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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantástico, #Histórico

La Antorcha (52 page)

BOOK: La Antorcha
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—¿Se extendió tanto la noticia como para llegar a Colquis? Fue fulminado por el dios; se halla lisiado y tiene contraído un lado de la cara —le informó el joven oficial—. Y ahora el príncipe Héctor manda los ejércitos de Troya.

—Sí, eso he sabido —dijo Casandra—. Pero en el largo camino desde Colquis no tuve noticias de ninguna clase, ni el trayecto fue propicio para la visión. Temí que hubiese muerto desde entonces.

—No, me alegra decirte que, aunque más viejo, se halla bastante bien para asomarse cada día a la muralla y ver lo que sucede —dijo Deifobo—. Mientras Príamo reine, Héctor no se mostrará demasiado temerario.

»Aquiles —hizo un gesto desdeñoso hacia el campamento aqueo— trata siempre de provocar a Héctor para que luche con él en solitario, pero mi hermano tiene demasiado juicio para aceptar. Además todos conocemos la sucia jugarreta que le hizo Agamenón a su propia hija, así que no es probable que observaran las reglas de ese tipo de combate. Es probable que se precipitaran contra él diez o más. Sólo se puede confiar en un aqueo teniendo un total control sobre él; y así dicen que, si un aqueo te besa, cuenta después los dientes porque esos ladrones bastardos te robarán alguno. Mas he visto que te han dejado pasar sin
daño...

—Ilesa pero he sufrido sus latrocinios —contestó Casandra—. Y si no me robaron más fue por temor a las serpientes de Apolo. No por reverencia al dios sino por miedo a las propias serpientes. Me han arrebatado a las dos domésticas que me cedió mi madre, que no eran sirvientas de Apolo sino mías o, en realidad, de Hécuba.

Deilobo se acercó y le puso una mano sobre el hombro, cariñosamente.

—No temas, hermana, conseguiremos devolverte a tus sirvientas. Pero permíteme que avise al templo del Señor del Sol para que acudan hombres de allí a descargar tu carro, y te busque una escolta hasta el palacio. No está bien que una princesa camine sola por la ciudad. Mejor aún, déjame que mande a buscar al palacio una silla de manos. Es lo que Andrómaca emplea cuando va a saludar a Héctor antes de que comience el combate.

Casandra hubiese querido protestar y decir que era capaz de ir andando. Pero Miel pesaba demasiado en sus brazos y accedió a utilizar la silla.

Poco después, aparecieron los sirvientes con la indumentaria característica del templo de Apolo y Casandra les dio minuciosas instrucciones acerca de las serpientes, prometiéndoles que ella misma iría a supervisar esa tarea en cuanto hubiera saludado a sus padres. Luego Deifobo la condujo por la puerta lateral a un pequeño cuerpo de guardia. Allí le preparó un refresco mientras aguardaba la silla que había de llevarla al palacio.

Se había desacostumbrado al fuerte resplandor del sol y a su intenso calor, pareciéndole excesivo incluso en la estación presente. Pronto se sintió acalorada, además de inquieta por Kara y Adrea.

Miel andaba a gatas por el recinto. Casandra reparó en que estaba ensuciándose la túnica y en que sus rodillas ya estaban negras, pero se sentía demasiado fatigada para impedir que continuase.

Deifobo llamó su atención hacia una pequeña escalera abierta en el muro, que subía por el interior del baluarte.

—¿Quieres echar una mirada desde lo alto de la muralla? Podrás ver todo lo que se extiende desde aquí hasta el campamento aqueo. Nuestro padre, Príamo, acudirá ahora a observar. Viene todos los días —dijo Deifobo—. Oigo a su guardia.

Volvió los ojos hacia Miel.

—La niña estará aquí segura. Es lo bastante mayor para que nadie la pise sin darse cuenta.

Tomó un venablo que había apoyado junto al muro y se lo llevó consigo.

