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Authors: Chris Bradford

El camino del guerrero (17 page)

BOOK: El camino del guerrero
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Cuando Jack fue a sentarse, sin embargo, el estudiante con el
mon
del sol lo interrumpió.

—Éste es mi sitio,
gaijin
—le dijo desafiante.

Todos los estudiantes se volvieron interesados en descubrir cuál iba a ser la reacción del
gaijin
del pelo rubio.

Jack se midió con el muchacho.

Se sostuvieron la mirada durante unos segundos que parecieron extenderse hacia el infinito. Entonces Jack sintió en el hombro el suave roce de la mano de Akiko, que lo apartó con amabilidad.

—Es todo tuyo —le dijo Jack al muchacho—. De todos modos, tampoco me gusta cómo huele por aquí.

El muchacho respondió con una mueca al insulto implícito acerca de su falta de limpieza y les dirigió una mirada terrible a los dos estudiantes que se habían reído ante la respuesta de Jack.

—No deberías ofender así a la gente, Jack —susurró Akiko, guiándolo rápidamente hacia la mesa donde se había sentado Yamato—. No es conveniente que te crees enemigos... No dentro de la
Niten Ichi Ryû.

25
El resplandeciente

—No he sido yo quien se ha enfrentado a él —dijo Jack, sentándose con las piernas cruzadas entre Akiko y Yamato.

—No importa —recalcó Akiko—. Todo es cuestión de vergüenza.

—¿De vergüenza? —preguntó Jack, pero antes de que Akiko pudiera responderle llegaron varios criados cargados con bandejas de comida.

Los criados colocaron los platos primorosamente sobre las mesas. Cuencos de sopa de miso, tallarines fritos, verduras salteadas, diferentes tipos de pescado crudo, unos cubitos blancos y blandos que Yamato le dijo que se llamaban tofu, platitos llenos de un oscuro líquido viscoso (salsa de soja para mojar, informó Akiko, servicial), y un montón de platos de humeante arroz hervido. Jack nunca había visto tantos tipos diferentes de comida para elegir. La enorme variedad de platos implicaba que se trataba de un evento altamente prestigioso.


¡Itadakimasu!
—exclamó Masamoto en cuanto el banquete estuvo servido.


¡Itadakimasu!
—respondieron todos los estudiantes, y a continuación empezaron a comer.

Con tanto a la vista, a Jack le resultó difícil saber por dónde empezar. Cogió los
hashi
y se los colocó con cuidado en la mano. Después de seis meses de práctica ya casi se había acostumbrado a los pequeños palillos, pero todavía le resultaba complicado comer los bocados pequeños.

—Estabas diciendo que todo es cuestión de vergüenza —instó.

—Sí. Para un japonés es muy importante no avergonzarse nunca —respondió Akiko.

—¿Cómo puedes avergonzarte?

—No es cuestión de poder o no poder, Jack —explicó Yamato—. La vergüenza es nuestra percepción del estatus de otra persona. Es crucial mantener el respeto. El respeto se traduce en poder e influencia. Si avergüenzas a alguien, pierdes autoridad y respeto.

—Le hiciste pasar vergüenza delante de sus compañeros estudiantes —coincidió Akiko.

—Vaya, así que pasó vergüenza —dijo Jack, encogiéndose de hombros y señalando con sus
hashi
al chico del
kamon
del sol—. ¿Quién es, por cierto?

El chico miró a Jack, entornando los ojos con agresividad.

—¡No hagas eso! —reprendió Akiko.

—¿Que no haga qué?

—Señalarlo con tus
hashi.
¿No recuerdas lo que te enseñé? Se considera muy maleducado —dijo Akiko, exasperada por la continua conducta incivilizada de Jack—. ¡No derrames la comida con ellos! ¡No atraigas el plato hacia ti para usarlos! ¡Y nunca dejes los palillos clavados en tu cuenco de arroz!

