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Authors: George Alec Effinger

Tags: #Ciencia Ficción

Cuando falla la gravedad (25 page)

BOOK: Cuando falla la gravedad
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Hubo un breve silencio durante el cual oía un latido de mi corazón y luego otro. Las cejas de «Papa» se elevaron y volvieron a su lugar.

—Una vez más, hijo mío, me demuestras que no me he equivocado al elegirte. Eres el indicado. ¿Cómo te propones empezar?

—Oh, caíd, empezaría por estrechar más nuestra alianza con el teniente Okking y obtener toda la información de que disponen en los archivos de la policía. Sé ciertas cosas sobre algunas de las víctimas que estoy seguro que él desconoce. No veo motivos para darle esa información ahora, pero más tarde la necesitará. Interrogaremos a nuestros amigos comunes. Creo que encontraré más pistas. Un cuidadoso examen científico de todos los datos asequibles sería el primer paso.

Friedlander Bey asintió, pensativo.

—Okking dispone de información que tú no tienes. Tú posees información que él no tiene. Alguien debe reunir toda esa información, y yo preferiría que esa persona fueras tú y no el bueno del teniente. Sí, me parece una buena sugerencia.

—Quienes te ven, viven, oh, caíd.

—Que Alá te permita ir y regresar sano y salvo.

No vi motivos para decirle que, en verdad, planeaba inspeccionar a Lutz Seipolt con toda minuciosidad. Lo que yo sabía sobre Nikki y su muerte hacía este asunto más siniestro de lo que «Papa» o el teniente Okking estaban dispuestos a admitir. Todavía tenía el moddy encontrado por mí en el bolso de Nikki. Nunca se lo había mencionado a nadie. Necesitaba averiguar lo que tenía grabado. Tampoco había mencionado el anillo ni el escarabajo.

Tardé unos minutos en tranquilizarme fuera de la villa de Friedlander Bey, y luego no encontré taxi. Terminé por ir a pie. mas no me importó porque todo el tiempo estuve discutiendo conmigo mismo:

«Conciencia 1 (temerosa de «Papa»): Bueno, ¿por qué no hacer lo que quiere? Limítate a recoger la información y déjale que sugiera el próximo paso. De otro modo, estás pidiendo que te partan la cara, o que te maten. » «Conciencia 2 (temerosa de la muerte y el desastre): Porque cada paso conduce directamente hacia dos (no uno, sino dos) asesinos psicopáticos a quienes les importa un pito si vivo o muero. De hecho, uno u otro hará bastante más que meterme una bala entre los ojos o cortarme el cuello. Ése es el porqué. ”

Un argumento por encima de la red y la otra se lo refutaba. Era un partido demasiado igualado, la competición podría durar eternamente. Después de un rato, me aburrí y dejé de observar. Tenía todo el equipo para convertirme en el Cid o en Jomeini o en cualquier otro, ¿por qué dudaba todavía? Nadie a mi alrededor tenía mis escrúpulos. Tampoco pensaba en mí como en un cobarde. ¿Qué sacaría con conectarme el primer moddy?

Tendría la repuesta esa misma noche. Oí la llamada a la oración del crepúsculo mientras atravesaba la puerta y me dirigía hacia la «Calle». Fuera del Budayén, el muecín parecía más etéreo; al otro lado de la puerta, la voz del mismo hombre adquiría, de algún modo, un tono de reproche. ¿O era mi imaginación? Paseé hasta el club de Chiriga y me senté ante la barra. Ella no estaba. Pero sí se encontraba allí Jámila, que había trajabado para Chiri hacía unas semanas y se largó cuando dispararon al ruso. La gente va y viene del Budayén, trabajan en un club y les echan o se van por cualquier estupidez, trabajan en otro lugar, con el tiempo, recorren el circuito y terminan donde han empezado. Jámila era una de esas personas que podían hacer el circuito más rápido que la mayoría. Tenía suerte de encontrar un trabajo de siete días consecutivos.