—Eso es, así no podrá hacerse daño con nada. Vamos.

Casandra le siguió por los escalones de la estrecha escalera. Cuando él llegó arriba se volvió para darle la mano. Era cierto: desde allí podía llegar con la mirada hasta el campamento aqueo. Deifobo le señaló una tienda grande y adornada que era la de Agamenón; otra más pequeña pero aún más adornada, que correspondía a Aquiles y a Patroclo; y el recinto de Odiseo que parecía como si hubiese trasladado a tierra un camarote de su nave.

—Y hay muchas más. Afuera se hallan gran número de naves cerca de aquí, que pertenecen a los aqueos; hay un poeta que está versificando los hechos —declaró—. De darle crédito parecería como si cada héroe del continente se hubiese alzado en ayuda de Agamenón y de los suyos. Nuestros aliados son también muchos, pero no creo que eso te interese.

—No especialmente —confesó Casandra—. Ya oí en Colquis bastante acerca de ambos bandos.

—Colquis —dijo pensativo—. Pensando en eso, Colquis no se ha alineado con ninguno de los contendientes. ¿Porqué su rey no ha enviado soldados en favor de Troya?

—Porque Colquis no tiene rey —le informó Casandra—. Colquis se halla regida por una reina y este año último estuvo embarazada; su hija, y heredera, nació días antes de que yo partiera.

—¿No hay rey y gobierna una mujer? Parece una extraña forma de regir una ciudad.

Antes de que tuviera tiempo de decir algo más, lo interrumpió el ruido de unos soldados que se acercaban y Príamo, acompañado de varios de sus oficiales, a muchos de los cuales reconoció Casandra como hijos de sus mujeres del palacio, llegó a lo alto de la muralla.

Por fortuna, estaba prevenida por la visión; de otro modo sólo hubiera podido reconocer a su padre por el rico manto que vestía. De mediana edad, había sido un hombre sano y robusto; ahora lo veía como a un anciano, de piel terrosa y arrugada, con la cara contraída, un párpado caído sobre el ojo y la boca torcida por un lado. Hablaba lentamente y con dificultad.

—¿Qué sucede esta mañana en el campamento aqueo?

—le preguntó a Deifobo—. ¿Están interceptando otra vez envíos de armas? Si así es, tendremos que fundir nuestras espadas para hacer otras nuevas. Necesitamos un par de carros cargados con hierro de Colquis pero hemos de preparar una escolta especial o hallar el medio de sobornar a alguien... —Se interrumpió para censurarle—, ¿Cuántas veces te he dicho que no quiero aquí mujeres a no ser que esté presente la propia reina para asegurarse de que saben comportarse? Conoces tan bien como yo qué clase de mujeres llegan hasta aquí para solazar a los soldados...

—No, padre. No es culpa de Deifobo —contestó Casandra—. Él me brindó una protección contra el sol y una vista de la muralla, después de que los aqueos se apoderaron de mi carro...

No concluyó lo que estaba diciendo, pero no era preciso. Príamo la había reconocido.

—¡Así que has vuelto, Casandra, como un mal presagio! —exclamó—. Creí que estabas resuelta a pasar el resto de tu vida en Colquis, y tendría una mujer menos de la que preocuparme si cayese esta ciudad. Pero tu madre te echaba de menos,.

Se acercó a ella y, ceremoniosamente, la besó en la frente.

—¿Quieres decir que los aqueos osaron quebrantar la tregua de Apolo? —preguntó después.

Cuando era pequeña, a Casandra le parecía aterradora la ira de Príamo; ahora la veía reducida a simple mal genio, como el de un hombre pueril y mimado.

—No importa, padre, nadie ha sido herido y las propiedades de Apolo, incluyéndome a mí supongo, se hallan a salvo —le contestó cariñosamente—. Tan pronto como llegue mi silla de manos, iré a tranquilizar a mi madre.