—Por el amor de Dios, ¿por qué no? —exclamó Jack, retirando de inmediato sus
hashi
del cuenco de arroz en el que acababa de dejarlos. Nunca comprendería la etiqueta japonesa, pensó. Había demasiadas cosas que tener en cuenta por cada acción y ocasión, por insignificantes o absurdas que fueran.

De repente, advirtió que toda la mesa lo estaba mirando. Bajó los ojos hacia el plato que tenía delante y empezó a picotear sus componentes.

—Porque eso significa que alguien ha muerto —dijo Akiko, en voz baja, inclinando la cabeza—. Sólo en un funeral se clavan los
hashi
en el arroz. El cuenco se coloca entonces a la vera del difunto para que no pase hambre en el siguiente mundo.

—¿Cómo demonios iba yo a saber eso? —rezongó Jack entre dientes—. Todo lo que hago lo consideráis maleducado. Venid a Inglaterra y veréis lo raras que se consideran allí vuestras costumbres. ¡Estoy seguro de que incluso tú podrías ofender a alguien!

—Lo siento, Jack —dijo Akiko tímidamente, inclinando la cabeza—. Pido disculpas. Es culpa mía por no enseñarte adecuadamente.

—¿Quieres dejar de pedir disculpas? —gritó Jack exasperado, sujetándose la cabeza con las manos.

Akiko se quedó muy callada. Jack alzó la cabeza. Los estudiantes de su mesa fingían ignorarlos, pero estaba claro que su tono con Akiko había sido completamente inapropiado. Yamato lo miró con mala cara, pero no dijo nada.

—Lo siento, Akiko —murmuró Jack—. Sólo estás intentando ayudarme. Es tan difícil hablar, pensar y vivir como un japonés todo el tiempo...

—Acepto tus disculpas, Jack. Ahora, por favor, disfruta de la comida —contestó ella llanamente.

Jack continuó picoteando de los diversos cuencos, en rotación, pero de algún modo habían perdido su sabor. Le dolía profundamente haber molestado a Akiko, y aún más haberle gritado delante de otra gente. Estaba seguro de que la había avergonzado con sus acciones. Cuando Jack volvió a levantar la cabeza, el chico del
kamon
del sol estaba todavía mirándolo, con una malévola sonrisa de satisfacción en el rostro.

—Akiko —dijo Jack, inclinando la cabeza y hablando en voz alta para que todos lo oyeran—. Por favor, acepta mis humildes disculpas por mi conducta. Sigo cansado por el viaje.

—Gracias por tu disculpa, Jack —respondió ella, y con la disculpa aceptada formalmente la atmósfera de la mesa se animó y todo el mundo continuó con sus educadas conversaciones.

—Por favor, ¿quieres decirme quién es ese chico? —preguntó Jack, aliviado por haber conseguido restaurar cierto grado de acuerdo. Tal vez después de todo estaba empezando a comprender los matices de la etiqueta japonesa.

—No lo sé —contestó ella.

—Yo sí —intervino un entusiasta muchacho sentado frente a Jack en la mesa—. Es Oda Kazuki, hijo del
daimyo
Oda Satoshi, primo segundo del Linaje Imperial. Por eso lleva el
kamon
del Sol Imperial. Algunos consideran que la familia Oda es bastante alta y poderosa. Tal vez ése es el motivo por el que su padre lo llamó Kazuki. Significa «Resplandeciente».

Todos se quedaron mirando asombrados al muchacho, mientras él seguía hablando sin parar. Era un chico de aspecto bastante anodino, con un rostro regordete cuyo único rasgo destacado eran las cejas, dos gruesas orugas negras en una permanente expresión de sorpresa.

—Pido disculpas —dijo, inclinándose—. No me he presentado. Me llamo Saburo y soy el tercer hijo de Shimazu Hideo. Nuestro
kamon
muestra dos plumas de halcón: simboliza la rapidez, la gracia y la dignidad del halcón. Mi hermano se llama Taro. Podéis verlo sentado cerca de la mesa principal. Es uno de los mejores estudiantes de
kenjutsu
de la escuela, y este año aprenderá la técnica de los «Dos Cielos»...

