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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (27 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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—¿Dónde está el práctico Thorne?

—Se lo dije a esos matones antes. Nunca he oído hablar de él.

—Thorne es el herm betano al que roció usted con bruma aturdidora anoche en el callejón del Corredor Transversal. Junto con una cuadri rubia llamada Garnet Cinco.

La expresión hosca aumentó.

—Nunca los he visto.

Venn volvió la cabeza e hizo un gesto a una patrullera, que se marchó flotando. Unos instantes después regresó a través de uno de los otros portales de la cámara, acompañada de Garnet Cinco. Miles advirtió con alivio que el color de Garnet parecía haber mejorado mucho y, obviamente, se las había apañado para conseguir el maquillaje que usaba para retocarse un poco y recuperar su aspecto habitual.

—¡Ah! —dijo alegremente—. ¡Lo han capturado! ¿Dónde está Bel?

—¿Es éste el planetario que los atacó con productos químicos a usted y al práctico, y liberó gases ilícitos en la atmósfera pública anoche? —preguntó Venn formalmente.

—Oh, sí —dijo Garnet Cinco—. Es inconfundible. Quiero decir, mírenle las membranas.

Gupta apretó los labios, los puños y los pies, pero seguir fingiendo era claramente inútil.

Venn redujo la voz a un gruñido, adecuadamente amenazador.

—Gupta, ¿dónde está el práctico Thorne?

—¡No sé dónde está el maldito herm! Lo dejé en el contenedor junto a ella. No pasaba nada. Quiero decir, que respiraba y todo. Los dos. Me aseguré. El herm estará probablemente durmiendo allí todavía.

—No —dijo Miles—. Comprobamos todos los contenedores del callejón. El práctico ha desaparecido.

—Bueno, pues no sé dónde se fue después.

—¿Estaría dispuesto a repetir esa declaración con pentarrápida para librarse de la acusación de secuestro? —preguntó astutamente Venn, intentando conseguir un interrogatorio voluntario.

El rostro gomoso de Gupta se quedó inmóvil, y sus ojos se rebulleron.

—No puedo. Soy alérgico.

—¿Ah, sí? —dijo Miles—. Vamos a comprobarlo, ¿quiere?

Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó la tira de parches de prueba que había conseguido antes de los suministros de SegImp de la
Kestrel
, en previsión de una posibilidad semejante. Cierto, no había previsto la urgencia añadida de la alarmante desaparición de Bel. Alzó la tira y les explicó a Venn y al magistrado, que lo observaba todo con semblante judicial:

—Prueba de penta-alergia en grado de seguridad. Si el sujeto tiene alguno de los seis tipos de anafilaxis inducidos artificialmente o incluso una leve alergia natural, le salen ronchas en la piel.

Para tranquilizar a los oficiales cuadris, abrió uno de los parches y se lo colocó en el dorso de la mano, e hizo la demostración agitando los dedos. Eso fue suficiente para que nadie, excepto el prisionero, protestara cuando se inclinó hacia delante y colocó otra tira sobre el brazo de Gupta, quien dejó escapar un aullido de horror que sólo consiguió que lo miraran con mala cara; entonces redujo el aullido a un gemido quejumbroso ante los rostros divertidos de todos.

Miles se quitó el parche y descubrió una clara irritación rojiza.

—Como ven, tengo una leve sensibilidad endógena.

Esperó unos instantes más, para dar énfasis al momento, y luego extendió la mano y le quitó el parche a Gupta. El tono de piel enfermizamente natural (los champiñones eran naturales, ¿no?) no había sido afectado.

Venn, captando el ritmo de la situación como si fuera un experto de SegImp, se inclinó hacia Gupta y dijo:

—Ya son dos mentiras hasta ahora. Puede dejar de mentir ya. O puede dejar de mentir dentro de poco. Como prefiera. —Alzó los ojos entornados hacia el oficial cuadrúmano—. Magistrado Leutwyn, ¿considera que tenemos causa suficiente para un interrogatorio involuntario químicamente asistido de este transeúnte?

