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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Cronicas del castillo de Brass (31 page)

BOOK: Cronicas del castillo de Brass
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—Ninguno, pero la joya de Kalan aún retiene su alma… —Jhary estaba sudando. Resolló y meneó la cabeza—. Ahora no os lo puedo explicar. Os aseguro que protegeré a vuestra reina…

Siguió a Yisselda e Ilian, que habían entrado en la cueva la litera de Katinka van Bak.

La profundidad de la cueva asombró a Ilian. Se hundía kilómetros y kilómetros en la ladera de la montaña. Cuanto más se internaban, más frío hacía. Guardó silencio, porque confiaba en Jhary.

Sólo se volvió una vez, cuando oyó la voz nerviosa de Mysenal a lo lejos.

—¡Ya no os culpamos de nada, Ilian! Os absolvemos…

El tono de Mysenal y la urgencia con que aparentaba expresar aquellos sentimientos la intrigaron. Tampoco le importaba demasiado. Conocía su culpa, dijeran lo que dijeran los demás.

—¿No es éste el lugar? —preguntó con voz débil Katinka van Bak desde su litera.

Jhary asintió. Como la luz había disminuido, llevaba en la mano un globo extraño, un globo luminoso. Lo depositó sobre el suelo de la caverna. Ilian bajó la vista y dio un respingo. Vio el cadáver de un hombre alto y apuesto, cubierto de pieles. No se veía ninguna herida en su cuerpo, nada que indicara la causa de su muerte. Su cara le recordó a alguien. Cerró los ojos.

—Hawkmoon… —murmuró—. Mi nombre…

Yisselda estalló en llanto y se arrodilló junto al cadáver.

—¡Dorian! ¡Mi amor! ¡Mi amor! —Se volvió hacia Jhary-a-Conel—. ¿Por qué no me lo dijiste?

Jhary, sin hacerle caso, se volvió hacia Ilian, que estaba apoyada como mareada contra la pared de la cueva.

—Dadme la joya —dijo—. La joya negra, Ilian. Dádmela.

Y cuando Ilian introdujo la mano en la bolsa, palpó algo cálido, algo que vibraba.

—¡Está viva! —exclamó—. ¡Viva!

—Sí —contestó Jhary, con voz perentoria y débil—. Deprisa, arrodillaos a su lado…

—¿Al lado del cadáver?

Ilian retrocedió.

—¡Haced lo que digo! —Jhary apartó a Yisselda del cadáver de Hawkmoon y obligó a Ilian a arrodillarse—. Ahora, colocad la piedra sobre su frente, sobre la cicatriz.

Ilian, temblorosa, obedeció.

—Apoyad vuestra frente sobre la joya.

Se inclinó, su frente tocó la joya y de repente cayó dentro y a través de la joya, y mientras caía, otra persona cayó hacia ella. Fue como si se precipitara hacia su propia imagen, reflejada en un espejo. Lanzó un grito…

Oyó el débil «¡Adiós!» de Jhary y trató de responder, pero no pudo.

Siguió cayendo por pasillos sucesivos de sensaciones, recuerdos, culpa y redención…

Y fue Asquiol y Arflane y Alaric. Fue John Daker, Erekose y Urlik. Fue Corum y Elric y Hawkmoon…

—¡Hawkmoon!

El nombre pronunciado por sus labios fue como un grito de batalla. Combatió contra el barón Meliadus y Asrovak Mikosevaar en la batalla de la Kamarg. Volvió a combatir contra Meliadus en Londra y Yisselda estaba a su lado. Yisselda y él contemplaron el campo de batalla cuando todo hubo terminado y vieron que de sus camaradas sólo habían sobrevivido…

—¡Yisselda!

—Estoy aquí, Dorian. ¡Estoy aquí!

Abrió los ojos y dijo:

—¡Así que Katinka van Bak no me traicionó! Sin embargo, con qué argucia tan complicada me ha llevado hasta ti. ¿Por qué urdió una estratagema tan complicada?

—Quizá lo averiguaréis un día —susurró Katinka desde su litera—, pero no de mis labios, porque debo ahorrar aliento. Necesito que los dos me saquéis de estas montañas y me acompañéis a Ukrainia, donde deseo morir.