—Es un honor conocerte —interrumpió Yamato amablemente—. Yo soy Yamato, hijo de Masamoto Taskeshi. Ésta es mi prima, Akiko. Y éste es Jack. Procede del otro lado del mundo.

Todos inclinaron la cabeza por turno mientras Yamato los iba presentando.

—¡Ahh! El
gaijin
al que salvó Masamoto —dijo Saburo, mirando brevemente a Jack e ignorándolo luego en favor de Yamato—. Es un verdadero honor conocerte, Yamato. Me muero de ganas de informar a mi madre de que he cenado frente al hijo superviviente de Masamoto. Lo que le sucedió a Tenno fue trágico. Mi hermano lo conocía. Entrenaron juntos muchas veces...

—¿Y quién es tu amiga? —preguntó Akiko rápidamente, viendo que el ánimo de Yamato se ensombrecía ante la mención de la muerte de su hermano.

Una chica menuda de ojos marrones de ratón y el pelo hasta los hombros estaba sentada a la izquierda de Saburo. Pero antes de que tuviera tiempo de presentarse, lo hizo Saburo por ella.

—Ésta de aquí es Kiku, hija segunda de Imagawa Hiromi, un famoso sacerdote zen. —Todos inclinaron la cabeza mientras Saburo seguía hablando sin parar—. ¿Quién creéis que nos enseñará primero? ¿Creéis que será la
sensei
Yosa? Eso espero. Seguro que es una diosa reencarnada. Nuestra propia Tomoe Gozen, ¿eh?

Jack pudo ver que Akiko se molestaba por los comentarios casuales que Saburo hacía de su ídolo y se apresuró a hacer una pregunta que desviara la conversación.

—Saburo, ¿a qué se refería Masamoto con la técnica de los «Dos Cielos»? —preguntó, sinceramente deseoso de averiguarlo.

—Ah, la técnica de los «Dos Cielos» es el secreto de Masamoto...

Pero antes de que Saburo pudiera seguir dilucidando, Masamoto puso fin a la cena con un grito:


¡Gochiso-samakoahita!

—¡REI SENSEl! —gritaron todos, y la sala entera se incorporó y se inclinó al unísono. Masamoto y sus
sensei
se levantaron, recorrieron el centro del
Chô—no-ma
y salieron a la noche. Los estudiantes fueron abandonando la sala en fila por orden de veteranía.

Jack salió a la noche fría y clara, aliviado por escapar de las constantes miradas que había tenido que soportar en la Sala de las Mariposas. Cada vez que levantaba la cabeza de su cuenco, Kazuki le dirigía una mirada de desprecio mientras los estudiantes que lo rodeaban se reían ante sus comentarios acerca del
gaijin.

Jack caminó detrás de Akiko, Yamato y Kiku, a los que seguía de cerca el charlatán Saburo, hacia la Sala de los Leones. Miró el cielo lleno de estrellas, tratando de reconocer las constelaciones que su padre le había enseñado. El cinturón de Orion, la Osa Mayor, Bellatrix...

De repente, Kazuki se materializó delante de él, bloqueándole el paso.

—¿Adónde crees que vas,
gaijin?

—A acostarme, Kazuki. Como todos los demás —respondió Jack, tratando de rodearlo.

—¿Quién te ha dado permiso para usar mi nombre,
gaijin?
—dijo Kazuki, empujando a Jack hacia atrás.

Jack tropezó y cayó contra el muchacho que se había colocado tras él. Rebotó en la impresionante panza del chico.

—Ahora has insultado también a Nobu. Nos debes a ambos una disculpa.

—¿Una disculpa por qué? —dijo Jack, tratando de esquivar sin éxito la barriga de Nobu.

—¡Qué descortés! Y no quiere pedir disculpas. Deberías ser castigado —dijo Kazuki, amenazante.

