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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (26 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—¿Tú has entendido algo? —le preguntó Garion al herrero cuando ambos fueron a devolver las herramientas al cobertizo de los jardineros, junto a los establos.

—No —admitió Durnik—, pero estoy seguro de que sabe lo que hace. Miró el cielo del atardecer y suspiró—. Ya es demasiado tarde para volver al estanque —dijo con tristeza.

Tía Pol y las dos jóvenes visitaban el jardín a diario, pero Garion nunca pudo descubrir qué hacían allí. Una semana después, la súbita llegada de su abuelo Belgarath, el hechicero, desvió su atención de las mujeres. El joven rey estaba sentado en su estudio escuchando la minuciosa descripción que hacía Misión del entrenamiento del caballo que le había regalado un año antes, cuando la puerta se abrió con estrépito y entró Belgarath, sucio por el viaje y con expresión furiosa.

—¡Abuelo! —exclamó aquél poniéndose de pie—. ¿Qué estás...?

—Cierra la boca y siéntate —le gritó el anciano.

—¿Qué?

—Haz lo que te digo. Tú y yo tenemos que hablar, Garion. Mejor dicho, yo voy a hablar y tú vas a escucharme. —Hizo una pausa como para controlar lo que parecía una furia enorme—. ¿Tienes la menor idea de lo que has hecho? —le preguntó por fin.

—¿Yo? ¿A qué te refieres, abuelo? —inquirió el monarca.

—Me refiero a tu pequeña exhibición de fuegos artificiales en las llanuras de Mimbre —respondió Belgarath con frialdad—. Esa súbita tormenta eléctrica que desataste.

—Abuelo —explicó Garion con toda la delicadeza posible—. Estaba a punto de estallar una guerra en la que toda Arendia se hubiese visto implicada. Tú mismo has dicho que no querías que sucediera algo así, de modo que tuve que detenerlos.

—No estamos hablando de tus razones, Garion, sino de tus métodos. ¿Cómo demonios se te ocurrió hacerlo con una tormenta?

—Parecía el mejor modo de llamar la atención.

—¿No pudiste imaginar nada mejor?

—Ya estaban atacando, abuelo. No tuve mucho tiempo para considerar otras opciones.

—¿No te he dicho una y otra vez que no debes jugar con el clima?

—Bueno, era una especie de emergencia.

—Si crees que eso era una emergencia, deberías haber visto la tormenta de nieve que desataste en el valle con tu estupidez y los huracanes que provocaste en el Mar del Este, eso sin mencionar los vientos y tornados que enviaste al resto del mundo. ¿No tienes el más mínimo sentido de la responsabilidad?

—Yo no sabía que iba a provocar todo eso —respondió Garion, atónito.

—¡Pues es tu obligación saberlo, chico! —gritó Belgarath con la cara llena de manchas rojas por la furia—. Beldin y yo hemos necesitado seis meses y sólo los dioses saben cuánto esfuerzo para calmar las cosas. ¿Te das cuenta de que con una sola tormenta tuya puedes cambiar el clima del mundo entero? ¿Y que ese cambio podría significar un desastre universal?

—¿Una pequeña tormenta?

—Sí, una pequeña tormenta —dijo el hechicero con tono mordaz—. Tu pequeña tormenta en el momento y el lugar precisos estuvo cerca de cambiar el clima en los siguientes eones, a lo largo y ancho del mundo. ¡Cabeza de alcornoque!

—¡Abuelo! —protestó Garion.

—¿Sabes lo que significa el término «era glacial»? —El negó con un gesto y cara de perplejidad—. Es una época en que las temperaturas bajan... apenas un poquito. Eso significa que en el norte las nieves no se derriten en verano y se amontonan año tras año hasta formar glaciares, que luego comenzarán a moverse hacia el sur. En unos pocos siglos, esa pequeña exhibición tuya podría haber formado un muro de hielo de sesenta metros de altura sobre los páramos de Drasnia. Habrías enterrado Boktor y Val Alorn bajo hielo sólido, idiota. ¿Es eso lo que querías?