—¿Dónde está Chiri? —pregunté. —Vendrá a las nueve. ¿Quieres beber algo?—Bingara y ginebra, hielo y un poco de lima. Jámila asintió y se dio la vuelta para mezclarlo.

—Ah —dijo—, tienes una llamada. Dejaron un mensaje. Espera que lo busque.

Fue una sorpresa. No podía imaginar quién habría dejado un mensaje para mí, ni cómo sabían que iba a estar allí esa noche.

Jámila volvió con mi copa y una servilleta de cóctel con dos palabras garabateadas. Le pagué y se fue sin decir palabra. El mensaje decía: «Llama a Okking». Un principio muy propio de mi nueva vida de superhombre: urgente asunto policial. No hay descanso para los miserables, empezaba a convertirse en mi lema. Descolgué el teléfono, murmuré el código de Okking y esperé a que contestara.

—¿Sí? —dijo por fin. —Marîd Audran.

—Maravilloso. Te llamé al hospital, pero me dijeron que te habían dado de alta. Llamé a tu casa y no obtuve respuesta. Llamé al jefe de tu chica, mas no estaba allí. Llamé a tu escondite habitual, el Café Solace, y no te habían visto. Así que probé en otros lugares y dejé mensajes. Quiero que estés aquí dentro de media hora.

—De acuerdo. ¿Dónde te encuentras?

Me dio un número de habitación y la dirección de un hotel en el conglomerado Flemish, en la zona más rica de la ciudad. Nunca había estado en el hotel ni a menos de diez manzanas de él. No era mi parte de la ciudad.

—¿Qué ocurre? —pregunté.

—Un homicidio. Ha salido tu nombre.

—¡Ah! ¿Alguien que conozco?

—Sí. Es curioso, tan pronto como ingresaste en el hospital, esos raros crímenes cesaron. Nada anormal en casi tres semanas. Y el mismo día que sales, vuelve el reino del terror.

—Está bien, teniente, me has cogido y confesaré. Si yo hubiera sido listo, habría dispuesto un asesinato o dos mientras me encontraba en el hospital para no levantar sospechas.

—Eres un chico listo, Audran. Eso empeora tu situación en todos los sentidos.

—Lo siento. No me lo vas a decir nunca: ¿quién es la víctima?

—Ven rápido —dijo, y colgó.

Bebí mi copa de un trago, dejé a Jámila medio kiam de propina y salí al cálido aire de la noche. Bill todavía no estaba en su lugar habitual, el amplio Boulevard el-Jameel fuera del Budayén. Otro taxista estuvo de acuerdo con la tarifa que le ofrecí y atravesamos la ciudad hacia el hotel. Fui directo a la habitación. Un oficial de policía me detuvo detrás de la barrera formada por la cinta amarilla en la que se leía: «Escena del crimen». Le dije que el teniente Okking me esperaba. Me preguntó mi nombre y me dejó pasar.

La habitación parecía el interior de un matadero. Había sangre por todas partes, charcos, trazos en las paredes, salpicaduras en la cama, sobre las sillas y el escritorio, por toda la alfombra. Un asesino no gastaría tanto tiempo y energía asegurándose de que su víctima estaba lo bastante muerta, rociando toda esa sangre, empapando a conciencia la habitación. Había matado a la víctima puñalada tras puñalada, como en un sacrificio humano ritual. Resultaba inhumano, grotesco y demente. Ése no era el estilo de James Bond, ni el del torturador sin nombre. Se trataba de un tercer maníaco o de uno de los dos primeros con un moddy nuevo. En cualquier caso, nuestras escasas pruebas quedaban desfasadas con eso. ¡Lo que nos faltaba!

La policía acababa de meter el cadáver en una bolsa sobre una camilla y lo sacaba por la puerta. Me encontré al teniente.

—¿A quién demonios le ha tocado esta noche? —pregunté.

Me miró con atención, como si pudiera apreciar mi culpabilidad o mi inocencia por mi reacción.