Hawkmoon se levantó. Estaba horriblemente entumecido, como si hubiera yacido durante meses en aquel lugar. Observó sangre en los vendajes.

—¡Estáis herida! No me había dado cuenta. Al menos, no recuerdo…

Apoyó la mano en la frente. Notó algo caliente, como sangre, pero cuando apartó los dedos sólo distinguió una leve radiación oscura, que se extinguió al cabo de un segundo.

—¿Cómo…? ¿Jaherek? Es imposible…

Katinka van Bak sonrió.

—No. Yisselda os contará cómo me la hice.

Una mujer habló con voz suave y vibrante junto a Hawkmoon.

—Recibió la herida ayudando a salvar un país que no es el suyo.

—No es la primera vez que la hieren en tales circunstancias —dijo Hawkmoon, y se volvió. Contempló un rostro extraordinariamente hermoso, pero herido por la tristeza—. ¿Nos conocemos?

—Os conocéis —dijo Katinka—, pero debéis separaros ahora mismo pues si ocupáis el mismo plano durante mucho rato se producirán nuevas desestructuraciones. Creed en mis palabras, Ilian de Garathorm. Regresad ahora. Volved con Mysenal y Lyfeth. Os ayudarán a reconstruir vuestro país.

—Pero… —Ilian vaciló—. Me gustaría hablar un poco más con Yisselda y este tal Hawkmoon.

—No tenéis derecho. Sois dos aspectos de lo mismo. Sólo podéis encontraros en determinadas ocasiones. Jhary me lo dijo. Regresad. ¡Deprisa!

La hermosa muchacha se volvió, vacilante. Su cabello dorado osciló y su cota de mallas tintineó. Se encaminó hacia las tinieblas y no tardó en perderse de vista.

—¿A dónde conduce el túnel, Katinka van Bak? —preguntó Hawkmoon—. ¿A Ukrainia?

—No, y pronto dejará de conducir a ningún sitio. Espero que le vaya bien a esa moza. Tiene muchas cosas que hacer. Además, presiento que volverá a toparse con Ymryl.

—¿Ymryl?

Katinka van Bak suspiró.

—Ya os he dicho que no quiero desperdiciar mi aliento. Necesito seguir viva hasta que lleguemos a Ukrainia. Confiemos en que el trineo nos siga esperando.

Hawkmoon se encogió de hombros. Se volvió y contempló con ternura a Yisselda.

—Sabía que vivías —dijo—. Dijeron que estaba loco, pero yo sabía que vivías.

Se abrazaron.

—Oh, Dorian, he pasado tantas aventuras —dijo Yisselda.

Contádselas más tarde —imploró la agonizante Katinka van Bak desde la litera—. ¡Coged estas angarillas y conducidme a ese trineo!

—¿Cómo están los niños, Dorian? —preguntó Yisselda, mientras se agachaba para coger un extremo de la camilla.

Después, se preguntó por qué Hawkmoon se mantuvo en silencio durante todo el rato que duró el trayecto por el túnel.

Así concluye la segunda Crónica del castillo de Brass.

En busca de Tanelorn
Libro primero.
El mundo enloquecido: un campeón de sueños
1. Un viejo amigo en el castillo de Brass

—¿Perdidos?

—Sí.

—Sólo son sueños, Hawkmoon. ¿Sueños perdidos?

El tono era casi patético.

—Creo que no.

El conde de Brass apartó su voluminoso cuerpo de la ventana, y la luz bañó de repente el rostro demacrado de Hawkmoon.

—Ojalá tuviera dos nietos. Ojalá. Quizá algún día…

La conversación se había repetido tantas veces que ya constituía un ritual. Al conde Brass le disgustaban los misterios; de hecho, los detestaba.

—Eran un chico y una chica. —Hawkmoon estaba cansado, pero la locura le había abandonado—. Manfred y Yamila. El chico se parecía mucho a vos.

—Ya te lo hemos contado, padre.