—Por supuesto que no, abuelo. La verdad es que yo no lo sabía; si lo hubiera sospechado, nunca habría hecho algo así.

—Eso sería un gran consuelo para los millones de personas que estuviste a punto de sepultar bajo el hielo —replicó Belgarath con gran sarcasmo—. ¡No vuelvas a hacerlo nunca más! Ni se te ocurra modificar algo si no estás absolutamente seguro de que sabes todo lo que hay que saber al respecto. Incluso en ese caso, es mejor no arriesgarse.

—Pero..., pero tú y tía Pol produjisteis una tormenta en el bosque de las Dríadas —dijo Garion a modo de defensa.

—Nosotros sabíamos lo que hacíamos —gritó el anciano—. Allí no había peligro. —Hizo un enorme esfuerzo para controlarse—. No vuelvas a modificar el clima jamás, Garion..., al menos hasta que hayas estudiado durante mil años.

—¿Mil años?

—Por lo menos. En tu caso, tal vez sean necesarios dos mil. Pareces tener una suerte extraordinaria; siempre te las ingenias para estar en el lugar equivocado en el momento menos oportuno.

—No volveré a hacerlo, abuelo —dijo Garion con vehemencia, temblando al pensar en los enormes muros de hielo moviéndose, implacables, a través del mundo.

Belgarath le dedicó una mirada larga y fulminante, pero luego cambió de tema. Más tarde, cuando recuperó la compostura, se repantigó en un sillón junto al fuego con una jarra de cerveza en la mano. El joven conocía lo suficiente a su abuelo como para saber que la cerveza mejoraba su humor y envió prudentemente a buscar un poco en cuanto hubo terminado el último estallido de furia.

—¿Cómo van tus estudios, chico? —preguntó el hechicero.

—En los últimos tiempos, he estado muy ocupado, abuelo —respondió Garion con tono culpable. Belgarath lo miró larga y fríamente, y el monarca advirtió de nuevo unas manchas en su rostro, lo que indicaba que la temperatura del anciano estaba subiendo otra vez—. Lo siento, abuelo —se disculpó enseguida—. De ahora en adelante, buscaré tiempo para estudiar.

—No hagas eso —dijo Belgarath con expresión de asombro—. Ya has provocado bastantes problemas tonteando con el clima. Si ahora empiezas con el tiempo, sólo los dioses saben cuáles podrían ser las consecuencias.

—No me refería a eso, abuelo.

—Entonces explícate bien. Éste no es un buen tema para malentendidos, ¿sabes? —Entonces se volvió hacia Misión—. ¿Y tú qué haces aquí, pequeño? —preguntó.

—Durnik y Polgara están aquí —respondió Misión—, y pensaron que yo debía venir con ellos.

—¿Polgara está aquí? —inquirió Belgarath sorprendido.

—Le pedí que viniera —explicó Garion—. Está intentando solucionar un pequeño problema por mí; al menos eso creo, pues actúa de una forma bastante misteriosa.

—A veces le gusta dramatizar las cosas. ¿Cuál es exactamente el problema?

—Eh... —Belgarion observó a Misión, que miraba a los dos hombres con expresión de amable interés, y se ruborizó un poco—. Eh..., tiene que ver con el heredero del trono de Riva —explicó con delicadeza.

—¿Y cuál es el problema? —insistió el anciano con terquedad—. Tú eres el heredero del trono de Riva.

—No, me refiero al siguiente.

—Todavía no entiendo cuál es el problema.

—Que no hay heredero, al menos por el momento.

—¿No hay? ¿Qué has estado haciendo, chico?

—Olvídalo, abuelo —dijo Garion, dándose por vencido.

