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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

La espada y el corcel (21 page)

BOOK: La espada y el corcel
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El
Corcel Amarillo
le lanzó una mirada interrogativa.

–Eres libre, bajo las mismas condiciones que te impuso Laegaire –le dijo Corum. El
Corcel Amarillo
inclinó la cabeza y volvió grupas, y saltó una vez más el abismo y se esfumó en la oscuridad; y Corum creyó oír una voz que se alzaba por encima del estrépito del mar y que le llamaba desde los baluartes de Caer Mahlod. ¿Era la voz de Medhbh la que así le llamaba?

Ignoró la voz. Permaneció inmóvil donde estaba y contempló los viejos muros ruinosos del Castillo Erorn, y recordó cómo los mabden habían matado a toda su familia y le habían mutilado arrebatándole su mano y su ojo, y por un momento se preguntó por qué había servido a los mabden durante tanto tiempo y con tanto entusiasmo. Entonces le pareció irónico que en ambos casos hubiera sido principalmente por amor a mujeres mabden, pero había una diferencia entre Rhalina y la reina Medhbh que Corum no podía entender, a pesar de que había amado a las dos y de que las dos le habían amado.

Oyó un movimiento al otro lado de los muros medio derrumbados y se acercó un poco más, preguntándose si volvería a ver al joven de rostro y miembros dorados al que había visto allí en una ocasión y que era llamado Dagdagh. Vio moverse una sombra, y captó un fugaz atisbo carmesí bajo los rayos de la luna.

–¿Quién está ahí? –gritó.

No hubo contestación.

Corum se acercó un poco más hasta que su mano rozó las tallas desgastadas por el paso del tiempo, y vaciló antes de seguir avanzando.

–¿Quién está ahí? –volvió a preguntar.

Y algo siseó como una serpiente, y se oyó un chasquido, y una especie de cascabeleo. Y Corum vio que el cuerpo de un hombre recortaba sus contornos a contraluz de la claridad que entraba por una ventana semiderruida, y el hombre se volvió y con ello reveló su rostro a Corum.

Era el rostro de Corum. Era el sustituto de Calatin, su karach, y olía a salitre, y el karach sonrió y desenvainó su espada.

–Te saludo, hermano –dijo Corum–. Sabía en lo más profundo de mi ser que la profecía se cumpliría esta noche. Creo que por eso he venido.

El karach no dijo nada y se limitó a sonreír, y Corum pudo oír las dulces y siniestras notas del arpa Dagdagh resonando en la lejanía.

–Pero ¿cuál es la belleza a la que debo temer? –preguntó Corum.

Y desenvainó a
Traidora
, su espada.

–¿Lo sabes, sustituto? –preguntó.

Pero lo único que ocurrió fue que la sonrisa del sustituto se hizo un poco más ancha, mostrando una blanca dentadura idéntica a la de Corum.

–Creo que deseo recuperar mi túnica –dijo Corum–. Sé que debo luchar contigo para conseguirlo.

Y fueron el uno hacia el otro y empezaron a luchar, y sus espadas entrechocaron y las chispas iluminaron la penumbra del interior del castillo. Tal como había supuesto Corum, estaban perfectamente equilibrados y eran iguales el uno al otro tanto en habilidad como en fuerza.

Lucharon yendo y viniendo de un lado a otro sobre el suelo resquebrajado del Castillo Erorn. Lucharon sobre cascotes enormes que se habían desprendido del techo o las paredes. Lucharon en escaleras medio derrumbadas. Lucharon durante una hora, iguales en golpes y en trucos y astucia de guerreros, pero Corum acabó comprendiendo que el sustituto contaba con una ventaja: era incansable.

Cuanto más se cansaba Corum, más lleno de energía parecía estar el sustituto. No hablaba –quizá fuese incapaz de hablar–, pero su sonrisa se fue haciendo imperceptiblemente más ancha y cada vez más burlona.

