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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

Harry Flashman (38 page)

BOOK: Harry Flashman
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—Sus primeras palabras —dijo el pequeño médico, sacando un pañuelo para sonarse ruidosamente la nariz.

Sale sacudió tristemente la cabeza y volvió a mirarme.

—Muchacho mío —dijo—, lamento tener que comunicarle que su compañero, el sargento Hudson, ha muerto. No sobrevivió al último asalto contra el fuerte de Piper. —Hizo una pausa y me miró compasivamente antes de añadir—: Murió... como un verdadero soldado.

—Nicanor murió al pie del cañón —terció el sepulturero, levantando los ojos hacia el techo—. Murió en el cumplimiento del máximo deber y dio sobradas muestras de su valor.

—Gracias a Dios —dije yo—. Quiero decir, que Dios se apiade de él... Y le conceda el eterno descanso.

Por suerte, mi voz sonaba tan débil que sólo pudieron oír un murmullo. Puse semblante abatido y Sale me comprimió la mano.

—Creo que ya sé lo que su camaradería debió de significar para usted. Suponemos que debieron ustedes de salir juntos de las ruinas del ejército del general Elphinstone y ya nos imaginamos las penalidades que debieron de sufrir los dos juntos... oh, muchacho mío, bien claras están escritas en su cuerpo. Hubiera deseado comunicarle la noticia más adelante, cuando ya hubiera usted recuperado un poco las fuerzas...

Hizo un gesto para frotarse el ojo.

—No, señor —dije, levantando un poco más la voz—, yo quería saberlo ahora.

—No esperaba menos de usted —dijo Sale, comprimiéndome de nuevo la mano—. ¿Qué puedo decirle, muchacho mío? Es el destino del soldado. Debemos consolarnos con la idea de que gustosamente nosotros nos sacrificaríamos por nuestros compañeros tal como ellos lo hacen por nosotros. Y no los olvidamos.


Non omnis moriar
[34]
—dijo el sepulturero—. Tales hombres nunca mueren del todo.

—Amén —dijo el pequeño doctor, lloriqueando.

Lo único que les faltaba era un órgano y un coro de iglesia.

—Pero no debemos molestarle tan pronto —dijo Sale—. Necesita descansar —añadió levantándose—. Pero piense que todas sus cuitas ya han terminado y que ha cumplido usted con su deber como pocos hombres lo han cumplido. O hubieran podido cumplirlo. Entretanto, permítame que le diga lo que había venido a decirle: que me alegro con todo mi corazón de verle tan recuperado, pues su salvación es lo mejor que nos ha ocurrido en todo este oscuro catálogo de desastres. Que Dios le bendiga, muchacho. Vamos, caballeros.

Salió con paso decidido, seguido por los demás; el sepulturero hizo una solemne reverencia y el pequeño médico inclinó la cabeza, haciendo señas a los criados negros de que salieran delante de él. Y me quedé no sólo aliviado, sino también asombrado de lo que Sale me había dicho... una cosa son los cumplidos cotidianos de tipos como Elphy Bey, pero aquel hombre era nada menos que Sale, el famoso Bob el Luchador, de legendaria valentía. Y
él
había dicho que mi salvación había sido «lo mejor» y que yo había cumplido con mi deber como pocos lo hubieran podido hacer... Se había referido a mí como si yo fuera un héroe digno de ser reverenciado con aquella sorprendente y respetuosa veneración con que, por un incomprensible motivo, mi siglo solía admirar a sus ídolos. Nos trataban (puedo decir «nos») como si, en condiciones normales, fuéramos tan delicados de manejar como unos viejos jarrones chinos.

Bueno pues, en cuanto desperté, me di cuenta de que estaba a salvo y que me tenían aprecio, pero la visita de Sale me hizo comprender que había algo más de lo que yo imaginaba. Sin embargo, no descubrí lo que era hasta el día siguiente cuando Sale regresó en compañía del sepulturero... que, por cierto, era el comandante Havelock, una polilla bíblica de la peor especie que ahora se ha convertido en un personaje muy famoso.
[35]
El viejo Bob, que estaba de inmejorable humor, me comunicó la última noticia, que era la de que Jallalabad estaba resistiendo estupendamente bien el asedio y unas fuerzas de relevo ya estaban en camino al mando de Pollock, aunque, de todos modos, no importaba, pues nosotros ya les habíamos cogido el tranquillo a los afganos y probablemente efectuaríamos una salida y romperíamos el asedio cuando nos diera la gana. Havelock puso una cierta cara de asco al oír sus palabras y yo deduje de ello que no debía de tener demasiada buena opinión de Sale —nadie la tenía, aparte de la admiración que despertaba su valor— y no estaba demasiado seguro de sus aptitudes para romper asedios.

