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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

Wendigo (3 page)

BOOK: Wendigo
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—¿Nada? —dijo Carlita, exasperada, con los ojos enormes bajo el gorro de punto calado que llevaba. Tenía los brazos cruzados y los voluminosos pantalones le caían muy por debajo de la cintura—. ¡No le hagas ni caso! Arriesgó su propio espíritu para sacar a Mari del círculo vicioso en el que se había metido. Podríamos haberlas perdido a las dos.

—En ese caso estoy doblemente impresionado —dijo Albrecht—. Y doblemente en deuda. Si alguna vez necesitáis algo, chicos, llamadme.

—Eh —dijo Carlita—. No olvides a los Danzantes de la Espiral Negra y las Perdiciones que nos atacaron. Ni que Grita Caos descubrió el secreto de las Perdiciones del Saber. Y el túmulo sumergido que encontramos…

Chitón
, gruñó Ojo de Tormenta en forma Lupus.
Basta
. La cicatriz que le decoraba el ojo dio a su ladrido un grado de amenaza que no pretendía.

—No te preocupes —dijo John Hijo del Viento Norte—, habrá tiempo de sobra para contar de nuevo nuestra historia.

Cuando se sentó, su collar de carámbanos chocó contra la lanza que empuñaba con reverencia e hizo un ruido sordo. En verdad se ajustaba al estereotipo que algunas personas tenían de los indios americanos, con el tatuaje del cuervo en el pecho y todo lo demás, pero era un papel que le encantaba interpretar.

Grita Caos se sentó al tiempo que sus camaradas, sacudió la cabeza y sonrió al comprobar cómo competían por la admiración ajena. A él lo intimidaban las multitudes y no había dicho nada para no llamar la atención. El gorro que llevaba ocultaba sus cuernos de metis pero le preocupaba lo que pensarían los demás de alguien que siempre llevaba sombrero, estuviera a la intemperie o a cubierto. Prefería calibrar el tenor de un grupo antes de darse a conocer. Era un Galliard, un narrador y cantante, y le gustaba conocer a su audiencia antes de pisar el escenario.

Alani Astarte dio una palmada para llamar la atención de los presentes. Se había dirigido al otro extremo de la sala y había subido a un podio al que se accedía por una corta escalinata.

—Es hora de que oigamos el relato del Rey Albrecht —dijo, al tiempo que indicaba a Albrecht que se reuniera con ella.

Albrecht caminó con paso vivo entre los demás Garou, que lo miraron llenos de curiosidad, y se volvió hacia ellos una vez que hubo subido las escaleras.

—Gracias, Alani. Como seguramente sepáis todos, acabo de regresar de Europa. Han pasado muchas cosas. Hay Galliard más dotados que yo para narrar los relatos de heroísmo y tragedia que vivimos allí. He invitado a algunos de los que presenciaron los acontecimientos a que vengan a mi corte muy pronto y lo hagan, cuando todo esto haya acabado. Entonces podremos solazarnos con sus narraciones.

»Pero ahora es el momento de actuar. Cuando estaba en el túmulo del Clan del Cielo Nocturno, fuimos atacados por una colmena de Danzantes de la Espiral Negra. Logramos reunir nuestras fuerzas y los masacremos, pero no antes de haber perdido un numero enorme de buenos guerreros. El margrave Konietzko y yo mismo conseguimos detener el rito de invocación e impedimos que liberaran a Jo’clath’mattric.

La mención del nombre de la bestia del Wyrm provocó un murmullo que se extendió por toda la sala.

—Está allí, atrapado por ahora en un reino propio de la Umbra, alimentándose de los jugos que le absorbe a sus Perdiciones del Saber. Pero sus cadenas son débiles y está realmente enfurecido ahora que hemos cortado su fuente de suministro. Podría irrumpir en nuestro mundo en cualquier momento, a menos que lo ataquemos antes.

