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Authors: Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA, nº 93

La mirada de las furias (6 page)

BOOK: La mirada de las furias
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Éremos volvió a asentir y terminó de mordisquear un pastelillo antes de contestar. Por lo que había aprendido en la esfera de información, el simulacro de colaboración inter compañías que existía en su tiempo había dejado lugar a una hostilidad tan clara y abierta como entre leones y hienas. La Honyc, la Asell, la Akira o la todopoderosa Tyrsenus, ante la práctica impotencia del GNU, libraban sus guerras de taifas en un escenario más amplio y espectacular que el de la antigua España musulmana, pero no menos mezquino.

—Es un viejo problema, me temo —comentó; y no pudo dejar de preguntarse si la doctora sabría algo sobre su larga congelación—. Sería interesante que los investigadores de las compañías pudieran compartir conocimientos. Trabajar en soledad nunca es productivo.

—No lo es. Pero todas las compañías, incluyendo la nuestra, quieren ser las primeras y las únicas en conseguir superar la barrera de la luz. ¿Se imagina el poder que representaría para una de ellas detentar el monopolio del transporte fuera del Sistema Solar?

Éremos asintió. La sempiterna miopía humana.

—¿Y qué me dice de los centros de investigación estatales? ¿No han obtenido colaboración de ellos?

La doctora rió, divertida, y se echó al coleto un buen trago de vino. No parecía una bebedora exquisita, pero sí entusiasta.

—Aunque nos la quisieran dar sin obtener nada a cambio, cosa que dudo, no merecería la pena. Yo he trabajado durante cuatro años en el CIE mientras…

—Perdone. ¿Cómo ha dicho?

—El CIE, el Centro de Investigaciones Europeas… El antiguo CERN.

Ella pareció sorprendida de su ignorancia. Éremos se sintió incómodo durante un momento. Hasta el momento no había experimentado ningún shock temporal, pero sí la sensación de que le habían trasladado a una mansión enorme de la que apenas empezaba a conocer unas pocas estancias.

—No la había oído bien. Por favor… —La animó a continuar con un gesto.

—Le decía que terminé el doctorado en el CIE. La verdad es que los medios eran bastante buenos, pero el funcionamiento… bien, deja mucho que desear. Los burócratas no paran de meter las narices en todo y discutir por mil créditos arriba o abajo y siempre hay que andar explicando el trabajo a funcionarios que no tienen la menor idea de lo que les estás hablando. Las compañías sobornan al personal para obtener los pocos secretos que puedan descubrirse allí, sólo trabajan los peores o los más jóvenes, y éstos no tardan en irse a las compañías con sueldos mucho mejores…

—¿Fue ése su caso, doctora Thorman?

Ella se sonrojó un poco más y le dirigió una mirada molesta, que él sostuvo sin pestañear.

—No se vaya a creer que fue sólo por las remuneraciones; ni siquiera le diría que fuera la razón principal. Prefiero la forma de trabajar en una compañía. La libertad es mayor y los medios, aunque no sean mucho más abundantes, sí se corresponden mejor con las investigaciones que queremos desarrollar. Yo no tengo que responder ante nadie de cómo avanzan mis proyectos a cada cuarto de hora. En la compañía quieren que les informe periódicamente de los resultados, y poco más.

—Resultados… ¿Han obtenido algo de provecho? Les interrumpió la llegada del camarero con el segundo plato, que era un pescado sintético nadando en una exótica salsa plagada de objetos de aspecto alienígena. La botella de vino hizo arrugar a Éremos la nariz y pensó en pedir alguna cosecha que conociera; pero se dio cuenta de que ahora todas serían veinte años más antiguas, de modo que se calló. La doctora probó su plato, hizo un comentario apreciativo, y prosiguió con su disertación.

—Verá, todos nos habríamos tomado las cosas con mucha más calma si no hubiese sido por los Tritones. Desde hace muchos años se habían adelantado soluciones teóricas para viajar entre las estrellas en un tiempo razonable, pero todas chocaban con un muro de imposibilidad técnica que nos impedía llevar a cabo tan siquiera una pequeña parte de nuestros supuestos. Agujeros negros, agujeros de gusano, efectos cuánticos a gran escala, cuerdas cósmicas deformando el espacio-tiempo, partículas exóticas, clusters de materia oscura, alguna de las soluciones de los sistemas cuarto y sexto de Bernard… Ya se habían adelantado todas estas posibilidades hacía mucho tiempo, pero lo cierto es que no habíamos avanzado demasiado.

De lo cual tenían mucha culpa tanto el hermetismo que había acabado cayendo sobre este tipo de investigaciones como la competencia entre las compañías, se dijo Éremos.

—La técnica requerida para experimentar todas esas teorías estaba y sigue estando muy lejos de nuestro alcance. En nuestro departamento, como hacen en muchos otros, los experimentales intentan desarrollar nuevas técnicas y materiales capaces de aguantar presiones inmensas, radiaciones que rompen núcleos atómicos o fuerzas de marea que convertirían la nave más sólida en un fideo. Los teóricos tratan de conseguir en sus ecuaciones soluciones más simples que no requieran técnicas fuera de nuestro alcance… pero los resultados siguen siendo tan desesperanzadores como siempre.

