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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

El hijo del desierto (72 page)

BOOK: El hijo del desierto
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—Lamentable, sin duda.

—Pero lo peor estaba por llegar. Después de golpearme y dejarme medio muerto me quitaron la bolsa de los dientes y me arrojaron a la calle como a un perro. Mi querida bolsa con los ahorros de toda una vida, que había salido incólume en mil batallas, pasaba a otras manos en el oasis de Kharga. Quién me lo iba a decir a mí.

—Entonces ¿te perdonaron la vida? —intervino Sejemjet con mordacidad—. Bueno, no saliste malparado.

—Fue por los viejos tiempos, y porque me vieron tan desasistido que se apiadaron de mí, pero me quedé en la calle sin oficio y sin dientes.

—Terrible perspectiva.

—Así es, oh, gran señor de la guerra. Durante un tiempo me vi obligado a vivir de la caridad de los demás, que no es mucha cuando hay necesidad, y luego tuve que dedicarme a cobrar pendencias entre las gentes de mala reputación. Siempre he tenido facilidad a la hora de cortar cuellos, es un don que me otorgaron los dioses, y así me gané la vida durante un tiempo. Después tuve que marcharme y me dirigí hacia el Valle, a ver si podía ganarme el sustento con algo decente. Hice varias ofrendas a Min, dios muy venerado en Coptos y siempre proclive a proporcionar abundancia, y me establecí en la ciudad. Como bien sabes, Coptos es una capital con mucha actividad comercial. Las caravanas que pasan por allí lo hacen rebosantes de riquezas y las más exóticas mercaderías que puedas imaginar. Era un buen sitio donde desarrollar mis habilidades.

—¿La de cortar cuellos?

—No, divino Sejemjet, me refiero a mis amplios conocimientos sobre el funcionamiento de las casas de la cerveza.

—Comprendo.

—Sin duda allí están las mejores que he visto nunca. Se notaba que había mucho
deben
dispuesto para las transacciones. Y ya se sabe que donde hay buenos negocios proliferan las casas de la cerveza. Zascandileé por acá y por allá para dejarme ver, y al poco se interesaron por mis servicios. Un hombre de mi experiencia siempre es bienvenido, y me contrataron en un local que hacía furor en todo el
nomo
de los Dos Halcones. Era una taberna de categoría, y sólo acudían a ella altos funcionarios y comerciantes de reputación. Mi trabajo consistía en mantener el buen orden del negocio y en facilitar a los distinguidos clientes cualquier deseo que tuvieran a bien tener.

—No albergo ninguna duda de que enseguida confraternizarías con la clientela.

—Eres un dechado de omnisciencia, oh, preclaro conquistador de Retenu. Las gentes que frecuentaban ese bendito lugar comprendieron muy bien mi naturaleza y pronto alabaron mi buena disposición. Eran personas que sabían valorar todo lo bueno que la vida podía ofrecerles, y ¿qué puede compararse a la gracia de una mujer hermosa? Yo les enseñé el camino verdadero para el disfrute del alma y les ofrecí lo que más les convino en cada momento.

Sejemjet lo miró asombrado.

—¿No has hecho más que el crápula todos estos años? —le preguntó.

—Los mortales debemos conformarnos con las migajas que caen de las mesas de la abundancia. Hay que llenar la barriga a diario, si es posible, y cada uno intenta hacerlo con las virtudes que posee.

—¿Virtudes? Serán las que Bes te ha dado. No podrás negar que él sí ha sido generoso contigo.

—Le debo mucho a Bes, en eso tienes razón. Hay incluso quien asegura que tenemos cierto parecido. A mí me parece que si todos adoráramos únicamente a Bes, el mundo iría mucho mejor. Imagínate, todo el día holgando despreocupadamente.

—Me lo imagino.

—Pues como te decía, en poco tiempo me convertí en el alma de El Refugio de Min. Yo era...

—¿El Refugio de Min? —le interrumpió Sejemjet, escandalizado.