Corum fue retrocediendo poco a poco, y empezó a confiar cada vez más en la esgrima defensiva. El sustituto le obligó a salir por la puerta del Castillo Erorn y le fue empujando hacia el borde del acantilado, hasta que Corum hizo acopio de sus últimas reservas de fuerza y se lanzó hacia delante, pillando por sorpresa al sustituto y consiguiendo herirle levemente en el brazo con un mandoble de
Traidora
.

El sustituto no pareció notar la herida, y renovó su ataque con gran vigor.

Y entonces el talón de Corum chocó con una roca, y Corum retrocedió tambaleándose y cayó, y la espada salió despedida de su mano.

–¡Es injusto! –gritó Corum con inmensa desesperación–. ¡Es injusto!

Y el arpa volvió a sonar, y pareció entonar una canción en la que había palabras, y Corum creyó oír que el arpa le cantaba.

–Ah, el mundo siempre fue así –le dijo el arpa–. Cuan tristes se sienten los héroes cuando ya no les queda nada por hacer...

Y el sustituto avanzó con gran rapidez, como si ya saborease su victoria, y alzó su espada.

Corum sintió un tirón en su muñeca izquierda. Era su mano de plata, y parecía haber cobrado vida y tener voluntad propia. Corum vio cómo las tiras y los pequeños remaches se aflojaban, y vio cómo la mano de plata subía por el aire y se lanzaba velozmente hacia donde había caído
Traidora
, que brillaba bajo los rayos de la luna.

–He enloquecido... –exclamó Corum.

Pero entonces se acordó de que Medhbh se había llevado su mano para arrojar un hechizo sobre ella. Corum lo había olvidado, al igual que sin duda lo había olvidado Medhbh.

La mano de plata que Corum había modelado y trabajada empuñó la espada forjada por el herrero sidhi mientras el sustituto la contemplaba boquiabierto, siseaba y empezaba a retroceder tambaleándose y gimiendo.

Y la mano de plata hundió la espada llamada
Traidora
en el corazón del sustituto y el sustituto gritó, cayó y murió.

Corum se echó a reír.

–¡Adiós, hermano! ¡Hice bien al temerte, pero no me has traído la perdición!

La música del arpa sonaba más fuerte, y procedía del interior del castillo. Corum volvió corriendo al castillo olvidando su espada y su mano de plata, y allí estaba el Dagdagh, un joven que parecía estar hecho de oro, de rasgos hermosos y bien delineados y ojos profundos y sardónicos, y estaba tocando un arpa que parecía surgir de él y ocultarse en él sin que pudiera verse dónde terminaba el joven y dónde empezaba el arpa, y que formaba parte de su cuerpo. Detrás del Dagdagh Corum vio otra silueta que reconoció enseguida, y era la de Gaynor el Maldito.

Corum deseó no haber olvidado su espada.

–Ah, Gaynor, cómo te odio... –dijo–. Mataste a Goffanon.

–Involuntariamente. He venido para que haya paz entre nosotros, Corum.

–¿Paz entre nosotros? ¡Eres el más terrible de todos mis enemigos, y siempre lo serás!

–Escucha al Dagdagh –dijo Gaynor el Maldito.

Y el Dagdagh habló o, mejor dicho, cantó, y éstas fueron las palabras que dirigió a Corum:

–No eres bienvenido aquí, mortal. Coge la Túnica de tu Nombre del cadáver de tu sustituto y abandona este mundo. Fuiste traído aquí para un propósito, y debes marcharte ahora que ese propósito ya se ha cumplido.

–Pero amo a Medhbh –dijo Corum–. ¡No la dejaré!

–Amaste a Rhalina y la ves en Medhbh.

–Hablo sin ninguna intención oculta ni malévola, Corum –intervino Gaynor con voz apremiante–. Cree en lo que te dice el Dagdagh y ven conmigo. Ha abierto una puerta a una tierra en la que los dos podremos conocer la paz. Es verdad, Corum... He estado allí durante algún tiempo... Es nuestra oportunidad de ver cómo la contienda eterna llega a su fin.