—Y me imagino —comentó Éremos— que todos hubieran acabado por abandonar ese campo si hace diez… treinta años no hubieran aparecido en escena los Tritones, ¿no es así?

—En efecto. Cuando aparecieron en nuestro Sistema Solar y transportaron a los primeros pioneros a cientos de años luz, supimos que las ecuaciones tenían soluciones posibles.

Evidentemente, la doctora no debía saber que el propio Éremos había sido uno de aquellos pioneros. Una de las pocas misiones en que no había tenido que cobrarse ninguna vida.

—Por desgracia, los Tritones son muy reacios a compartir su sabiduría.

—Lo expresa usted con mucha suavidad. Se niegan en redondo, y eso es lo más frustrante. Sabemos que la solución existe, pero está fuera de nuestro alcance.

—El suplicio de Tántalo —comentó Éremos en voz baja; ella o bien ignoró su comentario o no llegó a escucharlo y prosiguió:

—Yo misma he viajado a Jotunheim, que está a más de doscientos años luz, con la esperanza de descubrir algo, pero no fue así. Esos condenados peces saben ocultar bien sus secretos.

El tercer plato era un asado de carne. La sustancia base era la misma que la del pescado, pero los saborizantes estaban peor conseguidos. Éremos la picoteó con desgana y se concentró en la nueva botella de vino, un tinto de alguna procedencia que le era desconocida, pero con un cuerpo y un aroma bastante satisfactorios.

—¿No tienen ustedes algún indicio que los guíe al menos en una dirección determinada?

—No. ¿Ha viajado fuera del sistema alguna vez?

—Nunca —mintió Éremos. Era un engaño razonable, puesto que prefería escuchar la explicación de la doctora.

—Verá, al principio embarqué en una nave mixta de pasajeros y carga, de las nuestras, por supuesto, impulsada por un motor de fusión bastante convencional, ya sabe.

—Ya, entiendo. ¿Qué pasó entonces?

—A unos diez millones de kilómetros de la Tierra se nos dijo por megafonía que habíamos llegado al punto de transferencia. En ese momento cegaron las ventanas y, no sé, sentí algo raro, como si… Como si me hubieran robado tiempo, un segundo, un minuto, como el corte de una película.

Éremos asintió. Conocía perfectamente la sensación.

—Y entonces nos volvieron a comunicar que la transferencia ya se había producido. Y estábamos a años luz de distancia. ¿Cómo? No tengo la menor idea. Lo más que sabemos es que hay naves Tritónides cerca de las nuestras cuando se produce la transferencia, pero qué hacen es imposible averiguarlo. En ese intervalo que yo creí haber perdido, cuando se intenta observar desde el exterior hay unos minutos de ceguera total en nuestros instrumentos. No hay radiaciones de ningún tipo, ni ondas gravitatorias: aparece de repente una especie de horizonte de sucesos, y después no hay nada, ni nave terrestre ni nave Tritónide.

—Eso parece magia.

—Una tecnología lo bastante avanzada es indistinguible de la magia. —Éremos se sonrió. La doctora había caído en su pequeño experimento estímulo-respuesta y había contestado justo como él esperaba. ¿Sabría que aquella afirmación la había enunciado un antiguo autor de ciencia ficción?—. Es de esperar que una civilización capaz de superar la velocidad de la luz posea otros avances insospechados para nosotros.

La doctora hizo un vago gesto con la mano, sugiriendo que ya se había aburrido de aquella conversación. Después de apurar su última copa, rebuscó algo en su bolso, lo sacó y lo puso en la mesa, entre ambos. Éremos sintió un leve sobresalto. Aquellas dos píldoras rosas, en forma de corazón, eran, según le había informado la esfera, cápsulas de Cupido. Una forma de sugerir mayores intimidades sin necesidad de recurrir a enojosas palabras.

—No sé si habrá tiempo. Esa cita que tengo…

—Queda una hora y media, más que suficiente… —La doctora Thorman acercó su rostro al de él, y al hacerlo apoyó sus más que encantadores senos en la mesa; una visión capaz de alterar sistemas hormonales menos controlados que el de Éremos—. Mi habitación está cerca.

Según la esfera de datos, Honnenk estaba cómodamente retirado, sin ningún cargo oficial en la compañía. Era el consejo, presidido por P. Honnenk nieto, quien tomaba las decisiones. Sin embargo, pese a lo que se dijera oficialmente, el viejo, como Éremos había sospechado, seguía sujetando las riendas.

Nunca antes se había entrevistado en persona con el señor Honnenk. El asunto prometía ser importante para justificar ese encuentro y su propia reanimación.