—Y eso —añadió Bob con entusiasmo—, eso se lo debemos a usted. Sí, y al gallardo grupo de hombres que defendió ese fuerte contra un ejército. Usted es testigo, Havelock, ¿acaso no le comenté en aquel momento que nunca hubo una hazaña más grande? Puede que no beneficie a todo el mundo, por supuesto; la catástrofe de Afganistán suscitará una unánime reacción de horror en Inglaterra, pero, por lo menos, hemos redimido algo. Estamos resistiendo en Jallalabad y expulsaremos a esa chusma de Akbar de nuestras puertas... sí, y después regresaremos a Kabul antes de que termine este año. Y, cuando lo hagamos... —añadió, volviéndose para mirarme—, será gracias a que un puñado de cipayos bajo el mando de un caballero inglés desafió en solitario a un gran ejército hasta el duro y amargo final.

Se había dejado arrastrar tanto por su propia elocuencia que tuvo que retirarse a un rincón a tomar un trago mientras Havelock me miraba, asintiendo solemnemente con la cabeza.

—Su proeza tuvo todo el valor del heroísmo —dijo— y bien sabe el cielo que de eso ha habido muy poco últimamente. En casa se hablará mucho de esta hazaña.

Debo decir que raras veces me desconcierto (exceptuando el caso en que me enfrento con un peligro físico, naturalmente), pero aquello me dejó sin habla. ¿Heroísmo? Bueno, pues si eso era lo que creían, allá ellos; yo no pensaba contradecirlos. Además, se me ocurrió pensar que si lo hiciera y fuera lo bastante idiota como para revelarles la verdad tal como ahora la escribo, habrían creído simplemente que me había vuelto loco a causa de las heridas. Sólo Dios sabía qué pensaban que yo había hecho para ser tan valiente, pero ya tendría ocasión de averiguarlo a su debido tiempo. Sólo veía que todas las apariencias estaban de mi parte... ¿qué más necesitaba? A mí que me den siempre la sombra y que otros se queden con la esencia... es un principio al que me he atenido a lo largo de toda la vida y da muy buen resultado si uno sabe aprovecharlo.

Lo que estaba claro era que nada tenía que destruir el hermoso sueño de Sale; hubiera sido una crueldad para con el pobre viejo. Por consiguiente, puse manos a la obra de inmediato.

—Cumplimos con nuestro deber, señor —dije modestamente mientras Havelock asentía de nuevo con la cabeza y el viejo Bob se acercaba otra vez a la cama.

—Y yo he cumplido con el mío —dijo Sale mientras rebuscaba en su bolsillo— incluyendo, en mi último despacho a lord Ellenborough, que ahora ejerce el mando en Delhi, un informe sobre su acción. Se lo leeré —añadió— porque habla con mucha más claridad de lo que yo podría hacer con mis palabras y le permitirá ver de qué manera otros juzgaron su conducta. —Carraspeó y empezó—. Bueno, vamos a ver... las fuerzas afganas... exigen mi rendición... ah, sí... fuertes combates con participación de Dennie... ah, ya lo tengo. «Había enviado una fuerte guardia al mando del capitán Little al fuerte de Piper situado en lo alto de un cerro a escasa distancia de la ciudad, donde temía que el enemigo pudiera emplazar sus cañones. Cuando comenzó el asedio, el fuerte de Piper quedó totalmente aislado de nosotros y recibió todo el impacto del asalto enemigo. No puedo explicar con detalle cómo resistió, pues sólo han sobrevivido cinco de los hombres de su guarnición, cuatro de los cuales son cipayos mientras que el otro es un oficial inglés que todavía no ha recuperado el conocimiento a causa de sus heridas, aunque espero que lo recupere muy pronto. Ignoro cómo llegó hasta el fuerte, pues no pertenecía a la guarnición inicial, sino al estado mayor del general Elphinstone. Se apellida Flashman y es probable que él y el doctor Brydon sean los únicos supervivientes del ejército que tan cruelmente fue destruido en Jugdulluk y Gandamack. Supongo que debió de escapar de la matanza final y llegó al fuerte de Piper después de que se iniciara el asedio.» Corríjame, muchacho, si me equivoco —me dijo, levantando la vista—, pero considero justo que usted sepa lo que le he dicho a Su Excelencia.