»Quiero reunir en mi túmulo un grupo de videntes del espíritus y guardianes del saber para abordar este problema, para averiguar cómo demonios vamos a encontrar ese reino y dirigir un ejército hasta allí. Es el único modo de mantenernos un paso por delante de él. Cuenta con la ventaja de devorar recuerdos, así que sabe un montón sobre nosotros. Y nosotros en cambio no sabemos casi nada sobre él.

»Dentro de tres días se reunirá el grupo. Lo que os pido es que enviéis aquellos representantes que creáis mejor preparados para ayudarnos en esto. Avisad también a las demás tribus. La mía está enviando mensajes ahora mismo pero hay muchos que no los escucharán a menos que reciban el mensaje de algún amigo o conocido. Si estáis en buenas relaciones con ellos, hacedme este favor y convencedlos para que se nos unan. Lo haría yo personalmente pero es que no tengo tiempo. Eso es todo. ¿Alguna pregunta?

Una joven Furia se levantó sonriendo.

—Yo informaré a la Camada. Por muy extraño que pueda parecer, tengo algunos amigos en ella. Puede que nos envíen al menos un Theurge vidente.

Una mujer de mediana edad se puso en pie.

—Yo se lo diré a los Señores de las Sombras. Somos vecinos. No les gustan los Hijos de Gaia pero no serán tan necios como para no querer saber nada del clan de Konietzko.

—Y yo informaré a los Fianna —dijo Perla del Río, de pie y preparada para marcharse en cualquier momento—. Pero debemos partir ahora mismo si queremos llegar a tiempo.

—Hacedlo, por favor —dijo Albrecht mientras bajaba del podio—. Cuanto antes mejor. Yo tengo que regresar a Tierra del Norte para hacer los preparativos.

Se produjo un tumulto en el cuarto mientras todos los Garou presentes se levantaban y se encaminaban a la salida, preparando estrategias con sus camaradas. La Manada del Río de Plata esperó a que la habitación hubiera quedado casi vacía antes de levantarse para salir.

—Esperad un minuto —dijo Albrecht dirigiéndose hacia ellos—. Todos estáis invitados, por supuesto. Sé que no sois Theurge, pero lleváis en esto desde el principio así que no hay razón para que os apartéis ahora.

—Gracias —dijo Grita Caos—. Quiero ver lo que pasa. —Carlita le dio una patada en la espinilla. Se volvió, le dirigió una mirada ofendida y entonces reparó en la expresión de su rostro—. Eh… supongo que convendría que lo habláramos antes. Últimamente hemos pasado mucho.

—Supongo que necesitáis un largo descanso —dijo Albrecht—. Pero confío en veros allí.

Dicho esto salió en busca de Alani y Mari, que se habían marchado ya. Evan, que había esperado tras él, se acercó a la Manada del Río de Plata.

—No pasa nada si no vais —dijo—. Nadie os lo echará en cara después de todo lo que habéis hecho.

—Estamos cansados —dijo Julia—. Y estoy segura de que Hermana Guapa echa de menos Tampa.

—Sí, bueno —dijo Carlita—. No he pasado por allí desde que todo esto empezó. Y tú tienes que ver a tus colegas de Londres. Y la pobre Ojo de Tormenta lleva sin ver un lobo desde no sé ni cuándo.

No hables por mí
, dijo Ojo de Tormenta en el lenguaje de gestos y gruñidos propio de los lupinos.
Yo quiero seguir adelante
.

—Y yo —dijo John Hijo del Viento Norte—. Uktena nos eligió para esto. ¿Cómo podemos saber que nuestra parte ha terminado después de haber curado a Grita Caos y Mari?

—Y haber matado un montón de Perdiciones y Danzantes de la Espiral Negra —le recordó Julia—. Pero supongo que estás en lo cierto. Deberíamos llegar hasta el final. No me importaría asistir a una reunión en Tierra del Norte. Quiero decir, es el palacio del rey, ¿no?

—¡Mira la monárquica! —dijo Carlita—. En América no tenemos reyes. Sólo los Garou los tienen.

Julia puso los ojos en blanco.

—Como quieras. De todos modos no sois más que súbditos rebeldes de la Corona Británica.

