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Authors: Kevin J. Anderson

Campeones de la Fuerza (3 page)

BOOK: Campeones de la Fuerza
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—¿Vamos a abandonar Carida sin luchar? —preguntó un general.

—¡El sol va a estallar, general! —aulló Furgan—. ¿Cómo se propone luchar contra eso?

—¿Una evacuación basada en el rango? —murmuró Dauren con un hilo de voz alzando la mirada de su panel—. Pero yo sólo soy teniente, señor...

Furgan contempló con el ceño fruncido al oficial de comunicaciones encorvado sobre sus paneles de control.

—¡Entonces eso le dará un incentivo todavía más grande en su labor de encontrar al hermano de ese chico y obligarle a que desactive ese torpedo!

Kyp mantenía la mirada clavada en los visores semipolarizados, y estaba observando cómo los cazas TIE supervivientes volvían a Carida. Sonrió con satisfacción. Contemplar la aterrorizada agitación de los caridanos mientras intentaban huir llevándose consigo todos los objetos de valor de un planeta entero resultaría muy divertido.

Durante los veinte minutos siguientes Kyp vio cómo la ciudadela principal de adiestramiento expulsaba un chorro continuo de naves: había cazas de pequeñas dimensiones, enormes transportes de personal, barcazas espaciales del modelo Trabajadoras de las Estrellas, e incluso un destructor de aspecto temible y mortífero.

Kyp empezó a irritarse consigo mismo por estar permitiendo que los imperiales se llevaran una cantidad de armamento tan grande.

Estaba seguro de que acabaría siendo utilizado contra la Nueva República, pero de momento disfrutaría destruyendo el sistema solar.

—No podéis escapar —murmuró—. Algunos quizá consigan huir, pero no podréis escapar todos.

Echó un vistazo a su cronómetro. Las inestabilidades ya habían empezado a palpitar en la estrella, y eso significaba que por fin podía obtener una estimación más precisa del tiempo que debería transcurrir hasta que el sol estallara. Los caridanos disponían de veintisiete minutos antes de que la primera onda expansiva alcanzara el planeta.

El chorro de naves ya casi se había esfumado, y sólo se veían unos cuantos aparatos antiguos y en bastante mal estado que intentaban salir del pozo gravitatorio. Carida no parecía estar muy bien provista en lo tocante a naves, y Kyp supuso que la mayor parte de sus navíos de primera categoría debían de haber sido requisados por el Gran Almirante Thrawn o por algún otro señor de la guerra imperial.

El panel holográfico parpadeó de repente y la imagen del oficial de comunicaciones apareció en él.

—¡Piloto del
Triturador de Soles
! Aquí el teniente Dauren llamando a Kyp Durron... ¡Es una emergencia, un mensaje urgente!

A Kyp no le costaba nada imaginarse que cualquier persona que aún siguiera en Carida debía de tener mensajes muy urgentes que transmitirle, y se tomó su tiempo antes de responder porque quería ver sufrir al oficial de comunicaciones.

—Sí, aquí Kyp Durron —dijo por fin—. ¿De qué se trata?

—Hemos encontrado a su hermano Zeth, Kyp Durron.

Kyp sintió como si alguien acabara de atravesarle el corazón con una espada de luz.

—¿Qué? ¡Pero si me dijo que había muerto!

—Hicimos una comprobación a fondo de nuestros archivos y acabamos logrando localizarle. Está destacado en la ciudadela, ¡y no ha conseguido encontrar un medio de transporte para salir de Carida! He ordenado que venga a mi central de comunicaciones, y estará aquí dentro de un momento.

—¡Pero eso es imposible! —gritó Kyp—. Me dijo que había muerto durante la fase de adiestramiento... Tengo los ficheros que me transmitió.

—Se trataba de información falsificada —replicó secamente el teniente Dauren.

Kyp cerró los ojos un instante antes de que las lágrimas los abrasaran nublándole la vista. Saber que Zeth estaba vivo hizo que sintiera una alegría abrumadora, y el comprender que había cometido el peor error posible —creer en lo que le habían dicho los imperiales— hizo que la alegría quedara empañada por la ira.

Lanzó una rápida mirada al cronómetro. Faltaban veintiún minutos para la explosión. Kyp empuñó los controles del
Triturador de Soles
e invirtió el curso, volviendo al planeta con la velocidad de un rayo láser. Dudaba que tuviera el tiempo suficiente para rescatar a su hermano, pero tenía que intentarlo.

Clavó la mirada en el cronómetro que iba mostrando el transcurrir de los segundos. Le ardían los ojos, y sentía una dolorosa punzada cada vez que veía cambiar los números.

Necesitó cinco minutos para llegar a Carida. Orbitó el planeta trazando un apretado arco sobre él, atravesó la línea que separaba la noche del día y se dirigió hacia la pequeña aglomeración de fortalezas y edificios que formaba el centro de adiestramiento imperial.

El teniente Dauren volvió a aparecer en el pequeño campo holográfico. Su mano se movió a un lado y tiró de algo invisible hasta hacer aparecer un soldado vestido con el uniforme blanco de las tropas de asalto dentro de los límites de la imagen.

