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Authors: Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA, nº 93

La mirada de las furias (28 page)

BOOK: La mirada de las furias
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Honnenk Jr. bajó la cabeza, incapaz de sostener la mirada de aquellos ojillos velados. No podía sentirse culpable de traicionar a alguien de quien había aprendido la falta de escrúpulos, pero en ese momento pensaba de sí mismo lo que su abuelo le echaba en cara: que era un perfecto idiota.

—Lo de la Tyrsenus era una maniobra de distracción, abuelo. Pero con el GNU buscaba obtener ventajas muy importantes para la Honyc. Habíamos pactado explotar a medias el descubrimiento, pero a espaldas de los tyrsenios llegué a un ac…

—¡No te disculpes, estúpido! —El viejo estaba tan furioso que le temblaba la mandíbula, y Honnenk Jr. alumbró la vana esperanza de que lo fulminara una apoplejía—. La norma de esta casa y de esta familia ha sido siempre que todo el poder entre y que nada de él salga. ¡Actuar siempre en el seno de la Honyc y para su exclusivo interés! Te has mezclado con la burocracia y te has infectado de su misma ineptitud.

—¿Qué vas a hacer conmigo?

—Nada. Eres el hijo de mi hijo y no pienso mancharme los dedos con mi propia sangre. Lo que ocurra contigo ahora es asunto de Newton. EI sabrá decidir fríamente lo mejor para la compañía.

La imagen del anciano comenzó a desvanecerse como una bruma ante los ojos de Honnenk Jr., que comprendió ahora por qué el lóbrego despacho no olía a tabaco.

—Y no creas que las cosas van a salir como tú piensas —le dijo su abuelo antes de desaparecer—. Éremos va a ser más difícil de liquidar de lo que tú y los tuyos os creéis. El sí tiene las pelotas que hacen falta para beberse mi coñac.

Honnenk Jr. se había quedado a solas con el genedir. ¿Era una ilusión suya o los ojos huecos de Newton le observaban y en sus labios exangües asomaba una sonrisa de alegría?

—Eres una chica preciosa. ¿Qué haces aquí en Radam?

Amara levantó la mirada de su plato de sopa y estudió a la recién llegada con ojos que eran azules como el océano a mediodía en un atolón de coral. Su olfato era capaz de detectar cualquier emisión de feromonas y sabía perfectamente quién y cuándo se sentía atraído por ella. Aquella mujer tenía más intereses que el puro placer de la conversación.

—No me gusta hacerlo con tías —contestó desabrida.

—No me interpretes mal. Sólo quería hablar contigo. Me llamo Silke. ¿Puedo sentarme?

—Adelante, si te pagas lo tuyo. —La joven volvió a observar a su interlocutora con ojo crítico. Era alta y fuerte y apestaba a lesbiana a tres kilómetros, pero había algo más en ella; una mujer de acción, intuyó. «
Nunca se sabe de dónde se puede sacar información
», pensó, y decidió soportar su compañía unos minutos.

—Tienes pinta de recién llegada. Es curioso, suelo enterarme de todas las que vienen nuevas. ¡Un martini con ginebra, por favor! —pidió, dirigiéndose al camarero—. ¿Cómo te las has arreglado para llegar aquí y librarte del mono amarillo sin que yo me entere?

Amara la obsequió con una sonrisa a la que ni el sarcasmo privaba de belleza. Nadie hubiera sospechado que sus blanquísimos dientes eran de un material tan duro como el acero y que cuatro de ellos escondían venenos letales.

—Utilizando mi cuerpo, ¿cómo va a ser? No me gusta montar en teleférico, así que conseguí que me bajaran en deslizador. Se lo tuve que hacer al piloto y a un par de polis, claro. No me lo pasé demasiado mal. Me encanta el sexo, pero sólo con hombres. Ya te he dicho que no me gustan las tías.