Jack oyó que Nabu hacía crujir los dedos, como preparándose para golpearlo, pero se mantuvo firme.

—¡No os atreveréis! —gritó, desafiante.

Miró por encima del hombro de Kazuki. Akiko y Yamato, junto con todos los demás, ya habían desaparecido en la Sala de los Leones. Sintió que su bravata perdía consistencia rápidamente.

—Aquí no hay nadie,
gaijin
—se burló Kazuki—. ¿Ves? No estás siempre bajo la protección de Masamoto. Además, ¿quién iba a creer a un
gaijin?

La mano de Kazuki se disparó y, tras agarrar la muñeca izquierda de Jack, empezó a retorcérsela. El dolor fue instantáneo. El brazo se le dobló y Jack cayó de rodillas tratando desesperadamente de aliviar la agonía.

—Primero, tienes que disculparte por quitarme mi sitio. Segundo, por haberme insultado delante de mis amigos. Tercero, por haberme ofendido señalándome con tus
hashi.
¡Discúlpate! —dijo Kazuki, haciendo girar cada vez más la muñeca de Jack.

El brazo le ardía de dolor.

—¡Discúlpate,
gaijin!
—volvió a gritar Kazuki.

—¡Vete al infierno! —escupió Jack en inglés.

—¿Qué has dicho? —dijo Kazuki, sorprendido por el extraño sonido de las palabras—. Será mejor que tengas cuidado,
gaijin.
No querrás lesionarte antes de empezar tu entrenamiento, ¿verdad?

Kazuki aplicó aún más presión. El dolor se intensificó aún más y Kazuki le hundió a Jack la cara en el suelo. Jack era incapaz de moverse. Kazuki forzó el brazo de Jack hacia arriba y se lo pegó a la espalda mientras le restregaba con fuerza la cara por la tierra.

—¿Disfrutas de los gusanos,
gaijin?
¡Es todo lo que te mereces comer! —exclamó Kazuki—. Los
gaijin
no son dignos de aprender nuestros secretos. Nuestras artes marciales. No perteneces aquí. ¡Márchate,
gaijin!

Jack sintió que el brazo estaba a punto de rompérsele otra vez.

—El entrenamiento puede ser peligroso y podrías lesionarte fácilmente. De manera permanente.

Le retorció un poco más el brazo y a Jack le pareció incluso oírlo crujir.


¡Sensei!
—exclamó entonces Nobu.

Kazuki se puso en pie de un salto, liberando su tenaza.

—¡Volveremos a vernos,
gaijin!

Entonces Kazuki y Nobu se marcharon corriendo, hasta perderse tras la esquina del
Chô—no-ma.

Jack se quedó allí tirado, sujetándose el brazo contra el pecho. Cuando el dolor remitió, lo examinó con atención. No estaba roto, pero sí dañado, y luchó por contener las lágrimas. Jack se estremeció al recordar las últimas palabras de Kazuki («¡Volveremos a vernos,
gaijin!»)
, que repetían ominosamente la amenaza de Ojo de Dragón.

Mientras Jack yacía allí frotándose el brazo dolorido, el
sensei
Yamada se acercó. El
sensei
se apoyaba en un bastón de bambú y miró a Jack como si estuviera inspeccionando a un insecto con el ala rota.

—Para que te pisen, tienes que estar en el suelo
[ 5 ]
—dijo casualmente, antes de proseguir tranquilamente su camino hacia los dormitorios.

—¿Y eso qué se supone que significa? —gritó Jack, pero el
sensei
no respondió. La única respuesta fue el eco del golpeteo del bastón, que fue desvaneciéndose en el patio de piedra.

26
Derrotar la espada

Jack se frotó la espinilla y entró cojeando en el
butokuden.
Dejó su
bokken
al filo de la entrada, junto con las armas de los otros estudiantes, y luego se arrodilló torpemente junto a Yamato.

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