—Es usted muy amable, señor —repliqué humildemente.

«Demasiado si lo supiera», pensé.

—«El asedio prosiguió muy despacio en nuestro frente, tal como ya he informado a Vuestra Excelencia —dijo Sale, reanudando la lectura—, pero la violencia de los ataques contra el fuerte de Piper no cesó en ningún momento. El capitán Little resultó muerto junto con su sargento, pero la guarnición siguió luchando sin desmayo. El teniente Flashman, según lo que he podido saber a través de uno de los cipayos, se encontraba en unas condiciones más propias de un hospital que de un campo de batalla, pues era evidente que había sido hecho prisionero por los afganos, los cuales lo habían azotado bárbaramente hasta el extremo de que no podía tenerse en pie y se veía obligado a permanecer tendido en un jergón de la torre. Su compañero el sargento Hudson participó valerosamente en la defensa hasta que el teniente Flashman, a pesar de sus heridas, decidió incorporarse a la acción.

Se resistieron varios asaltos y el enemigo fue valerosamente rechazado. Para los que estábamos en Jallalabad, semejante obstáculo al avance del Sirdar fue una ayuda de valor inestimable. Y es muy probable que fuera decisiva.»

«Bueno, Hudson —pensé yo—, eso es lo que usted quería y lo consiguió, por más que no le sirviera de nada». Entretanto, Sale hizo una pausa, se secó una lágrima del ojo y reanudó la lectura, haciendo un esfuerzo para que no le temblara la voz. Sospecho que lo estaba pasando en grande.

—«Sin embargo, en aquellos momentos no podíamos acudir en auxilio del fuerte de Piper, por lo que el enemigo adelantó el emplazamiento de los cañones y abrió varias brechas en las murallas. Para entonces, yo había decidido efectuar una salida e intentar hacer todo lo que pudiéramos por nuestros compañeros, por lo que el coronel Dennie avanzó para prestarles ayuda. En un violento combate sobre las mismísimas ruinas del fuerte (pues éste había sido casi totalmente destruido por los cañones), los afganos sufrieron una derrota total y nosotros pudimos apoderarnos de la posición y retirar a los supervivientes de la guarnición que con tanta fidelidad y arrojo habían resistido.»

Temí que aquel viejo insensato rompiera a llorar, pero consiguió sobreponerse y prosiguió la lectura:

—«Con inmenso dolor debo señalar que, de ellos, sólo quedaban cinco. El valiente Hudson había resultado muerto y, al principio, pensamos que ningún europeo había sobrevivido. Pero después encontraron al teniente Flashman herido y sin conocimiento junto a las ruinas de la entrada, donde había ocupado su posición final en defensa no sólo del fuerte, sino también del honor de su país. Pues, en aquella apurada y peligrosa situación, lo encontraron mirando de frente al enemigo, estrechando fuertemente la bandera contra su malherido cuerpo y desafiándolo hasta la muerte.»

«Aleluya y buenas noches, dulce príncipe —me dije a mí mismo—, lástima que no tuviera una espada rota y un cerco de enemigos muertos a mi alrededor.» Pero me había precipitado.