—Sí, no sé de qué te sorprendes. Aparte de ser el patrono de la ciudad, siempre ha estado asociado a la fertilidad. Se celebran numerosas fiestas en su honor para que las jóvenes se queden embarazadas. Yo mismo ideé el sembrar un pequeño huerto de lechugas en el patio trasero del local para que se hicieran ofrendas al dios, pues no hay nada como la lechuga para ayudar a concebir.
[15]
Además, Min es protector de las rutas caravaneras y de los viajeros. Éstos gustaban de visitar el local al regreso de sus viajes para solazarse antes de llegar a su casa. Ya sabes que la primera eyaculación es la que produce el embarazo, con lo cual la satisfacían en El Refugio de Min, y luego podían aparearse con su esposa sin temor a preñarla de nuevo. Esta práctica es muy común, como ya deberías saber. —Sejemjet asintió boquiabierto—. Yo me encargaba de tenerlo todo preparado, y de que el encuentro resultara satisfactorio. Podría decirse que era como un maestro de ceremonias.

—Inaudito. Vendías lechugas a los viajeros.

—Y a muy buen precio, y a fe mía que era mano santa. Ayudaban a mantener unas erecciones en condiciones. Los visitantes de la casa de la cerveza se sentían como las imágenes grabadas del dios itifálico. ¿Comprendes ahora lo acertado del nombre?

—Perfectamente.

—Fueron unos buenos años en los que me recuperé de mis desgracias anteriores y ahorré un poco. Los clientes me daban buenas propinas.

—Sin embargo, Shai volvió a resultarte adverso, ¿me equivoco?

—Cuánta sabiduría. No te equivocas en absoluto. Todo terminó por venirse abajo, y de la forma más asombrosa que puedas imaginar.

—Yo me asombro de poco, créeme.

—Ocurrió que un cliente asiduo, admirado de mi buen hacer, vino a proponerme un contrato al que no me pude negar. Se trataba de un destacado personaje de la administración del vecino
nomo
de TaWer, nada menos que administrador del departamento de tasas e impuestos. Se llamaba Menna y era muy educado y generoso, aunque proclive a la lascivia, algo que no criticaré. Me ofreció el equivalente a dos
deben
de cobre a la semana. ¿Cómo podría negarme? Además, me proporcionaba alojamiento en su casa y buena comida y bebida.

Sejemjet lo observaba perplejo ante la capacidad que demostraba aquel hombrecillo para contar historias.

—Sé que resulta increíble —continuó Senu leyendo el pensamiento a su amigo—. Pero Min, al que ahora respeto sobre todos los demás, sabe que lo que te cuento es cierto. Menna vivía en la cercana ciudad de Thinis, la capital de su
nomo
, y debido al cargo que ocupaba se veía obligado a ausentarse con frecuencia de su casa. Esto le traía no pocos problemas, principalmente con su esposa, que era muy puntillosa con determinadas cuestiones. Wernefer, que así se llamaba la señora, sentía verdadero terror a quedarse embarazada, y no tenía más remedio que aceptar que su marido se acostara con meretrices antes de recibirlo en su lecho, para así evitar la primera eyaculación después de varios días. Ello le producía un gran pesar, pues era muy celosa, y pensó que sería mejor que su marido fornicara con las esclavas de la casa para así poder controlarlo como es debido. Menna estuvo de acuerdo, pues quería dar gusto a Wernefer en todo lo que le pidiera, y se le ocurrió que si contrataba mis servicios podría organizar convenientemente aquel asunto sin que se le escapara de las manos, pues bien sabía los problemas que podían originarse en cuanto varias esclavas recibieran sus favores. A la señora le pareció una buena idea, y nada más verme supo que yo era la persona adecuada para desempeñar tan delicado cometido. «Es feo como un demonio del Inframundo», recuerdo que dijo la dama en cuanto me vio, «lo cual me satisface».