Corum meneó la cabeza.

–Quizá dices la verdad, Gaynor. También veo verdad en los ojos del Dagdagh, pero he de permanecer aquí. Amo a Medhbh.

–He hablado con Medhbh –dijo el Dagdagh–. Sabe que haces mal al permanecer en este mundo. No perteneces a este plano. Ven a la tierra en la que tú y Gaynor conoceréis la paz y la satisfacción. Te ofrezco una gran recompensa, Campeón Eterno, y es mucho más grande de la que jamás podría darte en circunstancias normales.

–He de quedarme –replicó Corum.

El Dagdagh empezó a tocar su arpa. La música era dulce y eufórica. Era la música del amor más noble y el heroísmo más altruista. Corum sonrió.

Se inclinó ante el Dagdagh agradeciéndole lo que le había ofrecido, e hizo una seña de despedida a Gaynor. Después cruzó el viejo umbral del Castillo Erorn y vio que Medhbh le estaba esperando al otro lado del abismo, y Corum le sonrió y alzó su mano de carne y hueso en un gesto de saludo.

Pero Medhbh no le devolvió la sonrisa. Había algo en su mano derecha y Corum vio cómo lo levantaba por encima de su cabeza y empezaba a hacerlo girar. Era su honda. Corum la contempló con perplejidad. ¿Pretendía Medhbh acaso matar al Dagdagh, en quien había depositado tanta confianza?

Algo salió despedido de la honda y le golpeó en la frente y Corum se desplomó, pero seguía vivo, aunque su corazón estaba lleno de agonía y tenía una profunda brecha en la frente. Corum sintió cómo la sangre se deslizaba sobre su rostro.

Y vio que el Dagdagh se alzaba sobre él, y que bajaba la mirada contemplándole con simpatía; y Corum frunció los labios en una mueca salvaje dirigida al Dagdagh.

–Teme un arpa –dijo el Dagdagh con su voz dulce y aguda–, teme la belleza –y su mirada fue hacia el otro lado del abismo, donde Medhbh permanecía inmóvil y lloraba– y teme a un hermano...

–Fue tu arpa la que volvió contra mí el corazón de Medhbh –dijo Corum–. No me equivoqué al temerla, y también debería haber temido su belleza, pues su belleza ha sido la causa de mi destrucción. Pero maté a mi hermano, maté al karach...

–No –dijo el Dagdagh y cogió el tathlum que Medhbh había lanzado con su honda–. Aquí está tu hermano, Corum. Medhbh mezcló sus sesos con cal para crear el único objeto que el Destino permitiría te matase. Sacó el cerebro de debajo del montículo, del túmulo de Cremm Croich, y lo creó siguiendo mis instrucciones. Cremm Croich mata a Corum Llaw Ereint. No tenías por qué morir...

–No podía negar su amor. –Corum logró ponerse en pie y se llevó la mano izquierda a su cráneo fracturado, y sintió cómo la sangre fluía sobre él–. Aún la amo...

–Hablé con ella. Le conté lo que te ofrecería y lo que debía hacer si rechazabas esa oferta. No hay lugar para ti aquí, Corum.

–¡Eso es lo que tú dices! Corum reunió sus últimas fuerzas y se lanzó sobre el Dagdagh, pero el joven Dagdagh hizo un gesto y la mano de plata de Corum apareció junto a él, y todavía empuñaba la espada color de luna llamada
Traidora
.

Y Corum oyó el grito que lanzó Medhbh antes de que la punta de la espada entrara en su corazón, exactamente en el mismo punto por donde había entrado en el del sustituto.

Y oyó la voz del Dagdagh.

–Ahora este mundo queda libre de todos los semidioses y de toda hechicería –dijo el Dagdagh.

Y después Corum murió.

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