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Authors: Gore Vidal

Tags: #Histórico, Aventuras

En busca del rey (27 page)

BOOK: En busca del rey
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No había nada que hacer. Ninguna escapatoria. Los tres estrecharon el cerco con lentitud y cautela. Se defendió, devolvió los golpes, calladamente, el cuerpo helado y los labios trémulos.

Un fuego le quemó el hombro. La espada se le cayó de las manos. Un grito de uno de los hombres y un brutal impacto en el pecho. Cayó.

Abrió los ojos y vio el sol, como un escudo de bronce. Volvió la cabeza y vio al caballero de la boca delgada cabalgando hacia él. ¿Iba a ayudarlo? Y de pronto supo lo que iba a ocurrir. Aulló pero la masa blanca ya estaba encima de él, el unicornio no tenía jinete y el sol había desaparecido.

envoi
.

Blondel no lo encontró hasta el crepúsculo. La batalla había terminado y Ricardo había tomado Nottingham. Al no encontrar a Karl en la ciudad, Blondel se separó de Ricardo y caminó por el prado frente a la muralla.

Por todas partes yacían cadáveres de hombres y caballos: ya formando un grupo enmarañado donde la lucha había sido particularmente cruenta, ya separados entre si por cierta distancia. Oficiales de ambos bandos caminaban entre los muertos, identificándolos, haciendo el recuento. De vez en cuando se movía una figura; un hombre llamaba o gemía. La mayor parte de los heridos, sin embargo, habían sido trasladados fuera del campo. Los que yacían aquí eran casi todos muertos o moribundos.

Se paseó entre ellos, exhausto y aturdido, reconociendo a unos pocos. Algunos aldeanos, como buitres, ya habían puesto manos a la obra, despojando y desnudando a los cadáveres.

El crepúsculo era fresco, un alivio después del calor. Se había quitado el camisote y cambiado la túnica. Soplaba un viento ligero, y en el cielo se acumulaban las nubes y, a lo lejos, centelleaba algún rayo; pronto se desataría una tormenta. Blondel, previéndolo, se ajustó la capa.

No pensaría en Karl, en cambio, imaginó el encuentro de Juan con Ricardo; ¿o Juan habría huido? Nadie lo sabia aún. Todavía estaban registrando el castillo, pero el ejército de Juan estaba deshecho. Los pocos que quedaban ya habían jurado fidelidad al rey, y pronto podrían regresar a Londres y luego a Francia: los tres.

Ricardo, de nuevo victorioso, no había dejado de moverse. Había enronquecido poco antes de finalizar la batalla. Susurrando, había recibido a los capitanes que se rendían. Pese a todo, había pronunciado un discurso.

—Se ha comentado —había dicho, cuidándose de que no se le quebrara la voz, mirando a los capitanes, barones y caballeros mugrientos que se encontraban de pie frente a él en el salón del castillo de Nottingham—, se ha comentado que acepté al emperador como mi amo y señor, a condición de que me liberara. Permitid que anuncie, pues —y señaló una proclama que debía ser copiada y distribuida en toda Inglaterra—, que las promesas que haya hecho al Sacro Emperador Romano —enumeró los títulos con voz burlona—, sean cuales fueren, no tienen validez alguna, puesto que cuando las hice me tenían cautivo en forma ilegal. Y por otra parte, si alguno de mis barones ingleses tiene alguna duda con respecto a quién es el rey, yo la eliminaré tal como hoy he eliminado el ejército de Juan. Pues, finalmente, como señal para mis barones ingleses y el emperador y todos los príncipes de la cristiandad, os ordeno que nos acompañéis a nuestra catedral de Winchester, donde, en el curso de esta semana, ceñiremos la corona.

Allí se había interrumpido, le había fallado la voz. Los hombres lo vitorearon y él los miró con una media sonrisa, firme y solitario.

Después, Blondel se había marchado. El cirujano le vendó el pie, que estaba magullado pero sin heridas de gravedad. Luego, al no ver a Karl, fue en su busca. Caminó lentamente por el campo de batalla.

