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Authors: Fabio Fusaro & Bobby Ventura

Tags: #Autoayuda

La mujer de tus sueños (5 page)

BOOK: La mujer de tus sueños
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En resumen, es muy probable que realicemos la salida ideal, sin errores, pero con lo que podríamos llamar «impacto cero».

Todo estuvo prolijamente realizado, pero nada la impactó, nada salió de lo común, nada nos diferenció de otro con el que tal vez salió la semana pasada o saldrá al otro día.

—La que comentó que estás muy bien fue Ana —me dijo una noche mi amiga Laura.

Ana era una chica que yo había conocido en el cumpleaños de Laura una semana atrás.

Me puse como loco. Ana me había encantado y no me imaginé que ella podía haberse fijado en mí.

Desde ese momento comencé a romperle las pelotas a Laura para que organizara alguna salida de a cuatro con Ana y algún amigo mío.

Luego de ver que mi querida amiga tenía menos intención de hacerme pata que de tirarse en un barril por las cataratas del Iguazú, decidí pasarla a buscar para que le fuéramos a tocar el timbre a Ana diciendo que pasábamos por ahí y que viniera con nosotros a tomar un café.

Ana era del interior y estaba alquilando un departamento en el centro, junto con su hermano, para poder asistir a la facultad de medicina donde cursaba, si mal no recuerdo, el cuarto año.

A los cinco minutos de que Laura le habló por el portero eléctrico, baja Ana y se sube a la parte de atrás del auto.

—Ay chicos… Justo está mi hermano con fiebre y no me puedo ir —dice de manera de saludo.

—Bueno, no importa, nosotros pasábamos cerca… —responde Laura.

—Que lindo auto —me comenta Ana, sólo como para parecer amable y darme algo de conversación, dado que ese auto no tenía nada de extraordinario.

—Es el Mark 5 —le respondo seriamente, ante la mirada desconcertada de Laura.

—Ah… Y vos serías…

—Meteoro —la interrumpo.

—¿Cómo andás Meteoro? —pregunta Ana enganchándose en mi boludez.

—Bien… Buscando un copiloto… ¿No querés ser Trixi?

—Dale…

—Bueno, ¿qué te parece si el viernes te paso a buscar y salimos a probar el Mark 5?

—El viernes… —comienza a decir dubitativa.

—Bueno, te llamo y vemos. Le pido tu teléfono a Laura —le digo mientras pongo en marcha el auto.

—Bueno… Dale…

Ana se despide entonces de Laura y al acercarse para saludarme me dice sonriendo —Chau Meteoro…

—Chau Trixi.

Cuando Ana entra en su departamento pongo primera, arranco y la miro de reojito a Laura, quien estaba como intentando encontrar la explicación a lo sucedido.

—Vos estás loco —me dice seriamente.

—Ta tarara, ta tarara —le canto la canción de Speed Racer, mientras me agacho en el asiento y como el volante con los brazos bien estirados al estilo de los pilotos de fórmula uno.

—Yo no lo puedo creer —me dice con gesto de indignación.

En aquel momento lo único que me importaba era que había conseguido el OK de Ana para llamarla y salir.

Y el viernes siguiente salimos nomás.

Recuerdo que ya cansado de tomar tantos recaudos antes de una cita, esta vez decidí hacer lo que me viniera en mente. Si había resultado la de Meteoro…

En aquel momento estaba como mal visto salir con el autito recién lavado. Yo no sólo lo lavé, sino que le dejé colgado del encendedor el cartoncito perfumado que te ponen en el lavadero.

Puse en el stereo una cinta con temas lentos antiguos y dejé a propósito al lado de la palanca de cambios la cajita del cassette de la telenovela «Dos para una Mentira», en cuya tapa se veían sus protagonistas Horacio Ranieri y Marco Estell.

—¿Y esto? —preguntó Ana, desconcertada, al ver el cassette.

—Un bati repelente infalible contra tiburones —respondí.

—No, en serio —dijo riendo.

—El cassette de «Dos para una mentira» —le dije como si tal cosa, con una sonrisita que develaba mi conocimiento a cerca de lo bizarro de la elección.

—Ay… Ponelo… —dijo Ana riendo.

—Espera… Después… Este otro está bárbaro.

Fue así como al compás de temas como «Lady in Red» o «All out of love» fuimos jugueteando a Trixi y Meteoro hasta Bahamas, un lugar bastante setentoso que quedaba en la costanera y permitía charlar cómodamente en una terraza al aire libre frente al río.

Luego de estar un buen rato charlando animadamente, le dije:

—¿Cruzamos a ver el mar?

—¿El mar?

—Bueno… Qué se yo… Con un poco de imaginación…

El río estaba bastante picadito y había algo de viento, lo cual daba una sensación de qué sé yo que cosa que estaba buena.

Contemplamos el paisaje por un rato y volvimos al auto.

—Querías escuchar éste, ¿no? —le dije antes de poner el auto en marcha, enseñándole el cassette de la telenovela de la tarde.

—Sí… Dale…

Así fue como comenzamos a escuchar a Sergio Dennis decir «Dame luz… Si la sombra nubla al sol…» y un clima de excesivo romanticismo dominó el ambiente.