—Tú te lo pierdes. Pero no venía a proponerte nada de eso. Es simplemente que pienso que las mujeres debemos protegernos mutuamente en un lugar como éste. Sabrás que somos mucho menos numerosas que los hombres.

—Por suerte para mí: así me puedo acostar con más. Ve al grano, por favor.

La voz aterciopelada de la joven contrastaba con la crudeza de sus palabras. Solía disfrutar de las sensaciones contradictorias que despertaba en los demás. Aquella valquiria seguramente había pensado que iba a encontrarse con una tierna gatita, pero ya se estaba percatando de su error.

Silke le explicó que existía en Radamantis una organización llamada Lisístrata, compuesta por mujeres, que, a cambio de una moderada cuota —las cuotas siempre son moderadas al parecer de quienes las piden— protegía a sus asociadas de cualquier agresión que pudieran sufrir por pertenecer a su sexo. Somos muy eficientes, una chica como tú debería andarse con cuidado en un lugar como Radam, etcetera.

—Pues hasta ahora no me ha ido nada mal.

—No lo dudo, y no quiero decir que… Es decir, no es que te aconseje que no te acuestes con nadie, eres muy libre. Pero nosotras podemos darte la seguridad de que sólo lo harás con quien tú quieras, ¿entiendes?

La joven asintió con un parpadeo que era una parodia de insinuación.

—Te lo agradezco, pero sé defenderme yo solita. Por el momento prefiero no recurrir a vosotras. Siempre he sido un poco tacaña, ¿sabes?, lo aprendí de mi madre.

—Espero que sepas lo que haces. —Silke hizo ademán de levantarse, con el mismo gesto indignado del varón que se ofende porque una mujer ha malinterpretado sus intenciones, cuando precisamente ella ha acertado en el centro de la diana.

—Espera un momento, por favor.

—¿Qué quieres?

—Sólo que mires esto un instante y me contestes a una pregunta.

—No tengo por costumbre responder a interrogatorios.

Amara cogió de la mano a la agente de Lisístrata y tiró de ella con falsa suavidad. El rictus de dolor que se dibujó en la boca de Silke le provocó un placer ya conocido y que sabía que debía controlar. Acercó el dedo índice al ojo derecho de la mujer y proyectó en su retina la imagen deseada.

—¡Infiernos! ¿Qué es esto?

La joven volvió a sonreír, orgullosa de su nuevo juguete, el nanoproyector que habían insertado junto a la salida del espolón retráctil de su uña.

—Esto es un hombre. Se llama Éremos, aunque seguramente aquí responda por otro nombre. Me gustaría que hicieras memoria y me dijeras si lo has visto.

La mujer de Lisístrata se apartó y se frotó los párpados con rabia.

—¿Y por qué coño iba a decírtelo?

Amara aumentó la presión hasta sentir cómo los dedos de la valquiria crujían entre los suyos. Vigiló ansiosa cualquier gesto de dolor, pero Silke logró reprimirlo, aunque empezó a palidecer.

—Porque si no lo haces te romperé todos los huesos aquí mismo, delante de ese camarero que nos está mirando y pensando que tierna escena.

—¡Gilipollas, acabas de llegar y ya te estás metiendo justo con quien no debes!

La joven apretó aún más. Por fin se marcaron pequeños surcos de dolor alrededor de los ojos de la estoica valquiria.

—¡Basta! —susurró Silke—. Me vas a romper la mano.

—¡Pero si precisamente es eso lo que te estoy diciendo! ¿Quieres que te suelte? Pues dame la información sobre ese hombre. No creo que sea nada tan difícil ni costoso.

—Lo conozco, lo conozco. Se llama Jonás Crimson. Llegó hace unos días a Radam y se las arregló para no tener que bajar a las térmicas. Ha estado trabajando para el Turco, el burgrave de Tifeo.

—Esto ya va mejorando.

Amara tiró de la mano de Silke y la obligó a que le acariciara el cuello.

