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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (36 page)

BOOK: El laberinto del mal
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Palpatine estaba de pie en el centro del cordón protector que los Túnicas Rojas seguían formando a su alrededor. Shaak Ti y Stass Allie miraban hacia la parte trasera del convoy por una ventana que habían roto deliberadamente.

—Esos cazas podrían habernos hecho descarrilar fácilmente con un torpedo —dijo Shaak Ti a Mace y a Kit mientras se acercaban. Mace se apoyó en el marco de la ventana.

—Y los droides de combate no caen del cielo. Hay una tercera nave. Los ojos negros de Kit señalaron a Palpatine.

—Lo quieren vivo.

Acababa de decir aquellas palabras cuando algo golpeó el tren con fuerza suficiente como para que todos los ocupantes se vieran zarandeados de un lado a otro del vagón. Los Túnicas Rojas apenas habían recuperado el equilibrio cuando el techo empezó a resonar con la cadencia de unos pasos pesados y metálicos que avanzaban hacia ellos desde la parte trasera del tren.

—Grievous —gruñó Mace.

Kit guiñó uno de sus ojos.

—Volvemos al baile.

Dirigiéndose rápidamente al vagón agujereado, volvieron a saltar al techo. Tres vagones más atrás se encontraban el general Grievous y dos de sus droides de élite, con las capas restallando tras ellos a causa del viento y sus electropicas cruzadas en ángulo sobre sus amplios pechos.

Más atrás todavía, anclado al techo del tren gracias a su tren de aterrizaje en forma de garras, se encontraba la fragata de la que había desembarcado aquel espantoso trío.

Sin detener su avance. Grievous sacó dos sables láser del interior de su ondulante capa. Cuando los conectó. Mace ya estaba encima de él, intentando mantener a raya las dos hojas, rodando bajo las piernas artificiales del general y atacando su máscara con aspecto de esqueleto.

Los sables láser vibraron y sisearon al chocar entre ellos, entre estallidos de luz cegadora. En un rincón de su mente, Mace se preguntó a qué Jedi habrían pertenecido los sables de Grievous. Así como la Fuerza impedía que el viento arrastrase a Mace del techo del vagón, alguna especie de magnetismo mantenía al general anclado sobre el metal. No obstante, aquel anclaje ayudaba al ciborg, pero también lo limitaba en sus movimientos, y Mace nunca permanecía mucho tiempo en el mismo lugar. Las tres hojas chocaron una y otra vez, atacando y bloqueando.

Como Mace ya sabía por Ki-Adi-Mundi y Shaak Ti, Grievous era un experto en las artes Jedi. Pudo reconocer la mano de Dooku en el entrenamiento y la técnica del general. Sus golpes eran tan poderosos como los que podía asestar Mace, y su velocidad era cegadora.

Pero Grievous no conocía el vaapad, la técnica de la finta oscura que Mace dominaba.

En la parte trasera del convoy, la pareja de MagnoGuardias de Grievous cometieron el error de enfrentarse a Kit Fisto. El sable del nautolano era un ciclón de llameante luz azulada. Resistentes a las descargas de energía del sable láser, las electropicas eran armas potentes, pero, como sucede con cualquier arma, necesitaban impactar contra un blanco para ser eficaces, y Kit no estaba dispuesto a permitirlo. Con movimientos que envidiaría un bailarín de twi'leko, daba vueltas en torno a los guardias, apuntando a una extremidad distinta en cada rotación: pierna izquierda, brazo derecho, pierna derecha...

La velocidad del tren hizo el resto, empujando finalmente a los droides hacia el cañón como si estuviera arrancando insectos del parabrisas de una motojet.

La pérdida de sus guardias fue registrada por el ordenador al que pudiera estar conectado el cerebro orgánico de Grievous, pero eso no lo distrajo ni lo frenó. Su única preocupación era el ataque. Ese mismo ordenador había analizado la técnica de Mace y sugirió a Grievous que cambiase su actitud v su postura, además del ángulo de sus paradas, respuestas y estocadas.

El resultado no era vaapad, pero se acercaba bastante, y Mace no estaba interesado en prolongar aquel combate más de lo necesario.

Agachándose, anguló el sable en posición descendente y abrió el techo del vagón perpendicularmente al avance de Grievous. Por la sorprendida mirada de los ojos reptilescos del ciborg, Mace vio que, pese a toda su fuerza, destreza y decisión, su parte viva no siempre estaba en perfecta sincronización con sus servos metálicos. El antiguo Grievous, el valiente comandante de tropas de carne y hueso, comprendió lo que Mace había hecho y quiso esquivar la trampa, pero el actual general Grievous, comandante de droides y otras máquinas de guerra, sólo quería empalar a Mace con sus dos hojas.