Yisselda, con los brazos cruzados bajo los pechos, se apartó de la chimenea. Llevaba un vestido verde con los puños y el cuello ribeteados de armiño. Tenía el cabello estirado hacia atrás. Estaba pálida. Lo había estado desde su regreso con Hawkmoon al castillo de Brass, más de un mes antes.

—Ya te lo dijimos… y hemos de encontrarles.

El conde de Brass pasó sus gruesos dedos sobre el cabello rojo veteado de gris y frunció el ceño.

—No creía a Hawkmoon…, pero ahora os creo a los dos, aunque no me guste.

—Por eso discutes tanto, padre.

Yisselda apoyó una mano sobre su brazo.

—Tal vez Bowgentle pudiera explicar estas paradojas —continuó el conde Brass—, pero nadie más podría encontrar las palabras adecuadas para iluminar la mente de un sencillo soldado como yo. Vosotros creéis que he vuelto de entre los muertos, pero no recuerdo mi muerte. Y Yisselda ha sido rescatada del limbo, cuando yo la creía muerta en la batalla de Londra. Ahora, habláis de hijos, también perdidos en algún lugar del limbo. Una idea aterradora. ¡Niños sometidos a tales horrores! ¡Ah no! No quiero ni pensarlo.

—Nosotros sí, conde Brass. —Hawkmoon habló con la autoridad de un hombre que ha pasado muchas horas a solas con sus más oscuros pensamientos—. Por eso estamos decididos a hacer lo imposible por encontrarles. Por eso, hoy partimos hacia Londra, con la esperanza de que la reina Flana y sus científicos nos ayuden.

El conde Brass acarició su poblado bigote rojo. La mención de Londra le había sugerido otros pensamientos. Una leve expresión de embarazo apareció en su cara. Carraspeó.

—¿Algún mensaje especial para la reina Flana? —preguntó Yisselda, con mirada traviesa.

Su padre se encogió de hombros.

—Las cortesías habituales, por supuesto. Tengo la intención de escribir. Quizá os dé una carta antes de que marchéis.

—Estaría encantada de volver a verte en persona. —Yisselda dirigió una mirada significativa a Hawkmoon, que se frotó la nuca—. En su última carta me contó cuánto le había complacido tu visita, padre. Subrayó la sabiduría de tus consejos, el práctico sentido común que aplicas a los asuntos de estado. Insinuaba que estaba dispuesta a ofrecerte un puesto oficial en la corte de Londra.

Dio la impresión de que las coloradas facciones del conde Brass adquirían un tono aún más pronunciado.

—Mencionó algo por el estilo, pero en Londra no me necesitan.

—Por tus consejos no, desde luego —dijo Yisselda—. ¿Pero tu apoyo? En otros tiempos era muy aficionada a los hombres, pero desde la terrible muerte de D'Averc… Me han dicho que no abriga la menor intención de casarse. Me han dicho que ha pensado en la posibilidad de dar un heredero al trono, pero sólo existe un hombre que, en su opinión, sea comparable a D'Averc. Creo que no me expreso con claridad…

—Tienes toda la razón, hija mía. Muy comprensible, porque tu mente está absorta en otros pensamientos. Sin embargo, me conmueve tu preocupación por mis asuntos más nimios. —Al subirse, la manga de brocado dejó al descubierto un antebrazo bronceado y musculoso—. Soy demasiado viejo para casarme. Si pensara en ello, no encontraría una mujer mejor que Flana, pero mantengo la decisión que tomé hace muchos anos, vivir prácticamente retirado en la Kamarg. Además, soy responsable de los habitantes de este país. ¿Darías al traste con todo esto?

—Nosotros nos encargaríamos de esa tarea, como hicimos cuando estuviste…

Yisselda calló.

—¿Muerto? —El conde Brass frunció el ceño—. Me alegra no recordarte de esa forma, Yisselda. Cuando volví de Londra y te encontré aquí, mi corazón se llenó de alegría. No pedí la menor explicación. Me bastaba con que vivieras. De todos modos, recuerdo que te vi morir en Londra hace unos años. Un recuerdo del que me alegraba dudar. Pero el recuerdo de los niños… Vivir bajo el agobio de esos fantasmas, de saber que viven aterrados en algún sitio… ¡Es horroroso!