Su sonrisa inicial por la originalidad de mi cassette comenzó a cambiar.

«…Dame luz… Si el camino se ocultó…»

Yo me limitaba a mirarla a los ojos… O mejor dicho, a admirarla.

«…Dame luz… Si llegó la soledad…»

Ella también me miraba.

«…Si estoy mal… Dame amor…»

Me acerqué y sin quitar mis ojos de los suyos, le corrí el cabello que caía sobre su cara. Ella como un acto reflejo, bajó nerviosamente la mirada.

—No te asustes —le dije sonriendo mientras le levantaba suavemente la cara— sólo quiero darte un beso.

«…Dame luz…»

La besé suave y brevemente. Luego encendí el auto y comencé a conducir lentamente por la costanera, lo cual le hizo sentir que yo no era un zarpado que se le iba a tirar encima y, evidentemente, eso la hizo sentirse segura.

En resumen: lavé el auto, dejé colgado el desodorante, jugué a Meteoro y Trixi, me mandé a tomar algo a Bahamas en la costanera, crucé a ver el río, puse el tema «Dame luz» del cassette de la telenovela «Dos para una Mentira» y terminé ganando.

¿Qué fue lo que me hizo ganar? Que fui distinto. Que no me copié nada de nadie. Que no intenté demostrar lo que no era. Que fui absolutamente original.

Con Ana estuvimos juntos tres o cuatro meses.

Poco tiempo después de romper con ella, invité a salir a otra chica. Y para qué andar pensando. Si tenía una receta que ya había funcionado una vez ¿por qué no iba a funcionar de nuevo?

Volví a lavar el auto, otra vez dejé colgado el desodorante, la llevé a Bahamas, cruzamos a ver el río, dejé a la vista la tapa del cassette de la telenovela «Dos para una Mentira», puse el tema «Dame luz» de Sergio Dennis y terminé ganando.

Ya no me acuerdo cuantas minas me gané haciendo exactamente lo mismo.

Siete… Ocho…

Algunos amigos que conocían la historieta me cargaban.

Yo les respondía: —Y bueno loco, si y haciendo eso ya se que gano, ¿para qué quieren que cambie?

Claro que con el tiempo, me empecé a aburrir de hacer siempre lo mismo.

Parecía Bill Murray en «El día de la marmota» (o «Hechizo del tiempo»).

Un día, las circunstancias me obligaron a encarar a una mujer sin poder seguir con los ya conocidos ritos… Y gané igual.

Es que en realidad no se trataba de una rutina infalible, sino que hasta ese momento me había dado resultado porque el éxito obtenido en otras oportunidades me daba la seguridad y confianza en mí mismo fundamentales para alcanzar el objetivo en cualquier proceso de seducción. Pero principalmente porque me veían como a un hombre que actuaba de manera distinta al resto. Un tipo con buen humor, que se atreve a dejar la para de ese cassette a la vista, que hace o dice cosas sin necesidad de estar permanentemente en pose o midiendo sus comentarios y que se anima a mirarla a los ojos escuchando el tema «Dame luz».

En definitiva, y confesado por algunas de ellas, había sido «original».

Y vos sin darte cuenta

Viste que a los trece, catorce, quince, no te fijás tanto si está buena o si tiene buenas gomas o linda cara. Las prioridades del adolescente que recién comienza con la saga de noviazgos que desarrollará durante toda su carrera amatoria, parecen ser otras. ¿Colocarla? Quizá. ¿Levantarse a alguien por el solo hecho? Quizá. ¿Dar comienzo efectivo a esa saga? Quizá. ¿Buscar el segundo desahogo posible para su torrente hormonal? Quizá. ¿Amor? Quizá.

El tema es que algo pasa para que anden por ahí, refregándose con tanto bicho.

Es muy probable que sea el más puro de los sentimientos, así tan simple como suena. Sí. El amor debe ser la explicación a tanta parejita despareja armada a tan temprana edad.

El caso es que Marcela no era un bichito ni mucho menos, pero no tenía nada que me atrajera físicamente; salvo una cara bonita, compuesta por unos magníficos ojos azules. Pero en algún momento me fijé en ella. Lo recuerdo perfectamente: era una tarde de sábado. Estábamos todo los de la barra boludenando. Marcela se me acercó, me dijo algo y se alejó. Su mirada fue tan intensa y su tono fue tan dulce, que es el día de hoy que no puedo acordarme de eso sin recordar en absoluto qué me dijo. Me di vuelta hacia Gloria, que estaba a mi lado en ese momento, y le dije: —Me parece que esta chica está enamorada de mí.

—Hace seis meses que está enamorada de vos y no te avivaste; y como no le das bola, hoy cuando se le tire Alejando le va a decir que sí —conestó Gloria.

Si estás esperando la «Gran Hollywood», en donde yo salgo corriendo en ese momento tras Marcela, la tomo de los hombros y le zampo un beso a lo Clark Gable, cagaste. Yo tendría catorce años, pero sabía muy bien que si algún amigo la había marcado antes, tendría que esperar mi turno nuevamente.