La garra izquierda de Grievous resbaló en el agujero hecho por el sable de Mace, perdió su asidero magnético en el techo e hizo que el general vacilase. Mace se irguió, dispuesto a hundir su sable en las entrañas de Grievous, pero una rápida y última conexión de las cibersinapsis del general hizo girar el torso del ciborg para que sus brazos armados con los sables describieran un arco paralelo al suelo que, de conseguir su propósito, habría cortado la cabeza de Mace mandándola a las profundidades del cañón por el que discurría el tren. En cambio, Mace saltó hacia atrás, quedando fuera del alcance de las hojas, y envió un empujón de Fuerza contra Grievous en el instante en que el impulso de su fallido golpe lo dejaba desequilibrado.

El general se deslizó por el costado del vagón, girando y retorciéndose. Mace intentó seguir la caída del general, pero lo perdió de vista.

¿Había caído al cañón? ¿Había conseguido clavar sus garras de duranio en el costado del vagón o incluso aferrarse al propio rail del tren magnético?

Mace no tuvo tiempo de resolver el rompecabezas. A cien metros de distancia, la fragata recogía el tren de aterrizaje y se alzaba del techo del tren empleando sus repulsores. Los disparos de uno de los helicópteros perseguidores obligaron a la nave separatista a virar y descender.

Mace y Kit vieron cómo ambas naves revoloteaban en torno al tren, intercambiando fuego constante. Acercándose al morro del tren, dentro del cual se encontraban los controles magnéticos, la fragata empezó a girar hacia el Oeste para desviarse al Este en el último momento.

Lo malo es que el helicóptero perseguidor ya había disparado sus armas contra él.

Taladrado por un enjambre de luces letales, el sistema de control magnético estalló en mil pedazos y el tren entero empezó a caer.

48

E
n la oscuridad, enterrado vivo, Anakin buscó con sus sentimientos. Mentalmente vio a Padmé asediada por una criatura enorme, oscura, con cabeza mecánica, al borde de un profundo abismo y con su mundo vuelto del revés. Un ataque por sorpresa. Enemigos entablando combate. La tierra y el cielo devorados por el fuego. Humo ondeando en el aire, ennegreciéndolo todo.

Muerte, destrucción, engaño... Un laberinto de mentiras. Su mundo vuelto del revés.

Sintió escalofríos, como si se hubiera zambullido en gas líquido. Un ligero contacto lo rompería en un millón de fragmentos.

Su miedo por Padmé se extendió hasta que no pudo ver nada más. La voz de Yoda en su oído: "El Miedo lleva a la cólera, la cólera al odio, y el odio al Lado Oscuro..."

Temía tanto perderla como retenerla a su lado, y el dolor de esa contradicción le hizo desear no haber nacido nunca. No encontraba alivio ni en la Fuerza. Como le había dicho Qui-Gon, necesitaba centrarse en la realidad. Pero, ¿cómo?

¿Cómo?

Qui-Gon, que había muerto..., aunque, para su joven mente, los Jedi no podían...

Junto a él, Obi-Wan se movió y tosió.

—Te has vuelto terriblemente bueno destruyendo cosas —dijo—. En Vjun necesitaste una granada para causar tanto destrozo como aquí. Anakin expulsó las visiones de su mente.

—Ya te dije que ahora era más poderoso.

—Entonces haznos un favor y sácanos de aquí debajo.

Tuvieron que utilizar la Fuerza, las manos y las espaldas para liberarse. Una vez en pie se miraron mutuamente, estaban llenos de polvo de la cabeza a los pies a causa de los escombros.

—Adelante —dijo Anakin—. Si no lo dices tú, lo diré yo.

—Si insistes... —Obi-Wan resopló para expulsar el polvo de su nariz—. Esto hace que casi sienta nostalgia de Naos III.

—Repítelo con más sentimiento.

—En otro momento. Lo primero es Dooku.

Tras abrirse camino entre los restos del domo, los pedazos de droides, las sepultadas piezas de mobiliario y las volcadas estanterías de holodocumentos, corrieron hacia la plataforma de desembarco a tiempo de ver cómo el balandro de Dooku se perdía en el espacio, como uno más entre las docenas de naves separatistas que se alejaban.

—¡Está huyendo, es un cobarde1 —escupió Obi-Wan.

Anakin contempló el balandro durante unos segundos, antes de volverse hacia su compañero.

—Esa no es la razón, Maestro. Nos han engañado. Tythe nunca fue el objetivo... El objetivo éramos nosotros.

49

P
erdiendo velocidad y elevación, el tren magnético cayó sobre el rail guía que se proyectaba desde el borde de la línea de rascacielos de Sah'c Canyon. Dos docenas de vagones, dos de ellos con el techo agujereado, emitieron chirridos y crujidos metálicos en contrapunto a los sollozos y gemidos de los pasajeros.

Mace y Kit mantuvieron el equilibrio sobre sus pies, se guardaron el sable láser en el cinturón y se dejaron caer en el interior de uno de los vagones tan suavemente como se lo permitió la Fuerza. El tren basculó perezosamente de lado a lado, como azotado por las corrientes térmicas. Pero el aire en los niveles medios debía ser sereno con el tráfico detenido en ambas direcciones.

Un rápido vistazo al costado derecho del vagón dio a Mace la explicación.