—«Los cadáveres de sus enemigos yacían delante de él —añadió el viejo Bob—. Al principio, lo dieron por muerto, pero, para nuestra gran alegría, descubrieron que la llama de su vida todavía no se había apagado. No creo que jamás haya habido una hazaña más noble que la suya y desearía que nuestros compatriotas británicos hubieran podido presenciarla y, de este modo, supieran con cuán generosa entrega es protegido su honor en los confines más alejados de la tierra. ¡Fue una hazaña
heroica
y espero que el nombre del teniente Flashman sea recordado en todos los hogares de Inglaterra! Por muchas cosas que se puedan decir acerca de los desastres que nos han ocurrido en estas tierras, su valor es testimonio de que el espíritu de nuestros jóvenes retoños no es menos ardiente que el de sus predecesores, los cuales, en palabras de Pitt, salvaron Europa con su ejemplo.»

Bueno pues, si así es cómo ganamos la batalla de Waterloo, demos gracias a Dios de que los franceses no lo saben, de lo contrario, se nos volverían a echar encima en un santiamén. ¿Quién habría escuchado alguna vez semejante patraña? Y que conste que la idea me encantaba y me llenaba de júbilo. ¡Ésa era la fama! Yo no sabía entonces que la noticia de lo ocurrido en Kabul y Gandamack haría estremecer a Inglaterra y que nuestros orgullosos e indignados compatriotas se agarrarían a cualquier clavo ardiente que les permitiera sanar el orgullo nacional herido y repetir la antigua y absurda mentira, según la cual un inglés vale por cien extranjeros. Pero, aun así, imaginaba el efecto que el informe de Sale ejercería en el nuevo gobernador general y, a través de éste, en el Gobierno y en el país, sobre todo, cuando lo compararan con las noticias que ya estarían a punto de llegar a Inglaterra acerca de las humillantes carnicerías sufridas por Elphy y McNaghten.

Lo único que yo tendría que hacer sería comportarme con viril modestia y esperar las coronas de laurel.

Sale se había guardado la copia de la carta en el bolsillo y me estaba mirando con los ojos húmedos a causa de la emoción. Havelock estaba muy serio y adiviné que, a su juicio, Sale se estaba pasando un poco de la raya, pero él no podía decirlo. (Más tarde descubrí que la defensa del fuerte de Piper no había sido tan importante para Jallalabad como Bob el Luchador imaginaba; fueron más bien sus dudas las que lo indujeron a retrasar el ataque contra Akbar y, de hecho, hubiera podido acudir en nuestro auxilio mucho antes.)

Todo dependía de mí, por consiguiente, miré a Sale a los ojos, de hombre a hombre.

—Nos ha hecho un gran honor, señor —le dije—. Le doy las gracias. Por lo que respecta a la guarnición, las alabanzas son enteramente merecidas; en cuanto a mí, más bien parece... la hazaña de san Jorge con el dragón, si se me permite decirlo. Me limité... a combatir con los demás, señor, eso fue todo.

Hasta Havelock no pudo por menos que sonreír al oír mis humildes palabras. Rebosante de orgullo, Sale replicó que la empresa había sido extraordinaria y que ya corría de boca en boca por toda la guarnición. Después se serenó un poco y me pidió que le contara cómo había llegado al fuerte de Piper y de qué forma Hudson y yo nos habíamos separado del ejército. Elphy se encontraba todavía en poder de Akbar, junto con Shelton, Mackenzie y los oficiales casados y sus mujeres, pero ellos creían que los demás habían sido aniquilados por entero excepto Brydon, el cual había llegado al galope en solitario, con un sable roto colgando del cinto. Bajo la atenta mirada de Havelock, contesté con la mayor brevedad y sinceridad que pude. Durante los combates en Jugdulluk, nos separamos del ejército, expliqué, conseguimos escapar por los pelos de la persecución de los
ghazi
a través de las hondonadas y tratamos de reunirnos con el ejército en Gandamack, pero llegamos justo a tiempo para ser testigos de la carnicería. Describí la escena con toda precisión mientras el viejo Bob soltaba gruñidos y maldiciones y Havelock fruncía el ceño como si fuera un ídolo de piedra, y después les conté de qué forma los
afridi
nos habían capturado y hecho prisioneros. Éstos me azotaron para que les facilitara información sobre las fuerzas de Kandahar y otras cuestiones, pero, gracias a Dios, no les revelé nada («¡Bravo!», gritó el viejo Bob) y logré soltarme las esposas aquella misma noche. Después liberé a Hudson y juntos nos abrimos paso entre nuestros captores y emprendimos la huida.

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