Pero detengámonos en lo interesante: seis meses de enamoramiento de Marcela hacia mí y yo sin darme cuenta.

¿Cuántas veces decimos esa frase? «Y yo sin darme cuenta…»

La falta de percepción es un denominador común en la gente. Una verdadera lástima, dado que ser perceptivo es una fuente de inagotables recursos para conquistarla.

Yo creo que la percepción es algo inherente al ser humano, que todos tenemos despierto en mayor o menor grado y que se puede ejercitar y desarrollar en beneficio de uno, y de ella, dado que la resultante de nuestras percepciones son acciones que normalmente logran hacerla sentir de maravillas.

Para desarrollar un alto grado de percepción hay que dejar que el instinto trabaje por sobre la razón y luego complementarlo con la misma.

Mirala a los ojos, para conocer sus verdades.

Abrí bien los ojos, para conocer su mundo.

Escuchala más de lo que le hablás, para conocer sus deseos e inquietudes.

En síntesis: prestale atención, interesate profundamente, tenela en cuenta.

Todo eso es muy instintivo, está relacionado con los sentimientos y por lo tanto, puede trabajarse si uno no está acostumbrado a hacerlo naturalmente. Es algo que se ejercita con rutina, paciencia y voluntad.

Luego hay que darle un apoyo racional. Unir todos esos datos que registran los sentidos en un razonamiento acerca del otro.

Por ejemplo: si usa todo el día una remera con la cara del Che Guevara, lo más probable es que no frecuente mucho los desfiles de moda de Laurencia Adot. Ahora, bien: esto es solo un dato. Por ahí te cruzaste con una cosmopolita. Entonces, un dato solo no basta. Tenés que recoger más, antes de elaborar una conclusión y una estrategia de acercamiento.

La mayoría de los tipos se queda con que la remera del Che la hace unas gomas fabulosas y muy pocos le suman a eso si la cara del Che significa algo o si ella no sabe quién fue.

Si vos, en cambio, vas sumando datos chiquitos como ese, en muy poco tiempo podés saber mucho de ella. Esa información te va a ser muy útil.

Primero, porque vas a poder, como ya dijimos, elaborar una estrategia de acercamiento más efectiva.

Segundo, porque vas a poder evaluar la compatibilidad de caracteres antes de comprometerte afectivamente. Vas a conocer más su mundo, saber si te gusta y seguramente, vas aprender cosas nuevas.

Y lo mejor: a ella le va a encantar que vos estés pendiente de ella como nadie. Que vos permanentemente la sorprendas con algo que le gusta. Le vas a hacer bien. Las sorpresas gratas hacen bien.

Mercedes tenía la mejor cara que cualquier mujer pudiese tener y un cuerpo que acompañaba. Podías detenerte en los ojos y nunca mirarle el cuerpo, aunque si bajabas un poco la mirada, lo que ibas a encontrar era también muy interesante. Era una de esas chicas con las que entrás a algún lugar y no para de mirarte todo el mundo. Era igual que Brook Shields cuando hizo «Pretty Baby»; sólo que en vez de doce, Mercedes tenía diecinueve años.

Estudiaba psicología o filosofía, no me acuerdo. Lo que recuerdo bien era que la segunda vez que salimos, charlando sobre los estudios, me comentó que estaba medio embolada porque tenía que hacer una monografía para la facultad sobre el amor platónico y entregarla al mes siguiente y le parecía una real pérdida de tiempo.

Aún no nos habíamos besado y la señorita estaba de novia, con lo cual, el tema venía medio dilatado. Pero era tan linda, que valía la pena seguir. Valía la pena hacer casi cualquier cosa. Como por ejemplo, aparecerme a la semana siguiente con la monografía escrita.

¡Vieras la cara!

Me había tomado unos años, pero desde lo de Marcela hasta acá, había aprendido el supremo valor de escuchar, abrir los ojos, observar, pensar, percibir, callar y hacer.

Y no sólo besé durante bastante tiempo a la Brook Shields argentina, sino que además aprendí que el amor platónico no es lo que todo el mundo cree (si querés saber qué es realmente, comenzá a ejercitar tu observación ahora mismo: abrí un diccionario y buscá «Platón»).

El humor de Don Vito

Mi viejo tiene un humor envidiable. Don Vito se levanta a la mañana y ya está cantando, sonriendo, bromeando. Vuelve del laburo y sigue cantando, sonriendo, bromeando. Y no es que no tenga problemas como la gente normal. Tiene un humor increíble. Mirá que se lo use a prueba miles de veces…

Bueno. Al igual que la gente se le reúne al lado a Don Vito en los cumpleaños, las chicas prefieren a los chicos que las hacen reír. El buen humor es una de las armas para llamar la atención de una mujer; y casi te diría que es la más efectiva. Nunca seduje a una chica sólo por ser gracioso, pero hacerlas reís me abrió las puertas del corazón de todas, sin excepción. Quizá muchas de ellas empezaron por un «Mirá qué simpático el negrito» y terminaron viendo otras cosas más. Y seguro que ninguna dijo nunca «Me gusta porque es serio, jamás lo vas a ver reír».

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