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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (28 page)

BOOK: El laberinto del mal
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—Estoy preparado para hacerlo.

Palpatine sonrió de nuevo.

—Pero volviendo al asunto que nos ocupa... Creo que si recuperamos Tythe habremos dado un paso muy importante para acabar con esta guerra. Y reconozco que no comprendo todas las implicaciones. El Consejo Jedi no me cuenta todos sus secretos.

Anakin luchó contra la tentación de contárselo todo acerca de la búsqueda de Darth Sidious. Miró a R2-D2, como buscando su complicidad, pero el astromecánico sólo hizo girar su cabeza con el indicador del procesador pasando del azul al rojo.

Finalmente, Anakin prefirió guardar silencio.

—No sé qué hacer, señor.

Palpatine adoptó una expresión de simpatía.

—Está decidido. Haré caso omiso del Consejo y te ordenaré que vuelvas al Núcleo. Nadie necesita más pruebas de tu valentía o de tu dedicación para derrotar a nuestros enemigos.

"A su debido tiempo aprenderás a confiar en tus sentimientos. Entonces, serás invencible", le había dicho Palpatine tres años antes.

—No —protestó Anakin impulsivamente—. No. Gracias, señor, pero... Me necesitan en Tythe. Dooku está allí.

Lo siento, Padmé, lo siento mucho. Te echo tanto de menos...

—Sí —estaba diciendo Palpatine—, ahora mismo Dooku es la clave de todo. Pese a todas nuestras victorias en los sistemas interiores... ¿Crees que el general Grievous y él pueden tener algún plan secreto?

—Aunque lo tengan, Obi-Wan y yo los derrotaremos antes de que puedan ponerlo en práctica.

—La República cuenta con ello.

—Proteja Coruscant, señor. Proteja a todos los que viven allí.

—Lo haré, muchacho. Y te aseguro que si te necesito, te llamaré.

Obi-Wan estaba en el hangar de la MedStar, esperando el trasbordador que iba a llevarlo al crucero
Integridad
. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, y su pequeña mochila estaba a su lado.

—¿Has llegado hasta él? —preguntó mientras Anakin y R2-D2 se acercaban.

—Bueno, hemos hablado.

—A eso me refería. ¿Y?

Anakin apartó la mirada.

—Hemos decidido que mi lugar es éste, Maestro. —Parecía a punto de llorar.

Por un momento creí que ibas a dejar que recuperase Tythe yo solo. Anakin lo miró sin pestañear.

—Sí, claro, estoy seguro.

—¿No me crees capaz? —preguntó Obi-Wan, haciendo una mueca.

—Sé que te matarías intentándolo.

—Las cosas no se intentan...

—Sí, lo sé. Se hacen o no se hacen —cortó Anakin—. Y tú eres la prueba viviente de eso.

Obi-Wan sonrió antes de mirar por la transparente portilla del hangar.

—Ya llega el trasbordador.

Los ojos de Anakin buscaron el punto de luz que se aproximaba.

—Nunca podré estar más preparado que ahora —seguía sin sonreír. Obi-Wan dio una palmada amistosa a Anakin en el brazo.

—Vayamos a por Dooku y terminemos con esto de una vez. Anakin tragó saliva y asintió con la cabeza.

—Ojalá sea verdad, Maestro.

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on la ayuda de las sondas robot, lograron abrir y conectar los descoloridos paneles del extremo del pasillo. Mace cargó a través de la puerta, con su túnica marrón agitándose tras él y el sable láser en la mano. Shaak Ti y los comandos le pisaban los talones. Los soldados se desplegaron con rapidez y eficiencia, pero también innecesariamente.

—Sorpresa —exclamó Shaak Ti—. Otro pasillo.

—Bueno, un pasillo más cerca del final —matizó Mace, decidido a buscar la parte positiva.

El túnel que el equipo siguió desde el nicho oculto los condujo a través de un laberinto de giros. bifurcaciones, ascensos empinados y descensos repentinos. Unas veces, el oscuro pasillo era lo bastante amplio como para permitir el paso de un deslizador: otras, se volvía tan estrecho que todo el mundo tenía que caminar de lado. Durante un par de kilómetros, las paredes, el techo y el suelo estuvieron empapados en la humedad que se filtraba de los niveles superiores de Coruscant. Allí desaparecían las huellas de su presa, pero las sondas robot siempre conseguían localizarlas más adelante. Algunas de las huellas eran tan recientes y tan visibles, que Dyne había sido capaz de calcular el tamaño del calzado de su propietario.

Y era humano.

Los droides ya lo habían deducido por las huellas digitales encontradas en el manillar y el asiento acolchado de la motojet. El vehículo también proporcionó a los droides fibras, pelos y otros desechos. Poco a poco iban completando un retrato del desconocido aliado de Dooku.

Con los ojos fijos en la pantalla de su procesador de datos, el capitán Dyne se acercó a Mace y Shaak Ti.

—Maestro Jedi, nuestra búsqueda está a punto de llegar a un nuevo nivel.