—¡Kyp Durron! Responda, por favor...

—Estoy aquí —dijo Kyp—. Voy a recogerles.

El oficial de comunicaciones se volvió hacia el soldado.

—Quítese el casco, número veintiuno doce.

El soldado se quitó el casco con movimientos lentos y vacilantes, como si llevara mucho tiempo sin hacerlo. Después permaneció inmóvil, parpadeando bajo la luz no filtrada por sus visores como si casi nunca tuviera ocasión de contemplar el mundo a través de sus ojos. Kyp vio una imagen desgarradora que le recordó el rostro que veía cuando se contemplaba en una placa de reflexión.

—Diga su nombre —ordenó Dauren.

El soldado volvió a parpadear, visiblemente confuso. Kyp se preguntó si estaría drogado.

—Veintiuno doce —dijo.

—Su número de servicio no, ¡su nombre!

El joven guardó silencio durante unos momentos interminables, como si estuviera buscando a tientas entre un montón de recuerdos oxidados e inservibles, hasta que acabó encontrando una palabra que sonó más como una pregunta que como una respuesta.

—¿Zeth? Zeth Dur... Durron.

Pero Kyp no necesitaba oírle pronunciar su nombre. No había olvidado al muchacho nervudo y moreno que nadaba en los lagos de Deyer y que era capaz de atrapar peces con una pequeña red manual.

—Ya voy, Zeth —murmuró.

El oficial de comunicaciones movió las manos.

—No podrá llegar a tiempo —dijo—. Debe detener la acción del torpedo del
Triturador de Soles
. Invierta la reacción en cadena... Es nuestra única esperanza.

—¡No puedo detenerla! —respondió Kyp—. Nada puede detenerla.

—¡Si no lo hace moriremos todos! —gritó Dauren.

—Pues entonces morirán —dijo Kyp—. Es lo que se merecen. Morirán todos... salvo Zeth. Voy a sacarle de Carida.

Kyp atravesó las capas superiores de la atmósfera de Carida con un rugido atronador. El aire recalentado se deslizaba por los costados de la superarma, y el frente de choque iba empujando un escudo por delante de él. Los estallidos sónicos ondulaban en la estela dejada por el
Triturador de Soles
.

La superficie del planeta se iba aproximando a una velocidad aterradora. Kyp sobrevoló un erial resquebrajado y desnudo lleno de rocas rojizas y cañones agrietados. Cuando volvió la mirada hacia las planicies del desierto vio formas geométricas y las pautas de los caminos trazados con implacable exactitud por el cuerpo imperial de ingenieros.

El
Triturador de Soles
pasó como un meteoro por encima de una agrupación de bunkers y barracones metálicos. Grupitos de soldados de las tropas de asalto iban y venían de un lado a otro, llevando a cabo sus maniobras de adiestramiento sin saber que su sol estaba a punto de estallar.

El cronómetro estaba indicando que faltaban siete minutos para la explosión.

Kyp solicitó una pantalla de puntería al ordenador y localizó la ciudadela principal. El aire tiraba de su nave abofeteándola con potentes ráfagas de viento, pero Kyp no les prestaba atención. Las llamas de la atmósfera en ignición salían despedidas de la armadura cuántica con un chisporroteo.

—Déme su situación exacta —dijo Kyp.

El oficial de comunicaciones había empezado a sollozar.

—¡Sé que está en el edificio principal de la ciudadela! —gritó Kyp—. ¿Dónde se encuentra exactamente?

—En los niveles superiores de la torreta sur —respondió Zeth, obedeciendo con la rígida exactitud militar que se le había inculcado durante su adiestramiento.

Kyp ya podía ver las torres y pináculos de la academia militar sobresaliendo de una meseta llena de edificios y estructuras más bajas. Los sensores de la nave proyectaron una imagen aumentada de la ciudadela y centraron la mira en la torreta que Zeth había mencionado.

Faltaban cinco minutos para la explosión.

—Prepárate, Zeth... Ya casi he llegado.

—¡Para rescatarnos a los dos! —gritó Dauren.

Kyp sintió una dolorosa punzada de irritación. Quería dejar abandonado a su destino al oficial de comunicaciones que le había mentido, hundiéndole en la desesperación y obligándole a tomar la decisión de destruir Carida. Quería cruzarse de brazos y permitir que el teniente muriese incinerado por un chorro de llamas solares..., pero de momento aquel hombre podía ayudarle.

—Vayan a una zona despejada. Estaré allí en menos de un minuto... No podrán llegar al techo a tiempo, así que voy a abrir un agujero en él.

Dauren asintió.

—¿Kyp? —murmuró Zeth, logrando salir de su confusión al fin—. ¿Mi hermano? Kyp, ¿eres tú?

El
Triturador de Soles
aulló sobre los minaretes y torreones de la ciudadela caridana. Un muro de dimensiones ciclópeas rodeaba toda la fortaleza. Centenares de refugiados de bajo rango se apelotonaban en el patio y se metían en diminutos aerodeslizadores que emprendían el vuelo hacia los cielos, aunque carecían de capacidad hiperimpulsora y nunca podrían escapar de la furia de la supernova.

