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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

La espada y el corcel (8 page)

BOOK: La espada y el corcel
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–No –dijo Kawahn–. Está muerta, Artek.

–Cierto. –Artek separó las manos y sus hombros se encorvaron hacia delante–. Está muerta...

–Ahora ya sabes por qué no quiero tener nada que ver con tu idea –le murmuró Goffanon a Ilbrec.

Corum desvió la mirada del aún tembloroso Artek de Clonghar, y se volvió hacia los dos sidhi.

–¿Era ahí donde pensabas que quizá podríamos encontrar aliados, Ilbrec? –preguntó.

Ilbrec movió una mano como rechazando su propia idea.

–Sí, era ahí.

–De Ynys Scaith sólo puede surgir el mal –dijo Goffanon–. Sólo el mal, y no importa cuál sea el disfraz que lleve.

–No había comprendido... –dijo Amergin, y extendió la mano y rozó el hombro de Artek–. Artek, te daré una poción que te hará dormir y asegurará que no tengas sueños. Por la mañana volverás a ser un hombre.

El sol se estaba poniendo sobre el campamento. Ilbrec y Corum fueron juntos hacia el pabellón azul del sidhi. Los olores mezclados de una gran variedad de viandas brotaban de una veintena de hogueras para cocinar, y cerca de allí un muchacho entonaba una canción sobre héroes y grandes hazañas con voz melancólica y aguda. Entraron en el pabellón.

–Pobre Artek –dijo Corum–. ¿Qué aliados albergabas la esperanza de encontrar en Ynys Scaith?

Ilbrec se encogió de hombros.

–Oh, pensé que los habitantes de la isla... Bueno, pensé que por lo menos algunos de ellos podrían ser sobornados para que se unieran a nuestro bando. Supongo que fue una locura por mi parte pensarlo, tal como dijo Goffanon.

–Artek y sus seguidores creyeron verme ahí –dijo Corum–. Estaban totalmente convencidos de que yo me hallaba entre los que mataron a sus compañeros.

–Eso es algo que me tiene perplejo –dijo Ilbrec–. Hasta ahora nunca había oído hablar de nada semejante. Quizá tienes un gemelo, Corum... ¿Has tenido alguna vez un hermano?

–¿Un hermano? –Las palabras de Ilbrec hicieron que Corum se acordase de la profecía de la anciana–. No, pero se me advirtió de que debía temer a uno. Pensé que la advertencia quizá pudiera aplicarse a Gaynor, quien espiritualmente hablando es un hermano mío en ciertos aspectos; o a aquel que yace bajo la colina en el bosquecillo de robles, sea quien sea... Pero ahora pienso que ese hermano me está aguardando en Ynys Scaith.

–¿Te está aguardando allí...? –Ilbrec se había alarmado–. Espero que no tendrás intención de visitar la Isla de las Sombras, ¿verdad?

–Se me ha ocurrido pensar que quienes son lo suficientemente poderosos como para destruir a casi todo el pueblo de Fyean y lo bastante temibles como para aterrorizar a alguien tan valeroso como Artek, serían unos buenos aliados junto a los que luchar – replicó Corum–. Además, me gustaría enfrentarme con ese «hermano» y descubrir quién es y por qué razón debería temerle.

–Hay muy pocas probabilidades de que consiguieras sobrevivir a los peligros de Ynys Scaith –murmuró Ilbrec con voz pensativa, y se dejó caer sobre su gigantesco asiento y tabaleó con los dedos sobre la mesa.

–En estos momentos me siento dispuesto a correr cualquier riesgo con mi propio destino –replicó Corum en voz baja–, siempre que eso no redunde en perjuicio de los mabden a los cuales servimos.

–Yo también. –Los ojos azul marino de Ilbrec se encontraron con el ojo de Corum–. Pero los mabden emprenderán la marcha hacia Caer Llud pasado mañana, y tú debes ir al frente de ellos en su guerra.