Mace recorrió el túnel con la mirada, buscando un turboascensor disimulado o una escalera.

—¿Hacia arriba o hacia abajo? —preguntó Shaak Ti, igualmente desconcertada.

Dyne la contempló, parpadeando perplejo.

—No quería decir "un nuevo nivel" en sentido literal —señaló a las flotantes sondas robot, que parecían ansiosas esperando que el equipo los siguiera en dirección Este—. Si las huellas siguen un puco más, terminaremos en el subsótano del República Quinientos.

Mace siguió a los droides cuando se internaron en el pasillo.

República Quinientos: la dirección donde vivían miles de los habitantes más ricos de Coruscant: senadores, famosos, magnates de negocios y propietarios de medios de comunicación.

Y, muy posiblemente, uno de ellos era un Señor Sith.

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oco daño más podían añadir tanto la Confederación como la República al que ya había infligido LiMerge Power a Tythe durante generaciones. Desde el espacio, su superficie, apenas vislumbrada a través de una mortaja de nubes color gris ceniza, parecía estar calcinada por las llamas de su propio sol o haber recibido el impacto de un enorme meteoro. Pero las cicatrices de Tythe no se debían a eso. El planeta habría resistido a todo eso, pero no pudo con la LiMerge, cuyos intentos por explotar sus abundantes depósitos de plasma natural provocaron un cataclismo de proporciones globales.

Los restos de lo que fueron tres cruceros de la República podían haber sido consecuencia del cataclismo, pero sólo eran bajas sufridas en el ataque separatista, rápido y sin cuartel. Velados por la nube de aire que el vacío había extraído de su interior y que ahora flotaba a su alrededor, el calcinado trío vagaba a la deriva entre las flotas de combate enemigas, separatista y republicana, que ahora se encontraban frente a frente.

—Me gustaría pagar a Dooku y a Grievous en especies —masculló Anakin por la red táctica de comunicaciones, mientras el Escuadrón Rojo se dejaba caer del vientre del
Integridad
para descender hacia Tythe.

—El que no lo hagamos es lo que nos mantiene centrados en la Fuerza —replicó Obi-Wan.

Anakin gruñó ante la observación.

—Llegará un momento en que tendrán que responder personalmente ante nosotros, y entonces será la Fuerza la que guíe nuestros sables láser.

Los dos cazas estelares volaban juntos, con las alas casi tocándose, y con los droides astromecánicos R2-D2 y R4-P17 en sus respectivos cubículos. Tenían el sol de Tythe a sus espaldas, y las naves que formaban la flotilla separatista permanecían suspendidas amenazadoramente sobre el hemisferio norte del planeta.

Con el racimo de lunas de Tythe formando un arco de doscientos grados, los separatistas habían actuado rápidamente, sembrando minas en varios puntos de salto hiperespacial y dejando a las naves de la República con una estrecha ventana por la que reintegrarse al espacio real. Las naves nodriza de la Federación de Comercio, la TecnoUnión y el Gremio de Comercio ocupaban los vértices de esa ventana, abierta sobre el lado iluminado de Tythe, del Polo Norte al ecuador, con escuadrillas enteras de cazas droide salpicando el espacio frente a la formación de las demás naves.

Para minimizar su perfil, las naves de la República habían adoptado una formación que se asemejaba a un banco de peces, con sus proas triangulares apuntando hacia el planeta. Varios escuadrones, el Rojo entre ellos, volaban directamente hacia la flota enemiga y estaban a punto de llegar a la altura de la vanguardia, compuesta por cazas buitre y tri-cazas.

—Preparaos para un viraje cerrado a estribor —avisó Anakin por la red a todo el escuadrón—. Seguid la cuenta atrás en vuestras pantallas. Cuando llegue a diez, efectuad la maniobra.

Obi-Wan mantuvo la mirada fija en el contador situado en la parte inferior de la pantalla del tablero de instrumentos. Cuando llegó a cero, tiró de los mandos hacia un lado y su caza giró en dirección al espacio abierto.

Tras las escuadrillas de Ala-V, de Jedi y de cazas CAR-170, la flota de combate de la República viró a babor, vomitando contra los separatistas toda su potencia de fuego en furiosas andanadas. Cegadoras cargas de plasma surcaron el espacio y detonaron contra los escudos de las naves enemigas, atomizando a todos los cazas droide lo bastante desafortunados como para verse atrapados en las explosiones.

Las naves nodriza separatistas absorbieron los primeros impactos sin parpadear, pero las más débiles y que habían sufrido daños retrocedieron hasta la retaguardia. Entonces, todas ellas respondieron con una potencia igualmente feroz. Con sus turboláseres silenciados, las naves de la República ya habían roto la formación. Pequeños soles estallaron y expandieron su energía azulada sobre el blindaje de los cascos. En cuanto terminó el letal diluvio, las escuadrillas de cazas estelares se reagruparon y aceleraron, intentando alcanzar el mayor número de naves enemigas antes de que sus cañones o sus escudos se recargaran.

