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Authors: Karel Čapek

Tags: #Ciencia ficción, Antiutopía, Humor, Folletín

La krakatita (14 page)

BOOK: La krakatita
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—Los martes y los viernes —dijo Prokop—, o sea, simultáneamente… a la vez…

—Extraño, ¿verdad? —dijo con una mueca el señor Carson—. Lo tengo apuntado, caballero: el martes día tal, a las diez y treinta y cinco y unos cuantos segundos, interferencia en todas las estaciones desde Reval, etc., etc. Y a nosotros, en ese mismo segundo, nos explota «por sí misma», como a usted le gusta decir, cierta cantidad de su krakatita. ¿Eh? ¿Qué?
Detto
[16]
el siguiente viernes a las diez y veintisiete y algunos segundos, interferencia y explosión.
Item
[17]
el siguiente martes a las diez y media, explosión e interferencia. Etcétera. Excepcionalmente, en contra del horario, también hubo interferencias una vez el lunes a las diez y veintinueve treinta segundos.
Detto
explosión. Hace clic al segundo. Ocho veces de ocho. Divertido, ¿eh? ¿Qué opina al respecto?

—No… no sé —masculló Prokop.

—Entonces le diré una cosa más —soltó el señor Carson después de reflexionar largo rato—. El señor Tomeš trabajaba con nosotros. Es un inútil, pero sabe algo. El señor Tomeš se hizo instalar un generador de alta frecuencia y nos cerró la puerta en las narices. Canalla. En mi vida había escuchado que en la química ortodoxa se trabajara con máquinas de alta frecuencia, ¿verdad? ¿Qué me dice?

—Bueno… en absoluto —dijo a modo de evasiva Prokop, mirando intranquilo a su propio generador electrógeno seminuevo, colocado en un rincón. El señor Carson cazó al vuelo esa mirada.

—Hum —dijo—, usted también tiene aquí ese juguetito, ¿eh? Bonito transformador. ¿Cuánto le costó? —Prokop frunció el ceño, pero Carson se regodeaba en silencio—. Creo —dijo con creciente felicidad—, que sería algo fabuloso si se consiguiera en alguna sustancia… digamos con ayuda de alta frecuencia… en un campo disruptivo o similar… hacer vibrar, resquebrajar, liberar la estructura interna de tal modo que bastara con dar un golpecillo desde lejos… con ciertas ondas… descargas… oscilaciones o el diablo sabe qué, para que esa sustancia se desintegrase, ¿verdad? ¡Bum! ¡A distancia! ¿Qué me dice? —Prokop no dijo nada, y el señor Carson, chupando con deleite el cigarro, se cebaba en él—. Yo no soy electricista, ¿sabe? —comenzó a decir al momento—. A mí me lo ha explicado un científico, pero que me ahorquen si lo he entendido. El hombre me vino con electrones, iones, cuantos elementales o como se llamen; y finalmente ese iluminado de la cátedra sentenció que, en resumen, no era posible en absoluto. ¡Amigo, se ha lucido! Ha hecho usted algo que, según eminencias de fama mundial, no es posible…

»Así que yo lo he interpretado a mi manera —continuó—, con una teoría de andar por casa. Pongamos que a alguien se le mete en la cabeza… fabricar un compuesto inestable… a partir de cierta sal metálica. Dicha sal es una bribona: no hay modo de combinarla, ¿verdad? Así que ese químico lo intenta de todos los modos posibles… como loco. Y entonces digamos que recuerda que en el número de enero de
The Chemist
se hablaba de que dicha sal flegmática era un radioconductor fabuloso… un detector de ondas eléctricas. Se le ocurre una idea. Una idea tonta y genial: que quizás consiguiera mejorarle el humor a esa maldita sal mediante ondas eléctricas, ¿no? Despertarla, hacerla bailar, sacudirla como un edredón, ¿verdad? Ja, las mejores ideas se le ocurren a uno a partir de tonterías. Así que se agencia un ridículo transformadorcillo y se pone a ello. Qué hizo exactamente es por ahora un secreto, pero al fin y al cabo… consigue el ansiado compuesto. Que me lleven los demonios, lo consigue. Seguramente lo amalgamó mediante esa oscilación. Amigo, que a mi edad tenga que ponerme a estudiar Física… Estoy metiendo la pata, ¿eh?