–Eso es lo que me impide zarpar inmediatamente hacia Ynys Scaith –replicó Corum–. Eso y nada más...

–¿No temes por tu vida..., por tu cordura..., quizá incluso por tu alma?

–Se me llama el Campeón Eterno. ¿Qué significan la muerte o la locura para mí, que viviré muchas más existencias aparte de ésta? ¿Cómo puede quedar atrapada mi alma si se la necesita en algún otro lugar? Si hay alguien que tenga una posibilidad de ir a Ynys Scaith y volver, entonces seguramente tiene que ser Corum de la Mano de Plata, ¿verdad?

–Tu lógica tiene sus puntos débiles –dijo Ilbrec, y clavó la mirada en la lejanía con expresión pensativa–. Pero hay un punto en el que tienes razón... Eres quien está mejor dotado para buscar Ynys Scaith.

–Y una vez allí podría tratar de usar a sus habitantes en nuestro beneficio.

–No cabe duda de que nos resultarían de una gran utilidad –admitió Ilbrec.

Una ráfaga de aire frío se introdujo en la tienda al quedar separados los dos lienzos de la entrada. Goffanon se alzó en el umbral, con su hacha sobre su hombro.

–Buenas noches, amigos míos –dijo. Ilbrec y Corum le saludaron, y Goffanon tomó asiento sobre el cofre de las armas de Ilbrec y dejó delicadamente su hacha en el suelo a su lado. Su mirada fue de Corum a Ilbrec y de éste nuevamente a Corum, y el enano sidhi leyó algo en ambos rostros que le inquietó.

–Bien, espero que oyerais lo suficiente como para disuadiros de seguir adelante con el temerario plan en el que Ilbrec estaba pensando antes –dijo.

–¿Planeabas ir ahí? –preguntó Corum.

Ilbrec extendió las manos ante él.

–Había pensado que...

–He estado allí –le interrumpió Goffanon–. Ésa fue mi gran mala suerte, y la buena fue que conseguí escapar. Los druidas maléficos usaban esa isla antes de que los mabden llegaran a ser poderosos en este plano. Ya existía como un lugar incluso antes de que apareciesen los vadhagh y los nhadragh, aunque por aquel entonces no se hallaba en este plano.

–¿Y cómo llegó hasta aquí entonces? –preguntó Corum.

Ilbrec carraspeó para aclararse la garganta.

–Fue un accidente –dijo–. No se sabe por qué razón, pero había algunos que llegaron a ser lo bastante poderosos en su propio plano como para destruirlo. El destino quiso que eso ocurriera en el preciso momento en el que los sidhi estaban viajando entre los planos para ayudar a los mabden contra los Fhoi Myore. Los habitantes de Ynys Scaith consiguieron llegar a este plano gracias a nuestros propios movimientos, por lo que aunque de una manera indirecta se puede decir que los sidhi son responsables de que ese lugar de horrores exista aquí. Así fue como Ynys Scaith escapó a la venganza de las gentes de su mundo, y sin embargo he oído decir que este mundo es un lugar terriblemente inhóspito para ellos... No pueden abandonar su isla a menos que cuenten con ciertas ayudas, pues de lo contrario mueren inevitablemente. Buscan un medio de volver a su propio plano o a otro que les resulte un poco más acogedor que éste, pero hasta el momento no han conseguido dar con él. Por eso pensé que quizá podríamos hacer un trato con ellos para que acudieran en nuestra ayuda..., si nosotros nos ofrecíamos a ayudarles.

–Nos traicionarían fuera cual fuese el trato que hicieran con nosotros –dijo Goffanon–. Hacerlo es algo tan propio de su naturaleza como respirar el aire lo es de la nuestra.

–Entonces tendríamos que tomar precauciones contra esa eventualidad –dijo Ilbrec.

Goffanon movió las manos en un gesto lleno de impaciencia.