—Selima —dijo.

Mis hombros se desplomaron. De repente, sentí un inmenso cansancio.

—Que Alá tenga misericordia —murmuré —. ¿Para qué me has llamado? ¿Qué tiene esto que ver conmigo?

—Tú investigas todo esto para Friedlander Bey. Además, quiero que mires en el baño.

—¿Porqué?

—Ya lo verás. Prepárate, es un poco asqueroso.

Eso me predisponía aún menos a entrar en el baño. Pero entré. Debía hacerlo, no había elección. Lo primero que vi fue un corazón humano, arrancado del pecho de Selima, sobre el lavabo del cuarto de baño. Eso me dio náuseas. El lavabo estaba lleno de su sangre oscura. Luego vi sangre por todo el espejo de encima del lavabo. En él habían pintado trazos desiguales, dibujos geométricos y símbolos ininteligibles. La parte más preocupante eran las palabras escritas con sangre en escritura que goteaba: «Audran, tú eres el próximo».

Sentí una sensación opresiva, irreal. ¿Qué sabía ese carnicero loco de mí? ¿Qué relación tenía yo con el monstruoso crimen de Selima y las otras «Viudas Negras»? Lo único que pensé fue que hasta ese momento mi móvil había sido una especie de deseo galante de proteger a mis amigos, que podían ser futuras víctimas de esos locos asesinos desconocidos. No tenía un interés personal, excepto un posible deseo de venganza por el asesinato de Nikki y las demás. Ahora, en cambio, mi nombre escrito con sangre coagulada sobre ese espejo lo convertía en algo personal. Mi propia vida se hallaba en juego.

Si algo en el mundo podía inducirme a dar el paso definitivo y conectarme mi primer moddy, era aquello. Sabía perfectamente que a partir de entonces, necesitaría toda la ayuda que pudiera obtener. Revelador interés por uno mismo, diría yo. Y maldije a los viles asesinos que lo habían hecho necesario.

14

Lo primero que hice a la mañana siguiente, fue llamar a Laila a la tienda de moddies de la calle Cuatro. La vieja estaba tan horrible como siempre, pero su aspecto había sufrido un ligero cambio. Llevaba su sucio cabello gris recogido bajo una peluca rubia llena de rizos; más que una peluca parecía algo que tu tía abuela ha metido en la tostadora para ocultarlo de la vista. Laila no había podido mejorar sus ojos amarillentos ni su arrugada piel negra, pero seguro que lo había intentado. Llevaba tantos polvos claros en su rostro, que parecía recién salida de un ascensor de harina. Encima de eso, se había pintado rayas de color cereza intenso sobre todas las superficies disponibles. Creo que su sombra de ojos, el maquillaje de sus mejillas y el lápiz de labios procedían del mismo contenedor. Llevaba unas brillantes gafas de sol de plástico colgadas del cuello con un horrible cordón, unas gafas de gato que había elegido con cuidado. No se había molestado en ponerse dientes postizos, pero había trocado su asqueroso vestido negro por una túnica rasgada, indecentemente ceñida y escotada, de un color amarillo chillón. Parecía como si intentase alentar a su cabeza y a sus hombros a librarse del buche del periquito más grande del mundo. Llevaba zapatillas baratas de borra azul.

—Laila — dije. —Marîd.

Sus ojos aparecían desenfocados. Eso significaba que presentaba su propia e inimitable personalidad. Si hubiera tenido un moddy conectado, su mirada estaría enfocada y el software hubiera agudizado sus reflejos. Me hubiese resultado más fácil tratar con ella si llevara otra personalidad, pero dejémoslo correr.

—Tengo el cerebro preparado.

—Eso he oído.

Soltó una sonrisa tonta que me disgustó un poco.

—Necesito que me ayudes a escoger un moddy.

—¿Para qué lo quieres?