—Pareces fuerte y sana, ¿por qué necesitas una silla para ir hasta allí? —preguntó malhumorado.

La guerra no transcurre según su deseo, tradujo para sí misma, y dijo humildemente.

—Sí, padre, estoy segura de que tienes razón.

—Tu silla te aguarda —anunció Deifobo, y Casandra la vio acercarse a la muralla por la parte que daba a la ciudad.

Bajó las escaleras y recogió a Miel, deseando encontrar la posibilidad de lavar a la niña y darle de comer antes de presentarla a su madre; pero allí no tenía recursos a mano.

Ella misma estaba desarreglada tras el largo viaje y el tiempo que había pasado en el polvoriento campamento de los aqueos, así como de llevar en sus brazos a la niña ya sucia; pero tampoco podía poner remedio a aquello ¿ Y porqué habría de vestir mis mejores galas y lavar mis manos y mi cara para presentarme ante mi madre?, se preguntó. Pero cuando fue conducida a presencia de la reina Hécuba y advirtió su mirada de desaprobación, lo supo.

—¡Bien, Casandra! ¡Mi querida, mi queridísima hija! —exclamó Hécuba, mientras se acercaba a abrazarla.

Pero se detuvo y dio un paso atrás, con un leve gesto de consternación en el rostro.

—¿Cómo te has descuidado así, querida mía? —le preguntó—. Tu vestido está hecho una lástima y tus cabellos...

—Madre, tras mi encuentro de esta mañana con los aqueos, puedo considerarme afortunada con que me dejasen un vestido con el que presentarme ante ti —le dijo Casandra, sonriendo—. Temo que los regalos que te traía de parte de tu prima Imandra se han quedado en el campamento de los aqueos.

Hécuba pareció profundamente angustiada:

—¿No te... ofendieron?

—Nadie me violó, si es eso lo que quieres saber —contestó, riendo.

—¿Cómo puedes tomar a bromas tales cosas? —le preguntó su madre.

Casandra le dijo, besándola:

—¿Qué otra cosa puedo hacer? Son estúpidos, todos ellos; pero también hay en Troya bastante estupidez.

Los ojos de Hécuba repararon en la niña que llevaba Casandra en brazos.

—¿Cómo? ¿Pero qué es esto? Una niña, y tan pequeña... su pelo... rizado como tú cuando tenías su edad... ¿qué ha ocurrido?...

—Oh, no, madre —se apresuró a responder Casandra—. No es mía, o mejor dicho, no la di a luz. Es una niña abandonada.

Hécuba aún se mostraba escéptica y Casandra suspiró. ¿Por qué estaba siempre dispuesta a pensar mal de ella?

—¿Crees que me resultaría fácil hallar a un hombre dispuesto a compartir mi cama, ocupada por una serpiente, aunque sea tan pequeña como ésta? —le preguntó.

Metió la mano en su vestido para extraer la que siempre llevaba allí enroscada durante el día.

—¡Una culebra... y en tu propio seno! —exclamó Hécuba, un poco asustada.

—Es más hija mía que la niña —le dijo Casandra, riendo—. Porque yo misma la incubé. Pero cualquiera de los que me acompañaron puede decirte que hallé a Miel en la ladera de una colina durante una nevada, abandonada para que muriese por una madre que decidió que ese año no criaría a una niña.

Hécuba se acercó y examinó atentamente a la criatura.

—Ahora que la observo bien, no se parece a ti.

—Ya te lo dije.

—Es cierto. Siento haberlo sospechado. No hubiera deseado creer...

Quizá no lo desearas, pero lo habrías creído, pensó Casandra.

Mas después su madre hizo la pregunta que había estado temiendo.

—¿Dónde están Kara y Adrea?

—En las tiendas de Agamenón y de Aquiles, pero no por su gusto —contestó.

Le explicó lo que les había sucedido.

—Así que tendremos que pactar el pago de un rescate o quizá canjearlas por prisioneros aqueos.