Prokop murmuró algo totalmente incomprensible.

—Da igual —sentenció Carson tranquilamente—. Mientras siga aguantando sin descomponerse. Soy un idiota, yo me imagino que la sustancia adquirió una estructura electromagnética o algo así. Si se alterara de algún modo, entonces… se desintegraría, ¿verdad? Por suerte, unas diez mil estaciones de radio oficiales y unos cientos de estaciones ilegales mantienen en la atmósfera de nuestro país un clima electromagnético, un… eh… eh… balneario de oscilaciones que parece hecho a medida para esa estructura. Así que aguanta sin descomponerse… —El señor Carson se quedó pensativo un momento—. Y ahora —comenzó de nuevo—, ahora imagine que un diablo de otro mundo o un sinvergüenza de éste cuenta con los medios para alterar a la perfección las ondas electromagnéticas. Sencillamente borrarlas, o algo así. Imagine que (dios sabe por qué) monta el numerito de forma regular los martes y los viernes a las diez y media de la noche. En ese mismo minuto, en ese mismo segundo, se alteran en todo el mundo las comunicaciones sin hilos. Pero en ese mismo minuto y en ese mismo segundo parece que también ocurre algo en esa… sustancia lábil, si es que no se encuentra aislada…, pongamos por ejemplo en… en una caja de porcelana. Algo se modifica en ella… De algún modo se produce en ella un chasquido, y se… se…

—… desintegra —exclamó Prokop.

—Sí, se desintegra. Explota. Interesante, ¿verdad? Un señor muy sabio me lo explicó. ¡Cáspita!, ¿cómo dijo? Que… que por lo visto…

Prokop se levantó de un salto y agarró al señor Carson del abrigo.

—Escuche —tartamudeó Prokop, visiblemente alterado—, entonces si… la krakatita… se esparciera, por ejemplo, aquí… o donde fuera… simplemente por el suelo…

—… entonces el próximo martes o viernes a las diez y media saltaría por los aires. Ja. Pero hombre, que me está estrangulando.

Prokop soltó a Carson y recorrió la habitación mordiéndose los dedos horrorizado.

—Está claro —musitó—, ¡está claro! Nadie debe fa-fabri-car kra-kraka…

—Aparte del señor Tomeš —objetó Carson escéptico.

—¡Déjeme en paz! —exclamó Prokop en un arranque—, ¡Ése no descubrirá el método!

—Bueno —consideró el señor Carson con ciertas dudas—, yo no sé cuánto le contó usted del asunto.

Prokop se detuvo como si lo hubieran clavado al suelo.

—Imagine —sermoneó febril—, imagine por ejemplo… ¡unnna ggguerra! El que tenga en sus manos la krakatita podría… podría… cuando quisiera…

—Por el momento sólo los martes y los viernes.

—… hacer saltar por los aires… ciudades enteras… ejércitos enteros… ¡todo! Basta… basta co-con es-esparcir… ¿Puede imaginárselo?

—Puedo. Fabuloso.

—Y por eso… por el bien de la humanidad… nunca… ¡no la venderé nunca!

—Por el bien de la humanidad —refunfuñó el señor Carson—. Sabe, por el bien de la humanidad sería más importante llegar al meollo de… de…

—¿De qué?

—De esa condenada estación de anarquistas.