Cuando por fin llegó la primavera, Polgara comenzó a dedicar todo su tiempo a los robles de ramas entrelazadas. Salía al jardín al menos diez veces al día para examinar cada ramita y comprobar si había señales de brotes. Cuando por fin los extremos de las ramas comenzaron a hincharse, apareció una extraña expresión de satisfacción en la cara de la hechicera. Una vez más, ella y las dos jóvenes, Ce'Nedra y Xera, comenzaron a perder el tiempo en el jardín. Garion encontraba aquella afición por la botánica enigmática, cuando no irritante. Después de todo, él le había pedido a tía Pol que viniera a solucionar un problema mucho más serio.

Xera regresó al bosque de las Dríadas en cuanto cambió el tiempo. Poco después, Polgara anunció que ella, Durnik y Misión también se marcharían pronto.

—Nos llevaremos a mi padre —afirmó mientras dirigía una mirada de desaprobación al viejo hechicero, que no dejaba de beber cerveza y de bromear de forma desvergonzada con la sobrina de Brand, la ruborosa Arell.

—Tía Pol —protestó Garion—, ¿y qué hay del pequeño problema que tenemos Ce'Nedra y yo?

—¿Qué pasa con él, cariño?

—¿No vas a hacer nada al respecto?

—Ya lo he hecho, Garion —respondió ella con dulzura.

—Tía Pol, te has pasado la mayor parte del tiempo en el jardín.

—Sí, cariño, lo sé.

Belgarion meditó sobre aquel asunto durante semanas después de la partida de sus visitantes. Incluso comenzó a pensar que tal vez no le había explicado bien el problema a su tía o que ella no lo había comprendido.

Cuando la primavera estaba en su apogeo y los prados que había detrás de la ciudad se volvieron de un intenso color verde, salpicados aquí y allí por brillantes flores silvestres, Ce'Nedra comenzó a comportarse de una forma peculiar. A menudo la encontraba en el jardín mirando a los robles con una extraña expresión de ternura y con frecuencia se marchaba con Arell de la Ciudadela y aparecía al final del día adornada con flores silvestres. Antes de cada comida, bebía un sorbo de una pequeña petaca de plata y hacía una mueca de asco.

—¿Qué bebes? —le preguntó él con curiosidad una mañana.

—Es una especie de tónico —respondió ella, temblorosa—. Está hecho con brotes de roble y tiene un sabor horrible.

—Entonces lo habrá preparado tía Pol.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque sus medicinas siempre saben muy mal.

—Mmm —musitó la reina con aire ausente, y luego lo miró largamente—. ¿Vas a estar muy ocupado hoy?

—No mucho. ¿Por qué?

—Pensé que podíamos pasar por la cocina, coger un poco de carne, pan y queso, y pasar el día en el bosque.

—¿En el bosque? ¿Para qué?

—Garion —respondió ella, enfadada—. He estado encerrada en este horrible y viejo castillo durante todo el invierno. Me gustaría dejar estas paredes húmedas y respirar aire fresco, tomar el sol y disfrutar del aroma de las flores silvestres.

—¿Por qué no le pides a Arell que vaya contigo? Yo no puedo tomarme todo el día.

—Acabas de decir que no tenías nada importante que hacer —le reprochó ella con tono de impaciencia.

—Nunca se sabe; podría surgir algo.

—Eso podrá esperar —dijo ella entre dientes.

—Supongo que tienes razón, cariño —concluyó Garion con dulzura, tras echar un ligero vistazo a su esposa y reconocer las típicas señales de peligro en su expresión—. No veo ninguna razón para que no podamos hacer una pequeña excursión. Podríamos invitar a Arell y tal vez a Kail.

—No, Garion —respondió ella con firmeza.

—¿No?

—Rotundamente no.

Y así, poco después del desayuno, el rey de Riva salió de la Ciudadela de la mano de su menuda esposa y con un cesto lleno de provisiones. Cruzaron el amplio prado situado detrás de la ciudad y caminaron bajo la sombra, moteada por el sol, de los árboles siempre verdes, sobre las empinadas cuestas de los picos coronados de nieve que formaban la columna vertebral de la isla.