El magistrado no parecía demasiado entusiasmado, pero asintió.

—A la luz de su admitida conexión con la preocupante desaparición de un valioso empleado de la Estación, sí, no cabe duda. Le recuerdo que someter a los detenidos a su cargo a innecesarias incomodidades físicas va contra las reglas.

Venn miró a Gupta, colgando miserablemente en el aire.

—¿Cómo puede sentirse incómodo? Está en caída libre.

El magistrado arrugó los labios.

—Transeúnte Gupta, aparte de sus ligaduras, ¿siente algún tipo de incomodidad en este momento? ¿Necesita comida, bebida o instalaciones sanitarias planetarias?

Gupta agitó las muñecas contra sus suaves ataduras y se encogió de hombros.

—No. Bueno, sí. Mis branquias se están secando. Si no van a soltarme, necesito que alguien las rocíe. Tengo el líquido en mi bolsa.

—¿Esto? —La patrullera cuadri mostró lo que parecía ser un rociador de plástico perfectamente normal, de los que Miles había visto emplear a Ekaterin para rociar algunas plantas. Lo agitó y borboteó.

—¿Qué hay dentro? —preguntó Venn, receloso.

—Agua, principalmente. Y un poco de glicerina —dijo Gupta.

—Vaya a comprobarlo —le dijo Venn a la patrullera. Ella asintió y se fue flotando. Gupta la observó marchar con un poco de desconfianza, pero ninguna alarma.

—Transeúnte Gupta, parece que va a ser nuestro invitado durante un tiempo —dijo Venn—. Si le quitamos las ataduras, ¿va a darnos problemas o se comportará?

Gupta guardó silencio un instante, y luego dejó escapar un suspiro de agotamiento.

—Me comportaré. Para lo que me va a servir de todas formas…

Un patrullero se adelantó flotando y desató las muñecas y los tobillos del prisionero. Sólo Roic pareció menos que satisfecho con esta innecesaria cortesía. Tensó una mano en un asidero de la pared y plantó un pie en un muro que no estaba ocupado por ningún equipo, dispuesto a abalanzarse hacia delante. Pero Gupta sólo se frotó las muñecas y se agachó para hacer lo mismo con sus tobillos, y parecía agradecido a su pesar.

La patrullera regresó con el frasquito y se lo entregó a su jefe.

—El detector químico del laboratorio dice que es inocuo. Debería ser seguro —informó.

—Muy bien.

Venn le lanzó la botella a Gupta, quien a pesar de sus manos extrañamente largas la asió rápidamente, sin torpeza de planetario, un hecho que Miles estaba seguro que el cuadrúmano había advertido.

—Hum.

Gupta dirigió al grupo que lo observaba una mirada levemente avergonzada, y se subió el poncho. Se estiró e inhaló, y las costillas de su gran torso desnudo se separaron: partes de piel se levantaron para revelar tajos rojos. El tejido de debajo parecía esponjoso, y ondulaba con el rociado como plumas densamente colocadas.

«Dios todopoderoso. Tiene de verdad agallas ahí debajo.» Presumiblemente, el movimiento como de fuelle del pecho ayudaba a bombear el agua cuando el anfibio estaba sumergido. Sistemas duales. ¿Contenía entonces la respiración, o se cerraban sus pulmones involuntariamente? ¿Con qué mecanismo cambiaba su circulación sanguínea de una forma de oxigenarse a la otra? Gupta apretó el frasco y roció los rojos tajos, de atrás hacia delante y de derecha a izquierda, y pareció sentirse algo más cómodo. Suspiró, las rendijas se cerraron y el pecho pareció simplemente irregular y magullado. Volvió a colocarse el ancho poncho en su sitio.

—¿De dónde es usted? —no pudo dejar de preguntar Miles.

Gupta volvió a mostrarse hosco.

—Adivine.