—¿Un canje? ¿Por qué hemos de tener tratos con los aqueos? —inquirió una voz familiar.

Y Andrómaca penetró en la estancia.

—¡Oh, Casandra! ¡Mi querida hermana! —corrió a abrazarla, ignorando la suciedad de su vestido—. ¡Así que has vuelto! ¡Sabía que no nos traicionarías quedándote en Colquis todo el tiempo que durase la guerra! ¡Qué niña tan encantadora! —exclamó al fijarse en Miel—. ¿Es tuya? Oh, no, ¿pero qué estoy diciendo?

Luego reparó en la culebra y retrocedió un poco.

—Así que continúas con tu vieja afición a jugar con serpientes! Debería haberlo recordado —añadió.

Al ver la culebra, Miel tendió las manos hacia el animal. Casandra, riéndose, permitió que el ofidio se enroscara en torno de la cintura de la niña. Andrómaca no pudo reprimir un gesto de miedo pero el placer que experimentaba la niña no dejaba lugar a dudas.

—¿Por qué no un gatito, Casandra? —sugirió Hécuba—. Sería mucho más conveniente para ella.

Casandra tornó a reír.

—Se complace con los animales que le dejo. Ya la verás con nuestra matriarca de las serpientes, una que es casi tan grande como ella.

—¿No tienes miedo? Las serpientes no tienen muy buena vista y una de ellas podría confundirse y tragársela —dijo Andrómaca.

—Conocen a los suyos. Miel las ha alimentado con pichones y conejos. Pero, madre, éste no es un tema de conversación propio de tus habitaciones.

—¿La culebra... o la niña? —le preguntó Hécuba, riendo. —Ambas —contestó Casandra, abrazando de nuevo a su madre—. Permíteme que llame a alguien para que se la lleve, la bañe, la vista de limpio y le dé de comer. Entonces tendrá mejor aspecto; y además no ha comido nada desde esta mañana temprano.

Entonces, mirando a Hécuba para comprobar su aquiescencia, llamó a una doméstica para que se llevase a la niña y la serpiente al templo del Señor del Sol.

—Temo que yo misma debo ir allí en seguida —añadió—. Aunque estoy segura de que les complacerá autorizarme a presentar mis respetos a mi madre y a mi familia y también me gustaría ver a los hijos de Helena.

—Ah, los hijos de Helena —dijo Hécuba, con amargura—. En el ejército aqueo dicen bromeando que Helena está constituyendo un ejército para Troya.

—Lo que no puedo hacer yo por Héctor —se quedó Andrómaca, con los ojos llenos de lágrimas—. Pero esa aquea, en cuanto ha parido, se queda de nuevo encinta.

—Qué cosas dices —protestó Hécuba—. Has tenido mala suerte al abortar. Eso es todo. Has dado a Héctor un hijo espléndido y cualquier hombre en el ejército conoce su nombre y le admira. ¿Qué más quieres?

—Nada —dijo Andrómaca—. Hablando entre mujeres, os confesaré que me alegra no quedarme embarazada cada uno o dos años. Le he dicho a Héctor que si quiere tener cincuenta hijos como su padre, debe conseguirlos de la misma forma que él lo hizo. Pero hasta ahora sólo desea compartir mi lecho, e incluso rechazó a una de las aqueas capturadas. Quizá no me gusten los niños tanto como a Helena, pero me agradaría tener una hija antes de hacerme demasiado vieja. A propósito de hijas, Casandra, ¿sabes que Creusa ha puesto tu nombre a su segunda hija?

—No, no lo sabía —contestó, preguntándose si la idea habría sido de Creusa o de Eneas.

—Y ahora, antes de que te vayas, háblame de mi madre.

Casandra informó a Andrómaca del nacimiento de la heredera de Colquis y Andrómaca suspiró.

—Desearía poder ir a Colquis para que Héctor reinase allí; quizá pueda arreglarse cuando concluya esta condenada guerra.

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