En el borde del prado, a varias yardas de los vestigios más próximos del combate, encontró a Karl. El muchacho yacía de espaldas, con las piernas cruzadas, un brazo hacia atrás y protegiéndose la cara con el otro. Los saqueadores lo habían encontrado antes: lo habían despojado del yelmo, las armas, los zapatos y la capa; sólo le habían dejado puesto el camisote rasgado. Tenía la piel lívida y manchada de sangre seca.

Blondel permaneció junto a él, sin saber qué hacer ni qué sentir. Todo el ruido y la violencia de ese día habían agotado sus energías y sus emociones, destruido su capacidad de actuar y de creer. Se quedó mirando al muchacho; luego, lentamente, se agachó a su lado y le apartó el brazo de la cara. La brillante melena estaba roja de sangre. El rostro, macilento, no expresaba temor ni dolor.

Blondel hundió la cabeza en el regazo. Cayó una lluvia fría, una temprana lluvia de primavera, pero él no la sintió. Se quedó allí largo rato. Era el fin; su propia juventud yacía muerta bajo la lluvia y ahora seria un viejo desprotegido, ensimismado, y nunca volvería a ser joven. El viento, con sonido estridente, lleno de lluvia, azotaba la planicie, soplaba a través del bosque de Sherwood. El crepúsculo, ennegrecido por los nubarrones, era casi tan oscuro como la noche.

Un hombre se acercó caminando por el prado, caminando solo, observando los cadáveres y agachándose de vez en cuando para mirar los rostros, para examinar los rostros desencajados de los amigos muertos. Blondel lo miró sin interés, y finalmente reconoció al rey.

—Lo has encontrado —susurró Ricardo, la voz débil y ronca, vacilante.

Blondel guardó silencio.

—Está muerto —dijo Ricardo, arrodillándose, tocando la cara del muchacho. Luego ayudó a Blondel a incorporarse.

—Me encargaré de que lo entierren aquí —dijo Ricardo—. Ahora tenemos que irnos.

Atravesaron el prado en la oscuridad, hacia la ciudad de Nottingham y los festejos de la victoria.

El Cairo

8 de abril de 1948.

Eugene Luther Gore Vidal
(3 de octubre de 1925, West Point, Nueva York, Estados Unidos), más conocido como
Gore Vidal
, es unescritor, ensayista y guionista estadounidense.

Hijo de un instructor aeronáutico en la academia militar de West Point, estudió en la Phillips Exeter Academy y en 1943 se alistó en el Ejército, donde permaneció hasta 1946. De esa fecha es su primera novela,
Williwaw
, el nombre de un violento viento ártico, con la que queda adherido a la tradición realista de la narrativa norteamericana.

Su segunda novela, In a
Yellow Wood
(En un bosque amarillo, 1947) relata las dificultades de un combatiente veterano para reinsertarse en la sociedad civil.
The City an the Pillar
(1948) es su tercer relato y el comienzo de su distanciamiento con el gran público, con una historia de homosexualidad que produjo un desproporcionado escándalo. Siguen aún algunos títulos como
The Season of Confort
(1949),
A Search for the King
(1950),
Dark Green, Bright Red
(1950),
The Judge of Paris
(1952) y
Messiah
(1954), tras lo cual se produce un paréntesis de diez años en que el autor dedica su talento a los medios televisivo y cinematográfico.

En 1964 recomenzó su carrera literaria con
Julian
(Juliano el Apóstata), biografía novelada del emperador romano que es, para algunos críticos, su libro más logrado. Pero la obra de G. Vidal, amplia, diversa y fuertemente crítica en todos sus aspectos, tiene también piezas teatrales y ensayos. Con el seudónimo de Edgar Box escribió asimismo una serie de relatos detectivescos. Entre sus últimas novelas publicadas están
Myra Breckinridge
(1968),
Two Sisters
(1970),
Burr
(1972) —que es la biografía de Aaron Burr, vicepresidente de Estados Unidos con el gobierno de Alexander Hamilton—,
Kalki
(1978),
Creation
(1980),
Lincoln
(1984),
Empire
(1987) y
Hollywood
(1989).

Fuente:
www.edukativos.com

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