—Es un horror familiar —dijo Hawkmoon—. Con un poco de suerte, les encontraremos. Con un poco de suerte, no sabrán nada de todo esto. Con un poco de suerte, habiten en el plano que habiten, son felices.

Alguien llamó a la puerta del estudio. El conde Brass respondió con voz malhumorada.

—Entrad.

El capitán Josef Vedla abrió la puerta, la cerró tras de sí y permaneció en silencio unos instantes. El viejo soldado iba vestido de paisano (camisa de ante, justillo y pantalones también de ante y botas de piel ennegrecida). De su cinturón colgaba un largo cuchillo, cuya única utilidad parecía ser un apoyo para su mano izquierda.

—El ornitóptero está casi dispuesto —anunció—. Os conducirá a KarIye. El Puente de Plata ha sido terminado, restaurado en toda su antigua belleza, y gracias a él podréis trasladaros hasta Deauvere, tal como era vuestra intención, duque Dorian.

—Gracias, capitán Vedla. Me complacerá realizar este trayecto por la ruta que utilicé cuando llegué por primera vez al castillo de Brass.

Yisselda, sin soltar la mano de su padre, extendió la otra mano y cogió la de Hawkmoon. Escrutó su rostro unos instantes y sus dedos aumentaron la presión. Hawkmoon respiró hondo.

—Es hora de partir —dijo.

—Hay más noticias…

Josef Vedla titubeó.

—¿Cuáles?

—Un jinete, señor. Nuestros guardias le vieron. Hemos recibido un mensaje heliográfico hace unos minutos. Se aproxima a la ciudad…

—¿Anunció su llegada en nuestras fronteras? —preguntó el conde Brass.

—Eso es lo extraño, conde Brass. En las fronteras no le vieron. Había atravesado la mitad de la Kamarg antes de ser avistado.

—Qué raro. Nuestros guardias no suelen descuidar la vigilancia…

—Y hoy no es una excepción. No ha entrado por ninguna de las rutas conocidas.

—Bien, sin duda tendremos la oportunidad de preguntarle cómo ha burlado a nuestros vigías —dijo Yisselda con calma—. Al fin y al cabo, se trata de un jinete, no de un ejército.

Hawkmoon lanzó una carcajada. Por un momento, todos se habían mostrado preocupados en exceso.

—Que salgan a su encuentro, capitán Vedla, y se le invite a visitar el castillo.

Vedla saludó y se marchó.

Hawkmoon se acercó a la ventana y miró por encima de los tejados de Aigues-Mortes a los campos y lagunas que se extendían más allá de la antigua ciudad. El cielo, de un color azul pálido, estaba despejado y se reflejaba en las aguas lejanas. Un leve viento invernal agitaba los cañaverales. Observó un movimiento en la amplia carretera blanca que atravesaba los marjales en dirección a la ciudad. Vio al jinete. Cabalgaba a buen paso, erguido sobre la silla, y Hawkmoon creyó percibir orgullo en su actitud. La silueta del jinete le resultó familiar. Hawkmoon, en lugar de seguir observando a la figura, se apartó de la ventana, dispuesto a esperar hasta que pudiera identificarla con mayor facilidad.

—Un viejo amigo…, o un viejo enemigo —dijo—. Su porte me recuerda a alguien.

—No ha sido anunciado. —El conde Brass se encogió de hombros—. Ya nada es como antes. Vivimos tiempos más serenos.

—Para algunos —dijo Hawkmoon, pero lamentó la autocompasión de su tono.

Tales sentimientos le habían abrumado en otra época. Ahora que se había desembarazado de ellos, era muy sensible al menor síntoma de que intentaran reproducirse. De un excesivo regodearse en ellos había pasado a un pronunciado estoicismo, lo cual había tranquilizado a todo el mundo, excepto a aquellos que le conocían y apreciaban. Yisselda, que adivinó sus pensamientos, le acarició los labios y las mejillas. Hawkmoon sonrió, la atrajo hacia sí y depositó un casto beso en su frente.

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