Me mordí el labio inferior. ¿Hasta dónde iba a contarle? Por un lado, ella podía repetir todo lo que yo le dijera a cualquiera que entrase en su tienda: ella me contaba todo lo que otros le decían. Por el otro, nadie le prestaría atención.

—Necesito hacer un pequeño trabajo. Me han modificado el cerebro porque mi trabajo puede ser peligroso. Necesito algo que aumente mi talento de detective, y también evite que salga herido. ¿Qué te parece?

Murmuró un rato para ella misma, mientras daba vueltas pasillo arriba, pasillo abajo, y revolvía sus cajones. Yo no entendía lo que decía, así que esperé. Por fin, se volvió hacia mí y se sorprendió de que todavía estuviese allí. Quizá había olvidado mi petición.

—¿Te parece bien un personaje de ficción? —dijo. —Si el personaje es lo bastante inteligente —respondí.

Se encogió de hombros y habló más entre dientes, con sus dedos engarfiados abrió un moddy envuelto en plástico y me lo ofreció.

—Toma —dijo.

Dudé. Volví a pensar que me recordaba a la bruja de Blancanieves. Miré el moddy como si fuera la manzana envenenada.

—¿Quiénes?

—Nero Wolfe —dijo—. Un brillante detective. Un genio para resolver asesinatos. No quería salir de su casa. Alguien le hacía el trabajo de calle y era el que recibía los golpes.

—Perfecto.

Creo que recordaba al personaje, aunque nunca había leído ninguno de sus libros.

—Tendrás que encontrar a alguien que haga las preguntas —dijo, ofreciéndome un segundo moddy.

—Saied las hará. Sólo con decirle que podrá partir todas las caras que quiera, aprovechará la oportunidad. ¿Cuánto por los dos?

Movió los labios un buen rato mientras sumaba las dos cantidades.

—Setenta y tres —gimoteó—. Sin impuestos.

Conté ochenta kiam y recogí el cambio y los dos moddies. Me miró.

—¿Quieres comprar mis judías de la suerte? No quería ni oír hablar de ellas.

Todavía había algo que me preocupaba y que quizá pudiera ser la clave para identificar a quien había asesinado, torturado y degollado a Nikki; algo que debía mantenerse en secreto. Era el moddy clandestino de Nikki. Tal vez lo llevaba cuando fue asesinada, o su asesino. Por lo que yo sabía, nadie lo llevaba puesto. Pero, entonces, ¿por qué me provocaba aquel sentimiento enfermo y desesperado cada vez que lo veía? ¿Era sólo el recuerdo del cuerpo de Nikki esa noche, metido en bolsas de basura, arrojado al callejón? Respiré hondo. «Vamos —me dije—, eres un maldito y buen aprendiz de héroe. Tienes a todo el software listo para cuchichear y recrearse en tu cerebro. » Tensé los músculos.

Mi mente racional intentó decirme treinta o cuarenta veces que el moddy no significaba algo más que el lápiz de labios o el pañuelo arrugado que había encontrado en el bolso de Nikki. A Okking no le habría gustado saber que ocultaba eso y los otros objetos a la policía, pero estaba llegando a un punto en que Okking no me preocupaba. Empezaba a cansarme de todo el asunto, pero la corriente me arrastraba. Incluso había perdido la voluntad para salir pitando y salvarme.

Laila estaba manoseando un moddy. Lo sacó y se lo conectó. Le gustaba recibir a las visitas con sus fantasmas y espectros.

—¡Marîd! —gimió esta vez con la voz chillona de Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó.

—Laila, tengo un moddy ilegal y quisiera saber qué hay en él. —Sí, Marîd, no te preocupes. Dame ese pequeño...

—¡Laila! —grité—. ¡No tengo tiempo para esa maldita bella del sur! Ni para quitarte tu propio moddy y obligarte a prestarme atención.

La idea de quitarse su moddy era demasiado horrible como para considerarla. Me miró, tratando de distinguirme entre la multitud. Yo era alguien entre Ashley, Rhett y la puerta.

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