—¿Te gusta mi piel? ¿Verdad que está tersa y sedosa? Eso me suelen decir los hombres… los que se saben esas palabras, claro —añadió con expresión viciosa. Un segundo después volvió a apretar la mano de la mujer y le clavó una mirada de dureza diamantina—. Escucha bien lo que te digo: ese hombre es mío, ¿entiendes? Me tienes que llevar hasta él.

—¡Ay! Maldita sea, deja de apretarme los dedos. ¿Es que crees que estoy sorda? Te diré lo que sepa cuando me entere.

—No soy idiota. Sé que me contestas así para que te suelte, pero yo quiero una respuesta sincera. Me gusta la sinceridad, ¿sabes? Necesito a ese hombre, y si me lo consigues te recompensaré. —Obligó a la valquiria a acercarse más y le posó la mano sobre sus senos. Entrecerró los ojos fingiendo placer y ronroneó—. ¡Mmm! La verdad es que hay cosas que nunca he probado y a lo mejor no están tan mal. Me lo contarás, ¿verdad?

—Sí. —Era extraña y agradable la mezcla de temor, odio y deseo que se leía en los ojos de la mujer.

—Si me engañas, te buscaré y cuanto te encuentre no te alegrarás. Pero si te portas bien conmigo, yo me portaré bien contigo. ¿Entendido?

—Sí, perfectamente.

—De acuerdo. Puedes irte a buscar mi información. Supongo que, como en tu organización sois tan listas, sabrás dónde encontrarme.

La joven se quedó sola. Probó la sopa, que de tan fría ya se estaba cuajando. Levantó la mano y el camarero acudió solícito a retirarle el plato. No tardó en llegar el entrecot, una pieza enorme y sanguinolenta que devoró con la avidez de un depredador.

Así gustaba de considerarse: una depredadora envuelta en carne humana. Como un tigre, se dejaba llevar por sus instintos cuando cumplía la tarea para la que había sido diseñada. Tal vez ahora se había arriesgado actuando así con la mujer de Lisístrata, pero era su naturaleza y no podía huir de ella. Tarde o temprano cometería un error en alguna de sus misiones y la matarían; no la habían diseñado para ser eterna. Sólo esperaba tener la oportunidad de cazar a Éremos, el hombre de la Honyc, antes de morir. Cuatro años atrás había surgido del tanque matriz, crecida y armada como una diosa, y desde entonces había oído hablar de Éremos, el asesino de su antecesora, a quien consideraba a la vez su madre y su hermana. ¿Cuántas veces había soñado Amara II, clon de aquella primera Amara que fracasó, con poseer a Éremos antes de matarlo? Pero el geneto de la Honyc había desaparecido del mundo mucho tiempo atrás y nadie sabía dar cuenta de él.

—Volverá —le decían sus instructores—. Volverá. Es una creación demasiado perfecta y cara para que la hayan destruido. De una manera u otra lo tienen escondido, y saldrá a la luz cuando sea el momento. Como hemos hecho contigo.

«
Sólo que tú eres más perfecta
», añadían orgullosos. Muchas noches se dormía con las imágenes del vídeo en que aparecían los restos ultrajados de la primera Amara, y se hundía en brazos del sueño con los dientes apretados y la palabra venganza atrapada entre ellos. Había sido una muerte humillante, pero no se repetiría. Aquella vez Éremos había ido a cazar a una Amara desprevenida; ahora el hombre de la Honyc, al que la Providencia había devuelto a la vida, sería la presa.

La caza del cazador, susurró Amara mientras desgarraba un nervio de la carne. Sonaba bien, después de haber malgastado sus cualidades en estúpidos antílopes y grasosos cerdos de dos patas. Después de triunfar en aquel reto su vida ya tendría un sentido y no importaría que la muerte llegase en cualquier momento.

Maldini era un hombre corpulento y rubio, de unos cuarenta años, que en tiempos debía de haber sido musculoso; pero ahora las carnes colgaban fláccidas de su cintura y la grasa redondeaba sus nudillos como la mano de un bebé. Tumbado en una hamaca al borde de la piscina, recibía en la tripa el calor del techo UVA mientras tres muchachas esculturales chapoteaban con desgana en el agua.