—Yo no —dijo John Hijo del Viento Norte—. Mi pueblo estaba aquí antes de que vuestro rey hubiera oído hablar de América. Y lo mismo puede decirse de Ojo de Tormenta; los lobos no reconocen otro rey que los machos alfa de sus manadas.

—¡Vale, vale! —dijo Julia—. Ya lo pillo.

Salieron de la cabaña mientras seguían hablando. Una vez en el porche, vieron que se estaba produciendo una especie de altercado no muy lejos del edificio. Un indio fornido y de baja estatura estaba discutiendo con un grupo de Furias Negras, guardianas del túmulo. Parecía que estaba tratando de entrar en la cabaña. Llevaba una deshilachada chaqueta de tela vaquera y su largo cabello negro caía en dos coletas a ambos lados de su cabeza. Bajo la chaqueta se veía una camiseta con un dibujo de un lobo aullando. Su cinturón tenía una hebilla enorme, una gran cabeza de lobo hecha de peltre que enseñaba los dientes. Llevaba unas Nike último modelo y nuevecitas, de un blanco cegador. Al ver a la Manada del Río de plata, pareció animarse.

—¡Ahí! —gritó mientras señalaba a John Hijo del Viento Norte—. Ése es el tío al que he venido a buscar. Asuntos tribales, señoritas. No podéis interponeros en algo así, ¿verdad?

—¿Conocéis a esta… persona? —dijo una de las Furias dirigiéndose a la joven manada.

Todos se miraron entre sí pero nadie respondió. John Hijo del Viento Norte miró a Evan.

—No lo había visto en mi vida —dijo éste—. ¿Y tú?

—Tampoco —respondió Evan. Se acercó al hombre—. Hola, me Llamo Evan Curandero del Pasado, de los Wendigo. ¿Has dicho algo sobre asuntos tribales?

El hombre apartó de su camino a las centinelas y le estrechó vigorosamente la mano.

—¡Exacto! ¡Llámame Pie Velludo! Me ha enviado Aurak Danzante de la Luna para buscar a ese cachorro.

Señaló a John Hijo del Viento Norte.

Éste parecía confuso.

—He oído hablar de él. Es el guardián del saber del Clan del Halcón, de Ottawa. Pero no nos conocemos. ¿Qué quiere de mí?

—No me lo dijo —respondió Pie Velludo mientras se adelantaba y le tendía la mano a John Hijo del Viento Norte. Cuando éste se la estrechó, se oyó un fuerte crujido y el joven Wendigo se apartó de un salto, sobresaltado y sintiendo un hormigueo en la mano—. ¡Ja! ¡Siempre funciona! El primer apretón es normal, así que nadie sospecha nada, pero la descarga viene con el segundo.

Les mostró un polo eléctrico de broma que llevaba en la palma de la mano, uno de esos que pueden comprarse en tiendas de disfraces y artículos de magia.

—Oh, pues qué gracioso —dijo Carlita—. Menudo idiota estás tú hecho.

Pie Velludo le lanzó una mirada de soslayo.

—Eh, llevaba mucho tiempo sin poder usarlo, hermana, así que corta el rollo. No todos los días… —Entonces dejó de hablar, como si estuviera a punto de decir algo que no debiera—. En todo caso, tengo que llevar a John a ver al guardián del saber. Por algo relacionado con la implicación de la tribu en ese asunto de la tormenta de la Umbra.

—¿Por qué no me han dicho nada? —preguntó Evan con aire de consternación.

—Ni idea. Como ya he dicho, a un humilde Rabagash como yo nunca le cuentan nada. Lo único que sé es que Gritos al Viento prefería que Aurak hablara con John en lugar de contigo. Oh, sí, los oí hablando de ti. A Kreeyah le caes bien y es un tío muy respetado, pero no es el líder de la tribu. No, ése es Gritos al Viento, y a éste le oí decir: «no siento deseos de curar un pasado que nos ha sido arrebatado». Creo que estaba hablando de ti.

Evan parecía dolido. John le puso una mano en el hombro.