XIX

—Por tanto usted piensa —balbució Prokop—, que… que quizás…

—Por tanto nosotros sabemos —lo interrumpió Carson—, que en el mundo hay estaciones emisoras y receptoras desconocidas. Que de forma regular, los martes y los viernes, seguramente dicen algo muy distinto a «buenas noches». Que disponen de unas fuentes de energía desconocidas hasta el momento por nosotros, descargas, oscilaciones, chispas, rayos o algo endiablado y… y, en resumen, imposible de detener. O de algún tipo de antiondas, antioscilaciones o cómo demonios llamarlo; algo que sencillamente interrumpe o borra nuestras ondas, ¿entiende? —El señor Carson echó un vistazo al laboratorio—. Ahá —dijo, y echó mano a un trozo de tiza—, o esto es así —dijo mientras pintaba en el suelo con la tiza una flecha que medía más o menos medio codo—, o así —y entre tanto cubrió de tiza un tablón entero, dentro del cual borró, con el dedo lleno de saliva, una línea oscura—. Así o así, ¿entiende? En positivo o en negativo. O bien emiten unas ondas nuevas a nuestro medio, o bien lanzan a nuestro ambiente, vibrante, radiotelegrafiado de parte a parte, pausas artificiales, ¿comprende? Se puede trabajar de las dos maneras… sin nuestro control. Ambas son por el momento… técnica y físicamente… un absoluto misterio. ¡Diablos —gritó el señor Carson en un súbito arranque de ira, y arrojó la tiza, que quedó pulverizada—, esto es demasiado! Emitir gracias a fuerzas desconocidas radiotelegramas secretos dirigidos a un destinatario misterioso! ¿Quién lo estará haciendo? ¿Qué cree usted?

—Quizás los marcianos —se sintió obligado a bromear Prokop; pero, en realidad, no tenía ganas de bromas. El señor Carson le lanzó una mirada asesina, pero después se echó a reír con un relincho totalmente caballuno.

—Digamos que los marcianos. ¡Fabuloso! Digamos que sí, maestro. Pero digamos que más bien alguien procedente de la Tierra. Digamos que alguna potencia terrícola envía instrucciones secretas. Digamos que tiene razones tremendamente poderosas para querer evitar que la controlen. Digamos que es una especie de… servicio u organización internacional o el diablo sabe qué, y que tiene a su disposición fuerzas desconocidas, estaciones secretas y quién sabe qué más. En cualquier caso… en cualquier caso, la humanidad tiene derecho a interesarse por esos telegramas secretos, ¿no? Tanto si los envían desde el infierno como desde Marte. Es simplemente… de interés para la sociedad. Puede usted pensar… Bueno, seguramente, caballero, seguramente no serán radiotelegramas sobre Caperucita Roja. No. —El señor Carson se puso a recorrer la habitación—. Sobre todo es seguro —reflexionaba en voz alta—, que dicha estación de emisión… se encuentra en algún lugar de Europa Central, aproximadamente en medio del círculo en que se producen esas interferencias, ¿verdad? Es relativamente débil, puesto que emite sólo por la noche. ¡Maldición, eso es aún peor! La torre Eiffel o la torre de transmisión de Nauen se encuentran fácilmente, ¿no? Caballero —exclamó de repente, y se quedó clavado—, imagine que en el mismo ombligo de Europa existe y se prepara algo raro. Tiene ramificaciones, tiene sus propias oficinas, mantiene una sociedad secreta. Tiene medios técnicos que nos son desconocidos, fuentes de energía secretas, y, ¡para que lo sepa —gritó el señor Carson—, tiene la krakatita! ¡Sí!

Prokop, fuera de sí, dio un salto.

—¿Có-cómo que…?

—La krakatita. Noventa gramos y treinta y cinco decigramos. Todo lo que nos quedaba.

—¿Qué hicieron con ello? —se enfureció Prokop.

—Experimentos. Ahorrábamos krakatita como… como si fuera un bien muy preciado. Y una noche…

—¿Qué?

—Desapareció. Con caja de porcelana incluida.

—¿Robada?

—Sí.

—¿Y quién… quién…?

—Por supuesto, los marcianos —dijo haciendo una mueca el señor Carson—. Por desgracia con la ayuda terrícola de un técnico de laboratorio que se ha esfumado. Naturalmente, con la cajita de porcelana.

—¿Cuándo ocurrió?

—Bueno, justo antes de que me enviaran aquí, a buscarlo a usted. Un hombre inteligente, ese sajón. No dejó ni el polvillo. Sabe, por eso he venido.

—¿Y usted cree que ha llegado a manos de esos… esos desconocidos? —El señor Carson sólo resopló—. ¿Cómo lo sabe?