»Después de llevar sobre mis hombros un negocio tan complejo como era El Refugio de Min, aquel trabajo resultaba un juego de niños. Me sentía verdaderamente bendecido por los dioses, ya que tenía comida abundante y bebía un vino excelente. El escriba sabía cómo cuidarse, sin duda, pues en su bodega tenía ánforas con caldos de los lugares más insospechados. Él me los daba a probar con frecuencia, y yo le estaba muy agradecido. En cuanto al servicio, Menna poseía todo un ramillete de gráciles jóvenes que servían muy bien a nuestros propósitos, aunque era conveniente mantener una gran disciplina. Wernefer aseguró sentirse satisfecha cuando comprobó los primeros resultados. Yo llevaba una cuenta exacta del libro de cópulas, así como de las reglas de las esclavas que fornicaban con él. Además, en cuanto observaba que alguna de ellas empezaba a desarrollar mayores pretensiones, la sustituía de inmediato, algo que a Wernefer le pareció muy acertado. Así, cuando el señor regresaba de sus viajes, penetraba a la esclava en primer lugar, y luego podía yacer con su esposa sin miedo a dejarla encinta.

—Supongo que en poco tiempo una parte del servicio estaría preñada —dijo Sejemjet, divertido.

—Aunque parezca mentira no hubo ni un solo caso. Yo lo atribuí al principio a un milagro más del generoso Min, pero luego me enteré que la señora amenazaba a las amantes ocasionales con tirarlas a los cocodrilos si se les ocurría concebir. Ellas se cuidaron mucho de incomodar a Wernefer, pues le tenían un miedo atroz. Mas con el tiempo, los celos de la dama le reconcomieron las entrañas, y la sola idea de que Menna estuviera refocilándose con el servicio la volvió irascible e incluso agresiva. Un día decidió que aquellos usos habían terminado, y que en adelante fornicaría sólo con ella.

Sejemjet hizo un gesto como de hacerse cargo.

—Yo creí que mis días en aquel vergel se habían terminado, pero estaba equivocado. Wernefer había decidido que cumpliera determinadas funciones durante el coito.

Sejemjet abrió los ojos como si viera una aparición.

—Por lo que debe pasar un hombre decente para poder comer, oh, defensor de las causas perdidas. La señora determinó que su esposo la penetraría nada más llegar, pero que se cuidaría mucho de eyacular en su interior. Menna debía desbordar su simiente fuera de ella, y a mí me designó como supervisor de cópulas. Un título que ignoraba que existiera.

—Yo tampoco lo había oído nunca —aseveró Sejemjet, que hacía esfuerzos por no reír—. ¿Y en qué consistían tus obligaciones?

—Yo me situaba a los pies de la cama, látigo en mano, para observar con mi vista certera que el coito se estaba desarrollando según lo previsto. Si el señor empezaba a bizquear o a dar señales de que no iba a retirarse a tiempo, le arreaba unos latigazos en las nalgas para que interrumpiera la cópula y eyaculara fuera. ¡Hasta siete latigazos me había autorizado la señora a propinarle!

Sejemjet estalló en una carcajada monumental.

—Entiendo que te rías de mí. Piensa, oh, hijo de Montu, en las escenas que tuve que presenciar, porque Menna no se controlaba bien, y era incapaz de desacoplarse cuando debía. Wernefer me amenazó con apalearme si no evitaba que su marido excretara dentro de ella, así que al primer gruñido o convulsión le atizaba de lo lindo. Hubo ocasiones en las que me tuve que emplear a fondo, pues no había quien lo sacara de allí, pero al final reaccionaba y se separaba con el trasero lleno de verdugones y los ojos inyectados en sangre, como si me odiara.

A Sejemjet se le saltaban las lágrimas mientras reía como nunca en su vida.

—No te hubieras reído de haberte hallado en mi lugar. Pero ¿qué podía hacer? Mientras Menna terminaba de aliviarse en un rincón, Wernefer se quedaba gimiendo con desesperación en el lecho, a la espera de que su marido regresara para el segundo encuentro. Yo la veía allí, tan solícita y abandonada a su suerte que... Porque la dama estaba de muy buen ver. Madurita, hecha ya por la vida, de formas contundentes, en fin, de tanto verla en semejante trance empecé a desarrollar deseos por ella, aunque siempre me controlara. Pero un mal día Set vino a confundir mi corazón para eliminar de él la facultad de razonar. Aquella tarde, Wernefer me pareció más deseable que nunca, y a su marido también, pues al poco de penetrarla ya estaba bufando como una bestia. Yo le propiné unos cuantos azotes y él enseguida se retiró, pues sabía de mi tenacidad; entonces quedó la señora ante mis ojos presa del deseo insatisfecho, y la erección me fue inevitable. Mi miembro se inflamó de tal manera que caí en su poder de forma irremediable. Sin pensarlo dos veces me quité el faldellín y me lancé encima de Wernefer, que en un principio pareció recibirme de buen grado, pero en cuanto vio cuáles eran mis intenciones lanzó un alarido terrible a la vez que me tiraba puñetazos y patadas. «Quitadme a este demonio de encima», gritaba enloquecida. «Echad a este pigmeo a los cocodrilos.»

