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Authors: Chris Bradford

El camino del guerrero (20 page)

BOOK: El camino del guerrero
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—Siete veces abajo, ocho veces arriba —dijo una vocecita aflautada.

Todos se volvieron y vieron a Yori que bajaba las escaleras y se dirigía hacia ellos.

—¿Qué?

—Siete veces abajo, ocho veces arriba. No importa cuántas veces te derriben: levántate e inténtalo de nuevo. Como el muñeco Daruma.

Todos miraron asombrados a Yori.

—El
sensei
Yamada nos ha enseñado una lección vital de
budo.
Nunca te rindas.

—¿Por qué no nos ha dicho eso sin más? —dijo Saburo.

—Ése no es el camino del zen —dijo Kiku, claramente disgustada con Yori por haber revelado la respuesta. Se volvió hacia Jack y, como si le ofreciera la explicación a él, dijo—: El zen recalca la idea de que la verdad definitiva en la vida no debe perseguirse a través del estudio, sino experimentarse de primera mano.

—¿Cómo? —dijo Jack, tratando desesperadamente de entender este concepto inaudito.

—El
sensei
Yamada debe guiarnos, no instruirnos. Hay que descubrir la respuesta por uno mismo. Si el
sensei
Yamada nos hubiera dicho sin más la respuesta, no habrías comprendido su verdadero significado.

—¡Yo lo habría comprendido! —interrumpió Saburo—. ¡Y me habría ahorrado un buen dolor de cabeza!

Esa noche, Jack encendió una varita de incienso en su habitación y se sentó con las piernas cruzadas en la posición del semiloto, ante el muñeco rojo. Lo empujó y lo vio oscilar. Entonces, pacientemente, esperó la iluminación.

La varita se consumió y Jack no pareció haber llegado a ninguna respuesta, así que encendió otra y empujó de nuevo el muñeco. Su suave movimiento empezó a arrullarlo. Lo empujó una vez más y, al no haber nadie que pudiera distraerlo, se sintió vagar. El muñeco continuó oscilando.

Jack relajó la postura... Entrecerró los ojos... Su respiración se volvió más lenta... Su mente se calmó... Sus pensamientos se volvieron menos caóticos... Su cuerpo se llenó gradualmente de un suave y cálido brillo...
Ki...
Y entonces un único pensamiento ardió con pleno brillo en su mente.

Supo lo que tenía que desear.

Jack pintó el primer ojo.

29
El sensei Kyuzo

Jack voló por el aire.

El suelo acudió a recibirlo. Con un golpe terrible, aterrizó de espaldas, completamente sin respiración. Se quedó allí tumbado, jadeando.

Un segundo después, Yamato pasó volando y se desplomó a su lado, seguido de Saburo, que cayó encima de ambos y los clavó al suelo.

—¡Idiota! —le ladraron los dos a Saburo.

—Lo siento. Sus palabras parecían un poco... increíbles —respondió Saburo, haciéndose a un lado para apartarse de encima de sus compañeros mientras se frotaba el pecho.

—¡Bueno, pues ya sabes que no lo eran! —dijo Yamato, quitándoselo de encima de una patada.

Jack le dirigió a Saburo una mirada de resentimiento. Era culpa suya que estuvieran en esta situación. Cuando, durante su presentación, el
sensei
Kyozu citó sus victorias contra diversos guerreros famosos, Saburo hizo un gesto de incredulidad y el
sensei
se lanzó hacia él.

—¿Qué ha sido eso? ¿Crees que yo mentiría a un
kohai
charlatán? ¿Crees que alguien de mi tamaño no puede derrotar a un guerrero coreano de dos metros? ¡Levántate! Tú, Yamato y el
gaijin
de allí —ordenó señalando a Jack con un dedo retorcido—. Atacadme. Los tres a la vez.

Ellos se colocaron torpemente en el centro del
butokuden
con aspecto de conejos asustados. El anciano era más pequeño que todos ellos, pero parecía tan peligroso como una serpiente de cascabel.

—Vamos. ¡Creí que erais samuráis! —se burló—. Igualaré un poco las cosas. Os prometo que sólo utilizaré el brazo derecho.

La clase se tensó ante este gesto exagerado.

—¡Atacadme ahora! —gritó el
sensei.

Los tres muchachos se miraron uno al otro y entonces, como un solo hombre, cargaron contra el
sensei
Kyuzo. Jack ni siquiera lo había tocado, y se vio volando por los aires y luego aterrizar con estrépito en el
dojo
momentos antes de que Yamato y Saburo se unieran a él en una pila humillante.

Mientras Jack volvía a arrodillarse en su sitio vio que Kazuki le sonreía con malicia, satisfecho.

—Agradezco a mis padres que me dieran un cuerpo pequeño. Los guerreros me subestiman. Vosotros me subestimáis —dijo el
sensei
Kyuzo, desafiante—. ¿Me crees ya, Saburo-kun?


Hai, sensei
—dijo Saburo, inclinándose tan rápidamente que golpeó el suelo con la frente.