—¿Conoces bien a esos Wendigo, Evan?

—La verdad es que no. He tenido algunos tratos con ellos y Kreeyah al menos es amigo mío, pero él es uno de los pocos que reconoce mi labor con las otras tribus. El viejo Gritos al Viento está amargado y tiene una gran memoria para las afrentas del pasado. Él piensa que intentar resolver los viejos agravios, como hago yo, es una pérdida de tiempo.

—En ese caso no iré. Tú fuiste el que me encontró después de mi Cambio. Tú me enseñaste El Camino. Te debo mucho además de ser tu amigo. Si no son amigos tuyos, tampoco lo son míos.

Evan sonrió pero sacudió la cabeza.

—No podemos seguir viviendo así. Son hermanos de nuestra tribu, John. Puede que no respeten todo lo que hago pero yo respeto su posición. Y tú también deberías hacerlo. Creo que te conviene ir con Pie Velludo a ver a Aurak. Quizá seas capaz de convencerlo para que acuda a la reunión convocada por Albrecht. Su sabiduría nos sería de gran ayuda.

John se volvió hacia Pie Velludo, que había estado frunciendo el ceño pero ahora sonreía al escuchar las palabras de Evan.

—Muy bien, Pie Velludo. Iré contigo siempre que pueda estar de regreso en Tierra del Norte dentro de tres días.

—¡Claro! —dijo Pie Velludo—. No tenemos que ir hasta Canadá. Aurak se reunirá con nosotros en la reserva de los mohawk, en este mismo estado.

Nosotros también vamos
, dijo Ojo de Tormenta.

—¿Qué? —dijo Julia—. ¡Pero si nos han invitado a la reunión!

—Ya has oído a Pie Velludo. —Dijo Grita Caos—. Estaremos de regreso a tiempo.

—Eh… no estoy muy seguro de esto —dijo Pie Velludo—. Sólo me han ordenado que lleve a John.

—Mi manada viene conmigo o no voy —dijo John mientras clavaba la parte roma de la lanza sobre el suelo.

—Vale —dijo Pie Velludo—. Pero tendrán que ir en la parte trasera de la camioneta. Delante no tengo espacio suficiente para todos.

Estupendo
, dijo Ojo de Tormenta.
Podemos irnos
.

Pie Velludo sonrió y se echó a reír.

—¡Pues vale, coño! ¡Cuanto antes lleguemos, antes podremos regresar! ¡Vamos!

Se puso en marcha hacia el aparcamiento que el clan mantenía para los vehículos de los visitantes.

—Sé respetuoso, John —dijo Evan—. No dejes que te enfurezcan hablando de guerra entre tribus. Si Kreeyah está allí, puedes contar con él como aliado.

—Gracias, Evan —dijo John—. Te contaré todo lo que pase dentro de tres días, en la reunión.

—¡Vamos! —gritó Pie Velludo desde lejos.

Ojo de Tormenta se puso en marcha y el resto del grupo lo siguió. John le estrechó la mano a Evan y se volvió para reunirse con ellos. Escucharon el sonido de un viejo motor antes de ver la camioneta. Era una Ford de 1969, oxidada casi hasta el chasis. Sería un viaje incómodo.

Pie Velludo estaba al volante, apretando el acelerador para que el motor no se apagase.

—Vamos, subid. ¡Los blancos no tenéis sentido de la urgencia!

—Oh, eso sí que tiene gracia —dijo Julia—. Yo pensaba que eran los indios los perezosos y apacibles. Al menos era así en las viejas películas de John Wayne.

Pie Velludo se echó a reír.

—¡Como tú digas, kemosabe!

—Iré en la parte de atrás —dijo John—. Julia y Grita Caos pueden ir delante con Pie Velludo. Ojo de Tormenta y Gran Hermana pueden venir conmigo.

—Vale, joder —dijo Carlita mientras subía a la parte trasera, que estaba completamente oxidada—. De todos modos no me sentaría por nada del mundo con ese capullo. ¡Vámonos!

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