Los cazas droide aceleraron para salir a su encuentro y ambas fuerzas se encontraron a mitad de camino. Las compactas formaciones de ambos bandos se disolvieron en docenas de escaramuzas individuales. Aquellos cazas republicanos que conseguían atravesar el caos volvían a reagruparse y reanudar su feroz ataque; el resto quedó atrapado entre una serie de rápidos ataques y otra de maniobras evasivas. El espacio se convirtió en un entramado de láseres escarlata y espirales blancas, punteado por constantes explosiones. Las naves de ambos bandos estallaban en pedazos o daban volteretas incontroladas cuando se quedaban sin alas o eran consumidas por las llamas.

—Los están barriendo —comentó Rojo Siete por la red de comunicaciones.

—Conocen su trabajo —respondió secamente Anakin.

Su trabajo era ganar tiempo para que el Escuadrón Rojo bordean el escenario de la batalla y descendiera sobre Tythe.

Una transmisión de los supervivientes del ataque separatista a la pequeña base de la República había confirmado la presencia de Dooku en la superficie. Pero ante la posibilidad de que Tythe sólo fuera una calculada maniobra de diversión, el Estado Mayor naval de Palpatine acordó enviar un solo destacamento de combate de la Ilota del Borde Exterior. Los mismos comandantes creían que invadir el planeta era una insensatez, pero que un ataque a la base Delta Cero estaba justificado. Al final decidieron que un bombardeo masivo, seguido de una batalla aérea limitada, obligaría a Dooku a huir y sería compatible con la estrategia republicana de obligar a los Separatistas a retirarse hasta lo más profundo de los brazos espirales de la galaxia.

No obstante, los Jedi habían insistido en que Dooku tenía que ser capturado vivo.

No necesitaron recordar a Obi-Wan y Anakin lo que había pasado semanas antes en Cato Neimoidia, cuando intentaron apresar al virrey Gunray, pero no querían dejar pasar la oportunidad de que el Señor Sith cayera en sus manos.

El punto de inserción del Escuadrón Rojo estaba situado a veinte grados sur del Polo Norte de Tythe, donde el frente de los separatistas era más disperso. A pesar de que los cazas droide seguían despegando desde los brazos curvos de las Naves de Control de Droides de la Federación de Comercio y de que los cañones de las naves del Gremio de Comercio llenaban el espacio con tormentas de energía desencadenada, Anakin guió su escuadrilla a través del corazón de la flota enemiga.

—No hay ni rastro del crucero de Grievous —dijo a Obi-Wan—. Ninguna de las naves insignia separatistas está aquí.

Obi-Wan estudió la imagen que le mostraba su pantalla táctica.

—Mayor razón para creer que Dooku fue enviado aquí por Sidious.

—Entonces, ¿dónde están todos los demás?

A Obi-Wan le preocupaba aquella situación, pero no quiso admitirlo.

—Dooku lo sabrá... —estaba diciendo, cuando los escáneres de proximidad de su caza lanzaron una advertencia—. Ese crucero de la Tecno-Unión está virando para interceptamos.

—Los cazas droide están lejos y reagrupándose —agregó Rojo Tres. Obi-Wan asintió.

—Escudos en ángulo. Podemos superarlos.

—Pero nos desviaremos demasiado de nuestro curso —advirtió Anakin.

—Casi hemos llegado al punto de inserción —respondió Obi-Wan.

—El crucero estelar no podrá seguirnos. Formad detrás de mí. Les demostraremos lo bien que sabemos improvisar.

No había tiempo para discutir. Girando a babor. Obi-Wan se situó detrás de Anakin y conectó los impulsores. Tras ellos, el resto del Escuadrón Rojo aceleró y se dirigió hacia la nave.

—Preparad los torpedos de protones —ordenó Anakin—. Apuntad por encima de las células de combustible.

Los turboláseres defensivos buscaron a los cazas estelares mientras caían sobre la nave, asaeteando el espacio con un despliegue de energía. La espiral de los proyectiles se tragó a Rojo Diez y Rojo Doce, y ambos desaparecieron en medio de furiosos estallidos de fuego. Dándose cuenta de su repentina vulnerabilidad, la enorme nave lanzó al espacio más cazas droide. Pero el Escuadrón Rojo atacó en el instante en que bajaba los escudos para desviar energía a los motores sublumínicos.

Sin despegarse de la estela de Anakin, los diez cazas restantes apuntaron a la parte central de la nave, un poco más allá del racimo de células cilíndricas de combustible. Soltando su carga a menos de cien metros del casco enemigo, Anakin maniobró la nave hasta casi rozarlo y trazó un curso que haría describir al Escuadrón Rojo un cerrado círculo alrededor del extremo delantero de las células de energía.

—¡Torpedos fuera! —gritó cuando ya habían descrito la mitad del círculo.

Obi-Wan apretó el gatillo de los lanzadores y vio cómo sus dos torpedos se dirigían hacia el blanco. Tras él, el resto del Escuadrón Rojo hizo lo mismo. Los sucesivos impactos hicieron aflorar chorros de fuego y gas de las brechas abiertas en el oscuro casco de la nave.

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