Mientras continuaba enseñándoles, el
sensei
Kyuzo golpeó con los dedos un poste de madera. Sus dedos, duros como clavos, hicieron que el poste se estremeciera cada vez que lo golpeaba.

—Para vencer a oponentes más grandes, tuve que llevar mis técnicas a la perfección y entrenarme el doble de duro.

Su voz resonaba en los oídos de los muchachos en estallidos breves, marcando el compás con sus golpes.

—Si mi enemigo entrena una hora, yo entreno dos. Si ellos entrenan dos horas, yo entreno tres. La clave del
taijutsu
es el trabajo duro, el entrenamiento constante y la disciplina.
¿Hai?


Hai, sensei
—dijeron todos los estudiantes.

—Os he preguntado si comprendéis. Los dioses del cielo necesitan oír vuestra respuesta.
¿Hai?
—exigió de nuevo el
sensei
Kyuzo.

—¡HAI, SENSEI! —gritaron los muchachos al unísono, y su grito resonó en las paredes.

—Cada vez que atraveséis esa puerta, os enfrentaréis a diez mil enemigos.
¿Hai?

—¡HAI, SENSEl!

—Considerad vuestras manos y pies como armas contra ellos.
¿Hai?

—¡HAI, SENSEl!

—La victoria de mañana es la práctica de hoy.
¿Hai?

—¡HAI, SENSEl!

—Vuestro primer año de
taijutsu
estará dedicado a las
kihon waza
, las técnicas básicas.

El
sensei
Kyuzo continuó golpeando verbalmente el aire con sus palabras mientras golpeaba el poste de madera con su puño.

—Dominad las técnicas básicas. Es todo lo que importa. Haced bien vuestras poses. Que vuestros movimientos sean precisos. Entonces, podréis luchar. Las técnicas deslumbrantes son para las ferias y para impresionar a las damas. Las básicas son para la batalla.

De repente, dejó de golpear el poste.

—¡Tú,
gaijinl
Ven aquí.

—Me llamo Jack —respondió Jack, envarado, sorprendido por el término despectivo del
sensei.

—Bien. Gaijin Jack, ven aquí —dijo, haciendo con la mano un gesto cortante para que se acercase.

Kazuki dejó escapar una risita, mientras, entre dientes, le susurraba a Nobu: «Gaijin Jack.»

—¡Kazuki! —dijo el
sensei
Kyuzo sin apartar los ojos de Jack—. Confío en que vivas para igualar la reputación de tu padre como samurái. ¡Presta atención!

Jack se levantó y se situó frente al
sensei
Kyuzo. No sabía qué esperar: el
sensei
era claramente implacable y desde luego él no iba a volver a subestimarle.

—Antes de empezar con las patadas, los puñetazos o los empujones, debéis poder controlar a vuestro enemigo. Vamos a empezar con
dori
y
kime
, presas y llaves, ya que para vosotros es más fácil sentir las líneas de energía en una presa que en un golpe.

Se plantó ante Jack, mirándole con expresión torva.

—Agárrame la muñeca como si fueras a impedirme que desenvainase la espada. ¡Atácame! —le ordenó.

Jack avanzó y, con precaución, agarró la muñeca del
sensei.
Su propia muñeca ardió instantáneamente de dolor e involuntariamente cayó de rodillas para aliviar la agonía. El
sensei
Kyuzo simplemente había pasado la mano por encima del brazo de Jack y lo había retorcido hacia él, pero el efecto era abrumador.

—Esto es
nikkyô.
Aplica una dolorosa presión nerviosa en la muñeca y el antebrazo —explicó el
sensei
—. Golpéate el muslo con la mano o el suelo cuando se vuelva insoportable.

El
sensei
Kyuzo retorció una vez más la muñeca de Jack y el muchacho quedó cegado por la agonía. Se golpeó frenéticamente el muslo y la técnica terminó. Con los ojos lagrimeando por el dolor, Jack vio que Kazuki disfrutaba de su sufrimiento público.

—Levántate y atácame lo más rápido que puedas —ordenó el
sensei.

Jack así lo hizo, pero inmediatamente fue impulsado al suelo de nuevo por la insoportable agonía del mismo sencillo movimiento. La mano de Jack golpeó salvajemente contra su muslo y la presión cedió.

—Ved cómo lo suave controla lo duro. Cuanto más fuerte ha intentado atacarme el
gaijin
Jack, más fácil me ha resultado derrotarlo —dijo el
sensei
con una sonrisa implacable en los labios mientras demostraba la técnica varias veces más para beneficio de la clase.

El
sensei
ejecutó luego varias técnicas más con Jack, agitándolo como a una marioneta, usándolo como saco de golpear, empujándolo por tener mala postura. Al final, Jack quedó agotado, magullado, golpeado y dolorido.

—Ahora quiero que todos practiquéis
nikkyô.
Emparejaos. Decidid quién es el
tori
, el que ejecuta la técnica, y quién es el
uke
, el que la recibe. Kazuki, ¿por qué no te entrenas con mi
uke?
Ya debe de estar preparado para ti.