—Bueno, de Jackson's Whole por el peso de las pruebas, pero ¿qué Casa lo creó? ¿Ryoval, Bharaputra, otra? ¿Y fue usted un ejemplar único, o parte de un grupo? ¿Geningeniería de primera generación, o parte de una línea autorreproductora de… de gente acuática?

Gupta abrió mucho los ojos, sorprendido.

—¿Conoce usted Jackson's Whole?

—Digamos que he hecho varias visitas dolorosamente educativas al lugar.

La sorpresa se tiñó de ligero respeto, y un poco de solitaria ansiedad.

—Me creó la Casa Dyan. Fui parte de un grupo, una vez… Éramos una compañía de ballet subacuático.

Garnet Cinco mostró claramente su sorpresa.

—¿Era bailarín?

El prisionero se encogió de hombros.

—No. Me crearon para ser uno de los tramoyistas sumergibles. Pero la Casa Dyan sufrió una opa hostil por parte de la Casa Ryoval… justo unos años antes de que el barón Ryoval fuera asesinado, lástima que eso no sucediera antes. Ryoval disolvió la compañía para dedicarla a, hum, otras tareas, y decidió que no tenía ningún uso alternativo para mí, así que me quedé sin trabajo y sin protección. Podría haber sido peor. Podría haberme conservado. Vagabundeé y acepté los trabajos de técnico que pude conseguir. Una cosa llevó a la otra.

En otras palabras, Gupta había nacido dentro de la gleba tecnológica de Jackson's Whole, y se había quedado en la calle cuando sus creadores-propietarios originales fueron absorbidos por su implacable rival comercial. Con lo que Miles sabía del difunto y desagradable barón Ryoval, el destino de Gupta fue tal vez más feliz que el de su mer-cohorte. Según se sabía por la fecha de la muerte de Ryoval, aquella última vaga observación sobre una cosa que llevaba a la otra cubría al menos cinco años, tal vez incluso diez.

—No disparó usted ayer contra mí, ¿verdad? —dijo Miles pensativo—. Ni contra el práctico Thorne.

Lo cual dejaba…

Gupta lo miró, parpadeando.

—¡Oh! ¡Ahí es donde lo vi antes! Lo siento, no. —Su ceño se arrugó—. ¿Qué estaba haciendo allí? No era usted uno de los pasajeros. ¿Es otro ocupa estacionario como ese pesado betano?

—No. Mi nombre es Miles. —Tomó la instantánea y casi subliminal decisión de no mencionar todos los cargos—. Me enviaron a encargarme de las preocupaciones barrayaresas cuando los cuadris inmovilizaron la flota komarresa.

—Oh. —Gupta dejó de interesarse.

¿Qué demonios retrasaba la llegada de la pentarrápida? Miles bajó la voz.

—¿Qué le pasó a sus amigos, Guppy?

Eso volvió a captar la atención del anfibio.

—Nos la jugaron. Sometidos, inyectados, infectados…, rechazados. Nos la jugaron a todos. Maldito bastardo cetagandés. Ése no era el Trato.

Algo dentro de Miles se puso a toda máquina. «Aquí está la conexión, por fin.» Su sonrisa se volvió encantadora, y su voz se suavizó aún más.

—Hábleme del bastardo cetagandés, Guppy.

Los oyentes cuadris habían dejado de agitarse, incluso respiraban más despacio. Roic se había retirado a un lugar discreto, al otro lado de Miles. Gupta miró a los estacionarios, y a Miles y a sí mismo, las únicas personas con piernas situadas en el centro del círculo.

—¿Para qué? —El tono de su voz no era un quejido de desesperación, sino una pregunta amarga.

—Yo soy de Barrayar. Tengo cierta inquina especial contra los bastardos cetagandanos. Los ghem-lores de Cetaganda dejaron a cinco millones de muertos de la generación de mi abuelo tras de sí, cuando finalmente se rindieron y fueron expulsados de Barrayar. Todavía tengo una bolsa con cabelleras ghem. Para ciertos tipos de cetagandanos, podría usar un par de cosas que le parecerían interesantes.