Kyp redujo bruscamente la velocidad hasta que el
Triturador de Soles
quedó inmóvil flotando encima de la fortaleza..., y de repente el casco de la pequeña nave se bamboleó de un lado a otro cuando los cañones láser automáticos del perímetro hicieron fuego después de haberlo centrado en sus puntos de mira.

—¡Desconecte sus defensas! —le gritó al oficial de comunicaciones.

Kyp desperdició unos instantes apuntando sus torretas defensivas y disparándolas contra los cañones láser del perímetro. Dos de los emplazamientos de armas estallaron desprendiendo nubes de humo, pero el tercero, que alojaba un cañón desintegrador, consiguió un impacto directo en el
Triturador de Soles
.

La superarma giró locamente sobre sí misma, y salió despedida hacia un lado en una trayectoria totalmente incontrolada hasta que acabó estrellándose contra una torreta. Kyp logró recuperar el control y fue elevando el vehículo. No tenía tiempo para dar rienda suelta a su ira. No tenía tiempo para hacer nada..., salvo llegar a la torre.

Kyp vio cómo el cronómetro pasaba de los cuatro minutos a los tres.

—¡Pónganse a cubierto! —gritó—. Voy a volar el techo.

Apuntó una de sus armas y disparó.... pero sólo consiguió ver aparecer un mensaje de ERROR en el panel de control. La torreta láser había quedado averiada por su colisión con la torre. Kyp lanzó una maldición e hizo girar la nave hasta que pudo apuntar otro láser.

Una breve ráfaga de intensidad controlada bastó para que el techo de la torre empezara a derretirse y se doblara hacia el interior. Trozos de roca sintética y vigas metálicas de refuerzo volaron por los aires. Kyp conectó su rayo tractor para apartar los escombros antes de que pudieran caer sobre los niveles inferiores.

Después colocó el
Triturador de Soles
encima del cráter humeante en que se había convertido el techo. Dirigió sus sensores hacia abajo y vio dos siluetas apareciendo de debajo de los escritorios que habían utilizado como refugio.

Dos minutos.

Kyp siguió flotando sobre ellas. Si hacía descender la nave, podrían llegar hasta la escalerilla que llevaba a la compuerta y ponerse a salvo dentro del
Triturador de Soles
. Kyp ya había programado una ruta de huida.

Kyp inició el descenso..., y el teniente Dauren se incorporó de repente y golpeó a Zeth en la nuca con un trozo de plastiacero. Zeth cayó de rodillas, meneando la cabeza y desenfundando su desintegrador en un acto reflejo. El oficial de comunicaciones corrió hacia la escalerilla del
Triturador de Soles
, pero Kyp, enfurecido por lo que acababa de hacer, elevó la nave alejando la escalerilla de las manos del teniente imperial.

El oficial de comunicaciones agitó los brazos y saltó hacia arriba intentando llegar a la escalerilla, pero no lo consiguió. Sus manos chocaron con el casco. La armadura cuántica aún humeaba debido a la veloz travesía de la atmósfera que había llevado a cabo Kyp, y Dauren gritó cuando el metal recalentado le quemó las manos.

Dauren cayó al suelo y se volvió justo a tiempo de ver cómo Zeth le apuntaba con su desintegrador. Zeth apuntó con toda la precisión que se esperaba de un soldado bien adiestrado y disparó. El oficial de comunicaciones salió despedido hacia atrás con el pecho convertido en un agujero negro y se derrumbó entre los cascotes.

Un minuto.

Kyp maniobró el
Triturador de Soles
hasta volver a colocarlo en la posición adecuada y bajó la escalerilla, pero Zeth había caído de rodillas. La sangre chorreaba por su nuca y manchaba la blancura del uniforme de las tropas de asalto. Zeth no podía moverse. La herida que le había infligido el oficial de comunicaciones era demasiado grave.

Kyp pensó a toda velocidad y centró el rayo tractor en la flácida silueta de su hermano, alzándola del suelo y subiéndola rápidamente hacia el
Triturador de Soles
. Era la única manera de salvar a Zeth. Kyp soltó los controles y corrió hacia la compuerta. Tendría que abrir la compuerta, bajar por la escalerilla y meter a su hermano en el
Triturador de Soles
. Alargó la mano hacia el mecanismo que abriría la compuerta del
Triturador de Soles
...

Y el sol de Carida estalló.

La onda expansiva atravesó la atmósfera con un rugido ensordecedor, trayendo consigo una oleada de fuego incinerador. Toda la ciudadela se convirtió en una tempestad de llamas.

El
Triturador de Soles
salió despedido dando tumbos, y el impacto hizo que Kyp se viera impulsado hacia la pared que tenía delante. Su rostro chocó con una mirilla exterior y pudo ver cómo el cuerpo de Zeth se desintegraba, convirtiéndose en una silueta de sombras que se desvaneció casi al instante mientras la devastadora energía estelar envolvía Carida.

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