Sejemjet se desternillaba de risa.

—¿Te llamó pigmeo?

—Y cosas mucho peores que mi natural recato no me permite repetir. Menna miraba sin dar crédito a lo que ocurría, con el miembro tumefacto aún en la mano. Sin saber qué hacer. Y yo allí, desamparado, con mi honor herido, como si fuera una piltrafilla. Como es fácil de comprender, aquella misma noche ya estaba en el calabozo esperando que me ajustara las cuentas el juez, que era hermano de la señora. En aquellos terribles momentos mi única duda radicaba en saber a qué mina me iban a mandar, pero por lo demás todo estaba claro. Al día siguiente el juez ordenó que me aplicaran cincuenta bastonazos, para que se me fuera templando el ánimo y se me soltara la lengua como correspondía. No sé cómo sobreviví a la paliza, pues se ensañaron conmigo de mala manera. Aquella noche me aferré a Set como mi única esperanza. Él me había protegido en muchas guerras, y era el único al que podía acudir. Así pues, lo invoqué con un fervor inusitado para que me librara de aquella ignominia que no merecía.

Sejemjet se secaba las lágrimas de los ojos en tanto asentía.

—Y entonces fue cuando se obró el milagro. Un hecho luctuoso que no por ello dejó de ser un prodigio. El
neb-tawi
el señor de las Dos Tierras, fue llamado por Osiris. El faraón murió y toda actividad en la Administración se detuvo. Yo no sabía lo que había ocurrido, pero al ver que los días pasaban y no se celebraba ningún juicio pensé lo peor: que mis horas estaban contadas. Cuando uno de los carceleros tuvo a bien darme la noticia respiré aliviado, y esa misma noche me la pasé rezando al dios de las tormentas.

Sejemjet lo miraba ahora fijamente. Jamás en su vida había escuchado una historia semejante.

—Al cabo de un mes vinieron a sacarme de allí. Yo estaba desorientado, sin saber qué iban a hacer conmigo. Entonces me sumergieron en el agua sin miramientos, y me ordenaron que me aseara en condiciones ya que iba a ser llevado ante la presencia del
hery tep.
Al oír aquello me eché a temblar. Si el gobernador del
nomo
requería mi comparecencia era porque algo gordo me tenían preparado. Entonces maldije a mi miembro y a mi mal entendimiento, y juré a Set el Ombita que si me salvaba de aquel trance regresaría al buen camino, e iniciaría una nueva vida dedicada al misticismo. Casi no me tenía en pie de lo que me temblaban las piernas mientras me llevaban ante el gobernador. Mas entonces sucedió lo inimaginable. Cuando caí de bruces ante el
hery tep
, escuché una voz que me era familiar. Llegó a mi corazón dulce como la miel del Bajo Egipto, y me colmó de esperanza. «Levántate, noble Senu», me ordenó. Yo no daba crédito a sus palabras, pero lo obedecí al punto, y cuál no fue mi sorpresa cuando reconocí el rostro que tenía frente a mí. ¡Era Mini en persona, el antiguo
tay srit
de la división con quien habíamos combatido contra los apiru! Tu gran amigo se había convertido en gobernador, y yo no podía creer lo que veía. «No temas, valeroso guerrero, tu culpa está ya pagada», me dijo con una voz melodiosa que nunca olvidaré. «Soy gobernador del
nomo
Ta-Wer, así como de los oasis del oeste. El nuevo dios, Ajeprure, vida, salud y prosperidad le sean dadas, me ha elegido para ocupar este honorable cargo, y tú deberás cumplir la misión que he de encomendarte.»

BOOK: El hijo del desierto
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