Los viejos puentes voladizos fijados en las fachadas de los edificios empezaban a doblarse por el peso del tren.

En la distancia se oían las sirenas, a medida que los vehículos de emergencia se apresuraban a sus destinos. A la izquierda del herido tren magnético, dos enormes plataformas repulsaras se acercaban precavidamente.

Mace y Kit permanecían inmóviles como estatuas, esperando que el convoy se apaciguara. Cuando el movimiento oscilante se redujo, presionaron el mecanismo de apertura de la puerta y entraron en el primer vagón.

El tren continuó protestando con un peculiar surtido de sonidos producidos por la tensión del metal, pero los pilares de sostén resistieron.

Unos cuantos segundos más.

Entonces, los soportes del rail situados bajo el centro del tren se desprendieron del borde del cañón con un ruido explosivo, llevándose consigo parte del rail. El tren empezó a caer por el hueco, y se habría desplomado completamente, de no haber muchos vagones de la parte delantera y trasera que aún permanecían sujetos al rail y que soportaron el peso de los que ahora formaban un triángulo invertido en el hueco de los pilares caídos. Aun así, los ciudadanos de la parte trasera del convoy se vieron lanzados hacia delante, mientras los ocupantes de los vagones delanteros sintieron que tiraban de ellos hacia atrás.

Al entrar en el vagón de Palpatine. Mace y Kit llamaron a la Fuerza para impedir que todos sus ocupantes rodasen hacia la puerta del vagón. En el extremo opuesto, Shaak Ti y Stass Allie mantenían al Canciller Supremo en pie.

Sonidos estridentes surgieron del rail guía. Otros dos vagones del tren magnético resbalaron y se colaron por el hueco, alargando la "V" formada por los vagones colgantes. Los ocupantes del convoy gritaron aterrorizados, sujetándose lo mejor que podían o abrazándose unos a otros para apoyarse mutuamente.

Mace se sumió en la Fuerza y canalizó toda su energía para que los Túnicas Rojas y los demás no se movieran de su sitio. Se preguntó si Kit, Shaak Ti, Allie y él, actuando al unísono, podrían soportar todo el tren, pero rechazó la idea de inmediato.

Para eso necesitarían a Veda.

Quizás a cinco Yodas.

Inesperadamente, una sensación de alivio fluyó a través de él.

—Los repulsores de emergencia —dijo Kit.

El tren se tambaleó una vez más, pero esta vez debido al efecto de los repulsores en los vagones hundidos en el agujero que empezaran a nivelarse.

Por entonces, también el par de plataformas habían llegado hasta el lado izquierdo del tren, y las naves de emergencia se acercaban desde todas partes. Mace pudo sentir una creciente sensación de desesperación en los vagones, a medida que los pasajeros se abalanzaban frenéticos hacia la salida, y supo que aquello empeoraría, ya que no se permitiría salir a ninguno mientras Palpatine no fuera puesto a salvo.

Kit y él hicieron todo lo posible para acelerar su rescate. En segundos, llevaron a todos los ocupantes del primer vagón hasta una de las plataformas. Apenas podía verse a Palpatine, apretujado entre sus Túnicas Rojas. La plataforma se separó del tren magnético para alejarse antes de que uno solo de los pasajeros, incluidos los consejeros de Palpatine, pudiera subir a la plataforma gemela.

El aire estaba lleno de naves de escolta y de helicópteros, dos de las cuales aterrizaron sobre la plataforma mientras se acercaba al margen oriental del desfiladero formado por los edificios. Dos pelotones de comandos bajaron de ellas y asumieron posiciones defensivas en todo el perímetro de la plataforma. Tras ellos, cuatro Caballeros Jedi se apresuraron a unirse a Shaak Ti y Stass Allie para proteger a Palpatine.

Mace reconoció el más chamuscado de las fragatas: era la que había perseguido a la nave de Grievous. Se acercó a él e indicó por señas al piloto que levantase la capota de la cabina.

Haciendo pantalla con las manos, gritó:

—¿Qué ha pasado con la fragata?

—Mi compañero está persiguiéndola, general —respondió el piloto—. Estoy esperando noticias suyas.

—¿Se cayó Grievous del tren magnético?

—Yo estaba demasiado lejos para ver mucho, señor, pero no le vi ni caerse ni volver al tren.

Mace repasó mentalmente lo sucedido. Se vio empujando a Grievous del techo del vagón gracias a la Fuerza; vio a Grievous cayendo por el borde hasta salir de su campo de visión, hacia el raíl o el desfiladero que los rodeaba. La fragata del ciborg se desprendió del tren, descendiendo por el cañón antes de que el segundo helicóptero empezase su carrera en espiral alrededor del tren...

Mace cerró los puños y se giró hacia Kit.

—La fragata pudo recogerlo... No sé cómo —volvió a mirar al piloto—. ¿Nada todavía?

—Estoy recibiendo una transmisión, señor... Sector H-Cincuenta-Dos. Mi compañero está persiguiéndola ahora mismo. Será mejor que vaya con él.

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