Una vez en el interior del bosque, la expresión de descontento se desvaneció del rostro de Ce'Nedra. Mientras paseaban entre los altos pinos, ella comenzó a recoger flores silvestres, con las que luego se hizo una corona. El sol de la mañana se filtraba entre las ramas, salpicando el suelo cubierto de musgo con rayos dorados y sombras azules. La fragancia a resina de los altos árboles siempre verdes era embriagadora y los pájaros revoloteaban alrededor de los troncos gruesos como columnas para saludar al sol con sus trinos.

Después de andar un rato, encontraron un claro cubierto de musgo y rodeado de árboles, cruzado por una cascada que gorgoteaba y susurraba sobre las brillantes piedras hasta caer en un resplandeciente estanque, donde se había detenido a beber un ciervo de ojos tiernos. El animal alzó la cabeza mientras agitaba las delicadas patas marrones, los miró sin temor y luego regresó al bosque moviendo la cola y haciendo resonar los cascos contra las piedras.

—¡Oh, esto es perfecto! —exclamó Ce'Nedra con una pequeña sonrisa en los labios.

Luego se sentó sobre una piedra redondeada y comenzó a desatarse los cordones de los zapatos.

Garion dejó el cesto, se tendió en el suelo y sintió que las preocupaciones de los últimos meses comenzaban a esfumarse poco a poco.

—Me alegra que se te haya ocurrido esto —repuso mientras se estiraba con placidez sobre el musgo cálido por el sol—. Ha sido una gran idea.

—Es natural —respondió ella—. Todas mis ideas son muy buenas.

—Yo no diría tanto. —De repente, se le ocurrió algo—. Ce'Nedra —dijo.

—¿Qué?

—Hace tiempo que quiero preguntarte algo. Todas las dríadas tienen nombres que empiezan con equis, ¿verdad? Xera, Xantha y otros por el estilo.

—Es nuestra costumbre —explicó ella mientras seguía desatándose los cordones de los zapatos.

—¿Y por qué el tuyo no?

—Claro que empieza con equis —respondió mientras se quitaba un zapato—, pero los tolnedranos lo pronuncian de una forma distinta y lo escriben en consecuencia. Las dríadas no escriben ni leen mucho, así que no se preocupan demasiado por la ortografía.

—¿X'Nedra?

—Algo así, pero tienes que pronunciar la equis más suave.

—¿Sabes una cosa? He tenido esa duda durante muchísimo tiempo.

—¿Y por qué no me dijiste nada?

—No lo sé; simplemente nunca tuve la oportunidad.

—Hay una razón para cada cosa, Garion; pero si no preguntas no la descubrirás nunca.

—Ahora hablas igual que tía Pol.

—Sí, cariño, lo sé —admitió ella mientras se quitaba el otro zapato y estiraba los dedos de los pies.

—¿Por qué te has descalzado? —preguntó él ociosamente.

—Me gusta sentir el musgo bajo los pies... y creo que dentro de un rato nadaré un poco.

—Hace demasiado frío y esa cascada viene de un glaciar.

—Un poco de agua fría no me hará daño —dijo ella encogiéndose de hombros, y luego, como si respondiera a un desafío, se puso de pie y comenzó a quitarse la ropa.

—¡Ce'Nedra! ¿Y si viene alguien?

—¿Qué pasa? —inquirió ella con una risa cantarina—. No pienso mojarme la ropa sólo por cumplir con las reglas del decoro. No seas tan mojigato, Garion.

—No es eso, sino...

—¿Sino qué?

—No tiene importancia.

Ella corrió de puntillas hacia el estanque y comenzó a mojarse con el agua helada mientras daba grititos de placer. Luego, con una zambullida larga y perfecta, desapareció bajo el agua y nadó hacia la otra orilla, donde un gran tronco cubierto de moho se hundía bajo la superficie cristalina. Un momento después, la joven reina salió al exterior con el pelo empapado y una sonrisa pícara.

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