Amara observó que todos los hombres que rodeaban a Maldini tenían el mismo color de pelo, a imitación de su jefe, pero la mayoría se conservaban en mejor forma que él. La enorme jarra de cerveza que reposaba en una mesilla junto a la hamaca, a medio terminar, era muy elocuente. Maldini parecía un hipopótamo abrevando en aquella alberca ocre.

—¿De modo que los tyrsenios te mandan a ti? Eres un verdadero bombón. ¿Le habéis leído el código, Armand?

—Sí, jefe. Es auténtico.

—Acércate, que te vea mejor. ¿No te apetecería darte un baño con mis chicas?

Amara sonrió sarcástica.

—Tengo hidrofobia y cuando me mojo muerdo. Siempre que estoy mojada muerdo, ¿entiendes?

—Vaya, eso me gustaría comprobarlo. Ya tendremos tiempo… si quieres —se apresuró a añadir Maldini al captar un brillo acerado en la mirada de Amara—. Que conste que soy un caballero. No pienses que te faltaría jamás al respeto.

—Ni se me había pasado por la cabeza. Bien, señor Maldini, tenemos un trabajo que hacer. Hace poco que ha llegado aquí un hombre que se hace llamar Jonás Crimson. Creo que ya se ha hecho notar.

Maldini se bajó de la hamaca con ciertos esfuerzos para no caer rodando y acomodó su cintura temblona en una butaca de plástico. Un trago digno de Caribdis agotó la efímera existencia de la cerveza que por unos minutos le había hecho feliz. Antes de que hiciera tan siquiera un gesto, una de las chicas ya había sustituido la jarra vacía por otra rebosante de espuma y cubierta por gotitas de escarcha que prometían paraísos de frescura.

—Así es. Ese Escarlata ha sabido arrimarse al sol que más calienta… de momento. ¿Cómo no le acercáis un asiento a nuestra invitada? ¿Qué quieres tomar?

—Una jarra de ésas me vendría bien. Aquí hace mucho calor. No sé cómo lo puedes aguantar.

—Eso me pregunto, cómo puedo aguantar el calor que siento cuando te miro… Tengo un poeta en nómina, así que cuando me escriba algo ocurrente para ti te lo recitaré.

—Gracias —respondió Amara, aunque no estaba muy claro si lo decía por la cerveza que le acababan de poner sobre la mesa o por las palabras de Maldini—. Volviendo a Crimson…

—Sí, se las ha apañado para convertirse en el nuevo protegido del Turco. Parece que le ha tomado mucho aprecio.

—Pues lo siento por ese Turco, porque tendrá que llorar a un amigo muerto.

Maldini sacudió la cabeza.

—Caramba, eres más dura que una película de piratas del espacio. Así que Crimson molesta a los tyrsenios… Lo que siento es que me enfrentas a un conflicto de sentimientos. Por supuesto que respeto a los que te han mandado…

—Creo que les debes tres de cada dos jarras que te bebes.

—…pero también siento respeto y gratitud por el señor Rye, que ha sido mi mentor desde hace mucho tiempo. No me gustaría contrariarle, porque sé que es un hombre con un temperamento muy colérico… a no ser que nuestros amigos me aseguren que me respaldarán si les quito de en medio a Crimson.

—Eso está hecho. Pero no hará falta que te manches las manos. Tú llévame hasta él y yo me encargaré de todo.

—¡Por favor, carissima Amara! Prefiero manchar unas manos tan toscas como las mías antes de que caiga una sola partícula de suciedad en esas maravillas de… —Maldini buscó inspiración en un nuevo sorbo y añadió—: alabastro.

—¿Tienes un interfaz con tu amigo el poeta? Te vas superando. Pero no tienes por qué preocuparte de estas manos de alabastro.

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