La mirada del prisionero se centró en su rostro. Por primera vez, Miles se había ganado la completa atención de Gupta. Por primera vez, había dado a entender que podría tener algo que Guppy realmente quisiera. ¿Quisiera? Se moría de ganas, lo ansiaba, lo deseaba con loca obsesión. Sus vidriosos ojos estaban hambrientos de… tal vez de venganza, tal vez de justicia…, de sangre, en cualquier caso. Pero el Príncipe Rana carecía, evidentemente, de experiencia en temas de venganza. Los cuadris no trataban con sangre. Los barrayareses… tenían una reputación más sanguinaria. Lo cual, por primera vez en aquella misión, tal vez sirviera para algo.

Gupta tomó aire.

—No sé de qué clase era éste. Es. No se parecía a nadie que yo conozca. Bastardo cetagandés. Nos fundió.

—Dígamelo todo —susurró Miles—. ¿Por qué ustedes?

—Vino a nosotros… a través de nuestros habituales agentes consignatarios. Pensamos que no habría problema. Teníamos una nave. Gras-Grace y Firka y Hewlet y yo teníamos esa nave. Hewlet era nuestro piloto, pero Gras-Grace era el cerebro. Yo tenía habilidad para arreglar cosas. Firka llevaba los libros y se encargaba de las reglas y de los pasaportes, y de los oficiales molestos. Gras-Grace y sus tres maridos, nos llamábamos. Éramos un grupo de rechazados, pero tal vez entre los tres éramos un verdadero esposo para ella, no lo sé. Una para todos y todos para una, porque estaba claro que una tripulación de jacksonianos refugiados, sin una Casa ni un barón, no iba a conseguir nada en el Nexo.

Gupta empezaba a sumergirse en su historia. Miles, escuchando con total atención, rezó para que Venn tuviera el buen sentido de no interrumpir. Diez personas flotaban a su alrededor en la cámara, aunque Gupta y él, mutuamente hipnotizados por la intensidad cada vez mayor de su confesión, bien podrían haber estado flotando en una burbuja de espacio y tiempo completamente apartada del universo.

—¿Dónde recogieron a ese cetagandés y su cargamento, por cierto?

Gupta alzó la cabeza, sobresaltado.

—¿Sabe usted lo del cargamento?

—Si es el mismo que ahora está a bordo de la
Idris
, sí, he echado un vistazo. Me pareció bastante preocupante.

—¿Qué es lo que hay dentro en realidad? Sólo vi el exterior.

—Preferiría no decirlo ahora mismo. ¿Qué les dijo él que era? —Miles prefirió no confundir de momento las cosas con el género del ba.

—Mamíferos alterados genéticamente. No hicimos preguntas. Nos pagaron un extra por no hacer preguntas. Ése era el Trato, pensamos.

Y si había algo que los éticamente elásticos habitantes de Jackson's Whole consideraban casi sagrado era el Trato.

—Un buen negocio, ¿no?

—Eso parecía. Dos o tres encargos más como ése y habríamos podido terminar de pagar la nave y ser libres.

Miles lo dudó, si la tripulación debía la nave a la típica Casa financiera de Jackson's Whole. Pero tal vez Guppy y sus amigos eran optimistas acabados. O desesperados acabados.

—El trabajo parecía sencillo. Recoger esa carga en los aledaños del Imperio cetagandés. Saltamos a través del Centro Hegen, vía Vervain, y nos acercamos a Rho Ceta. Todos esos arrogantes y recelosos inspectores que nos abordaron en los puntos de salto no encontraron nada que achacarnos, aunque les habría gustado, porque no había nada a bordo más que lo que nuestro archivo manifiesto decía. Eso hizo que el viejo Firka se hartara de reír. Hasta que nos dirigimos al último salto, hacia Rho Ceta a través de esos sistemas vacíos antes de que la ruta se bifurque hacia Komarr. Tuvimos un encuentro en el espacio que no constaba en nuestro plan de vuelo.

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