Kazuki sonrió torvamente. Jack gruñó ante la injusticia de todo aquello, pero estaba decidido a no dejar que su frustración se notara delante de Kazuki.

—Como tú eres mi
uke
, Gaijin Jack, yo voy primero —dijo Kazuki con una breve inclinación de cabeza—. Trata de agarrarme el brazo de la espada.

—Recordad todos —advirtió el
sensei
Kyuzo—. Si la técnica se aplica con demasiada severidad, golpead el suelo o vuestro muslo para que vuestro compañero lo sepa. Deben soltaros.

Jack agarró la muñeca de Kazuki, confiando en que la inexperiencia del otro muchacho le impediría aplicar la técnica de manera efectiva. Pero cuando Kazuki ejecutó la
nikkyo
, Jack reparó al instante en su error. Kazuki había practicado la técnica antes. Jack cayó de rodillas, y su cuerpo reaccionó por instinto para evitar el dolor.

Jack se golpeó el muslo.

Kazuki aplicó más presión.

Jack golpeó con más fuerza.

Kazuki retorció el brazo de Jack cuanto pudo. Su agonía era tan grande que las lágrimas le corrían por la cara. Kazuki lo miró, con una expresión vengativa en los ojos.

—Cambiad de compañero —ordenó el
sensei.

—Es bueno entrenar contigo, Gaijin Jack —dijo Kazuki, soltando la muñeca de Jack y buscando una nueva víctima.

Jack ardió de furia. Ni siquiera le habían dado la oportunidad de desquitarse.

Cuando terminó la clase, Jack fue el primero en salir.

—¿Te encuentras bien, Jack?

—¡Pues claro que no! ¿Por qué no escogió el
sensei
Kyuzo a otro para hacer su demostración? —contestó, explotando con rabia acumulada—. La tiene tomada conmigo. Es igual que Kazuki. Odia a los
gaijin.

—No, no es así. El
sensei
Kyuzo probablemente utilizará a otro la próxima vez —dijo ella, tratando de tranquilizarlo—. Además, es bueno ser
uke.
Masamoto me dijo que es la mejor forma de aprender. Así sabrás cómo debe ser la técnica cuando la apliques adecuadamente.

Jack oyó los comentarios burlones que los demás estudiantes hacían sobre Gaijin Jack al salir del
butokuden
para dirigirse al
Chô—no-ma
para almorzar.

—¿Y todas esas burlas de Gaijin Jack? ¡Yo no voy por ahí insultándolos!

—Ignóralos, Jack —dijo Akiko—. No saben comportarse.

«Pues deberían —pensó Jack—. Se supone que todos van a ser samuráis.»

30
Práctica de tiro

Una mota blanca, no más grande que un ojo, destelló con fuerza al sol de mediodía. El gong de un templo sonó, y su sonido tintineó sobre los tejados de la escuela.

Una veta de plumas surcó el aire con la velocidad de un halcón que se abate sobre su presa y, tras un agudo silbido, se oyó un golpe resonante como el latido de un corazón: la flecha se había clavado en el mismo centro del blanco.

Una segunda flecha se clavó al cabo de un instante junto a la primera, haciendo temblar levemente sus plumas.

Los estudiantes aplaudieron. La
sensei
Yosa Hoshi mantuvo la pose aún unos momentos; la intensidad de su concentración era palpable. Entonces bajó el arco, que era medio metro más alto que ella, y se dirigió a sus alumnos.

—El
kyujutsu
exige del samurái una combinación única de talentos —empezó a decir—. La determinación de un guerrero, la gracia de un bailarín, y la paz espiritual de un monje.

Los estudiantes escuchaban con atención, todos congregados en un extremo del
Nanzen-niwa
, el jardín «Zen del Sur», situado tras el
Butsuden.
Era un jardín de hermosa sencillez, diseñado alrededor de un rectángulo de arena blanca y decorado con monolitos y plantas cuidadosamente cultivadas. Un viejo pino, retorcido y curvado por los elementos, se alzaba en un rincón. Como un anciano frágil, su tronco se apoyaba en una muleta de madera. La diana estaba bajo el árbol, a cincuenta metros de distancia, y no parecía más grande que la cabeza de Jack; su blanco central era casi indetectable en el interior de los dos anillos negros concéntricos.

—El arco es el arma elegida para luchar desde lejos. Pueden dispararlo hombre y mujer, niño y niña con resultados igualmente devastadores.

Jack estaba arrodillado entre Yamato y Akiko, asombrado tanto por la belleza como por la suprema habilidad de la
sensei
Yosa. Les estaba enseñando un ángel mortífero, pensó.

—Todos los
daimyo
han sido entrenados en
kyujutsu
, desde Takatomi Hideaki hasta Kamakura Katsuro, pasando por el propio Masamoto Takeshi. Y, naturalmente, fue el arma que convirtió a Tomoe Gozen en una leyenda.

Akiko se sintió transfigurada por las palabras de la
sensei
Yosa. La mención a Tomoe Gazen la había entusiasmado tanto que Jack pensó que iba a prorrumpir en aplausos de un momento a otro.

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