–No podríamos hacerlo. ¡Escúchame, Ilbrec! En una ocasión se me metió en la cabeza la idea de visitar Ynys Scaith durante los tiempos de paz y tranquilidad que siguieron a la derrota de los Fhoi Myore. Sabía lo que decían los mabden acerca de Hy-Breasail, mi hogar... Afirmaban que estaba habitado por demonios, así que pensé que probablemente Ynys Scaith era un sitio similar y que los sidhi podrían sobrevivir en la isla aunque los mabden pereciesen en ella. Bien, pues estaba equivocado... Lo que Hy-Breasail es para los mabden, Ynys Scaith lo es para los sidhi. No pertenece ni a este plano ni al nuestro. Lo que es peor aún, sus habitantes utilizan deliberadamente las propiedades de su tierra para torturar y matar a todos los visitantes que no sean de su especie.

–Y sin embargo tú escapaste –dijo Corum–. Y Artek y unos cuantos más sobrevivieron...

–Fue mera suerte en ambos casos. Artek te dijo que lograron encontrar su navío por la más pura casualidad, y yo acabé llegando al mar de una manera muy similar a la suya. En cuanto estuve a cierta distancia de Ynys Scaith ya no podía ser seguido por sus habitantes, y nadé durante más de un día antes de llegar a una islita que era poco más que un risco rocoso que sobresalía del mar. Allí permanecí hasta que fui divisado por un navío. Al principio se mostraron un poco recelosos, pero al final me llevaron a bordo y acabé consiguiendo regresar a Hy-Breasail, y después de eso no la abandoné jamás.

–No me contaste nada de todo esto cuando nos encontramos por primera vez –dijo Corum.

–Y había una buena razón para ello –gruñó el herrero sidhi–. Tampoco os habría hablado de la isla ahora si Artek no hubiese contado su historia.

–Y sin embargo sólo hablas de terrores generales, no de peligros determinados –dijo Ilbrec intentando razonar con él.

–Eso se debe a que los peligros determinados son indescriptibles –dijo Goffanon, y se puso en pie–. Luchemos contra los Fhoi Myore sin buscar aliados de la naturaleza de los habitantes de Ynys Scaith, y si obramos de esa manera es posible que algunos de nosotros sobrevivamos. De lo contrario... Todos estamos condenados, y os digo la verdad.

–Tal como tú la ves –replicó Corum, incapaz de resistir la tentación.

El rostro de Goffanon se endureció en cuanto oyó sus palabras. Cogió su hacha, se la echó al hombro y después salió de la tienda sin decir palabra.

Séptimo capítulo

En el que viejas amistades parecen ser olvidadas de repente

Amergin fue a los aposentos de Corum aquella noche mientras Medhbh estaba fuera de ellos visitando a su padre. Entró sin llamar y Corum, que había estado vuelto hacia la ventana contemplando las hogueras del campamento, giró sobre sí mismo al oír una pisada.

Amergin extendió sus delgadas manos ante él.

–Os pido disculpas por mi descortesía, príncipe Corum, pero deseaba hablar con vos en privado. Tengo entendido que habéis hecho o dicho algo que ha irritado a Goffanon.

Corum asintió.

–Sí, hubo una disputa.

–¿Concerniente a Ynys Scaith?

–Así es.

–¿Habéis estado pensando en visitar ese lugar?

–Mi deber es ponerme al frente de vuestro ejército pasado mañana, y está claro que me resultaría imposible hacer ambas cosas. –Corum señaló un sillón adornado con tallas–. Sentaos, Archidruida.

Corum tomó asiento sobre su cama mientras Amergin se sentaba en el sillón.

–Pero aun así... ¿Iríais de no tener responsabilidades aquí?

El Gran Rey habló muy despacio y sin mirar a Corum en ningún momento.

–Eso creo. Ilbrec está a favor de la empresa.

–Parece ser que vuestras posibilidades de supervivencia son excepcionalmente pequeñas.