—Tenía ganas de conocerlo, profesor Éremos. —La voz del anciano era de lija, inerte en el tono, pero precisa y ágil en las palabras—. ¿Le apetece un coñac?

—Sí, gracias.

El propio Honnenk le sirvió la copa. A un décimo de gravedad, el líquido caía mansamente de la botella. Éremos lo probó. Era un auténtico matarratas que bajaba por la garganta abrasando como un chorro de alcrebite.

—Un coñac muy… personal —comentó, dejando la copa sobre el escritorio, que era de madera antigua, ya deslustrada en algunos lugares. El viejo se rió entre dientes que, postizos y todo, se veían amarillentos por el humo.

—Hay que tener dos cojones para beberse eso, pero si después de lo que nos gastamos en usted no se los dejamos bien puestos, malo habría de ser.

—Si se refiere usted a mis órganos sexuales externos, creo que sí, que el departamento de genética los colocó en el sitio habitual.

—Vaya, observo que tiene sentido del humor. Creía que una persona sin emociones carecería de él.

Éremos se limitó a encogerse de hombros. Otra explicación sobre el verdadero alcance y significado de «sin emociones» le parecía fuera de lugar.

—Sí —prosiguió el viejo, como hablando para sí mismo—. Después de todo lo que nos gastamos en usted… nuestro juguete más caro. Pero hasta ahora ha sabido servir bien a la compañía. Tal vez sea al producto del que más orgullosa pueda sentirse esta casa. Lástima que las leyes nos impidan enseñarlo al mundo…

Como en el pasado, recordándole que su vida pendía de un hilo muy fino, el del anonimato. Si algo les había preocupado siempre era que pudiera tomar sus propias decisiones y que no estuvieran orientadas hacia los intereses de la compañía.

—Los juguetes más caros se guardan en las vitrinas —respondió Éremos—. A veces, en vitrinas de hielo.

—Fue por su bien, créame. Empezaba a haber rumores, y la caza de genetos estaba en su apogeo. Resultaba muy difícil esconderlo.

Esconderlo no, se dijo Éremos, pero sí utilizarlo. ¿Para qué les hubiera servido un geneto envejeciendo en una universidad de Madrid, sin poder amortizar la inversión que habían hecho en él? No, mejor correr el riesgo de la congelación, esperar tiempos mejores y volver a sacarle provecho. El hubiera aconsejado lo mismo. Ni aunque hubiese sido capaz de sentir tal emoción les hubiese guardado rencor por ello.

—Me imagino que, si me han sacado de la vitrina, será porque se vuelven a requerir mis servicios. Pero hasta ahora nada claro se me ha dicho.

—Entiendo su impaciencia. —El viejo volvió a reír. Era un sonido aún más desagradable que el de su voz—. ¿La impaciencia es algo puramente racional?

—Soy una persona sumamente paciente, sea eso racional o no. Pero —eligió las palabras con meticulosidad de cirujano—, experimento cierta curiosidad por saber lo que la compañía quiere de mí. Estoy desorientado.

—¿De veras?

Había en la sonrisa del viejo una complicidad que hizo meditar a Éremos. Sin saberlo, debía de haber recibido algún indicio sobre la naturaleza de su misión. Por el momento, aparte de las informaciones generales de la esfera, el único conjunto de datos con contenido lo había escuchado en la charla informal con la doctora Thorman. (La conversación que habían mantenido después del almuerzo no había sido tan coherente, aunque tampoco careciera de interés.)

—Según entiendo, me necesitan para solucionar algún problema relacionado con el viaje interestelar. ¿Han escuchado ustedes mi conversación con la doctora?

—No hemos interceptado su almuerzo… ni su sobremesa. No ha sido necesario. Conociendo su inquisitiva curiosidad (una actitud para la que fue diseñado), supuse que habría interrogado a la doctora acerca de su trabajo. Era una forma más agradable de introducirle en materia.

El viejo dio otro sorbo a su copa e invitó a Éremos a que hiciera lo propio. Como joven guerrero en una prueba de iniciación, volvió a someterse con estoicismo a la ordalía del coñac. Después de aclararse la garganta, repuso:

—La doctora Thorman es una agradable… divulgadora. Pero no creo que necesiten mis servicios en su departamento científico. Las tareas que pueda realizar gracias a mis implantes no creo que aventajen mucho al trabajo de sus equipos de científicos y ordenadores. En el pasado lo intenté y no saqué demasiado en claro.

—Como siempre, se le necesita por su cerebro, y para una investigación, pero de otro tipo.

Éremos meditó unos segundos y en su distracción estuvo a punto de volver a beber de la copa, pero se lo pensó mejor.

—Investigación no científica sobre transporte a velocidad superlumínica. ¿Han descubierto algo las otras compañías?

El viejo negó con el movimiento casi imperceptible de un mandarín.

—Eso quiere decir… los Tritones. ¿Sabe usted lo que podrían hacernos si supusieran que los espiamos? Y no me refiero sólo a lo que pudieran hacer a la compañía, sino a toda la humanidad.

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