, yo... —se detuvo otra vez—. ¡Oh cielos! —jadeó.

—¿Qué ocurre? —preguntó él, poniéndose de pie.

—¡Oh, Dios! —exclamó Ce'Nedra mientras se llevaba la mano a la cintura—. ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!

—No eres muy clara, Ce'Nedra. ¿Qué te pasa?

—Creo que será mejor que me acueste —dije con aire ausente, y comenzó a caminar por la habitación con pasos torpes. De repente se detuvo—. ¡Oh, cielos! —exclamó de nuevo con mayor vehemencia. Tenía la cara pálida y se apoyaba en el respaldo de una silla—. Creo que deberías llamar a Polgara, Garion.

—¿Acaso...? Quiero decir, ¿vas a...?

—Deja de balbucear —replicó ella con nerviosismo—. Limítate a abrir la puerta y llamar a tía Pol.

—¿Intentas decirme que...?

—No lo intento, Garion, te lo estoy diciendo. —Caminó tambaleante hacia la habitación y volvió a detenerse con un pequeño gemido—. ¡Santo cielo! —dijo.

Garion corrió con torpeza hacia la puerta y la abrió violentamente.

—¡Trae a la señora Polgara! —le ordenó al estupefacto centinela—. ¡Deprisa! ¡Corre!

—Sí, Majestad —respondió el hombre dejando caer la lanza y corriendo por el pasillo.

El rey dio un portazo y volvió al lado de Ce'Nedra.

—¿Puedo hacer algo? —preguntó retorciéndose las manos.

—Ayúdame a meterme en la cama —dijo ella.

—La cama. ¡De acuerdo! —exclamó él mientras la tomaba de un brazo y comenzaba a tirar de ella.

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