—Se lo aseguro. Escuche —dijo el señor Carson balanceándose sobre sus cortas piernecillas—, ¿tengo aspecto de ser un cobarde?

—N-no.

—Pues le diré que esto me asusta. Palabra de honor, es para hacérselo encima. La krakatita… es una cosa condenada. Esa estación desconocida es aún peor. Y si ambas cosas cayeran en las mismas manos, entonces… con todos mis respetos: entonces el señor Carson hace las maletas y se marcha con los antropófagos de Tasmania. Sabe, no me gustaría ver el fin de Europa.

Prokop sólo podía retorcerse las manos entre las rodillas.

—Dios, dios —susurraba para sí mismo.

—Pues sí —opinó Carson—. Tan sólo me sorprende, sabe, que hasta ahora no haya saltado por los aires… algo grande. Basta con que se apriete una palanca en algún lugar… y a un par de miles de kilómetros de distancia… ¡bum! Y ya está. ¿A qué están esperando todavía?

—Está claro —dijo Prokop febril—. No se debe permitir que la krakatita cambie de manos. Y Tomeš, se debe impedir que Tomeš…

—El señor Tomeš —objetó rápidamente Carson—, venderá la krakatita al mismísimo diablo, si se la paga. En estos momentos el señor Tomeš es uno de los mayores peligros mundiales.

—¡Maldita sea! —musitó Prokop desesperado—. Entonces, ¿qué vamos a hacer?

El señor Carson mantuvo un largo silencio.

—Está claro —dijo finalmente—. La krakatita debe cambiar de manos.

—¡Nnno! ¡Nunca!

—Debe cambiar de manos. Sencillamente por el hecho de que es… la clave para descifrar el misterio. Es más que urgente, caballero. Por todos los diablos, entréguesela a quien quiera, pero no dé más rodeos. Désela a los suizos, o a la federación de solteronas o a la bruja Piruja; se devanarán los sesos durante medio año antes de comprender que usted no está loco. O dénosla a nosotros. En Balttin ya han construido una máquina, sabe, un aparato receptor. Imagínese… explosiones infinitamente rápidas de partículas microscópicas de krakatita. El detonador es una corriente desconocida. En cuanto allí, en algún sitio, la conecten, se desencadenará todo el asunto: trrr ta ta trrr trrr ta trrr ta ta ta. Y ya está. Se descifra, y punto. ¡Si tan sólo tuviéramos krakatita!

—No se la daré —dijo con dificultad Prokop, cubierto de sudor frío—. No le creo. Ustedes… ustedes fabricarían la krakatita sólo para sí mismos.

El señor Carson tan sólo elevó una comisura de los labios.

—Bueno —dijo—, si se trata únicamente de eso… Podemos convocar para usted a las Naciones Unidas, a la Unión Postal Universal, al Congreso Eucarístico o a quien diablos quiera. Para que su alma quede en paz. Yo soy danés y hago caso omiso de la política. Sí. Y usted va a dejar la krakatita en manos de una comisión internacional. ¿Qué le pasa?

—Yo… he estado enfermo durante mucho tiempo —se disculpó Prokop, de repente lívido como la muerte—. Aún no me… encuentro… bien. Y… y… no he comido en dos días.

—Es la debilidad —dijo el señor Carson. Se sentó junto a él y lo sujetó por los hombros—. Se le pasará en seguida. Vendrá a Balttin. Es una tierra muy saludable. Después puede ir a buscar al señor Tomeš. Estará podrido de dinero. Será
a big man.
[18]
¿Y bien?

—Sí —susurró Prokop como un niño pequeño, y se dejó acunar ligeramente.

—Así, así. Demasiada tensión, ¿sabe? No es nada. Lo más importante… lo más importante es el futuro. Amigo, las ha pasado canutas, ¿eh? Es usted un valiente. Hala, ya va todo mejor. —El señor Carson fumaba pensativo—. Un futuro increíblemente fabuloso. Ganará un montón de dinero. A mí me dará el diez por ciento, ¿de acuerdo? Es ya una costumbre en el ámbito internacional. Carson también necesita…

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