–Quizá. –Corum se frotó el parche de su ojo–. Pero después de todo, si nuestra supervivencia fuera algo que nos preocupase mucho, entonces no nos habríamos embarcado en esta guerra contra los Fhoi Myore, ¿verdad?

–Una contestación muy razonable –dijo Amergin.

Corum intentó descifrar el significado oculto de lo que estaba diciendo Amergin.

–Existen muchas razones por las que debería ir al frente de los mabden –dijo–. Hay que mantener la moral lo más alta posible mientras atravesamos las tierras heladas.

–Es verdad –dijo Amergin–. He estado sopesando los pros y los contras de todo esto, como sin duda habéis hecho vos también... Pero supongo recordaréis que os pedí que intentarais persuadir a Goffanon para que os revelara cuál era la naturaleza de esos potenciales aliados, ¿no?

–Me hablasteis de ello esta mañana.

–Exactamente. Bien, pues desde entonces he seguido meditando en todo este asunto y las conclusiones a las que he llegado son las mismas que os expuse antes: el destino que nos espera en Caer Llud será terrible. Los Fhoi Myore nos derrotarán a menos que contemos con ayuda mágica. Príncipe Corum, necesitamos una ayuda sobrenatural que esté más allá de cuanto soy capaz de invocar y más allá de cuanto tienen a su disposición los sidhi. Y parece ser que el único sitio en el que se puede conseguir tal ayuda es Ynys Scaith... Os cuento todo esto sabiendo que sois discreto. No hace falta decir que nuestros ejércitos deben emprender la marcha confiando al máximo en la derrota de los Fhoi Myore. Su moral quedaría severamente dañada si vos no estuvierais al frente de ellos, y sin embargo creo que seremos derrotados incluso contando con vuestro liderazgo... Así pues, y aunque de mala gana, he llegado a la conclusión de que nuestra única esperanza estriba en que podáis llegar a un trato con los habitantes de Ynys Scaith para que acudan en nuestra ayuda.

–¿Y qué ocurrirá si fracaso?

–Los agonizantes os maldecirán llamándoos traidor antes de morir, pero vuestro nombre no quedará deshonrado durante mucho tiempo, pues pronto no quedarán mabden con vida para odiaros.

–¿No existe ninguna otra alternativa? ¿Qué hay de los tesoros perdidos de los mabden, los regalos de los sidhi?

–Los que perduran están en manos de los Fhoi Myore. El Caldero de la Curación se encuentra en Caer Llud, al igual que el Collar del Poder. También había otro, pero nunca estuvimos muy seguros de cuál era su naturaleza o del porqué se contaba entre nuestros tesoros, y ése se ha perdido.

–¿En qué consistía?

–Era una vieja silla de montar de cuero reseco y agrietado. La guardamos fielmente, al igual que hacíamos con el resto de nuestros tesoros, pero creo que se unió a ellos debido a un error.

–Y, por lo tanto, no podréis recuperar el caldero y el collar hasta que los Fhoi Myore hayan sido derrotados.

–Así es.

–¿Sabéis algo más sobre los habitantes de Ynys Scaith?

–Sólo que si les fuera posible abandonarían nuestro plano para siempre.

–Eso me han dicho, pero seguramente no somos lo bastante poderosos como para ayudarles a hacerlo...

–Si tuviera el Collar del Poder –dijo Amergin–, ese tesoro y algún otro conocimiento quizá me permitirían darles aquello que tanto anhelan.

–Goffanon está convencido de que cualquier trato con los moradores de la Isla de las Sombras nos obligará a pagar un precio muy alto..., demasiado alto.

–Si algunos de nosotros sobrevivimos, el precio no habrá sido demasiado alto –dijo Amergin–, y creo que algunos de nosotros sobreviviremos.

–Quizá la vida no esté en juego. ¿Qué otro daño podrían llegar a causar?

–No lo sé con certeza. Si opináis que el riesgo es excesivamente grande...

–Aparte de las vuestras, tengo mis propias razones para querer visitar Ynys Scaith –dijo Corum.

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